sábado, 15 de junio de 2019

AMULETO: CAPITULO 25




En el camino de regreso al granero de Pedro, me desabrocho mis pantalones y tiro de ellos por debajo de mis rodillas. Luego presiono mis dedos en mi coño.


—Muchacha vas a hacer que estrelle esta camioneta —dice, agarrando mi muslo y apretando.


Tomo su mano y la presiono entre mis piernas. 


Estoy mojada, incomoda y necesito que sepa cuánto lo deseo.


—Estoy tan mojada. No sé qué tienes, Pedro, pero me pones caliente de una manera que nunca nadie ha hecho.


Pedro me acaricia, cuando él me toca me siento segura y querida. Me muerdo el labio, adorando la forma en que gruñe mientras presiono un dedo dentro de mí misma.


No creo que haya tres formas mejores en que un hombre pueda hacer que una mujer se sienta.


—Casi en casa —me dice—. Sólo te lo digo para que estés lista.


—Oh, Pedro, ya estoy lista. —Mis dedos se mueven rápidamente presionando contra mi clítoris, y miro a Pedro, cuyas manos están de vuelta en el volante, intentando concentrarse y mantener la vista en el camino.


Pero él sigue mirándome, viendo como mis dedos se mueven en círculos rápidos. Saco mi dedo medio de mi coño y lo toco en sus labios. 


Él chupa mis jugos, mordiéndome la punta del dedo mientras chupa. Me rio, tirando de mi mano.


—Se supone que no debes hacerme daño.


—Oh, muchacha, sabes que no estoy lastimándote. Sólo estoy jugando contigo.


—Creo que soy yo quien está jugando conmigo misma —le digo, y reclino el asiento lo más que puedo.


Recostándome, trabajo cada vez más rápido hasta que estoy cerca de un orgasmo. Extiendo la mano y agarro su polla a través de sus pantalones vaqueros cuando me corro como un estallido. Mis gemidos llenan la cabina, y mis muslos están separados, mi coño goteando y mis ojos son solo para él.


—Dios mío, mujer, no creo que tengas idea de lo que me estás haciendo.


Aprieto su polla por debajo de sus pantalones y me río.


—Oh, creo que sé exactamente lo que estoy haciendo.


No nos lleva mucho tiempo salir de la camioneta y entrar a su casa, pero hace mucho frío. 


Observo mientras él enciende un fuego, prendiendo un fósforo contra un poco de madera en la estufa de leña.


—¿Pensaba que íbamos a retozar en el bosque? ¿No puedo hacerte cambiar de opinión?


—No, muchacha, te voy a llevar al bosque esta noche. A un lugar, que sé que te va a encantar.


No estoy segura de lo que quiere decir, lo miro mientras se dirige al dormitorio y trae dos albornoces. Me dice que me desnude y me ponga la bata.


—Me estaba imaginando a nosotros corriendo por campos de brezo, no preparándonos para una ducha. ¿Dónde me llevas, exactamente?


—Es una sorpresa, muchacha, ¿nunca has oído hablar de eso?


Apoya su mano en mi espalda y me guía hacia la puerta trasera. Agarra una linterna de camino y yo me burlo de él por eso.


—¿Pensé que conocías estas montañas como la palma de tu mano?


—Sí, pero no quisiera que te asustaras, Paula.


Niego y me apoyo en él mientras me lleva por un camino. El aire fresco de la noche se mueve a nuestro alrededor y una espesa neblina se está formando desde la orilla en la distancia.


—Se siente mágico aquí —le susurro, con miedo de hablar demasiado fuerte en una tierra tan encantadora. Levanta las ramas de los árboles y pasamos por un viejo muro de piedra, más allá de algo que era los cimientos de una casa desmoronada.


—Era la casa de mis bisabuelos —me dice Pedro, encendiendo la luz—. Pero a dónde te llevaré no estaba aquí cuando estaban vivos.


La curiosidad me alcanza y, cuando él tira de una valla hecha de ramas de árboles caídos, un suspiro se escapa de mí.


Pedro —digo, en voz baja—. ¿Qué es este lugar?


Los escalones de piedra conducen a un manantial de agua en el suelo. El calor flota en el aire creando un ambiente sensual de otro mundo, otra vez.


—No se trata de un manantial termal si es lo que estás pensando. Lo hice yo mismo.


—¿Tú hiciste esto? —pregunto, incrédula.


—Sin embargo no puedes decírselo a mi hermano, ¿lo juras? —Me mira gravemente, ofreciéndome su dedo meñique—. Él no quiere que me ponga demasiado cómodo, ya que no es mi tierra, como siempre se muestra orgulloso en señalarme en cada oportunidad que consigue.


Cierro mi meñique con el suyo, y lo llevo a mis labios.


—Lo juro.


—Construí este jacuzzi, sobre todo porque necesitaba algo que hacer aquí por las noches cuando estoy solo.


—Por lo que tu hermano y Simon dijeron, no parece como que estés solo con demasiada frecuencia.


Pedro se encoge de hombros.


—He tenido mi diversión, seguro, pero nunca llevaría a una chica que acabo de conocer a este lugar.


—Me acabas de conocer a mí, Pedro.


Él toma mi mano y me lleva hacia abajo por los escalones, y luego se para frente a mí, deshaciendo la lazada de la bata de felpa. 


Aspiro profundamente, todo sobre Pedro me pilla desprevenida.


—Tal vez acabo de conocerte, Paula, pero parece que te he conocido por siempre.


Giro mi cabeza, escondiendo mi rostro en mi hombro.


—Debes decirle eso a todas las chicas.


—Para —dice, girando suavemente mi cabeza con su fuerte mano—. Detén el autodesprecio, muchacha. Tú eres única. Es por eso por lo que te traje aquí. Ahora quítate la bata y déjame verte entrar en este baño humeante de agua.




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