lunes, 24 de junio de 2019
CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 17
Pedro recordó los ocasionales momentos en que él había sido testigo de la soledad de ella, nueve años atrás. Recordó a la Paula que sólo él conocía.
Ella se cruzó de brazos y desvió la mirada, señales de que no quería seguir con aquella conversación, así que Pedro decidió cambiar de tema. Miró al techo.
—¿Vas a dejarlos ahí clavados?
Ella se encogió de hombros.
—La bola de demolición podrá con unos cuantos lápices —respondió ella—. Sé que resulta patético, pero siempre había deseado hacerlo. Cuando era pequeña, me imaginaba tumbándome sobre la barra. He pensado que debía hacerlo mientras tengo la oportunidad. No había nadie para verme.
Como ella estaba sentada en la barra, en vez de tumbada sobre ella, Pedro tuvo que elevar la vista para mirarla a los ojos. Intentó fijar la mirada en su rostro, pero aquel cuerpo lleno de curvas tan cerca del suyo era una tentación poderosa. Los senos de ella estaban a la altura de sus ojos, así que tuvo que esforzarse al máximo para mirar por encima de ellos.
—¿Hay algo más que siempre hayas deseado hacer aquí?
Ella barrió el local con la vista estudiando las mesas, el pequeño escenario, la máquina de discos. Asintió ligeramente.
—Sí, unas cuantas cosas —respondió ella con cierto secretismo que despertó la curiosidad de Pedro.
Como ella no añadía nada más, él insistió.
—¿Alguna tiene algo que ver con el escenario?
Ella se mordió el labio inferior y asintió.
—Sí. Y con focos de colores.
El brillo travieso de su mirada le dijo a Pedro que ella no pensaba exactamente en actuar sobre el escenario, pero quiso preguntar.
—¿Eres una cantante sin descubrir?
—Lo más que canto es en la ducha —admitió ella—. No tengo oído, soy incluso peor que Tamara, una de nuestras camareras.
Él enarcó una ceja con curiosidad.
—Ha tenido que marcharse de la ciudad inesperadamente —se apresuró a justificar ella.
Pedro notó que era un tema delicado y no presionó más al respecto.
—¿Y qué te imaginas haciendo en el escenario?
Los ojos de ella destellaron y tomó aire profundamente. La tensión sexual aumentó aún más: Pedro se la imaginó desnuda, bajo la luz de los focos de colores, haciendo el amor apasionadamente.
—No estoy segura de querer compartir esa fantasía.
Pedro sacudió la cabeza y logró esbozar una sonrisa forzada.
—Para serte sincero, no estoy seguro de querer escucharla.
—¿Eres un cobarde?
—No, es por autopreservación. Dentro de dos horas tengo que subir ahí y tocar mi música. No me será fácil si continúo imaginándote como lo estoy haciendo ahora —susurró él, desafiando a Paula a preguntarle qué se estaba imaginando.
Pero Paula no mordió el anzuelo. Y casi fue mejor. Si ella hubiera confirmado sus ardientes fantasías, Pedro no habría podido quedarse en el simple beso que había planeado compartir con ella.
Agarró un puñado de cacahuetes de un cuenco que había sobre la barra y se los metió en la boca. Necesitaba ganar tiempo. Funcionó: su pulso recuperó el ritmo normal y su cerebro volvió a dominar a su sexo.
—¿Y qué más tienes pensado hacer antes de cerrar definitivamente el local? —preguntó él—. ¿Bailar claqué sobre las mesas?
Ella rió.
—¿Bailar claqué? Si mi madre me hubiera regalado unos zapatos de claqué cuando yo era pequeña, los habría usado para abrir la puerta más cercana a golpes y escaparme.
La Paula «antigua» habría hecho algo así, pero la Paula adulta no lo haría en el presente.
—Lo que sí quiero es bailar subida a la barra una de estas noches —añadió ella acariciando la superficie de madera—. Algo lento y seductor.
Incapaz de contenerse, Pedro colocó su mano sobre la madera y sintió lo que ella percibía. Era suave y cálida, sólida y consistente.
Seguramente guardaba muchos recuerdos de la mujer que la estaba acariciando como si significara mucho para ella.
Pedro sintió que el corazón le daba un vuelco.
Paula era casi transparente sin necesidad de pronunciar una sola palabra. La forma en que recorría la madera revelaba la hondura de sus emociones.
Debía de sentir que perdía una parte de sí misma.
Ojalá pudiera hacer algo por ella para ayudarla a superar aquel trago. De pronto, se dio cuenta de que sí podía. Ella ya no estaba sola porque él estaría a su lado.
—¿Hay algo más que te gustaría hacer antes de la mudanza?
Ella ladeó la cabeza pensativa.
—Bueno, me he prometido que tomaré el sol desnuda en el jardín al menos una vez antes de que me echen.
Pedro sintió que se le secaba la boca. Tuvo que carraspear ante la imagen de su mente: Paula tomando el sol desnuda, gloriosa y tentadora.
—Perdona, ¿te he escandalizado? —preguntó ella sin arrepentirse en absoluto—. No pareces de los que se escandalizan fácilmente.
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Me encantaron los 3 caps. Está muy buena esta historia.
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