sábado, 15 de junio de 2019

AMULETO: CAPITULO 26




Levanto mis ojos al cielo lleno de estrellas, preguntándome cuándo conseguí ser tan condenadamente afortunada.


Parece que en el momento en que estaba en mi punto más bajo, Pedro entró y me recogió. Me impidió caerme.


Trago saliva, alcanzo el cuello de la bata y la quito, dejándola caer al suelo de piedra. Luego busco el cinturón de la de Pedro, quitándosela y paso la mano por su pecho cincelado. Está duro como una roca y mendigando por ser tocado.


—Estás loco, ¿lo sabías? ¿Verdad? —pregunto, sacudiendo la cabeza al ver cuán bien construido está. La gente dice que los hombres escoceses son calientes, pero no tienen ni idea de lo que un irlandés puede traer a la mesa. Todo—. Quiero lamerte. Cada pedazo de ti. ¿Suena extraño?


—No suena extraño, porque la verdad es, muchacha, que yo quiero devorarte.


Pedro entrelaza nuestros dedos; aproximándome, tan cerca que nuestra piel colisiona y miles de puntos se conectan. Mi cuerpo fue hecho para él. Nunca en mi vida he encajado en nada o en alguien tan bien.


Parpadeo las emociones que brotan a la superficie.


—¿Qué es esto? —pregunta, pasando una mano por mi cabello, plantando besos en mi oreja, mi cuello y mis pómulos.


—Soy realmente feliz —le digo—. De una forma que nunca he sido antes.


Pedro se apodera de mi cara, sujetándola con ambas manos y besa mi frente, mi nariz, mi barbilla.


—Paula, sé exactamente de lo que estás hablando.


—No se trata simplemente de sexo, ¿verdad? —pregunto, admitiendo la única reserva que tengo sobre Pedro. Que todo esto es un cuento de hadas que termina con una princesa corriendo a casa sin su zapato de cristal.


—No, no se trata simplemente de sexo. —Pedro lame mis labios, nariz con nariz—. Pero, muchacha, eso ciertamente ayuda.


Luego me besa, un beso que literalmente me saca fuera de mis pies. Nuestras bocas se separan, y su lengua roza la mía, me hundo en su beso, en sus brazos, mis temores desaparecen.


Luego me lleva a la bañera que hizo con sus propias manos, el agua humeante, caliente y embriagadora. Nos hundimos en el agua, nuestros cuerpos encontrándose mutuamente al instante. Es un jacuzzi construido para dos y hecho para nosotros.


Él se sienta en el banco, tirando de mí en su regazo, y yo me pongo a horcajadas sobre él, mis pechos flotando en el agua, su polla dura contra mi coño.


—¿Se pone algo mejor que esto? —pregunto, susurrando de nuevo, la noche se siente más mágica de lo que jamás hubiera adivinado.


—Lo hace, muchacha, lo hace.


Pedro guía su pene dentro de mí, mi vagina se expande para adaptarse a todo él. Muerdo mi labio, mis brazos envolviendo su cuello, mi centro en llamas.


Pedro —gimo, al instante bajando a medida que su enorme polla me llena por completo—. Eres tan… tan… oh, Pedro, somos tan… —jadeo, mi cabeza cayendo hacia atrás.


—¿Somos tan, qué? —pregunta, empujando su polla profundamente dentro de mí.


Suspiro, su pene llenándome, robándome el aliento. Mis párpados se abren y lo miro profundamente a los ojos.


—Somos tan condenadamente afortunados.





AMULETO: CAPITULO 25




En el camino de regreso al granero de Pedro, me desabrocho mis pantalones y tiro de ellos por debajo de mis rodillas. Luego presiono mis dedos en mi coño.


—Muchacha vas a hacer que estrelle esta camioneta —dice, agarrando mi muslo y apretando.


Tomo su mano y la presiono entre mis piernas. 


Estoy mojada, incomoda y necesito que sepa cuánto lo deseo.


—Estoy tan mojada. No sé qué tienes, Pedro, pero me pones caliente de una manera que nunca nadie ha hecho.


Pedro me acaricia, cuando él me toca me siento segura y querida. Me muerdo el labio, adorando la forma en que gruñe mientras presiono un dedo dentro de mí misma.


No creo que haya tres formas mejores en que un hombre pueda hacer que una mujer se sienta.


—Casi en casa —me dice—. Sólo te lo digo para que estés lista.


—Oh, Pedro, ya estoy lista. —Mis dedos se mueven rápidamente presionando contra mi clítoris, y miro a Pedro, cuyas manos están de vuelta en el volante, intentando concentrarse y mantener la vista en el camino.


Pero él sigue mirándome, viendo como mis dedos se mueven en círculos rápidos. Saco mi dedo medio de mi coño y lo toco en sus labios. 


Él chupa mis jugos, mordiéndome la punta del dedo mientras chupa. Me rio, tirando de mi mano.


—Se supone que no debes hacerme daño.


—Oh, muchacha, sabes que no estoy lastimándote. Sólo estoy jugando contigo.


—Creo que soy yo quien está jugando conmigo misma —le digo, y reclino el asiento lo más que puedo.


Recostándome, trabajo cada vez más rápido hasta que estoy cerca de un orgasmo. Extiendo la mano y agarro su polla a través de sus pantalones vaqueros cuando me corro como un estallido. Mis gemidos llenan la cabina, y mis muslos están separados, mi coño goteando y mis ojos son solo para él.


—Dios mío, mujer, no creo que tengas idea de lo que me estás haciendo.


Aprieto su polla por debajo de sus pantalones y me río.


—Oh, creo que sé exactamente lo que estoy haciendo.


No nos lleva mucho tiempo salir de la camioneta y entrar a su casa, pero hace mucho frío. 


Observo mientras él enciende un fuego, prendiendo un fósforo contra un poco de madera en la estufa de leña.


—¿Pensaba que íbamos a retozar en el bosque? ¿No puedo hacerte cambiar de opinión?


—No, muchacha, te voy a llevar al bosque esta noche. A un lugar, que sé que te va a encantar.


No estoy segura de lo que quiere decir, lo miro mientras se dirige al dormitorio y trae dos albornoces. Me dice que me desnude y me ponga la bata.


—Me estaba imaginando a nosotros corriendo por campos de brezo, no preparándonos para una ducha. ¿Dónde me llevas, exactamente?


—Es una sorpresa, muchacha, ¿nunca has oído hablar de eso?


Apoya su mano en mi espalda y me guía hacia la puerta trasera. Agarra una linterna de camino y yo me burlo de él por eso.


—¿Pensé que conocías estas montañas como la palma de tu mano?


—Sí, pero no quisiera que te asustaras, Paula.


Niego y me apoyo en él mientras me lleva por un camino. El aire fresco de la noche se mueve a nuestro alrededor y una espesa neblina se está formando desde la orilla en la distancia.


—Se siente mágico aquí —le susurro, con miedo de hablar demasiado fuerte en una tierra tan encantadora. Levanta las ramas de los árboles y pasamos por un viejo muro de piedra, más allá de algo que era los cimientos de una casa desmoronada.


—Era la casa de mis bisabuelos —me dice Pedro, encendiendo la luz—. Pero a dónde te llevaré no estaba aquí cuando estaban vivos.


La curiosidad me alcanza y, cuando él tira de una valla hecha de ramas de árboles caídos, un suspiro se escapa de mí.


Pedro —digo, en voz baja—. ¿Qué es este lugar?


Los escalones de piedra conducen a un manantial de agua en el suelo. El calor flota en el aire creando un ambiente sensual de otro mundo, otra vez.


—No se trata de un manantial termal si es lo que estás pensando. Lo hice yo mismo.


—¿Tú hiciste esto? —pregunto, incrédula.


—Sin embargo no puedes decírselo a mi hermano, ¿lo juras? —Me mira gravemente, ofreciéndome su dedo meñique—. Él no quiere que me ponga demasiado cómodo, ya que no es mi tierra, como siempre se muestra orgulloso en señalarme en cada oportunidad que consigue.


Cierro mi meñique con el suyo, y lo llevo a mis labios.


—Lo juro.


—Construí este jacuzzi, sobre todo porque necesitaba algo que hacer aquí por las noches cuando estoy solo.


—Por lo que tu hermano y Simon dijeron, no parece como que estés solo con demasiada frecuencia.


Pedro se encoge de hombros.


—He tenido mi diversión, seguro, pero nunca llevaría a una chica que acabo de conocer a este lugar.


—Me acabas de conocer a mí, Pedro.


Él toma mi mano y me lleva hacia abajo por los escalones, y luego se para frente a mí, deshaciendo la lazada de la bata de felpa. 


Aspiro profundamente, todo sobre Pedro me pilla desprevenida.


—Tal vez acabo de conocerte, Paula, pero parece que te he conocido por siempre.


Giro mi cabeza, escondiendo mi rostro en mi hombro.


—Debes decirle eso a todas las chicas.


—Para —dice, girando suavemente mi cabeza con su fuerte mano—. Detén el autodesprecio, muchacha. Tú eres única. Es por eso por lo que te traje aquí. Ahora quítate la bata y déjame verte entrar en este baño humeante de agua.




AMULETO: CAPITULO 24





Odio mentirle. Y puedo justificar en mi mente, que no es mentira exactamente… pero tampoco es honesto.


Ella piensa que no pude encontrar un arcoíris, pero esa no es la verdad en absoluto. Justo cuando cruzamos la orilla de un río en Glencree, vi uno más adelante, y eso no es todo, vi casi una docena durante todo el día.


Sin embargo, cada vez que uno estaba cerca, me inclinaba, le agarraba la mano y le indicaba alguna planta baja o un rastro de algún animal.


Todo fue por una buena causa. Si ella encuentra su arcoíris, se ira.


Y no puedo tener eso. Por la apuesta, sin duda, pero también porque quiero tener más tiempo con ella.


Paula es un maldito tesoro, y te lo juro, me pasearía por una colina de hierba todo el día buscando un shamrock o persiguiendo a un duende… incluso si yo supiera que nunca encontraría uno, si eso significara que ella estaba a mi lado mientras yo estaba buscando.


—Aquí estamos —le digo, entrando en el Johnnie Fox’s Irish Pub—. Se dice que es el pub más alto de toda Irlanda. Ubicado en lo alto de las montañas de Dublín. Fundado en 1798, es uno de los pubs más antiguos también.


—¿Este es el discurso que les das a todos tus tours?


Me encojo de hombros.


—Lo es. ¿Lo hago bien?


—Parece un poco de información recargada, pero está bien. Hechos pero conciso, lo apruebo.


Le abro la puerta del pub y encontramos un asiento en el rincón cercano a un fuego de turba.


—¿Tienes frío? —pregunto mientras una camarera nos trae a cada uno una pinta de Guinness.


—Esto me calentará —dice, sosteniendo su vaso y chocando su borde contra el mío.


—¿Por qué estamos brindando? —pregunto.


—¿Doble arcoíris?


—Creo que podría ser alcanzable, por ahora, esperemos uno —sonrío, levantando mi vaso al de ella, pero por debajo de la sonrisa, siento una preocupación creciendo dentro de mí, si ella es consciente de lo que estoy haciendo, estoy realmente jodido.


Ambos hemos encargado el guiso de cordero, y mientras lo esperamos, Paula me sorprende.


—Entonces, estaba pensando, que ya son las cuatro de la tarde, y después de comer, todavía tenemos un viaje de regreso al granero… No veo cómo podemos encajar más paradas de arcoíris hoy.


Arrugo mis cejas, sorprendido que ella esté de acuerdo con renunciar a su búsqueda por el momento y nervioso de que eso signifique que ha terminado toda esta cacería.


—¿Estás planeando irte sin ver uno? —Si ese fuera el caso, realmente me sentiré como una mierda por haber visto un montón hoy y simplemente haber evitado señalárselos a ella.


—No quiero irme todavía. Quiero decir, quiero ver uno… simplemente… bueno, ¿cómo logras ver cinco lugares en un día? Nosotros sólo hemos logrado uno, y quizás podríamos exprimir para ver un segundo.


—Bueno. —Toso—. Uh, bueno, me detuve mucho más y te expliqué el paisaje. Además, no hago mis excursiones en forma de caminata. Podríamos haber aparcado en la parte superior de Raven’s Rock.


—¿Quieres decir que no necesitábamos caminar casi seis kilómetros? —Ella empuja los labios hacia delante, molesta—. ¿Por todos lados?


—Bueno, no exactamente. Pero fue una bonita caminata, ¿no es cierto?


—Era preciosa, Pedro, pero tú sabías cual era mi objetivo. Lo que estaba tratando de alcanzar. No tiene sentido.


—Pensé que podríamos ver uno durante el paseo… mira, muchacha, podemos volver a salir mañana. No hay prisa.


—¿No tienes otras excursiones?


—Puedo cancelarlas.


—Eso es ridículo. El día de San Patricio es en pocos días. Apuesto a que tus reservas están llenas. La única razón por la que yo obtuve una fue porque en tu sitio decía que hubo una cancelación de última hora.


—No veo por qué quieres discutir —le digo—. Podría ser una molestia cancelar las reservas, pero si eso significa más tiempo contigo, valdría la pena. Quiero decir, además, que no tienes ningún otro lugar donde alojarte, así que supongo que puedes cobijarte conmigo.


La camarera nos trae el guiso y Paula recoge su tenedor, sin mirarme, en lugar de eso frunce el ceño a su cuenco.


—¿Qué hice mal? —pregunto, realmente perplejo.


—No quiero ser una molestia, Pedro —dice ella—. No quiero interponerme en tu camino.


—¿En el camino de qué?


—De tu diversión con otras turistas. Sé que esto entre nosotros tiene un tiempo de vida, y no quiero sobrepasar el ser bienvenida.


—Dios mío, mujer, ¿estás tratando de volverme loco?


Ella me mira entonces, sus ojos decepcionados.


—¿Estoy volviéndote loco? Porque mi ex, Julian, siempre decía eso. Que mis emociones eran demasiado para él.


—Que se joda Julian. Y que se joda la locura. No tengo miedo a un poco de locura, y cuando digo que me estás volviendo loco, no es un insulto. Es un elogio. ¿Todavía no te das cuenta de que ninguna mujer ha tenido ese efecto en mí?


—No sé lo que te hacen las mujeres, y no creo que quiera saberlo. —Paula niega con la cabeza, y veo que está molesta.


—Escucha —le digo, alcanzando su mano y entrelazando mis dedos con los de ella—. Ha habido un infierno de montón de otras mujeres, y parece que suena como si hubieras tenido problemas con otros hombres… pero escúchame. No eres otra mujer, y no soy otro hombre. Aquí solo están Pedro y Paula, nada más, nada menos. ¿No podemos ser lo suficiente el uno para el otro? ¿Por esta noche, al menos? —Se muerde el labio inferior, las lágrimas cayendo en sus ojos—. Mira, no quise hacerte llorar, muchacha.


Parpadea, secándose los ojos con la mano.


—No son lágrimas malas, Pedro. Eres tan jodidamente honesto, me dejas sin aliento.


—¿Sabes qué podría quitarte el aliento? —Levanto una ceja, sonriendo ahora.


—¿Qué sería?


—El retozar en el bosque del que te hablé.


—¿Y cuándo sucederá eso, Pedro? —pregunta.


—En cuanto terminemos este guiso de cordero, estas cervezas, y conduzca de nuevo a mi granero. Entonces te daré ese tour que te prometí anoche.


—En ese caso —dice Paula y se lleva un tenedor lleno de estofado a la boca— deberíamos terminar la comida.



jueves, 13 de junio de 2019

AMULETO: CAPITULO 23




Estoy sudada y con calor, y finalmente hemos completado los casi seis kilómetros de distancia. 


Toda la cosa entera fue cuesta arriba, no es que me importara.


Te juro que nunca podré quejarme de esta caminata.


Durante unos cinco kilómetros he tenido el privilegio de ver la parte de atrás de Pedro mientras caminaba por la montaña, directamente delante de mí.


Su culo es perfecto en los vaqueros, y cada vez que se inclinaba para atarse el zapato o señalar algo de flora y fauna, la parte trasera de su camisa de franela se levantaba muy ligeramente, burlándose de mí. Tentándome.


—Aquí estamos, muchacha.


De pie en la parte superior de Raven’s Rock, se siente como si pudiéramos ver hasta el infinito.


—Es precioso —le digo—. Y no quiero ser aguafiestas, pero me pregunto sobre ese prometido arcoíris, Lucky Irishman. —Dándole un codazo, me burlo. El cielo es azul claro, ni una nube a la vista, y ciertamente no hay un arcoíris.


Él se ríe.


—Mira, no sé lo que está sucediendo. Siempre hay un arcoíris cuando vengo. Siempre.


—¿Estás seguro de eso? —Le doy un ceño fruncido fingido.


—Estoy seguro, muchacha. No sé cuál es el problema.


—Bueno, ¿deberíamos sentarnos aquí y esperar o…? —Mi estómago gruñe, y sé que ya pasó la hora del almuerzo. Nos detuvimos cientos de veces en esta caminata para que Pedro señalara algo, todo es sorprendente, pero también significa que, combinado con el viaje de llegar aquí, ya es tarde, y todavía tenemos que regresar a la camioneta.


—¿Quieres esperar y buscar uno? —pregunta—. La verdad es que, mirando ese cielo, me pregunto si encontraremos uno aquí hoy.


—Entonces, tu cosa de garantía total en el arcoíris… ¿No es exactamente una ciencia?


—Te lo estoy diciendo, suelo hacer de cinco a seis paradas en la excursión durante todo el día. Sólo hemos realizado una hasta ahora. Entonces, no pongas tus bragas en un montón todavía.


—Bueno, estoy hambrienta, así que ¿podemos conseguir algo de comida y luego ir a la parada número dos?


—Por supuesto, muchacha. No me gustaría verte ahora hangry, ¿verdad?


Yo sonrío.


—No, no nos gustaría eso. Sólo déjame tomar algunas fotografías, y luego podemos irnos.


—Me encanta que tomes fotos, Paula —dice, mirándome sacar mi cámara y ponerle una lente—. Es tan increíble que puedas mirar un paisaje y saber exactamente cómo capturarlo.


Le sonrío, colocando mi cámara frente a mí, notando dónde está situada la luz.


—Fui a la escuela, no es como si yo naciera sabiendo cómo hacerlo —le digo.


—No minimices tus dones.


—Tus dones son mejores —le digo—. Conoces estas montañas como la palma de tu mano. Y conoces tu lugar en ellas.


—Sabes, muchacha, para ser una fotógrafa, a veces creo que no sabes dónde acercar o alejar el zoom.


Bajo la cámara.


—¿Estás diciendo que no sé cómo enfocar? —La irritación florece en mi vientre.


Pedro niega con la cabeza.


—No, no estoy diciendo que no sepas cómo enfocar, sólo que tal vez te estés enfocando en algo equivocado. Lo que no eres, en lugar de lo que eres.


Levanto la cámara a mi ojo, haciendo clic frenéticamente para evitar esta conversación. 


Sin embargo, sabiendo, como lo hago, que mis ojos no están naturalmente entrenados para las cosas correctas cuando miro a través del visor. 


Sé qué partes de la fotografía son no esenciales, y que partes son las más importantes.


Y sé, muy profundamente, que Pedro está absolutamente en lo cierto.


En la vida, a diferencia de mi trabajo creativo, estoy centrada en todas las cosas equivocadas. 


Lo que no tengo. Quién me hizo daño. Por qué las cosas no son justas.


Me giro con la cámara fija en mi ojo y tomo una foto de Pedro mirando las vistas de la montaña a la que ha dedicado toda su vida para asimilar.


El retrato de él es precioso. Las verdes colinas detrás de él, su cara rugosa y viva, como si supiera exactamente a dónde pertenece. Quién es él.


En este momento, sé que estar aquí con él... un hombre tan bueno, tan verdadero y tan malditamente modesto, no es un accidente. Se suponía que debía reunirme con él. Un hombre tan dispuesto a decir la dura verdad.


Porque necesito la dura verdad. Necesito una oportunidad para comprobar la realidad.


Se da la vuelta, dándose cuenta que estoy centrada en él.


—¿Qué pasa? —pregunta mientras bajo mi cámara. Sacudo mi cabeza, sin saber muy bien cómo decirle nada de eso—. ¿Te herí con mis palabras?


Agito mi cabeza de nuevo.


Si hablo, voy a decir cosas que están fuera de lugar. Palabras como, te quiero. Palabras como, por favor, no me dejes ir jamás.


—Entonces, ¿por qué parece como si estuvieras a punto de llorar, muchacha?


—Muchas gracias. —Logro decir—. Por tu honestidad.


Como si supiera que no puedo manejar más de esta conversación ahora mismo, Pedro simplemente toma mi mano y me lleva montaña abajo.


En ese momento, encontrar un arcoíris está lejos de mi mente.


Porque ahora mismo, siento que tengo toda una olla de oro propia.