viernes, 26 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 36




Pedro observó con detenimiento al doctor Mariano Chaves, escrutó su mirada, se fijó en la inclinación de sus hombros, en la posición de sus manos. A juzgar por todos los indicios, parecía absolutamente tranquilo y controlado ante la perspectiva de que un policía fuera a curiosear en mi vida privada. Eso, en sí mismo, ya era algo inusual. Incluso las personas inocentes mostraban cierta inquietud al verse interrogadas por un inspector de homicidios.


—Sé que es usted un hombre muy ocupado, doctor, y que preferiría ir directamente al fondo del asunto.


Mariano asintió con la cabeza.


—Tome asiento, inspector.


Pedro se sentó en la silla que le indicaba: el lugar habitual del paciente. Mientras que él se acomodaba en su elegante sillón, con las manos entrelazadas sobre el estómago.


—Podemos ir al fondo de su asunto cuando quiera —subrayó la palabra—. Ya sabe usted que el mío es atender a mis pacientes y hacer que sus corazones sigan funcionando.


—Y el mío atrapar a los asesinos para salvar vidas. Así que supongo que, en lo fundamental, nuestras ocupaciones no son tan diferentes.


—Tal vez no, según su particular modo de ver —Mariano se removió en su sillón, pero en ningún momento dejó de mirarlo a los ojos—. Si espera usted que le diga algo acerca de Karen Tucker que le sirva de ayuda en su investigación, lamentaré decepcionarlo. Es muy poco lo que puedo decirle de ella, excepto que era una enfermera muy capaz.


—Pero Karen y usted eran amigos, ¿no? —intentó distinguir alguna reacción en su rostro ante la pregunta. Nada. Ni siquiera un sospechoso parpadeo.


—La asignaron a la Unidad de Cuidados Intensivos, y frecuentemente yo ponía a pacientes bajo su cuidado.


—Según la relación de llamadas telefónicas que efectuó, los dos tuvieron ocasión de sostener conversaciones llamativamente largas durante las tres últimas semanas, algunas de ellas a horas bastante avanzadas de la noche.


—Karen era una mujer de carácter muy inestable, que estaba atravesando una situación difícil. Buscaba mis consejos. Yo nunca llegué a entender por qué, excepto que parecía sentirse cómoda hablando conmigo.


—¿Lo telefonean muchas enfermeras a su domicilio particular?


—Por supuesto que no. Karen estaba muy angustiada y necesitaba un amigo.


—Pero hace un momento ha dicho que usted no la consideraba precisamente una amiga.


—Está usted rizando el rizo, inspector. Karen no era una mujer a la que voluntariamente hubiese querido dedicar mi tiempo libre, pero cuando me pidió ayuda, me esforcé por ayudarla. Habría hecho lo mismo por cualquier otro miembro de mi plantilla.


—Debía de estar muy angustiada para renunciar a su trabajo aquí y cambiar de hospital, siendo una enfermera tan competente...


—Si quiere que le sea sincero, yo mismo le pedí que abandonara el hospital Mercy.


—¿Por qué?


—Por razones que no deberían ser aireadas en este hospital.


—No creo que a Karen le importe.


—Por desgracia, no solamente atañen a Karen. Se relacionó con uno de los médicos de la plantilla, un hombre casado. Él estaba dispuesto a romper la relación y ella simplemente no podía soportarlo.


—¿Le dijo con quién se estaba viendo?


—No.


—¿Se lo preguntó usted?


—Todo lo contrario. Insistí en que no me lo dijera. No quería que semejante revelación malograra mi respeto por un profesional con quien trabajo y en quien confío profesionalmente, como es el caso de todos mis colegas de este hospital. Como ya le dije antes, mi principal preocupación, aparte de mi esposa, son mis pacientes.


—Pero usted visitó a Penny Washington el otro día y le preguntó si conocía el nombre del amante de Karen.


—Eso fue después de que Karen muriera asesinada. Si Penny hubiera sabido quién era ese hombre, yo habría intentado convencerla de que se lo dijera a la policía.


—¿Mantenía Karen fuertes lazos de amistad con los otros médicos de la plantilla?


—Se llevaba bien con todo el mundo. El doctor Castle solía llamarla «Campanilla» porque siempre parecía estar revoloteando de un paciente a otro, procurando levantarles el ánimo.


—Hábleme del doctor Castle.


Mariano sacudió la cabeza.


—Se equivoca, Javier Castle jamás tuvo ninguna aventura con Karen. Es absolutamente fiel a su mujer. De hecho, está embarazada de su primer hijo.


—¿Le confesó Karen que estaba embarazada?


—No creo que lo estuviera.


—Pues lo estaba. De cuatro meses, según la autopsia.


—A mí nunca me dijo una palabra. Pero eso explica su resistencia a separarse de su amante.


—Eso lo habría dificultado todavía más —convino Pedro—. En todas sus conversaciones con Karen, ¿alguna vez ella le dio algún motivo para sospechar que alguien quería matarla?


—Rotundamente no. Si hubiera sospechado que estaba en peligro, habría insistido en que llamara de inmediato a la policía. Todavía me cuesta creer que haya sido asesinada.


—¿Se vio con ella alguna vez fuera del hospital?


—Nunca. Y si está sugiriendo lo que me temo que está sugiriendo, se equivoca de medio a medio, inspector. Yo me tomo muy seriamente mis votos matrimoniales.


—Yo no estaba sugiriendo nada. Pero dada su firme postura a la hora de negar cualquier relación sentimental con la víctima, supongo que no le importará someterse a una prueba de ADN.


—¿Con el fin de demostrar que yo no soy el padre del feto de Karen?


—Exacto.


—Si me niego, entiendo que se apresurará a conseguir una orden judicial para obligarme a ello.


—Llegado el caso, sí.


Pedro había supuesto que Mariano protestaría. Que invocaría sus derechos y criticaría el carácter absurdo de la petición. Pero no lo hizo. 


En lugar de ello se limitó a esbozar una mueca, encogiéndose de hombros.


—No veo razón alguna para ponerlo en esa tesitura, inspector Alfonso. Pasaré por el laboratorio del hospital y haré que preparen una muestra. De esa manera quedará fehacientemente demostrado que yo no tuve nada que ver con el embarazo de Karen.


—Le estaría muy agradecido.


Mariano se levantó, alisándose su bata blanca y pasándose una mano por su espesa mata de pelo.


—Dígame... ¿qué hará si el resultado de la prueba es negativo? ¿Repetirá la prueba del ADN con cada uno de los médicos de este hospital?


—No. Solo con aquellos que resulten sospechosos —Pedro se levantó también. Se alegró de ser varios centímetros más alto que Mariano. Habría detestado tener que alzar la cabeza para mirarlo.


El médico se apoyó en una esquina del escritorio, con aspecto despreocupado.


—Le deseo suerte, pero me temo que está perdiendo el tiempo buscando al asesino en este hospital. De todas formas, espero que lo encuentre. Nadie se merece morir como Karen.


Aquella frase no pudo menos que extrañar a Pedro. Eran muy pocos los detalles del asesinato que habían sido filtrados a los medios.


—¿Cree usted que esa fue una manera particularmente cruel de morir, Mariano?


—¿A manos de un asesino, y tan joven? Incluso sin saber el tipo de arma que utilizó contra ella, desde luego que la calificaría de brutal.


Una hábil corrección… si acaso el comentario anterior había sido realmente un desliz. En aquel instante sonó el intercomunicador del escritorio.


Mariano pulsó un botón y su secretaria lo informó de que acababa de llegar el primer paciente del día. Una clara invitación a Pedro para que se marchara. No le importó. 


Por el momento, no iba a sacarle más información a Mariano.


—Ah, inspector.


Pedro ya tenía una mano en el picaporte. Se volvió para mirar al médico.


—Estoy dispuesto a colaborar plenamente con lo de la prueba del ADN. Pero espero algo a cambio.


—¿Qué?


—No vuelva a ver ni a hablar con mi esposa.


—¿En interés de la investigación, quiere decir?


—En interés de lo que sea.


—Lo siento, Mariano. Yo no hago tratos de ese tipo. No me gusta.


Un brillo de furia asomó a los ojos oscuros del médico mientras cerraba los puños con fuerza. 


Pedro asistió con asombro a aquella transformación. Un segundo antes aquel hombre había estado perfectamente tranquilo, pero ahora tenía las venas del cuello tensas, a punto de reventar. Era la misma rabia de la que le había hablado Paula.


Había visto antes aquellos ataques de furor en muchos criminales.


Y sin embargo, dudaba que Mariano fuera un asesino. Era el hombre que dormía cada noche con Paula. El solo pensamiento le provocó un escalofrío.




jueves, 25 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 35




Mariano se hallaba sentado en su cómodo sillón de cuero detrás de su lujoso escritorio de caoba, admirando los diferentes hitos de su éxito. 


Diplomas y certificados enmarcados, una estantería llena de revistas en las que había colaborado con trascendentales aportes a la ciencia médica, en la especialidad de trasplantes de corazón.


Pero al otro lado de aquel despacho, los demonios que lo acosaban podían infiltrarse en su mente y reclamarlo. Reclamarlo en cuerpo y alma. Allí, afortunadamente, no. Dentro de aquellas cuatro paredes era el doctor Mariano Chaves. En su santuario, era dios.


Y sería allí donde plantaría cara al entrometido policía que estaba infectando su vida como si fuera un cáncer. Lo miraría de arriba a abajo y respondería a sus preguntas con altivez y displicencia, como resignado a complacer a un pobre ser inferior. Su mundo era preciso, científico, un universo de hombres ilustrados cuyas batas blancas simbolizaban su superioridad.


En aquel preciso instante sonó el timbre del intercomunicador.


—¿Sí, Peggy?


Pedro Alfonso está aquí.


Mariano sonrió mientras se alisaba la pechera de la bata.


—¿Puedo decirle que entre?


—Hazlo, por favor. Estoy listo para recibirlo.




INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 34




Pedro era consciente de que estaba rompiendo todas y cada una de las reglas de su manual. De hecho, las estaba aplastando hasta convertirlas en una pulpa que podía arruinar su investigación y destrozarle de paso el poco corazón que le quedaba.


Había ansiado abrazar a Paula desde el instante en que se la encontró en la cafetería de la universidad. Inmediatamente se había imaginado lo que sería sentirla en sus brazos, había soñado con el roce de su sedosa melena contra su piel... Aquella pasión debería haber muerto años atrás, debería haberse disuelto en el tiempo. Paula y él pertenecían a mundos diferentes. Y sin embargo la deseaba tanto como la había deseado aquella noche, hacía nueve años.


Finalmente, ella se apartó.


—Lo siento, Pedro. Perdona por haberme derrumbado así.


—Oye que yo no me he quejado...


Abrió la guantera y sacó una caja de pañuelos de papel. Paula tomó uno y se enjugó las lágrimas. Parecía tan débil y vulnerable… que quitaba el aliento. Pedro sintió el incontenible impulso de asesinar a Mariano Chaves.


«Piensa un poco, viejo amigo», intentó decirse. 


«Que Paula haya estado llorando en tus brazos no te da ningún derecho a entrometerte en su vida». Pero su cerebro hizo poco caso de aquella advertencia.


—Si quieres hablar, yo soy el más indicado para escucharte. Se me da muy bien. He recibido entrenamiento profesional.


—Puede que te arrepientas de esa oferta.


—Lo dudo.


Paula se quedó mirando por la ventanilla. 


Algunos patos nadaban por el estrecho río que atravesaba el parque.


—¿Salimos a pasear un poco?


—Claro.


Bajaron del coche. Estuvieron paseando en silencio durante varios minutos, con el sol de espaldas. El manto de hojas secas crujía bajo sus pies, con el agua fluyendo lentamente a su lado. Era como si el tiempo se hubiera detenido. 


Su relación estaba anclada para siempre a una sola noche de amor de hacía nueve años. 


Anclada y separada a la vez por aquel mismo suceso. Después de tanto tiempo separados, un asesinato los había vuelto a reunir.


Paula se detuvo al borde del agua. Pedro contempló su perfil, nuevamente estremecido por la fuerza de los recuerdos que no dejaban de acosarlo.


—Supongo que habrás adivinado que los problemas que tenemos Mariano y yo trascienden esta investigación.


—Intento no precipitarme a sacar conclusiones.


—La verdad, no sé por qué te estoy contando todo esto.


—Eso ya lo hemos aclarado. Se me da muy bien escuchar a la gente.


—Pero yo no sé qué decirte, aparte de pedirte disculpas por las lágrimas de antes. Ni siquiera sé qué es lo que falla exactamente en mi matrimonio, o de quién es la culpa...


—¿Cuándo empezaron los problemas?


—Los problemas afloraron ya el día de nuestra boda. Al menos esa fue la primera vez que presencié un ataque de rabia de Mariano.


—¿Un ataque de rabia?


—Sí. Era más que un simple enfado, como si algo en su interior hubiera liberado una especie de demonio. Tenía tan tensos los músculos del cuello y de la cara... Y sus ojos... No puedo describirlos, pero casi tenía miedo de mirarlo. En su caso, lo de lanzar una mirada asesina no es una metáfora.


—¿Monta en cólera muy rápidamente?


—Sí, en un instante. Y generalmente por el motivo más mínimo. Al cabo de un par de minutos se le pasa, como si se obligara a sí mismo a recuperar el control.


—Durante vuestro noviazgo, ¿no tuvo ningún ataque de rabia?


—No, al menos conmigo. Pero fui testigo de algún indicio, un par de veces. En una ocasión, contra otro conductor que se le había adelantado cuando iba a aparcar. Y en otra cuando un camarero le derramó un poco de salsa de espaguetis en uno de sus mejores trajes.


—Pero no te preocupó entonces.


—Sí, pero se recuperaba tan rápidamente... y parecía lamentar tanto haberse puesto así... Para entonces, los preparativos de boda ya estaban muy avanzados. De modo que aquellos dos pequeños sucesos no me parecieron razón suficiente para replantearme nuestro inminente matrimonio. Además, por aquel entonces Mariano se mostraba increíblemente dulce y atento conmigo. Me decía que era como un tesoro que había encontrado y que quería guardarme cerca de su corazón. Ahora, sin embargo, es diferente. A veces me cuesta reconocerlo. Pero no debería estar diciéndote todo esto...


—¿Por qué no?


—Porque eres un inspector de la policía, investigando un caso de asesinato en el que Mariano figura como sospechoso. Porque sospechas de él, ¿verdad?


—Necesito interrogarlo, pero eso no quiere decir que tú y yo no podamos hablar sinceramente. Éramos amigos mucho antes de que yo me hiciera policía y tú te convirtieras en la señora Chaves.


—Nunca fuimos amigos, Pedro. Yo era joven e impetuosa, y me encapriché de ti desde el primer momento. Me lancé a tus brazos y tú, finalmente, te aprovechaste de la situación.


—No es así como yo lo recuerdo.


—No importa como lo recuerdes. Ahora eres Pedro Alfonso, el policía.


—No fue Pedro Alfonso, el policía, quien te abrazó hace un rato cuando estabas llorando.



—Touché —hundiendo las manos en los bolsillos de los pantalones, alzó la mirada hacia él. Había una sombra de miedo en el fondo de sus pupilas—. ¿Crees que Mariano asesinó a Karen?


—¿Y tú?


—Ya no sé qué pensar. Me resulta tan difícil confiar en un hombre que me ha mentido tan descaradamente...


Se estremeció. Pedro ansió abrazarla, levantarla en vilo y llevarla a un lugar donde pudiera hacerle el amor... hasta conseguir que se olvidara de una vez por todas de Mariano Chaves. Pero eso era imposible. A pesar de ello, tendría que hacer todo cuanto estuviera en su mano para aplacar sus temores.


—Estoy casi seguro de que Mariano no mató a Karen.


—¿Por lo que te dijo Penny?


—No.


—Me alegro. ¿Sabes? No he dejado de pensar en esa conversación. Lo que nos dijo me pareció demasiado... artificioso. Como si hubiera sido diseñado para explicar el motivo por el cual mi número de teléfono se encontró entre la ropa de Karen. No me sorprendería que el mismo Mariano le hubiera sugerido que se pusiera en contacto conmigo.


—Olvídate de tu carrera de maestra, Paula. Tú has nacido para detective.


—Lo tendré en cuenta. Pero si estás de acuerdo conmigo en eso, ¿por qué piensas que Mariano no es culpable?


—Tengo mis razones. Y, por el momento, no puedo decirte más —le acarició un brazo, justo en la zona de las marcas, a pesar de que no podía verlas, ya que llevaba un suéter de manga larga—. Pero el hecho de que no crea que sea el asesino no significa que no sea peligroso. ¿Te ha hecho daño alguna vez?


—Físicamente, no.


—Pero te asusta. Asustar a alguien es una forma de daño físico. Y si piensas incluso que es posible que tu marido sea un asesino, yo diría que los dos presentáis... graves incompatibilidades de carácter, por decirlo de una manera suave.


—Creo que tienes razón —de repente, se volvió hacia el coche—.Ahora tengo que irme a casa, Pedro. Y, por favor, no me hagas más preguntas. Probablemente ya he hablado demasiado.


—De acuerdo.


Apenas pronunciaron palabra durante el trayecto hasta el hogar de Rodrigo. Los pensamientos de Pedro derivaron hacia el asesino de Karen. Un tipo que había matado antes y que volvería a hacerlo hasta que alguien le parara los pies.


Un trabajo como tantos otros. Solo que esa vez presentaba complicaciones añadidas. En vez de concentrarse únicamente en atrapar al asesino, la esposa de otro hombre se infiltraba en sus pensamientos haciendo estragos en sus emociones. La mayor complicación de todas era, por desgracia... que Paula había vuelto a su vida. Y todo indicaba que jamás saldría de su corazón.




INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 33




Paula miraba abstraída por la ventanilla mientras atravesaban el barrio en el que vivía Penny. 


Jardines bien cuidados, niños patinando, una anciana barriendo el sendero de entrada de su casa, una joven madre sentando a su bebé en el asiento trasero de su coche... Dios, cómo los envidiaba.


—Estás muy callada —le comentó Pedro. Giró en Youree Drive para volver al hogar de Rodrigo, donde ella había dejado su coche.


—Solo estaba pensando en la enorme diferencia que unos pocos días pueden suponer en la vida de una persona. Hace tan solo unos días, yo ni siquiera conocía el nombre de Karen Tucker. Ahora está muerta, y su vida parece estar tan estrechamente relacionada con la mía que ocupa todos mis pensamientos. Y la mayor parte de mis actos.


—Pasará. Las cosas terminarán volviendo a la normalidad.


—Para Karen Tucker no, desde luego. Y tampoco para Mariano, ni para mí.


—Penny te aseguró que era un gran tipo.


—Y probablemente lo sea el Mariano Chaves que ella conoce.


—¿Pero no el que conoces tú?


—A estas alturas, ya no puedo estar segura de nada.


—¿Fue él quien te hizo esas marcas en el brazo, verdad? —le preguntó Pedro, tenso.


—Tal vez. Seguramente cuando me estaba despertando de una pesadilla...


Solo que tenía la sensación de que aún seguía en ella. De repente, la tensión acumulada durante aquellos dos últimos días se tomó demasiado abrumadora, mezclada con el desengaño de su matrimonio en crisis y añadida al dolor que todavía sentía por la pérdida de su padre. Y en alguna parte de su alma, enterrado en lo más profundo, en un lugar al que no se atrevía a asomarse, anidaba también lo ocurrido con Pedro años atrás. Sin que pudiera evitarlo, las lágrimas empezaron a resbalar por sus mejillas.


Pedro se internó en el parque que corría al lado de River Road. Tan pronto como detuvo el coche, la abrazó.


—Lo siento —murmuró ella, entre sollozos.


Él no contestó. Simplemente se limitó a enterrar el rostro en su pelo y a estrecharla en sus brazos mientras lloraba.




miércoles, 24 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 32



Pedro estaba inquieto. No tenía la menor idea de lo que iba a decirles Penny Washington acerca de Mariano Chaves, y tampoco confiaba del todo en ella. Si tenía información acerca del asesinato de su amiga, lo lógico habría sido llamar a la policía, y no a Paula.


—¿Por qué fue mi marido a verla? —inquirió Paula todavía agarrándole la mano como si Pedro pudiera protegerla de la respuesta de Penny.


—El doctor Chaves quería saber si Karen me había mencionado el nombre de la persona con la que se había estado viendo.


—¿Y ella se lo menciono?


—Intenté sacárselo, pero ella no me lo dijo. Se trataba de un hombre casado, y quería protegerlo del escándalo.


—Que considerada.


—Mas bien entupida, en mi opinión —replicó Penny.


—¿Se estaba viendo Karen con alguien de fuera del hospital? —quiso saber Pedro.


—Sí. Con un médico.


Paula se encogió por dentro, apretando con más fuerza la mano de Pedro.


—¿Cree usted que Karen estuvo relacionada con mi marido? —al ver que vacilaba, insistió—. Si cree que se estuvo viendo con Mariano por favor, dígamelo de una vez.


—No, no se enredó con el doctor Chaves. Causa una gran sensación entre las enfermeras, pero siempre ha ignorado sus flirteos. Es amable, correcto, muy profesional. Y evidentemente está muy enamorado de usted —declaró Penny, forzando una sonrisa—. Es una mujer muy afortunada.


—Gracias.


Paula soltó entonces la mano de Pedro y se recostó en su silla, evidentemente aliviada con la respuesta. Pedro, sin embargo, no compartía ese sentimiento. Todo aquello olía demasiado mal.


—Nos ha dicho por que fue el doctor Chaves a verla pero sigo sin entender por que deseaba hablar usted con Paula. ¿Que tiene todo esto que ver con ella?


—Yo sé que Karen tenía intención de llamarla para hablar con Paula. Y creo que quizá llego a hacerlo.


—¿Como lo sabe? —le pregunto Pedro.


—Karen me contó su plan la víspera de su asesinato. Lo tenía todo preparado. Y luego la mataron —movió las manos, exasperada—. Su plan no tenía ninguna posibilidad.


—¿Por qué no nos lo cuenta con detalle?


—Detesto tener que decirles todo esto —les confesó entre asqueada y contrita—. Parece como si estuviera hablando mal de ella.


—Piense que si lo hace es para ayudar a la policía a encontrar al asesino.


—Esa es la única razón que me mueve a ello. Probablemente ya lo habrá descubierto, inspector, pero Karen estaba embarazada. Ella no quería decírmelo, pero una noche, hace un par de semanas, vino a verme. Estaba muy alterada y había estado llorando. Insistí en que me dijera lo que le pasaba, y al final se derrumbó.


—¿La había dejado embarazada su amante? ¿El hombre casado?


—Sí.


—¿Sabía él que lo estaba? —inquirió Paula.


—Lo sabía, pero al muy canalla no le importó.


—¿Y el plan de Karen? —le preguntó Pedro—. ¿En qué consistía?


—Karen pensó que si su esposa descubría su aventura y lo del embarazo, acabaría por divorciarse de él. Por eso concibió la idea de transmitirle esa información a usted de forma anónima, Paula.


—¿Pero por qué a mí?


—Porque esperaba que se lo dijera a la mujer de su amante. Me dijo que usted y esa mujer eran amigas.


—Todo esto es demasiado extraño...


—Lo sé —convino Penny—, por eso quería hablar personalmente de ello con usted. Si tiene alguna idea de quién puede ser ese hombre, debería decírselo al inspector... porque creo que él mató a Karen para que no hablara. Estoy convencida, y no me importa que se trate de un médico. No todos son unos santos, eso se lo puedo asegurar. Lo sé porque trabajo con ellos todos los días —recogió un cojín del sofá y lo estrechó contra su pecho, emocionada—. Karen estaba muy confundida, pero era una gran persona. Así que si sabe quién es ese hombre, Paula, debería decírselo a la policía.


—Conozco a muchas esposas de médicos del hospital pero ninguna de ellas es verdaderamente amiga mía —explicó Paula—. Me cuesta creer que Karen no le revelara a usted o a Mariano con quién se estaba viendo... cuando, por lo visto, sí que les contó todo lo demás sobre su aventura.


Pedro tampoco se lo creía. Y ya era hora de sacar a Paula de allí. Porque no tenía intención de involucrarla en aquel caso más de lo que ya estaba.


—Tenemos que irnos, señorita Washington. Pero me gustaría llamarla después para hacerle alguna pregunta más acerca de Karen.


—No sé mucho más de lo que ya les he contado.


—A veces uno sabe mucho más de lo que cree saber. Le aconsejo que se haga una lista, en un bloc. Y cada vez que piense en algo relacionado con Karen, escríbalo.


—¿Qué tipo de cosas?


—El lugar en que hacía sus compras, su peluquería favorita... Los sitios que frecuentaban cuando salían juntas, si iba a algún gimnasio o estudiaba algo, si hacía deporte, etcétera.


—No veo en qué puede eso ayudar a...


—Puedo que no, pero con suerte, puede que sí.


—Entonces apuntaré todo lo que se me ocurra.


Paula se disculpó para usar el cuarto de baño. 


Tan pronto como se retiró, Penny cambió de asiento y se sentó junto a Pedro en el sofá.


—Hay una cosa más, inspector —le susurró en voz baja—. No quería decírselo delante de Nicole.


—¿Decirme qué?


—Karen era socia de un club de fotografía.


—¿Sabe usted el nombre de ese club, o su dirección?


—No. No era un club normal. La gente iba allí. Hombres y mujeres. Ellos, bueno... hacían cosas... inmorales.


—¿Está usted diciendo que era un club de libertinos?


—Las mujeres posaban para fotos. A veces mantenían relaciones sexuales con ellos, pero no estaban obligadas. Solo tenían que posar en posiciones... obscenas. Pagaban mucho. Por eso empezó Karen. Tenía algunas deudas de cuando su madre estaba enferma de cáncer, y estaba intentando saldarlas.


—Entiendo. ¿Fue allí donde Karen conoció al médico que se convertiría en su amante?


—No. Lo conocía del hospital. Fue después de que ella se incorporara al club cuando empezaron a salir juntos.


—¿Cómo se enteró ella de la existencia de ese club?


—Eso no lo sé —lo agarró del brazo—. Por favor, no le diga a nadie que yo le he contado todo esto, inspector. Si llegara a saberse, podría tener problemas. Tengo un hijo.


—Lo entiendo, pero necesitaré volver a hablar con usted. Y si pudiera averiguar algo más sobre ese club, sobre todo por lo que se refiere a la forma que tiene de reclutar mujeres, se lo agradecería enormemente.


Paula volvió entonces y Penny les agradeció su visita. Las dos se abrazaron en la puerta, como si fueran grandes amigas. A ojos de Pedro, sin embargo, lo único que tenían en común era que ambas habían quedado atrapadas en la telaraña de un sórdido caso de asesinato.


De nuevo en el coche, Paula se mostró callada, taciturna. Y también temerosa, aunque lo que Penny le había dicho acerca de su marido debería haber despejado todas sus preocupaciones. Aparentemente, Mariano estaba enamorado de ella y no le había sido infiel.


Sin embargo, si su corazonada era correcta, Penny Washington sabía muy bien quién era el padre del hijo de Karen. Y Pedro habría apostado cualquier cosa a que se trataba de Mariano. Por el bien de Paula, esperaba que estuviera equivocado.