martes, 25 de junio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 19




Paula llevaba desde la noche anterior intentando convencerse de que un músico rebelde y de mirada provocativa era justo el tipo de hombre que debía evitar en su «nueva» vida. Se lo había repetido con cada lápiz que clavaba en el techo, como si con eso afianzara sus intenciones de mantenerse distante y reservada cuando él se presentara allí aquella noche.


Pero no lo había logrado. Él había aparecido antes de tiempo, tan sexy y peligroso como siempre, y al verlo, Paula había abandonado sus buenas intenciones junto con su sentido común.


En ese momento, a solas con él, tuvo que admitir que se sentía terriblemente atraída hacia él. Le gustaba mucho, y no sólo sexualmente; también le apetecía estar con él, escuchar su voz grave, ver cómo entrecerraba los ojos cuando sonreía.


Lo que más le gustaba era la forma en que la miraba. Era como si traspasara la fachada que ella se había construido para mostrar al mundo y viera la mujer que había en el fondo y que nadie conocía.


La intensidad de su mirada la excitaba más que su atractivo sexual, más que su apabullante aspecto o que su sentido del humor. La certeza de que él sabía qué la hacía vibrar era lo que le resultaba irresistible.


Así que durante la hora siguiente no intentó resistirse a la sensación. No sería demasiado peligroso porque, aunque estaban solos, en cualquier momento podía entrar alguien en el bar. Y sabiendo eso, ella no se metería en problemas.


Intentó convencerse de eso, pero sabía que estaba a punto de caer en la tentación. Con que él simplemente le rozara la mejilla con un dedo, ella se entregaría a él.


Cuando fue consciente de eso, Paula supo que debía bajarse de la barra y ocuparse con alguna tarea, aunque fuera inútil, pero hacer algo que indicara que no estaba interesada en él.


Pero no lo hizo. En lugar de eso, apartó a un lado sus dudas sobre dónde viviría el mes siguiente, los cambios que iba a experimentar su vida y los hombres sin futuro que constituían un peligro... y se permitió disfrutar de la compañía de ese extraño.


Seguramente habría sido más seguro lanzarse en sus brazos, besarlo apasionadamente y rendirse a la atracción que había entre ellos. Era mucho más peligroso encontrarse a gusto con su simple compañía.


Pero, ¿cómo no iba a gustarle ese hombre? 


Tenía un agudo sentido del humor, era tan ingenioso como ella y había escuchado atentamente, como si la comprendiera, su lamento por la pérdida del legado familiar.


No era muy hablador, pero escogía cuidadosamente sus palabras, que siempre la divertían y la intrigaban al mismo tiempo. Sobre todo porque, cada vez que intentaba averiguar algo más de él, él se las apañaba para cambiar de tema.


La curiosidad era uno de los puntos débiles de Paula. Y en aquel momento la estaba matando.


Quería conocer mejor a ese hombre, saber quién era en realidad, dónde vivía, qué lo hacía vibrar... y a qué sabían sus besos.


—Bueno —comenzó él, sacándola de sus pensamientos—. Ya que el bar no está precisamente abarrotado, ¿por qué no te tomas un respiro y me dejas que sea yo quien te sirva ti? Preparo un Margarita condenadamente bueno.


Paula lo miró boquiabierta.


—¿Quieres servirme una copa a mí?


Spence asintió, se levantó de su taburete y se metió detrás de la barra.


—¿Cuándo fue la última vez que te sentaste ahí, al otro lado, y dejaste que alguien te sirviera una copa?


Nunca, que ella pudiera recordar. Para cuando cumplió la edad legal para beber, ya estaba trabajando en el bar, y un año después se encargaba del establecimiento junto con Luciana.


—Me parece que nunca me he sentado al otro lado —admitió ella.


Era algo que nunca había hecho y que debería hacer antes del derribo, así que se bajó de la barra y se sentó en el taburete que acababa de desocupar Alfonso.


Golpeó la barra con impaciencia fingida.


—¿Qué tiene una que hacer para que la atiendan en este antro?


—¿Qué desea?


Paula ladeó la cabeza y lo miró con atrevimiento.


—Creo que quiero un Pezón Resbaladizo.


Los ojos de él destellaron, pero supo reaccionar. 


Se acodó sobre la barra y se acercó más a ella.


—Entonces quizás deberías quitarte la camiseta, y yo veré qué puedo hacer al respecto.


Paula sí que se quedó sin saber qué decir.


—Es un cóctel de crema irlandesa y licor de caramelo.


Él enarcó una ceja con expresión inocente.


—¿Y cómo iba yo a saberlo? —preguntó intentando ocultar una sonrisa.


Paula sacudió la cabeza reconociendo su maestría. Había dado la vuelta a la situación original.


—Tú ganas.


—Eres tú la que ha empezado.


Eso era cierto, pensó Paula con consternación. En toda la noche no se le iría de la cabeza el eco de la voz de él diciéndole que se quitara la camiseta.


—La mayoría de la gente no sabe lo que es —dijo ella intentando disimular su confusión—. A las mujeres les da vergüenza pedirlo cuando el camarero es un hombre, y los hombres no suelen pedirlo.


—Pues a mí me ha sonado muy interesante: cálido, dulce y cremoso —dijo él con voz ronca—. Quizás querría probarlo más tarde esta noche.


El cuerpo de Paula reaccionó inmediatamente a aquella indirecta tan sugerente y a la mirada provocativa de él. Paula inspiró profundamente y se removió en su asiento. Sintió que se le endurecían los pezones al imaginarse a Alfonso saboreando el cóctel... de sus pechos.


—¿De verdad quieres un Pezón Resbaladizo? 
—preguntó él, todo seducción—. Porque me encantaría prepararlo para ti.


«¡Oh, Dios, sí!», pensó Paula. Si sus pechos pudieran hablar, sería justo lo que hubieran gritado. Se moría por que él besara, que la acariciara, que dibujara círculos con la lengua sobre sus senos y luego se introdujera el pezón en la boca y lo chupara y mordisqueara, ardiente, apasionadamente.


A Paula se le escapó un gemido y cerró los ojos. 


Cuando los abrió, Alfonso se había erguido y entre ellos había un poco más de espacio.




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