viernes, 2 de agosto de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 59



El letrero indicaba la entrada a un parque forestal en la siguiente curva. Pedro decidió que aquel era un tema demasiado importante para discutirlo mientras conducía, de modo que tomó el desvío mientras se esforzaba por ordenar sus pensamientos.


Habría preferido enfrentarse a un peligroso asesino antes que hablar de relaciones con una mujer, sobre todo con Paula. Porque no solo no tenía ni la más remota idea de lo que le había pasado con ella cuando tenía veintiún años, sino que tampoco comprendía gran cosa de sus sentimientos actuales.


Lo único que sabía era que algo extraño le sucedía cuando Paula estaba cerca. Respirar, hablar… todo aquello que solía hacer sin pensar, de manera automática, empezaba a costarle esfuerzo siempre que ella aparecía. Impulsos sexuales que de ordinario estaban dormidos se despertaban en el preciso instante en que aspiraba su perfume.


—Lo único que tienes que hacer es contarme la verdad, Pedro.


La verdad. Aquella palabra tenía una resonancia enorme para él. Como si hubiera un hecho concreto, definitivo, estremecedor, que pudiera definir la vida de un hombre… y sus errores. Lo más cercano que conocía de la verdad añadiría un nuevo sufrimiento a los que venía padeciendo Paula. Y lo peor era que no estaba del todo seguro de que pudiera llegar a soportarlo...


Encontró un lugar donde aparcar a la sombra de unos altos pinos. Apagó el motor y reclinó el asiento para relajarse y poder estirar un poco las piernas. Mentalmente, sin embargo, no podía estar menos relajado.


—Nunca se me ha dado bien hablar de mis sentimientos, Paula. Ni siquiera tengo vocabulario para ello, así que, diga lo que diga, sonará mal.


—No hay ni mal ni bien. Simplemente me gustaría saber qué es lo que te pareció tan terrible de la única noche que pasamos juntos.


—¿Terrible? ¿De dónde has sacado una idea semejante?


—No hiciste esfuerzo alguno por volver a verme. No me devolviste las llamadas.


—Tenía veintiún años y estaba jugando el papel de rebelde sin causa. En aquel entonces no solía tomar decisiones muy acertadas.


—Tomaste la decisión de llevarme a casa aquella noche, de pasar al apartamento, de hacer el amor conmigo. Debiste de tener una muy buena razón para huir como alma que lleva el diablo cuando todo hubo terminado.


—Si no lo hubiera hecho, no te habría costado nada hacerme cambiar de idea. Tú lo tenías todo. Yo, en cambio, era un don nadie.


—No era así como te veía yo.


—¿Y cómo me veías?


—Sexy. Excitante. Salvaje… inteligente también. Me sorprendió lo mucho que entendías de política.


—Eso es porque en casa no oía hablar de otra cosa —explicó con un tono de amargura que a él mismo lo sorprendió. No se lo había esperado. No después de tanto tiempo—. Mi madre era la secretaria ejecutiva de tu padre; por eso conseguí ese empleo en su equipo electoral, aquel verano. Si me contrataron fue solamente por hacerle un favor a ella.


—Eso yo nunca lo supe. Creía que entraste a trabajar allí porque estabas interesado en hacer carrera en política.


—Había suspendido el curso en la universidad. Quería quitarme de encima a mi madre, siempre pendiente de mí. Pagar las letras de mi Harley. Y divertirme y tener sexo, no necesariamente por ese orden.


—Para un tipo interesado simplemente en tener sexo, te resististe bastante.


—Créeme, Paula, si no volví a llamarte no fue porque no quisiera hacerlo. Me volviste loco desde el primer día que te vi.


—¿Entonces? ¿Acaso yo no era lo que deseabas?


—Claro que sí. Yo creía que eso era obvio. Pero los rebeldes sin futuro no se comprometen con las brillantes universitarias de buena familia.


—Así que hiciste el amor conmigo y luego volviste a la vida que llevabas antes.


—Que por aquel entonces consistía en dar vueltas por ahí con la Harley y beber con mis amigos.


—Recuerdo a mi padre comentando un día lo mucho que se enfadó tu madre contigo por tus suspensos en la universidad. Sé que lo dos estabais muy unidos. Pasabais mucho tiempo juntos después de que ella rompiera con tu padre, en otoño. Supongo que se trató de un... 
—Paula se interrumpió a mitad de la frase, mirándolo fijamente—. ¡Claro! Mi padre tuvo una aventura con tu madre aquel verano, ¿no es eso? Por eso estabas tan empeñado en destrozarte a ti mismo... Estabas furioso con ella y con mi padre.


Pedro se tensó de inmediato, asombrado de que los sentimientos asociados con aquel verano aún pudieran afectarlo tanto.


—Hace mucho tiempo de eso, Paula. Es algo que pertenece al pasado, es mejor no removerlo.


—Sabía que existía algún tipo de vínculo entre ellos, pero en aquel entonces jamás se me pasó por la cabeza que pudieran tener una aventura...


—Siento que hayas tenido que descubrirlo ahora. Sé lo mucho que querías a tu padre.


—Mi padre nunca se caracterizó por respetar todas las reglas. Yo sabía que cometía indiscreciones, errores... Eso no significaba que no fuera un gran padre. Lo que lamento de verdad es que su comportamiento te afectara tanto... ¿Cuándo te enteraste tú?


—Durante las vacaciones navideñas del año anterior. Los sorprendí en el despacho de tu padre cuando estaban compartiendo algo más que un simple beso de amigos.


—No me extraña que suspendieras aquel semestre en la universidad. Luego, entraste a trabajar conmigo y yo me puse a flirtear como una loca, Oh, Dios... —se pasó las dos manos por el pelo, con expresión desesperada—. Eh, espera un momento... No hiciste el amor conmigo solo para vengarte de mi padre, ¿verdad, Pedro? Dime que no fue así. Dime que aquella noche significó para ti mucho más que eso...


La angustia de su tono lo conmovió profundamente. Volviéndose hacia ella, le puso una mano en el hombro.


—No quería hacer el amor contigo. No quería que me gustaras, no quería necesitarte. Pero no podía evitarlo. Te necesitaba tan desesperadamente que habría explotado si no hubiésemos hecho el amor aquella noche.


—Oh, Pedro, ¿por qué no me contaste lo que te pasaba? ¿Por qué no me lo explicaste todo? Habría podido comprender perfectamente tu furia por la aventura de tu madre, en vez de torturarme pensando que simplemente no querías verme... Estuve llorando durante una semana. A la pobre Janice le tocó consolarme. Por eso te odia tanto.


—Después de aquello, me odié a mí mismo durante mucho tiempo. De hecho, fue necesario un accidente con la moto para que saliera de aquel camino de autodestrucción. Solo al borde de la muerte pude apreciar verdaderamente la vida.


—Mi padre nunca me lo dijo.


—¿Por qué habría de haberlo hecho? Nunca supo lo nuestro, y por aquel entonces mi madre ya no trabajaba para él. Nunca llegué a saber lo que pasó entre ellos, pero ahora está felizmente casada. Y mi padre también. Contemplando las cosas en retrospectiva, su aventura con el senador fue más bien un síntoma que una causa. El divorcio habría llegado de cualquier manera. A largo plazo, lo que más me dolió fue lo feliz que fuiste sin mí.


—Yo nunca fui feliz sin ti, Pedro. Simplemente seguí adelante con mi vida. Tenía que hacerlo. Pero nunca volví a sentir la pasión que compartimos aquella noche. Jamás volví a sentir el corazón tan ligero como si estuviera flotando en las nubes. O rezar para que una noche durara para siempre...


—¿Hasta qué conociste a Mariano?


—Ni siquiera entonces. Amaba a Mariano cuando me casé con él, o al menos amaba al hombre que creía que era. Y si la relación hubiera funcionado, me habría quedado con él hasta el final, tal y como le prometí el día de la boda. Pero jamás fue como contigo.


Se lanzó a sus brazos. A Pedro le dolían todos aquellos años perdidos, pero era un dolor dulce, no como la punzada de miedo que sentía cada vez que pensaba que podía perderla de nuevo... en esa ocasión a manos de un loco criminal.


—Quizá todo tenía que suceder así, Pedro. Quizá estábamos destinados a ello.


—¿Y que tú te casaras con un pervertido mentiroso que probablemente sea también un asesino múltiple? ¡Menudo destino!


—Solo intento ser positiva.


—Escucha, lo que más deseo en el mundo es que estés a salvo. Cuando vuelva a la ciudad, pediré que vigilen a Mariano las veinticuatro horas del día. Si hace un movimiento en falso, lo atraparemos. Puedo enfrentarme con él, pero no con el miedo de perderte, o de que te pase algo. Quiero que me prometas que saldrás de esa casa.


—Es mi casa, Pedro, la casa de mi familia. Es Mariano quien debería marcharse.


—¿Se marcharía si tú se lo pidieras? —la expresión que vio en sus ojos le dio la respuesta—. Me lo imaginaba. Pero si no se va él, tendrás que irte tú.


—Supongo que podría quedarme con Janice, pero ella nunca lo comprendería. Creerá que me he vuelto loca. Puede que incluso le contase a Mariano mis miedos, creyendo obrar bien...


—Puedes quedarte en mi casa, Paula. Quiero que te quedes conmigo. Es el único lugar donde puedo estar seguro de que estás perfectamente protegida.


—Solo iría a tu casa como amiga, Pedro. De otra manera no podría...


—Como quieras.


Paula le acarició una mejilla con el dorso de la mano, un gesto de ternura que no pudo conmoverlo más.


—Entonces me parece que acabas de conseguir una compañera de piso. No roncarás, ¿verdad?


Estaba bromeando, intentando aligerar la tensión de la situación. Pedro suspiró aliviado hasta que comenzó a tener conciencia de la enorme tentación que tendría que soportar. 


Sería un infierno tenerla allí, en su casa, y no poder hacer el amor con ella. Pero era un hombre, no un animal. Podría aguantarlo.




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