martes, 25 de junio de 2019
CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 20
La parte responsable de ella, la que sabía que cualquiera podía entrar por la puerta en cualquier momento, y que si continuaban con aquel juego seguramente haría algo de lo que se arrepentiría, contestó:
—Un Margarita estará bien.
Él asintió y empezó a preparar la bebida. Paula lo observó, incapaz de apartar los ojos de él, mientras él exprimía la lima y sacaba el mejor tequila del bar. Le demostró que realmente sabía lo que hacía cuando añadió algo de Cointreau.
Con un último toque de sal, él dio por preparado el cóctel y se lo ofreció a Paula. Ella se lo llevó a los labios.
—Está bueno.
—Muy bueno —dijo él.
A Paula le gustó que él no tuviera falsa molestia. Se preguntó en qué más sería bueno. Bebió de nuevo y aprovechó el toque helado del líquido para enfriar un poco sus pensamientos. No debía interesarse por aquel hombre.
—¿Entonces, nadie te ha preparado nunca una copa?
—A la mayoría de la gente les asusta servir a una camarera —respondió ella—. Supongo que es como la sensación de cocinar para un chef.
—¿Eres tan buena?
Paula tampoco empleaba la falsa modestia.
—Sí —afirmó y rió con cierta amargura—. Además, la mayoría de los hombres con los que he salido ni siquiera sabrían cómo deletrear «margarita», y mucho menos preparar uno.
—No hay Einsteins en tu agenda, ¿eh?
—Pues... no.
—¿Y por qué no?
Era una buena pregunta. Estuvo a punto de responderle la verdad: que solía ser ella la que apartaba de su lado a los hombres inteligentes y sencillos que se cruzaban en su camino. Luciana le había dicho una vez que lo hacía porque tenía una autoestima muy baja, no respecto a su aspecto pero sí acerca de su personalidad y su inteligencia. Era como si el creerse la oveja negra de la familia Chaves la hubiera convencido de que no era capaz de salir con hombres agradables y respetables.
Paula no sabía mucho de Psicología, pero lo que su hermana le había dicho le parecía razonable.
Revisando sus citas, se dio cuenta de que saboteaba todas sus relaciones con hombres decentes que parecieran tener futuro. Creía que era más seguro relacionarse con «chicos malos» porque así no se arriesgaba a que le partieran el corazón cuando la abandonaran. Si desde el principio contaba con que se irían de su lado, su pérdida no sería tan grande.
Se repetía a sí misma, que no debía pensar así.
Todo el mundo que le importaba la había abandonado, pero eso no significaba que todo el mundo la abandonaría siempre. De alguna forma tenía que convencerse a sí misma de que era posible encontrar a alguien con quien compartir su vida. Alguien normal, que le aportara seguridad, que quisiera comprometerse con ella y no la abandonara.
Justamente lo opuesto al atractivo músico con el que había estado flirteando desde que lo había visto por primera vez.
Paula suspiró pesadamente y se irguió con determinación. Iba a cambiar aunque le costara la vida. Pero tenía que admitir que ver a Alfonso moverse con tanta gracilidad y saber que ella nunca conocería todo lo que él podía ofrecer casi la mataba.
—Últimamente no tengo tiempo para ninguna agenda —respondió ella por fin—. En los últimos años he estado absorbida por el negocio.
—¿Y ahora? —preguntó él.
Ésa era la pregunta del millón. ¿Qué iba a hacer ella a partir de entonces?
—Hablemos de ti un rato. ¿Por qué no me cuentas algo sobre ella? —preguntó Paula, sorprendiéndose a sí misma con su pregunta.
—¿Sobre quién?
«Sobre la mujer a la que amabas. Y en la que sigues pensando, a juzgar por la manera en que cantas la canción», pensó Paula.
—La mujer que inspiró tu canción, la del fuego en la mirada.
Alfonso se quedó unos segundos en silencio, mirándola con intensidad. Paula se obligó a mantener su mirada, como si su curiosidad fuera inocente y la pregunta algo para pasar el rato.
En realidad quería introducirse en el corazón de aquel hombre, conocer su pasado amoroso.
Sabía que no tenía derecho a preguntarlo, pero no pudo evitarlo.
—La conocí hace mucho tiempo —contestó él por fin.
—¿Te rompió el corazón?
Él rió suavemente.
—Ni siquiera se enteró de que podía rompérmelo —dijo él y se encogió de hombros—. Apenas sabía que yo existía.
¿Un amor no correspondido? A Paula le resultaba difícil creerlo con un hombre así. ¿Qué mujer que se cruzara en su camino no le prestaría atención? ¿Cómo no se derretiría ante su seguridad en sí mismo y su atractivo sexual?
—Debió de ser una idiota.
Él guiñó los ojos.
—No, sólo estaba... fuera de mi alcance.
O sea, que él se había enamorado de alguna niña rica que había creído que se merecía más que un pobre músico desahuciado.
«¿No es eso lo que llevas diciéndote a ti misma todo el rato?», se reprendió.
Pero no era lo mismo. Ella no consideraba a Alfonso inferior a ella. Si acaso, lo quería tener encima de ella, sobre ella...
«No sigas por ahí, Paula».
Su necesidad de levantar barreras entre aquel músico y ella no tenía que ver con la clase social, sino con la necesidad de cambiar el rumbo de su vida.
Él simplemente era el hombre equivocado en el momento equivocado de su vida.
Paula se terminó el cóctel de dos tragos. Alfonso la observó atentamente.
—¿Qué sucede? —preguntó ella.
—Te ha gustado.
—Sí, me ha gustado.
Él se apoyó sobre la barra y se acercó a ella.
—Entonces supongo que voy a tener una buena... propina.
Por cómo pronunció la palabra «propina», Paula supo que él no estaba pensando precisamente en dinero. Él apartó la copa y se acercó más a Paula.
—Si querías probar la copa, podrías haberte hecho una para ti —dijo ella casi sin aliento.
—No quiero una copa, Paula —murmuró él—. Pero sí que quiero probar la bebida.
—¿Quieres un beso como propina?
—Exacto. Un único beso.
Paula se estremeció. No se podía dar sólo un beso, era algo que se hacía en cantidad.
Debería decirle a Alfonso que se apartara. Debería echarlo y ordenarlo que no regresara hasta la hora del concierto. Pero en lugar de eso frunció el ceño y pronunció lo primero que acudió a sus labios.
—Como vuelvas a besarme en el cuello y luego me dejes de nuevo, te pongo la copa por sombrero.
Él rió suavemente.
—No tengo ninguna intención de llevar sombrero. Y tampoco voy a marcharme hasta que no obtenga mi beso.
Paula sintió que el corazón se le aceleraba cuando Alfonso le acarició la barbilla con un dedo y le levantó el rostro para mirarla a los ojos. Su tacto fue magnético. Paula se aproximó a él... hasta que sus labios casi se rozaron.
Y de pronto ya nada los separaba. «Sólo un beso», se recordó Paula.
Pero no le sirvió de nada. En cuanto la cálida boca de Alfonso tocó la suya, ella supo que estaba perdida. Perdida en su sabor, en su aliento cálido, en la sensación de la lengua de él sobre su labio inferior, que la hizo ansiar más. Él se recreó lamiendo sus labios hasta que ella los entreabrió y su lengua fue al encuentro de la de él.
Entonces cesó todo pensamiento y sólo existieron las sensaciones. El beso, dulce, apasionado y curioso, se prolongó en un tiempo eterno. Sus lenguas y sus labios se encontraron en un abrazo más íntimo de lo que Paula había experimentado nunca, aunque no se estaban tocando en ningún lugar más. Paula comenzó a temblar de deseo incontrolable. Aquel beso con Alfonso era como estar haciendo el amor. Deseó que continuara siempre.
Pero no podía ser. Nada perfecto dura eternamente, y hubo un momento en que él, desgraciadamente, separó su boca de la de ella.
El calor de su mirada provocó una ola de deseo en ella: prometía mucho más, pero más tarde.
Paula se revolvió de impaciencia. Ella quería más en aquel momento. Se inclinó hacia delante de nuevo, rogándole en silencio que la besara de nuevo.
Se inclinó tanto que se cayó del taburete.
CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 19
Paula llevaba desde la noche anterior intentando convencerse de que un músico rebelde y de mirada provocativa era justo el tipo de hombre que debía evitar en su «nueva» vida. Se lo había repetido con cada lápiz que clavaba en el techo, como si con eso afianzara sus intenciones de mantenerse distante y reservada cuando él se presentara allí aquella noche.
Pero no lo había logrado. Él había aparecido antes de tiempo, tan sexy y peligroso como siempre, y al verlo, Paula había abandonado sus buenas intenciones junto con su sentido común.
En ese momento, a solas con él, tuvo que admitir que se sentía terriblemente atraída hacia él. Le gustaba mucho, y no sólo sexualmente; también le apetecía estar con él, escuchar su voz grave, ver cómo entrecerraba los ojos cuando sonreía.
Lo que más le gustaba era la forma en que la miraba. Era como si traspasara la fachada que ella se había construido para mostrar al mundo y viera la mujer que había en el fondo y que nadie conocía.
La intensidad de su mirada la excitaba más que su atractivo sexual, más que su apabullante aspecto o que su sentido del humor. La certeza de que él sabía qué la hacía vibrar era lo que le resultaba irresistible.
Así que durante la hora siguiente no intentó resistirse a la sensación. No sería demasiado peligroso porque, aunque estaban solos, en cualquier momento podía entrar alguien en el bar. Y sabiendo eso, ella no se metería en problemas.
Intentó convencerse de eso, pero sabía que estaba a punto de caer en la tentación. Con que él simplemente le rozara la mejilla con un dedo, ella se entregaría a él.
Cuando fue consciente de eso, Paula supo que debía bajarse de la barra y ocuparse con alguna tarea, aunque fuera inútil, pero hacer algo que indicara que no estaba interesada en él.
Pero no lo hizo. En lugar de eso, apartó a un lado sus dudas sobre dónde viviría el mes siguiente, los cambios que iba a experimentar su vida y los hombres sin futuro que constituían un peligro... y se permitió disfrutar de la compañía de ese extraño.
Seguramente habría sido más seguro lanzarse en sus brazos, besarlo apasionadamente y rendirse a la atracción que había entre ellos. Era mucho más peligroso encontrarse a gusto con su simple compañía.
Pero, ¿cómo no iba a gustarle ese hombre?
Tenía un agudo sentido del humor, era tan ingenioso como ella y había escuchado atentamente, como si la comprendiera, su lamento por la pérdida del legado familiar.
No era muy hablador, pero escogía cuidadosamente sus palabras, que siempre la divertían y la intrigaban al mismo tiempo. Sobre todo porque, cada vez que intentaba averiguar algo más de él, él se las apañaba para cambiar de tema.
La curiosidad era uno de los puntos débiles de Paula. Y en aquel momento la estaba matando.
Quería conocer mejor a ese hombre, saber quién era en realidad, dónde vivía, qué lo hacía vibrar... y a qué sabían sus besos.
—Bueno —comenzó él, sacándola de sus pensamientos—. Ya que el bar no está precisamente abarrotado, ¿por qué no te tomas un respiro y me dejas que sea yo quien te sirva ti? Preparo un Margarita condenadamente bueno.
Paula lo miró boquiabierta.
—¿Quieres servirme una copa a mí?
Spence asintió, se levantó de su taburete y se metió detrás de la barra.
—¿Cuándo fue la última vez que te sentaste ahí, al otro lado, y dejaste que alguien te sirviera una copa?
Nunca, que ella pudiera recordar. Para cuando cumplió la edad legal para beber, ya estaba trabajando en el bar, y un año después se encargaba del establecimiento junto con Luciana.
—Me parece que nunca me he sentado al otro lado —admitió ella.
Era algo que nunca había hecho y que debería hacer antes del derribo, así que se bajó de la barra y se sentó en el taburete que acababa de desocupar Alfonso.
Golpeó la barra con impaciencia fingida.
—¿Qué tiene una que hacer para que la atiendan en este antro?
—¿Qué desea?
Paula ladeó la cabeza y lo miró con atrevimiento.
—Creo que quiero un Pezón Resbaladizo.
Los ojos de él destellaron, pero supo reaccionar.
Se acodó sobre la barra y se acercó más a ella.
—Entonces quizás deberías quitarte la camiseta, y yo veré qué puedo hacer al respecto.
Paula sí que se quedó sin saber qué decir.
—Es un cóctel de crema irlandesa y licor de caramelo.
Él enarcó una ceja con expresión inocente.
—¿Y cómo iba yo a saberlo? —preguntó intentando ocultar una sonrisa.
Paula sacudió la cabeza reconociendo su maestría. Había dado la vuelta a la situación original.
—Tú ganas.
—Eres tú la que ha empezado.
Eso era cierto, pensó Paula con consternación. En toda la noche no se le iría de la cabeza el eco de la voz de él diciéndole que se quitara la camiseta.
—La mayoría de la gente no sabe lo que es —dijo ella intentando disimular su confusión—. A las mujeres les da vergüenza pedirlo cuando el camarero es un hombre, y los hombres no suelen pedirlo.
—Pues a mí me ha sonado muy interesante: cálido, dulce y cremoso —dijo él con voz ronca—. Quizás querría probarlo más tarde esta noche.
El cuerpo de Paula reaccionó inmediatamente a aquella indirecta tan sugerente y a la mirada provocativa de él. Paula inspiró profundamente y se removió en su asiento. Sintió que se le endurecían los pezones al imaginarse a Alfonso saboreando el cóctel... de sus pechos.
—¿De verdad quieres un Pezón Resbaladizo?
—preguntó él, todo seducción—. Porque me encantaría prepararlo para ti.
«¡Oh, Dios, sí!», pensó Paula. Si sus pechos pudieran hablar, sería justo lo que hubieran gritado. Se moría por que él besara, que la acariciara, que dibujara círculos con la lengua sobre sus senos y luego se introdujera el pezón en la boca y lo chupara y mordisqueara, ardiente, apasionadamente.
A Paula se le escapó un gemido y cerró los ojos.
Cuando los abrió, Alfonso se había erguido y entre ellos había un poco más de espacio.
CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 18
No, el músico de rock que ella veía cuando lo miraba, con su pelo largo y su rebeldía a cuestas, no se escandalizaría fácilmente. En realidad, las imágenes que acudían a su mente no lo escandalizaban, lo excitaban enormemente.
—No me he escandalizado —replicó él con una mirada ardiente—. Sólo estaba imaginándote así.
Esa vez fue Paula quien se quedó sin aliento. Se humedeció los labios nerviosa, un gesto que provocó una nueva reacción en él. Pedro disimuló su gemido carraspeando.
—Si quieres, avísame cuando vayas a hacer las cosas que tienes pendientes antes de mudarte —dijo intentando sonar tranquilo—. Estaré encantado de asegurarme de que las cumples.
—Quieres decir que estarás encantado de observarme.
—¿Y si te doy mi palabra de boy scout de que no te miraría ni una sola vez?
Ella esbozó una sonrisa.
—Entonces creo que me llevaría una gran desilusión.
—¿Estás flirteando conmigo de nuevo?
Ella se llevó una mano al pecho fingiendo inocencia.
—¿Flirtear, yo? ¿Cuándo he flirteado yo contigo?
—Creo que anoche, mientras estabas detrás de la barra.
—No, anoche, mientras yo estaba detrás de la barra lo que hice fue meter la pata.
—Pues me gustó.
—¿Te gustó que pareciera una completa estúpida?
No, lo que le había gustado era haberla puesto nerviosa. Pero eso no iba a decírselo a ella.
—Fue muy tierno.
—Los cachorros son tiernos —gruñó ella—. Yo prefiero ser un felino elegante y misterioso.
—Para hacer honor a tu nombre, que en inglés significa gato, ¿no?
—Hablando de nombres, ¿vas a decirme cómo te llamas en realidad?
Ésa era oportunidad de saber si Paula lo recordaba. Estuvo a punto de decírselo, pero lo detuvo una cosa: aún no la había besado.
—Alfonso es suficiente por el momento.
Ella se encogió de hombros.
—Como quieras —dijo y balanceó las piernas en la barra—. ¿Por qué te has presentado tan pronto hoy, Alfonso?
Parecía contenta de que él estuviera allí antes de tiempo, no era nada suspicaz. Eso hizo a Pedro sentirse repentinamente incómodo por no estar siendo sincero con ella. Necesitaba aclarar las cosas, pero lo único que logró articular fue:
—No hay ninguna razón en particular. Puedo marcharme si estoy interrumpiendo tu... lanzamiento de lápices.
Ella negó con la cabeza y su melena le cubrió los hombros. Pedro sintió que una ola de deseo se apoderaba de él y lo impulsaba a acariciar aquel cabello de oro, pero se contuvo. Recordó su objetivo: lograr darle un beso antes de perder su oportunidad para siempre.
—¿Entonces quieres que me vaya? —preguntó él en voz baja pero cargada de emoción.
—No —contestó ella seria—. Creo que quiero que te quedes.
lunes, 24 de junio de 2019
CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 17
Pedro recordó los ocasionales momentos en que él había sido testigo de la soledad de ella, nueve años atrás. Recordó a la Paula que sólo él conocía.
Ella se cruzó de brazos y desvió la mirada, señales de que no quería seguir con aquella conversación, así que Pedro decidió cambiar de tema. Miró al techo.
—¿Vas a dejarlos ahí clavados?
Ella se encogió de hombros.
—La bola de demolición podrá con unos cuantos lápices —respondió ella—. Sé que resulta patético, pero siempre había deseado hacerlo. Cuando era pequeña, me imaginaba tumbándome sobre la barra. He pensado que debía hacerlo mientras tengo la oportunidad. No había nadie para verme.
Como ella estaba sentada en la barra, en vez de tumbada sobre ella, Pedro tuvo que elevar la vista para mirarla a los ojos. Intentó fijar la mirada en su rostro, pero aquel cuerpo lleno de curvas tan cerca del suyo era una tentación poderosa. Los senos de ella estaban a la altura de sus ojos, así que tuvo que esforzarse al máximo para mirar por encima de ellos.
—¿Hay algo más que siempre hayas deseado hacer aquí?
Ella barrió el local con la vista estudiando las mesas, el pequeño escenario, la máquina de discos. Asintió ligeramente.
—Sí, unas cuantas cosas —respondió ella con cierto secretismo que despertó la curiosidad de Pedro.
Como ella no añadía nada más, él insistió.
—¿Alguna tiene algo que ver con el escenario?
Ella se mordió el labio inferior y asintió.
—Sí. Y con focos de colores.
El brillo travieso de su mirada le dijo a Pedro que ella no pensaba exactamente en actuar sobre el escenario, pero quiso preguntar.
—¿Eres una cantante sin descubrir?
—Lo más que canto es en la ducha —admitió ella—. No tengo oído, soy incluso peor que Tamara, una de nuestras camareras.
Él enarcó una ceja con curiosidad.
—Ha tenido que marcharse de la ciudad inesperadamente —se apresuró a justificar ella.
Pedro notó que era un tema delicado y no presionó más al respecto.
—¿Y qué te imaginas haciendo en el escenario?
Los ojos de ella destellaron y tomó aire profundamente. La tensión sexual aumentó aún más: Pedro se la imaginó desnuda, bajo la luz de los focos de colores, haciendo el amor apasionadamente.
—No estoy segura de querer compartir esa fantasía.
Pedro sacudió la cabeza y logró esbozar una sonrisa forzada.
—Para serte sincero, no estoy seguro de querer escucharla.
—¿Eres un cobarde?
—No, es por autopreservación. Dentro de dos horas tengo que subir ahí y tocar mi música. No me será fácil si continúo imaginándote como lo estoy haciendo ahora —susurró él, desafiando a Paula a preguntarle qué se estaba imaginando.
Pero Paula no mordió el anzuelo. Y casi fue mejor. Si ella hubiera confirmado sus ardientes fantasías, Pedro no habría podido quedarse en el simple beso que había planeado compartir con ella.
Agarró un puñado de cacahuetes de un cuenco que había sobre la barra y se los metió en la boca. Necesitaba ganar tiempo. Funcionó: su pulso recuperó el ritmo normal y su cerebro volvió a dominar a su sexo.
—¿Y qué más tienes pensado hacer antes de cerrar definitivamente el local? —preguntó él—. ¿Bailar claqué sobre las mesas?
Ella rió.
—¿Bailar claqué? Si mi madre me hubiera regalado unos zapatos de claqué cuando yo era pequeña, los habría usado para abrir la puerta más cercana a golpes y escaparme.
La Paula «antigua» habría hecho algo así, pero la Paula adulta no lo haría en el presente.
—Lo que sí quiero es bailar subida a la barra una de estas noches —añadió ella acariciando la superficie de madera—. Algo lento y seductor.
Incapaz de contenerse, Pedro colocó su mano sobre la madera y sintió lo que ella percibía. Era suave y cálida, sólida y consistente.
Seguramente guardaba muchos recuerdos de la mujer que la estaba acariciando como si significara mucho para ella.
Pedro sintió que el corazón le daba un vuelco.
Paula era casi transparente sin necesidad de pronunciar una sola palabra. La forma en que recorría la madera revelaba la hondura de sus emociones.
Debía de sentir que perdía una parte de sí misma.
Ojalá pudiera hacer algo por ella para ayudarla a superar aquel trago. De pronto, se dio cuenta de que sí podía. Ella ya no estaba sola porque él estaría a su lado.
—¿Hay algo más que te gustaría hacer antes de la mudanza?
Ella ladeó la cabeza pensativa.
—Bueno, me he prometido que tomaré el sol desnuda en el jardín al menos una vez antes de que me echen.
Pedro sintió que se le secaba la boca. Tuvo que carraspear ante la imagen de su mente: Paula tomando el sol desnuda, gloriosa y tentadora.
—Perdona, ¿te he escandalizado? —preguntó ella sin arrepentirse en absoluto—. No pareces de los que se escandalizan fácilmente.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)