martes, 18 de junio de 2019
AMULETO: CAPITULO 37
Un poco más tarde, con el bolsillo lleno, entro en el pub y veo que Patricio y Simon ya están sentados en los taburetes, bebiendo su cerveza.
Las calles son salvajes, hombres crecidos disfrazados de duendes y mujeres con acento americano pellizcándome el trasero.
Me recuerda por qué vivo en las montañas, tan lejos de esta escena como sea posible.
Cuando Simon y Patricio me ven, miran alrededor exageradamente, gritando que no ven a ninguna mujer a mi lado.
—Sabíamos que no podría suceder —se burla Patricio. Él golpea su rodilla como si esto fuese lo más divertido que haya visto.
—¿A dónde se fue Paula entonces? —pregunta Simon—. Hace unos días, pensé que vosotros dos estaban listos para ir al atardecer. Le dije a Patricio lo mismo.
—Ella descubrió la apuesta —les digo.
—¿Cómo sucedió eso? —pregunta Simon.
—Yo mismo se lo dije. Ya no podía mentirle.
—Oh demonios, hermano, ¿eres un tonto? ¿quieres perder? —Patricio se ríe, ordena una ronda y me da una pinta de Guinness.
Agarro el anillo de mi bolsillo y se lo paso a Patricio.
—Perdí con justicia. Por mucho que quería ganar, aprendí que solo hay una cosa que importa. Y no es la tierra o el anillo… es la chica. Y la perdí porque soy un maldito tonto. Así que, tómalo Patricio, y no seas como yo. Ve a Tailandia o renuncia a tu trabajo o lo que sea que tengas que hacer para ser feliz, pero no andes como un tonto como yo, pensando que tu suerte te dará todo lo que deseas. Puede que pierdas lo mejor que nunca tuviste.
—Pedro —dice Patricio, con los ojos muy abiertos, sin haberme escuchado hacer una confesión tan honesta en mi vida. Apoya su mano en mi hombro, mirándome a los ojos—. ¿Me estás engañando?
—Ni siquiera un poco —le aseguro—. Ojalá nunca hubiese hecho la apuesta, lo jodió todo.
—Pero has querido esa tierra toda tu vida, hermano.
—¿De qué sirve un pedazo de tierra si no tienes a nadie con quien compartirlo?
—No lo sé —duda Patricio—. Pero si eso es realmente lo que sientes, no puedo tomar este anillo.
—Sólo tómalo. Debo ir a buscarla. Tengo que luchar por ella con cada respiración que tenga.
—Conociéndote a ti y a tu suerte, la encontrarás en el primer lugar donde mires —asegura Simon.
—Y cuando la encuentres, ella necesitará este anillo, el anillo de mamá, Pedro. Tómalo y dáselo. —Patricio presiona el anillo en mi mano.
Me doy cuenta de que Patricio puede ser un imbécil de hermano, pero sigue siendo irlandés.
Un hombre con integridad. Un hombre con honor.
Rodeo a mi hermano en un abrazo rápido.
—Te veré por allí entonces, con suerte, más temprano que tarde.
Simon habla en voz alta.
—La verdad es que creo que te veremos antes de lo que pensamos.
Antes de que pueda preguntar por qué alguien estaba tocando en mi hombro.
Giro y allí está ella.
Paula.
—¿Qué estás haciendo aquí, muchacha?
—No puedo dejar que el hombre que amo pierda una apuesta por mí, ¿verdad?
—¿El hombre que amas? —pregunto parpadeando para recuperar las lágrimas en mis ojos. En algún momento, parece que me he convertido en una montaña rusa emocional, al igual que la mujer que amo.
Alejándome de mi hermano y de Simon, le digo a Paula la verdad.
—La apuesta ha terminado. No quiero la tierra si eso significa que la gané así, rompiendo tu corazón.
—No creo que mi corazón sea tan frágil.
—Cuando regresamos a mi casa, parecía serlo. Dijiste que te lo rompí, Paula.
Ella niega con la cabeza, su cabello oscuro se mueve sobre sus hombros. Solo hemos estado separados unas pocas horas, pero parece una vida entera. No quiero estar sin ella otra vez.
—Bien. Dije eso. Pero puedo haber reaccionado solo un poco exageradamente.
—¿Un poco? —pregunto dándome cuenta de que no está huyendo. Ya no. Quizás nunca más.
—Después de que esa mujer loca me dejó, Hilda, me registré en una pensión con cama y desayuno, una terrible, porque todo estaba reservado. —Ella sonríe, invitándome a regresar a su corazón—. Aparentemente, el día de San Patricio es un gran problema aquí.
—¿De verdad, acabas de descubrirlo? —Dudo, cruzando mis brazos, mirándola. Sus curvas están en exhibición dentro de los ajustados jeans que usa, el suéter abraza sus tetas de una manera que hace que mi pene se endurezca.
Maldita sea, yo podría mirarla por siempre.
—Y cuando llegué allí, me di cuenta de algunas cosas. Antes que nada... es posible que hayas mentido, pero no estabas tratando de lastimarme como mi ex. Eres un idiota, seguro, pero sé que no estabas siendo cruel. Cuando dices que me amas, te creo.
—¿Estás diciendo que no ves las cosas en blanco y negro? —mi corazón late con fuerza.
—No. Quiero todos los colores, justo como me enseñaste. Estaba mirando al cielo para cambiar mi suerte, pero estaba justo en frente de mí.
—Dijiste que te diste cuenta de algunas cosas. ¿Qué más, muchacha?
—Cuando me senté en esa cama desvencijada. Todo lo que pude pensar era, ¿cuál es el punto de tener una cama si la persona que amas no la está compartiéndola contigo?
—¿Entonces me amas? —presiono—. ¿Incluso si nunca te encontré un arcoíris?
—A la mierda el arcoíris, Pedro. Tú eres todo lo que quiero.
—Espero que quieras una cosa más —le digo dejándome caer en una rodilla—. Espero que quieras ser mi mujer.
Paula se tapa la boca y el ruidoso pub se queda en silencio. Patricio y Simon han sacado sus teléfonos para conmemorar el momento y todo el lugar está mirando. De repente estoy tan nervioso como la mierda, pero probablemente sea bueno que lo esté. Nunca he estado nervioso por una maldita cosa porque no tenía nada que fuera precioso para mí.
Pero ahora lo tenía. Ahora tengo a Paula.
—¿Qué será, muchacha?
Se muerde el labio y, por un segundo, creo que va a decir que no.
—Debo confesar algo primero.
—¿Qué es? —pregunto—. Mi rodilla me está matando aquí.
—Esperaba que no me encontraras un arcoíris, porque la verdad es que nunca quise irme.
Me río, aliviado por su confesión, ella me dijo que quería quedarse tanto como yo.
—Bien, ahora nunca lo harás, arcoíris o no. Estás atrapada conmigo, muchacha.
Pongo a mi mujer sobre mis rodillas, la siento donde pertenece y saco el anillo de bodas de mi madre.
—Te lo preguntaré de nuevo, pero esta vez necesitaré una respuesta adecuada. —La miro, la mujer que amo, la futura madre de mis hijos, la persona con la que quiero envejecer—. ¿Te casarás conmigo, Paula, y me convertirás en el irlandés más afortunado que jamás haya existido?
Sonríe ampliamente, echando la cabeza hacia atrás como lo hizo la noche en que me enamoré de ella.
—Sí —afirma—. Pero creo que te equivocaste, Pedro. Yo soy la afortunada.
Niego con la cabeza, deslizando el anillo Claddagh en su dedo, un corazón esmeralda con una corona, centrado entre dos manos.
—¿Sabes lo que significa el anillo?
Ella niega con la cabeza, sus ojos llenos de lágrimas, y cuando caen, brillan en sus mejillas.
Ella parece una copa de amor, desbordante.
—Con esta corona, te doy mi lealtad. Con estas manos, ofrezco mi servicio. Con este corazón, te doy el mío.
Y entonces la beso y le susurro todos los planes traviesos que tengo para pasar la noche.
Tener suerte es nuestro deber después de todo.
Y nunca la volveré a fallar.
AMULETO: CAPITULO 36
Soy un hombre, pero eso no significa que no pueda llorar. Especialmente cuando Paula tiene su bolso sobre su hombro y su rostro se aparta de mí.
El coche de Hildagard está aquí, y le digo que no se vaya. Paula solo sacude la cabeza, su rostro lavado por las lágrimas. El mío también.
Hilda está mirando con cara de suficiencia, y yo solo quiero patear sus neumáticos, tomar a Paula de los brazos y arrastrarla a mi casa.
—No puedes irte así. No es necesario. Te amo.
—Tengo que ir a la ciudad, me siento tan confundida, Pedro —Se cubre la cara, llorando, y trato de rodearla con mis brazos, pero Paula no está aceptando nada.
—Confié en ti sobre todo, Pedro. Y jugaste conmigo.
—Lo sé, y lo siento amor. Realmente lo siento. Sabía que estarías enojada, pero...
—¿Enojada? Pedro, esta no soy yo enojada, esta soy yo con el corazón roto.
—Hilda, es una locura llevarla a Dublín ahora, las calles serán salvajes. Turistas con cerveza verde y disturbios de borrachos, Paula no debería estar sola.
—Retrocede, Pedro, deja a la dama entrar al coche. —Hilda me dice como si tuviese algún derecho sobre ella—. Ella te llamará si quiere hacerlo.
Me aparto y dejo que Paula se suba, no quiero alejarme, pero después de todo lo que hice, lo último que quiero es lastimarla aun más.
La respeto demasiado, incluso si en este momento no está bien de la cabeza. Yo fui quien le hizo esto. Dije que nunca quería hacerle llorar, sin embargo, ella se está yendo de mi casa sin nada más que lágrimas y un corazón roto.
El coche se aleja. La llamo después, gritando que la amo.
La amo muchísimo.
Grito al cielo. ¡Dios mío!
¿Cómo podía haber sido tan jodidamente estúpido? Al comienzo de la semana, todavía estaba confundido, no sabía lo que quería realmente. Pensé que la propiedad le daría una razón para amarme, pero ella estaba dispuesta a amarme aunque no tuviera nada grandioso que ofrecerle.
Después de que el coche se vaya, trato de calmar mis pensamientos, pero son un desastre, solo hay una cosa que sé con certeza… tengo que ir detrás de Paula
Simon y Patricio mandan un mensaje de texto para ver si voy a estar en el pub y cuándo iré.
Por supuesto que sí, perdí la apuesta y puedo ser un idiota, pero soy un hombre de palabra.
Además, ahora tenía que ir a Dublín. Ahí es donde Hilda ha llevado a Paula y estoy decidido a encontrarla.
No sé dónde se aloja, pero llamaré a todas las puertas de Dublín esta noche hasta encontrar a mi chica.
AMULETO: CAPITULO 35
En su habitación, empiezo a meter mi ropa y artículos de tocador en mi mochila, y necesito irme. Necesito correr rápido. Si me detengo, podría derrumbarme.
Encuentro mi teléfono móvil y pongo los números del restaurante de Hildagard.
—Hildagard, soy Paula, en la casa de Pedro. Necesito ir a Dublín. ¿Puedes acercarme?
—¿Qué hizo él ahora?
Miro directamente a los ojos de Pedro mientras respondo
—Me rompió el corazón.
lunes, 17 de junio de 2019
AMULETO: CAPITULO 34
En el camino de regreso, estoy radiante, diciéndole a Pedro que nunca antes me había sentido tan segura con nadie… nunca había tenido a alguien que fuese tan sincero y abierto conmigo.
Entiendo que estoy hablando mucho, pero es como que una vez que Pedro me dijo cómo se sentía, estaba segura de decirle más sobre cómo me sentía también.
Él no dice mucho, pero yo hablo lo suficiente por nosotros dos.
Solo nos hemos ido de su casa por poco más de una hora, pero estoy tan emocionada por acostarme con él, tal vez bajar a su bañera de hidromasaje más tarde, comenzar a explorar el cuerpo del otro de una manera nueva, de alguna manera eso tiene promesas asociadas.
Pero cuando entramos, Pedro deja caer sus llaves sobre el mostrador y se gira hacia mí con una mirada seria.
Pensando que quiere ponerse a trabajar, camino hacia él y empiezo a desabotonar su camisa, pero él aparta mi mano suavemente.
Con ese movimiento, sé que hay más en la historia que solo un te amo. Hay algo que no ha dicho.
—Escucha, Paula, hay algo que necesito decirte, algo que puede hacerte sentir un poco... enojada.
—¿Te refieres a hangry? —pregunto, esperando que él simplemente no tenga nada comestible y que tengamos que volver a salir.
—No, quiero decir enojada de enojada.
Me río fuertemente, no queriendo que nada arruine este día perfecto.
—¿Esperaste hasta después de que me dijiste que me amabas antes de soltar las malas noticias? ¿Qué es, estás huyendo? ¿Eres un delincuente condenado?
Pedro se pasa la mano por la mandíbula y veo que no sigue mis bromas. Lo que sea que vaya a decir a continuación es realmente serio.
—Tenía que contarte cómo me sentía antes de decirte esta parte porque temía perderte por esto.
Frunzo el ceño, de repente genuinamente asustada.
—¿Que está pasando?
Él niega con la cabeza, como avergonzado.
—Hubo una apuesta. Una apuesta por ti. Una apuesta que hice con mi hermano Patricio.
Presiono mis labios y luego pregunto:
—¿Qué clase de apuesta fue?
Pedro suspira, como si el peso del mundo estuviese sobre sus hombros.
—Creo que necesitamos un poco de whisky para esto —dice, como el verdadero irlandés que es. Agarra una botella y vierte dos chupitos. Uno para mí y otro para él. Levanta su copa hacia la mía—. Solo intenta tener una mente abierta, muchacha.
No me gusta el tono en su voz, sacudo la cabeza, pero sabiendo que esto puede ser el final de este gran viaje, de todos modos le devuelvo el whisky.
—Sigue hablando, Pedro.
—Mira, hasta a ti nunca mantuve a una mujer, y mi hermano y Simon no pensaron que podría manejar a una mujer por una semana. La noche que nos conocimos, hice una apuesta con Patricio. Tenía hasta el día de San Patricio para volver a aparecer en el pub con la mujer de su elección, demostrando que se había enamorado de mí.
—Y si lo hacías —presiono—. ¿Qué obtendrías?
—Si lo hiciera, obtendría la tierra de mi hermano. La tierra sobre la que está construido este granero. No soy dueño de esto. Patricio lo es. Él lo heredó.
—¿Conseguiste un anillo y él obtuvo toda esta propiedad?
—Todo lo que mis padres querían era verme casado, y que Patricio redujera la velocidad y disfrutara de las cosas más simples de la vida. Las cosas que puedes disfrutar aquí en el bosque.
Me repliego, cruzando los brazos porque si hiciera algo ahora, además de levantar la guardia, estaría perdida en un mar de lágrimas.
Amo a este hombre y no soy más que una apuesta para él.
—¿Algo de esto era real?
—Por supuesto que sí —me asegura—. Te lo juro. No fue un truco. Quiero decir que esa parte no fue un truco. Ellos te eligieron de la multitud, y fue la elección de la suerte, ¿verdad?
Estábamos hechos el uno para el otro. Entonces sí, comenzó como una apuesta, pero luego se convirtió en algo real.
—¿Eso es todo? —inquiero—. ¿O hay más?
—Quiero ser sincero contigo, no puedo decirte que te amo y luego ser deshonesto. Entonces escucha. ¿Sabes cómo durante toda la semana hemos ido a buscar arcoíris?
—Sí.
—Bien, ¿De verdad crees que podrías pasar una semana sin ver uno con The Lucky Irishman?
—¿Mentiste acerca de los arcoíris? —Levanto mis manos al aire, sintiéndome como la tonta que soy. Por supuesto, en el momento en que arrojé la inhibición al viento, terminó siendo una broma.
—Escucha —ruega Pedro—. ¿Qué hubiera pasado si te señalara uno? ¿Qué hubieras hecho ese primer día si te daba la vuelta y señalaba el arcoíris justo detrás de nosotros? —Pedro negó con la cabeza—. Sé exactamente lo que hubieras hecho. Te hubieras ido.
—Y no querías eso porque perderías tu preciosa apuesta.
—No —negó Pedro—. No me importa la apuesta, bueno, no completamente. Me preocupaba por ti. Sobre perderte.
—Bonita forma de mostrarlo, Pedro. ¿Viste arcoíris toda la semana, la única cosa que vine a Irlanda a encontrar, y no me lo dijiste? ¿Cómo es eso amor? —le pregunto, mis emociones en sobremarcha, mi ira aumentando—. Pedro, me mantuviste aquí mintiéndome. ¿Sobre qué más has mentido?
—En nada más, lo juro.
—¿Y por qué debería creerte? —Niego con la cabeza, esto es como Julian, un hombre que me miente, que me hace creer que somos algo que no somos.
Soy una maldita idiota.
—Podemos salir, te mostraré un arcoíris. Los veo a donde quiera que vaya.
—Eso es fantástico, Pedro. Estoy tan contenta por ti. —Me alejo de él, volviendo a su habitación—. Pero me voy. Tengo que irme.
—No te vayas, Paula. Podemos resolver esto. No me importa la apuesta, no necesitamos ir al pub. Solo quédate aquí conmigo.
—Soy una tonta, una tonta al pensar que podría cambiar mi suerte.
AMULETO: CAPITULO 33
Sabiendo que todavía está aquí, que estamos juntos en esto, le interrogo.
—¿Alguna vez sentiste que la vida sería más fácil si fuese en blanco y negro?
—¿Por qué querrías cosas en blanco y negro, muchacha?
—Podría ser más fácil.
—¿Más fácil? Tal vez. Pero jodidamente aburrido como el infierno. ¿Por qué querrías que tu mundo fuese en blanco y negro cuando hay otra opción?
—Puedes sentirte protegido. Más seguro.
—¿Y eso es lo que quieres? ¿Protección? ¿Seguridad? ¿Más que nada? Pensé que querías brillantes y hermosos arcoíris. Vivir una vida llena de todos los colores.
—Sí, ¿es eso tan terrible? —Niego con la cabeza—. Estoy cansada de perseguir cosas que no son reales. Estoy persiguiendo arcoíris, pero tengo miedo de que termine perdiéndome.
Pedro para la camioneta en una carretera vacía.
Sale, camina hacia mi puerta, y me ayuda a bajar.
—La seguridad y la protección son cosas encantadoras —dice—. Pero creo que una vida con colores es aún más hermosa. Mírame, Paula. No quieres una vida en blanco y negro. Abre los ojos y mira a tu alrededor. ¿No ves todas las colinas verdes y las montañas cubiertas de nieve? ¿Ves el río que corre debajo de ese puente, la tierra parda y las rocas ásperas? Eso es lo que obtienes cuando vives la vida en colores. Entonces, dime por qué quieres tu vida en blanco y negro.
Niego con la cabeza.
—Contigo todo se amplifica, es como cuando estamos juntos, estamos realmente felices, realmente tristes o realmente cachondos.
—Eso es algo bueno, Paula. Esa es la vida en color.
—Necesito más que eso. Más que una metáfora Necesito algo concreto de ti y me aterroriza que tengas demasiado miedo para dármelo.
Pedro toma mi rostro entre sus manos, dándome una mirada asesina.
—No tengo miedo de decir lo que quiero. Si eso es lo que estás preguntando. Quiero decirlo. He querido decirlo por días. Quiero decirlo desde la noche en que nos conocimos. Desde que vi tus ardientes ojos no soportar a nadie ni a nada. He querido decirlo desde que te escuché reír en el pub, una risa que vino de lo más profundo de ti. Tú eres sin pedir disculpas, tú.
—¿Defectos y todo? —Parpadeo sabiendo que las lágrimas van a caer, y una vez que lo hagan, no seré capaz de detenerlas.
—No hay defectos en ti, Paula. Puedes ponerte un poco histérica, incluso colgada, pero ese es su encanto, muchacha. No cambiaría eso de ti por nada en el mundo.
Toma mi mano y me lleva hacia el puente, donde el río corre debajo de él.
—Quería traerte aquí hoy, a este lugar específico —me dice.
—¿Por qué? ¿Porque vas a encontrar un arcoíris?
—Lo creas o no, no hay arcoíris aquí hoy. Ahora están en Glencree, creo. Pero escucha, este puente es de una película famosa, ¿lo sabías?
Miro a mi alrededor, y entonces sonrío a pesar mío, dándome cuenta de dónde estamos parados.
—Este es el puente de la película, PS I Love You, ¿verdad?
Él asiente.
—La última y más romántica parada en The Lucky Irishman Tour.
Él toma mis manos y entrelaza nuestros dedos.
Cuando me mira, juro que puedo escuchar su corazón latir a través de su camisa.
—¿Qué es?
—Paula, te amo. Quería decírtelo anoche.
—¿Por qué no lo hiciste?
—Te dormiste sobre mí, muchacha.
Me río porque tan engreído y arrogante como es este hombre de las montañas, también me hace sonreír de una manera que nunca antes había sentido que podía hacer.
Y él me ama.
Pedro me ama.
—Escucha —sigue él—. Quería decírtelo esta mañana, pero quería estar en este lugar, un lugar que recordaríamos siempre. Paula, con todo lo que soy, te amo.
—Pedro —El nudo en mi estómago había desaparecido hacía mucho tiempo, la tensión en mis hombros se había evaporado, la sonrisa en mi rostro es amplia—. Yo también te amo.
—¿Aunque no encontré tu arcoíris?
—Aun así.
Entonces él me besa, un beso que me llena hasta el borde. Parados en este puente, el sol irlandés brillando sobre nosotros, no necesito una imagen para recordar este día. Ha sido sellada en mi memoria, unida a mi corazón.
Pedro está aquí conmigo, y él me ama.
Y yo lo amo.
—¿Podemos volver a tu casa ahora?
Él ríe.
—¿No quieres buscar el arcoíris hoy?
—No necesito un arcoíris si te tengo.
Pedro me levanta del suelo y le rodeo con las piernas mientras me besa de nuevo.
—Te amo, Paula. Espero que sepas que lo digo en serio.
—Lo sé. —Sonreímos, con las frentes apoyadas la una contra la otra.
Y nunca en mi vida me he sentido tan protegida, tan segura.
En este momento, no hay nada que pueda cambiar eso.
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