martes, 30 de abril de 2019

AMORES, ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 30




Pedro entró en la habitación cuando la enfermera estaba empezando a hacer la ecografía.


—Siento llegar tarde. He estado intentando encontrarle un taxi a Maria. Le dije que la mantendría al tanto de cualquier novedad.


La enfermera sonrió y no dijo nada para evitar que se quedara. Paula tenía tantas ganas de saber si todo iba bien que no se molestó en protestar y hacer que lo echaran.


—Siéntese aquí. Lo verá mejor.


¡Aquello ya era demasiado! Paula estaba volviendo la cabeza para decirle que se fuera con la mirada cuando las palabras pronunciadas por la enfermera hicieron que pegara los ojos a la pantalla.


—Esto es el corazón latiendo, justo aquí.


Paula siguió con mucha atención las explicaciones de la enfermera, fascinada por las borrosas imágenes de la pantalla.


—¿Está bien?


Cuando la enfermera le respondió que así era, los ojos se le llenaron de lágrimas. Al volver la cabeza, lo único que vio fue el pecho de Pedro y no pudo evitar acurrucarse contra él mientras le agarraba de la camisa. Pedro le acarició el pelo y el cuello.


—Déjeme ver, ahora está de veintinueve semanas —observó la enfermera, ignorando la tensión que su comentario provocó en la habitación. Paula se incorporó, sin atreverse a mirar a Pedro.


—No, creo que no —tartamudeó Paula, intentando desesperadamente hacerse cargo de la situación.


Paula sabía que a un hombre tan astuto como Pedro no se le habría pasado por alto aquel comentario y ya habría sacado sus conclusiones.


—Le sorprendería saber cuántas personas calculan mal las fechas —dijo la enfermera con una sonrisa mientras le limpiaba el gel del vientre y volvía a colocarle la bata—. Pero las medidas del bebé indican su edad de manera muy exacta.


Pedro no dijo ni una palabra, sólo dirigió una mirada acusatoria a Paula.


A ella la aterraba más lo que le transmitía con aquella mirada que lo que le pudiese decir.


Cuando la metieron en una cama, el médico volvió aparecer.


—Dejemos entrar al papá —exclamó con alegría.


Paula dio un bufido cuando Pedro entró en la habitación. Los detalles técnicos eran algo confusos, pero Paula se quedó con las palabras «no hay nada de lo que preocuparse». Sin embargo, el médico recomendó reposo total en cama durante dos semanas, lo que hizo que Paula se empezara a preocupar por lo que implicaba esa recomendación.


La solución más evidente era irse a casa de su madre, pero Paula recordó que nunca había sido muy buena enfermera. Lydia siempre había pensado que las enfermedades eran cosa de la mente y le había curado la mayoría de sus enfermedades infantiles con paseos.


—Yo me encargaré de cuidar de ella y del bebé.


Paula lo miró con sorpresa. Sólo porque no había tenido valor para decirle al médico que no quería que él se quedara, no tenía que sentirse con derecho para hacerse cargo de la situación. Tenía que dejárselo muy claro desde un principio.


—Los veré a los dos por la mañana —dijo el médico al tiempo que se marchaba.


—Nunca pensé que los especialistas fueran tan accesibles —comentó Paula mientras el médico cerraba la puerta—. ¿Por qué me han traído a una habitación individual?


—Pensé que preferirías estar sola.


—No me puedo pagar una habitación individual —afirmó Paula mientras pensaba que debía tener un aspecto horrible.


—Yo sí —dijo Pedro, con una expresión dura en el rostro—. Y tengo todo el derecho, ya que estamos hablando de mi hijo. ¿Cuándo ibas a decírmelo?


—Esto no es asunto tuyo.


— ¿Que mi hijo no es asunto mío? —preguntó con un brillo feroz en los ojos.


—Tú eres su padre biológico. Y sólo fue algo accidental, un breve momento de locura.


—Pero el bebé cambia las cosas…


—En lo que se refiere a ti, no.


— ¿No te creerás que voy a consentir que no me dejes ver a mi hijo?


—Encuentro tu actitud posesiva un poco difícil de aceptar. No te preocupabas tanto hace unos pocos minutos cuando no sabías que el niño existía…


— ¿Y quién tiene la culpa de eso?


— ¡Yo quiero a este niño y tú no me lo vas a quitar! —exclamó Paula con una mirada desafiante.


— ¿De qué diablos estás hablando?


—Yo no valgo para ser madre. No me he olvidado de lo que dijiste. ¡Si te piensas que voy a dejar que me quites a mi hijo, estás muy equivocado! No te vayas a creer que puedes comprar todo sólo porque tengas dinero —afirmó mientras se limpiaba con la mano las lágrimas que le corrían por las mejillas—. ¿Tienes un pañuelo?


Pedro sacó un pañuelo del bolsillo y se sentó en el borde de la cama.


—Cálmate. No creo que sea bueno que te disgustes tanto.


—Me quieres quitar a mi hijo.


—Realmente quieres a tu hijo, ¿verdad? Lo acepto —dijo muy suavemente —. No sé de dónde te sacas esas ideas tan descabelladas de que te quiero separar de él. Pero es mi hijo también y no me puedes dejar al margen. Nos conviene a los dos comportarnos de manera civilizada, así que no me hagas jugar duro.


— ¿Me estás amenazando?


—No te pongas dramática. Yo no soy Simón Hay —dijo mordazmente—. No tienes ningún derecho a alejarme de mi hijo. Y, además, tal y como están las cosas, necesitarás ayuda. Ahora me vas a escuchar. Tienes que prometerme que no volverás a ver a Simón Hay. Un hombre que pega a una mujer nunca cambia —comentó con desprecio—. ¿Creía que el niño es suyo?


— ¿Te crees que me importa lo que piense?


— ¿Sabías que había estado vendiendo información a nuestros rivales?


— ¿Sí? —dijo terminantemente. Simón Hay no le interesaba en absoluto.


—Lo despedimos hoy y probablemente descubrió que nuestros competidores no estaban tan interesados como él se imaginaba en contratar a alguien que ya había vendido a su empresa. Supongo que tú fuiste el blanco de sus iras —dijo mirando el hematoma que tenía en la mejilla—. Incluso si no te respetas a ti misma, tienes que pensar en el bebé. No tendré escrúpulos en asegurarme de que no pones su vida en peligro.


— ¿Cómo te atreves a echarme un sermón sobre la responsabilidad? —le contestó muy enfadada. Pedro parecía convencido de que tenía una tórrida relación con Simón—. Tú no fuiste muy responsable cuando concebimos este niño. Además, estoy embarazada de siete meses. De todas maneras, no creo que mi vida amorosa deba preocuparte.


—Eres una mujer muy sensual y aún más ahora que estás embarazada —dijo con voz entrecortada—. Me han dicho que los apetitos de algunas mujeres aumentan con el embarazo. Creo que estás muy hermosa y deseable.


Pedro levantó la mano y se la llevó a la frente, cerrando los ojos. Paula vio que los músculos de la garganta se le contraían cuando tragó saliva. 


continuación, él añadió:
—Es mejor que duermas un poco —dijo levantándose de la cama—. Si necesitas algo, llámame —añadió escribiendo un número en un trozo de papel—. Me pondré en contacto con tu madre y le contaré lo sucedido.




lunes, 29 de abril de 2019

AMORES, ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 29





Durante el trayecto al hospital, Paula no fue consciente de nada de lo que pasaba a su alrededor, excepto de que Maria le susurraba para hacer que se sintiera mejor. Sin embargo, Paula tenía el presentimiento de que algo muy grave había sucedido.


Pedro la llevó en brazos hasta urgencias a  pesar de que los médicos trataron de impedírselo. Paula no sabía lo que él decía o hacía, pero muy pronto estuvo en una camilla mientras un hombre de aspecto distinguido la examinaba.


— ¿Le duele?


—Ahora no —respondió ella—. He perdido a mi hijo, ¿verdad?


— ¿Le hizo eso su acompañante? —preguntó él, tocándole el hematoma de la mejilla.


— ¿Pedro? —Preguntó con indignación—. ¡Desde luego que no! Había un borracho en el aparcamiento.


—En ese caso, le dejaremos pasar mientras la mantenemos en observación para escuchar los latidos del bebé —añadió, algo más relajado.


— ¿El bebé está… vivo? —preguntó con incredulidad.


Se sentía tan aliviada que no se molestó en decirle que Pedro no debería estar allí. Cuando el monitor reprodujo los rápidos latidos del corazón del bebé, le pareció la música más hermosa que había escuchado en su vida. Cerró los ojos y empezó a llorar. Ni siquiera miró a Pedro, que estaba en silencio en una esquina de la pequeña habitación.


—Pero estaba sangrando —reiteró, cuando la ansiedad volvió a adueñarse de ella.


—Una pérdida sin importancia. No se preocupe. Le vamos a hacer una ecografía inmediatamente. La veré más tarde en la sala.


—Gracias —suspiró Paula con una leve sonrisa de agradecimiento.


El médico desapareció tras la cortina y se quedaron los dos solos. «Bueno los tres», pensó Paula, acariciándose el vientre con un gesto protector. Luego le miró, con desafío y 
precaución en los ojos.


Pedro parecía tan poco afable, tan serio, que Paula tembló de aprensión.


Resultaba imposible adivinar lo que estaba pensando.


—Yo… gracias por librarme de Simón. Ya puedes irte. Dile a Maria que estoy bien, ¿de acuerdo?


—Gracias por darme permiso —respondió con sarcasmo—. Pero me iré cuando me dé la gana y no antes. ¿Por qué demonios se te ocurrió empezar a salir con Hay? No se me habría ocurrido que te gustase reavivar viejas llamas.


—No estaba…


—Estabas esperándolo en el maldito aparcamiento. Embarazada. ¿Cómo has podido ser tan estúpida e insensata? Un hombre que te pega y te deja embarazada. Si eso es lo que te gusta, ¡adelante! Pero no expongas a una criatura inocente a todo eso.


A Paula la había asustado mucho la idea de que Pedro descubriera que estaba embarazada. Ahora creía que Simón y ella… Debería haberse sentido aliviada, pero sin embargo estaba furiosa. ¿Cómo se atrevía a pensar…? Se había imaginado que se daría cuenta instintivamente de que el bebé era suyo. Estaba enojada con él por no darse cuenta de…


—Naturalmente, debería haberte pedido tu opinión —dijo Paula, enfurecida. A pesar de ello, no pudo evitar fijarse en todos lo detalles, en los ojos azules, en la forma en la que el pelo se le rizaba en el cuello, la sombra que le hacían las pestañas sobre las mejillas…—. Ve a decírselo a Maria. Estará preocupada.


Y dio un suspiro de alivio cuando se marchó a hacer lo que ella le había pedido.




AMORES, ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 28




Aquella tarde hablaron de lo que jamás habían hablado antes, pero ninguna de ellas mencionó a los hombres que habían marcado sus vidas.


La única persona en Mallory’s que sabía que Paula estaba embarazada era Maria. En aquellos días, no tenía mucho contacto con nadie y menos ahora que se le había acabado el trabajo temporal por lo avanzado de su gestación. Por eso le gustaba visitar a su antigua colega y a su marido. Tenían hijos, pero ya eran unos adolescentes y Paula miraba con envidia las relaciones entre los miembros de aquella gran familia.


Paula miró al reloj. Estaba esperando a Maria, como tenían por costumbre en el aparcamiento subterráneo de Mallory’s. Pasándose una mano por el abultado abdomen, que ya no conseguía ocultar ni una camisa ni un jersey de talla más grande, pensó en los comentarios que provocaría su presencia en la agencia.


¿Y si Pedro se enterase? ¿Reconocería al niño? 


Sin embargo no era eso lo que ella quería. ¡El niño era sólo suyo!


—Vaya, vaya, vaya…


Paula se sobresaltó y se dio la vuelta.


— ¡Simón!


— ¿Has vuelto a tratar de conseguir tu antiguo trabajo?


Paula se dio cuenta de que estaba borracho.


—Estoy esperando a alguien —dijo, esperando de todo corazón que apareciese Maria.


—Al don perfecto señor Alfonso, supongo —farfulló.


Ella sintió tanto pánico al saber que Pedro estaba en el edificio que no advirtió que Simón la estaba recorriendo de arriba abajo con la mirada. Cuando a Simón se le cayeron las llaves del coche, volvió a ser consciente de la situación.


—Espero que no vayas a conducir en ese estado —dijo Paula cuando olió el tufillo a alcohol que emanaba del cuerpo.


— ¡Espero que no vayas a conducir en ese estado! —repitió, imitándola—. ¡Hago lo que me da la real gana! ¿Me oyes? Eres una…


Paula dio un grito cuando él se abalanzó hacia ella y, agarrándola por el pelo, la empujó contra el coche de Maria.


— ¡Suéltame! —gritó Paula, aunque no quería mostrar miedo.


Simón estaba apoyado contra ella, contra su bebé. Paula quería gritar, pero nadie podía oírla. 


¡Tenía que proteger a su hijo!


—No era lo suficientemente bueno para ti, ¿verdad? Bueno, ahora sí lo voy a ser…


Simón le retorció el pelo con los dedos e intentó besarla, con una boca húmeda y caliente. El cuerpo de Paula estaba rígido por la sorpresa y el asco.


Instintivamente, le mordió en la boca para intentar repeler el asalto. Simón levantó la cabeza, maldiciéndola mientras se palpaba la sangre que le manaba de la herida. A continuación, levantó la mano y la abofeteó tan violentamente que hizo que se le fuera la cara hacia atrás. Estaba a punto de volver a hacerlo cuando alguien lo apartó de ella.


Paula fue deslizándose poco a poco hasta el suelo, ya que las piernas le temblaban tanto que no la sujetaban. Maria apareció a su lado, mientras, algo más allá se oía los golpes producidos por una pelea.


—Algo va mal… —dijo Paula—. El bebé… —añadió con la voz temblándole de miedo.


De repente, Pedro se materializó a su lado.


— ¿Está bien? —preguntó mientras se frotaba los nudillos de la mano derecha.


—Necesitamos una ambulancia —respondió Maria con urgencia.



— ¿Qué le ha hecho ese canalla?


—No, es el bebé —respondió Maria mientras le acariciaba la frente a Paula.


La expresión del rostro de Pedro se heló. 


Recorrió la figura de Paula, desplomada en el suelo, y por fin descubrió el abultamiento de su vientre.


—No hay tiempo. Vamos en mi coche.


Entonces se agachó y la levantó del suelo. 


Parecía una muñeca de trapo entre los brazos de Pedro. Ella estaba pálida como la cera y, cuando abrió un momento los ojos, no pareció reconocerlo.



AMORES, ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 27




Paula se sobresaltó cuando su madre entró en el pequeño cuarto de estar con una bandeja. 


Dejó de mirar por la ventana y se sentó. La mejor porcelana. Su madre siempre sabía cuándo una ocasión era especial. Paula pensó que sus visitas a casa de su madre se habían hecho tan raras que Lydia Chaves sabía que no había nada de casual en aquella visita.


Paula no protestó mientras su madre echaba el azúcar en la taza con mucha liberalidad, a pesar de que había dejado de tomarlo cuando era una adolescente. Antes, eso la hubiese irritado mucho, pero ahora tenía cosas más importantes en la cabeza.


—Has dejado tu trabajo. ¿Te parece una buena decisión?


Octavio Llewellyn le había pedido que se quedara tras acabar las seis semanas previas para hacer efectiva su dimisión. Se había sentido emocionada y agradecida por su interés en que se quedara.


—Era necesario. Tengo buenas referencias. Ahora me he apuntado una agencia de trabajo temporal.


—Pero, estarás buscando algo mejor, ¿verdad?


Paula tomó aliento.


—En teoría, un embarazo no debería suponer ningún impedimento para que te contraten, pero, en la realidad, resulta siempre un obstáculo. Nunca lo dicen, pero…


Su madre abrió mucho los ojos bien maquillados.


Había entendido el mensaje. Paula, que había estado esperando gritos, se relajó un poco. Tal vez aquello no iba a ir tan mal como ella había esperado.


— ¿Te lo vas a quedar?


— ¡Sí! —respondió.


—Así que voy a ser abuela. ¿Quieres más té?


—Nunca dejarás de sorprenderme —comentó Paula con una sonrisa incrédula en los labios.


—En este caso, la sorprendida soy yo. Me imagino que te cerrarás en banda si te pregunto el nombre del padre, ¿verdad? —Dijo Lydia mientras una expresión de dolor recorría el rostro de su hija—. En ese caso, no lo haré. Me ceñiré a los asuntos prácticos. ¿Estás pensando venirte aquí?


Paula notó algo de alivio en el rostro de la madre cuando negó con la cabeza. La pequeña casa de campo sólo tenía dos dormitorios y en uno de ellos sólo cabía una cama pequeña.


—No, me quedaré en mi piso.


Las últimas seis semanas habían sido uno de los periodos más confusos de su vida, pero más allá de la confusión y del miedo, había descubierto una gran felicidad por llevar el hijo de Pedro en sus entrañas. No se había dado cuenta de esa alegría hasta que el médico le había hecho la misma pregunta que su madre.


Entonces, descubrió cuánto deseaba a aquel hijo y pasó de sentirse abrumada por el peso de la responsabilidad a ser una madre feliz y expectante.


— ¿Cómo te las vas a arreglar… económicamente?


—Como tú.


— ¿Va a ayudarte el padre? Tu padre nunca eludió su responsabilidad, Paula. Mi trabajo en la floristería no nos hubiese mantenido.


Paula apartó los ojos. Se sentía incómoda por que no podía decirle a su madre que le resultaba imposible decirle a Pedro lo del bebé. ¿Cómo podía esperar un compromiso de lo que sólo había sido una relación física? No tenía derecho a hacerle aceptar un hijo no deseado y prefería guardar silencio. El hecho de que ella se hubiera enamorado no alteraba la naturaleza superficial de la relación que había existido entre ellos.


—En realidad, Oliver me dejó un legado…


Lydia se puso blanca.


— ¿Me estás intentando decir que Oliver…? —Preguntó con voz ahogada—. ¡No!


— ¡Mamá! —Exclamó Paula, sintiéndose herida—. Tú también… — dijo. Pero poco a poco el enojo se fue transformando en preocupación al ver la palidez de su madre—. ¿Quieres algo… un coñac…?


—No, estoy bien.


—Pues no lo parece —dijo Paula—. Oliver me dejó un montón de acciones. Pero no me preguntes por qué. No tengo ni idea.


—Te equivocas, querida. Yo sí lo sé. Lo sé muy bien.


— ¿Qué?


—Antes de conocer a tu padre, conocí a Oliver Mallory’s. Lo conocí muy bien…


— ¿Por qué no me lo dijiste cuando empecé a trabajar para él?


—Porque yo le pedí a Oliver que te admitiera como administrativa.


— ¿Estás diciéndome que me nombró su ayudante personal porque te acostaste hace años con él? —preguntó Paula, sintiendo que le faltaba el aire.


—No… yo no tuve nada que ver con eso. No te hubiese dado ni siquiera la primera oportunidad, si no hubieras valido. Oliver no toleraba la incompetencia —dijo, retorciéndose las manos—. Fue sólo que yo quise darte un empujoncito. Lo necesitabas tanto. Había tantas chicas tan preparadas como tú… Sólo quería ayudar.


— ¿Y se acordaba de ti después de tantos años?


—No tuvimos sólo una aventura. Estuve a punto de casarme con él.


—Oliver y tú… —murmuró con incredulidad—. ¿No era mi…?


—¿Padre? —dijo Lydia con una sonrisa amargada—. No, pero podría haberlo sido, si todo hubiese salido de otro modo. Oliver era un hombre muy ambicioso —recordó—. Creía que una mujer y unos hijos hubiesen sido una carga para su carrera. Le di un ultimátum pensando que me escogería a mí. Pero no lo hizo. Luego, me casé con tu padre, te tuve a ti y luego Oliver volvió a aparecer. Y reanudamos lo que habíamos dejado a medias.


—¿Lo supo papá?


—Oliver se las arregló para que se enterara. Podía llegar a ser despiadado, quería que yo dejara a tu padre y… a ti. Pero no pude. No volví a verlo después de la última discusión, y tu padre y yo intentamos arreglar lo nuestro. Nunca me perdonó y se marchó. Así que, ya ves, a su manera, de la única manera que sabía, Oliver intentó compensarnos por lo que nos hizo.


—Pensé que papá se había marchado por mi culpa —dijo Paula con la voz temblando por el llanto.


—Sabía que estaba siendo egoísta al dejarte pensar eso, pero también sabía la mala opinión que te hubieras formado de mí si te hubiese dicho la verdad. Pablo siempre trató de mantener el contacto con nosotras. Estuvo trabajando en el extranjero durante mucho tiempo y cuando volvió, ya tenía una nueva familia de la que ocuparse.


—Y yo sobraba…


—No, cariño, no es eso. Fue que se sentía un extraño después de todos esos años. Pero nunca olvidó su compromiso económico con nosotras.


Paula pensó en que, si hubiera sabido todo aquello, no se habría sentido tan abandonada y culpable. Pero ya era demasiado tarde para especulaciones. Su padre había muerto hacía tres años. Lydia añadió:
—En todos esos años, nunca traté de ponerme en contacto con Oliver ni le pedí nada hasta que empezaste a buscar trabajo… ¡Te lo juro!


Paula abrazó a su madre. Todas aquellas revelaciones le hacían verla con distintos ojos. 


Siempre había creído que era una persona superficial y ahora descubría que se había pasado media vida intentando olvidar una trágica historia de amor en brazos de otros hombres.