viernes, 19 de abril de 2019

UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 31




Pedro entró en el taller e, inmediatamente, se dio cuenta de que Paula lo había recogido todo. 


La mesa de trabajo estaba limpia y, las herramientas, colocadas en su sitio. Pensó en lo cansada que la había visto y se preguntó si habría dormido algo.


El collar estaba en su busto, encima del escritorio. Pedro encendió la lámpara y se sentó.


Todavía seguía allí una hora después.


Estaba impactado. Un diamante dentro de otro diamante. Sólo unos delgados filamentos de platino, cuales telarañas, sujetaban la enorme piedra tallada, que estaba suspendida en una red. El platino era el metal perfecto para el diamante amarillo. No contenía ninguna aleación que matizase el brillo del diamante y sus cualidades reflectantes realzaban el color sin distraer la atención de él.


Pedro movió el busto de un lado a otro para ver cada ángulo y puso en marcha su mente de juez: diseño innovador, uso eficaz de la piedra, calidad del trabajo, completamente profesional, fresco y original.


Y conservador, a pesar de lo que él se había temido, dada la propensión que tenía Paula a diseñar joyas grandes y llamativas. La esencia y la personalidad del diamante brillaban con fuerza, tal y como se merecía una piedra de su belleza e importancia.


Pedro se preguntó si Paula se sentiría reflejada en su diseño. ¿Tendría el valor de salir de su propia jaula y brillar por sí misma?


Iba a tener que hablar muy seriamente con ella acerca de trasladarse a Sidney y promocionarse mejor. Empezó a darle vueltas a la cabeza. Si aquella joya se subastaba, se produciría un gran revuelo. Pensó en tres coleccionistas que pagarían una fortuna por ella.


Pero entonces recordó que no iba a subastarse. 


El dueño de aquel collar tenía algo muy diferente en mente.




UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 30




Al día siguiente fueron a comer con Sonya a su hotel antes de que todos los Blackstone se marchasen a Sidney en el avión de la empresa. 


Su madre no sabía nada de la discusión de la noche anterior entre Ricardo y Pedro, y ella no se la contó. Además, sólo podía pensar en lo de Rafael.


Durante la comida, un periodista se detuvo al lado de la mesa para preguntarles por la boda de Ramiro, pero ellas ni lo confirmaron ni lo desmintieron. Ramiro y Jesica se merecían una buena luna de miel. Pedro sugirió que la presencia de los medios se debía a la inminente llegada del gobernador general, que había sido invitado a oficiar las festividades del Día de las Fuerzas Armadas. Paula leyó el artículo que venía en el periódico.


—Todos los años hacen salir a la calle a las cinco de la mañana a algún viejo dignatario —sonrió—. Aunque no me quejo, por lo menos es fiesta.


—¿No admiras a sir John? —le preguntó Pedro.


Paula se encogió de hombros.


—No admiro a ningún político en particular.


—No es un político —la corrigió él—. Es el gobernador general, el representante de la reina en nuestra colonia.


—Pero fue primer ministro —comentó ella poniendo los ojos en blanco—. El alcalde va a dar una elegante recepción sólo para invitados importantes. Va a haber tres cadenas de televisión, personajes famosos de todo el país, y todo por un viejo y aburrido…


Sonya suspiró con fuerza y puso la mano en su bolso. Paula levantó la vista del periódico.


—Voy a volver a mi habitación —dijo su madre poniéndose en pie—. Creo que está empezando a dolerme la cabeza.


—Pensé que querías ver la tienda —contestó Paula, que estaba deseando enseñarle sus nuevas obras para la primavera.


Además, tenía una sorpresa para ella y para Pedro. El día anterior, había conseguido un crédito para cambiar de local. Pensase lo que pensase Pedro, Paula Chaves iba hacia arriba.


Pero Sonya estaba pálida.


—Preferiría ver si podemos adelantar el vuelo y marcharnos cuanto antes.


—Pero si estabas estupendamente hace un momento… —se quejó Paula—. Nos veremos arriba.


—No, no pasa nada. Cuídate, hija —Sonya le dio un abrazo y le susurró al oído a su hija—: Me gusta —luego, se apartó—. Te quiero.


Y se marchó.


Paula no entendía nada y se sentía un poco incómoda. Su madre no solía despedirse de manera tan emotiva. Tal vez estuviese enferma. 


No era la primera vez que tenía migrañas.


Tal vez hubiese discutido con Gaston.


—Quizás bebió demasiado champán anoche —comentó Pedro, que, al parecer, había vuelto a leerle la mente.


—Es probable. La llamaré más tarde.


Volvieron a la casa de la playa y Paula empezó a pensar en otras cosas.


—Ahora que ha pasado la boda, será mejor que me concentre en el collar.


—Sí. Y, si lo terminas a tiempo —murmuró Pedro—, te daré una sorpresa. ¿Qué te parecería pasearte por la alfombra roja, ser la envidia de todas tus amigas?


Le brillaron los ojos cuando Pedro le dijo que estaban invitados a la recepción del gobernador general.


—¿Es verdad? —a los ricos y famosos les gustaban las joyas. Sería una buena oportunidad—. ¿Cómo has conseguido que te inviten?


—Es mi amigo.


—¿Sir John es tu amigo? —desdobló el periódico que llevaba en el regazo y miró su fotografía. Era un hombre mayor, vestido con un traje lleno de medallas. Es demasiado viejo y débil para ser tu amigo.


—De eso nada —la contradijo él—. Es un ferviente coleccionista. Y valoro sus recomendaciones y consejos más que los de nadie. Hace años que trabajo con él.


Era una oportunidad para conocer a un amigo de Pedro.


Y para enseñar algunos de sus trabajos.


Paula pensó que su vestido de organza de color lila sería perfecto para la ocasión.


—Pero tienes que terminar el collar a tiempo —le advirtió Pedro.


Paula se pasó los dos siguientes días encerrada en el taller, y le prohibió que la molestase hasta que hubiese terminado. El platino era un metal fascinante, pero requería una gran atención. El engarce del diamante era muy delicado, pero la densidad del platino aseguraba su durabilidad.


Cuando terminó, Paula salió del taller con los ojos nublados del cansancio y se encontró con Pedro, que estaba desayunando y leyendo el periódico. Miró la fecha de éste, veinticuatro de abril. Había terminado a tiempo.


Pedro se levanto y tomo una taza de la bandeja que había encima de la mesa. Parecía preocupado.


Paula lo detuvo antes de que le sirviese un café.


—No, me voy a la cama.


—¿Cómo va?


Ella dudó. Tenía el estómago revuelto, de todas las emociones que se agolpaban en su interior. 


Estaba agotada, aliviada, pensaba que le gustaría, pero, sobre todo, se preguntaba si aquello sería el final de su relación.


—He terminado.


Él sonrió con timidez.


—Enséñamelo.


—No, estoy demasiado cansada. Y nerviosa. Ve tú a verlo y ya me dirás más tarde qué te ha parecido.


Pedro volvió a sentarse en su silla.


—De acuerdo. Vete a dormir. Iremos a cenar fuera esta noche, los dos solos, para celebrarlo.


Ella asintió y subió las escaleras.





jueves, 18 de abril de 2019

UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 29




El coche dejó a Kim y a Ricardo en su hotel y se dirigió hacia Four Mile. La tensión continuó reinando, y Paula y Pedro casi no hablaron. Al menos, la boda había salido bien, pero la discusión que había tenido lugar en la limusina había hecho que Paula tuviese un montón de preguntas que sólo él podía contestar. Tal vez debido al modo en que se habían conocido, no podía evitar tener dudas.


Salieron del coche y Paula se puso delante de él, para que no entrase en la casa.


—Tenemos que hablar. Vamos a la playa.


—Vas a estropearte el vestido.


Ella se encogió de hombros y fue hacia el final de la carretera, para atravesar la arboleda que los separaba de la arena.


—Tienes que decirme la verdad, estamos en mi playa. Es mi lugar especial.


Le alegró ver que Pedro no discutía. La oscuridad y el rumor de las olas la calmaron. 


Nunca había tenido tanto miedo en toda su vida.


Caminaron muy despacio, sin rumbo, sobre la suave arena. Paula se quitó las sandalias, las recogió y se volvió hacia él, acongojada.


Pedro, quiero que me digas que tú no estás conspirando contra Blackstone Diamonds.


Él se quedó muy quieto y la miró fijamente durante tanto tiempo que Paula pensó que no iba a contestar. ¿Volvería a decirle que no tenía derecho a hacerle preguntas? En la oscuridad, su mirada era indescifrable.


—Si te lo digo, traicionaré la confianza de alguien.


Ella se humedeció los labios.


—Yo no traicionaré la tuya, pero necesito saber que significo para ti más que un puñado de acciones.


Pedro respiró profundamente, sin dejar de mirarla. Volvió a guardar silencio y Paula se dio la vuelta. Se sentía humillada.


Él la agarró de la mano para detenerla.


—Se trata de Rafael.


A Paula se le encogió el corazón. Así que Rafael Vanee estaba planeando una OPA, y Pedro había decidido participar. Recordó la acusación de Ricardo en el coche de que la estaba utilizando.


¿Acaso nunca iba a encontrar a nadie que la quisiera por ella misma?


La luna llena se asomó por detrás de una nube, bañándolo todo de una luz grisácea.


—Él… No es fácil decir esto… Rafael tiene motivos para pensar que es James Chaves Blackstone.


Paula se quedó boquiabierta.


—¿Perdona?


Pedro se lo repitió.


Aquello era lo último que había esperado oír.


—¿No sabe quién es?


—Creía saberlo.


—No es posible.


—Él piensa lo mismo. Por eso se ha hecho una prueba de ADN, para ver si Abril era su madre biológica.


Paula soltó su mano.


—¿Te lo contó ayer? ¿Por eso vino?


—Sí, me enteré ayer —asintió Pedro. Y le relató la versión de los hechos de Rafael—, Rafael no la creyó. Abril estaba con morfina cuando se lo dijo, pero cuando recogió su casa, encontró un álbum de recortes en el que está todo, Paula. También había juguetes y una manta que coincidían con los que se habían llevado los secuestradores de la habitación del niño.


—¿Quieres decir que esa mujer, Abril, salió de su casa un día a hacer la compra y volvió con un niño, y nadie se hizo preguntas? —rió con incredulidad—. Toda Australia estaba enterada del caso.


—Rafael todavía está investigando lo que pasó, pero parece ser que su madre había tenido un hijo que había fallecido un año antes. Cuando encontró a Rafael, o a James, iba huyendo de un novio maltratador. Al parecer, estuvo viajando por el país y terminó en el sur, donde nadie la conocía —hizo una pausa y respiró profundamente—. Yo conocía a Abril. Tenía sus defectos y, sobre todo, se juntaba con hombres que no le convenían, pero era una buena mujer. Y quería a Rafael. De eso no me cabe ninguna duda.


—Dios mío, esto va a … Entonces, no está intentando acabar con Blackstone Diamonds, ¿no? Sería contraproducente para él, que ahora es el heredero.


—Tal vez. Todavía no está confirmado.


En cierto modo, a pesar de la sorprendente noticia, Paula se sentía aliviada.


—En ese caso, ¿por qué cambiaste de idea de repente, acerca de acompañarme a la boda?


—Porque quería veros a todos juntos, ver quién podía ser el principal adversario de Rafael, si resulta ser verdad que es James… Y creo que ya sé de quién se trata.


Paula se dio cuenta de que se refería a Ricardo.


—Si Rafael es de la familia, Ricardo lo aceptará. Si hace algo que perjudique a la empresa, será otro tema. Quienes me preocupan son Kimberley y Ramiro, pero, sobre todo, Ramiro —dijo Paula, frotándose los brazos.


Pedro se quitó la chaqueta, se la puso sobre los hombros y empezaron a caminar de vuelta a la casa.


—Tengo que contárselo.


—No —agarro a Paula del brazo para hacerla girar—. Rafael no tendrá los resultados de la prueba de ADN hasta la semana que viene. Si se confirma que Abril no era su madre, tendrá que convencer a Kim o a Ramiro, o a ambos, para que se hagan también la prueba, para demostrar que Horacio y tu tía eran sus padres.


Paula deseó buena suerte a Rafael, sobre todo con Ramiro, cuya respuesta ya podía imaginarse.


—No puedo mantener algo así en secreto —dijo—. No es justo.


Pedro sonrió con tensión.


—Nadie ha dicho que lo sea. Paula, hay un topo en Blackstone Diamonds. Kimberley también lo ha dicho esta noche. ¿Te imaginas lo que pasaría si los medios de comunicación se enterasen? Tienes que mantenerlo en secreto hasta que se demuestre que Abril no es su madre biológica —estaba muy serio—. No se lo cuentes ni a tu madre. Gaston podría ser el topo.


—¿Gaston? ¡Imposible!


—Es probable que no lo sea, pero no merece la pena disgustar a todo el mundo hasta que estemos seguros.


Paula se tapó mejor con la chaqueta y pensó con tristeza que, además del disgusto de todo el mundo, habría publicidad. Mucha publicidad.


—Dios mío, odio los secretos. No puedo ni imaginar lo que va a pasar con la familia, después del año que hemos tenido.


—Si resulta que Rafael forma parte de la familia, será positivo para todo el mundo, ¿no te parece?


—Es posible —o no—. Las familias no son mi punto fuerte. Tal vez por eso sea tan negativa al respecto —levantó la mano y se mordisqueó una uña—. ¿Cómo te sentirías tú si fuese tu hermano?


Pedro reflexionó.


—Para mí, la familia es siempre familia —contestó, pensativo, retirándole la mano de la boca—, pero supongo que si un extraño apareciese de repente y quisiese tomar las riendas de todo por lo que yo he trabajado tanto… —levantó la mano al ver que ella iba a decir algo—. Recuerda que fue Horacio quien cambió el testamento para incluir a James, no fue idea de Rafael.


—Pobre tío Horacio —murmuró Paula, pensando en el pobre viejo, que nunca había perdido la esperanza de encontrar a su hijo—. Murió antes de ver su sueño hecho realidad.


Pedro asintió.


—Debe de ser muy duro perder a un hijo.


Paula tenía su propio punto de vista al respecto.


—No para todo el mundo —comentó. Su padre nunca había intentado buscarla.


Se apoyó en el hombro de Pedro para ponerse una sandalia.


Él tomó la otra y se inclinó para ponérsela.


—¿No sientes curiosidad por tu padre? —le preguntó—. ¿No quieres saber quién es y por qué te abandonó?


Ella se preguntó cómo era posible que le hubiese adivinado los pensamientos.


—¿Por qué iba a sentirla? Él nunca se ha interesado por mí.


Aunque, en realidad, sabía que no era cierto. Le había rogado a su madre que le hablase de él, pero ella se había negado.


—Olvídate de él, Paula. No nos quería y estamos mejor sin él —le había dicho en varias ocasiones, sin confirmar ni desmentir que estuviese vivo.


—¿Y si averiguases que no fue culpa suya, que él nunca quiso separarse de ti? —preguntó Pedro mientras se erguía.


—En ese caso, me parecería que es un hombre que vale muy poco —declaró.


¿Qué tipo de hombre no llamaba nunca a su hija, ni la felicitaba por su cumpleaños? Aunque su madre lo odiase, no era una excusa para ignorar a su hija.


—Nunca le importamos. Eso es todo —dijo Paula para zanjar el tema.


A él se le encogió el corazón al verla tan dolida. 


Deseó hacer algo para consolarla, pero en lugar de eso siguió andando hacia la casa.


—¿Sabes? Hay una cosa que hacían mis padres y Laura con algunos de los niños que venían a casa. Muchos de ellos hacía años que no veían o hablaban con sus padres. Mis padres les preguntaban: si tuvieses la oportunidad, si tuvieses a tu madre o a tu padre aquí, ¿qué les dirías?


Paula dudó.


—No le diría nada, porque no significa nada para mí.


Pedro la agarró de la mano e hizo que se volviera para mirarlo.


—Paula, si estuviese aquí, ahora, dispuesto a escucharte…


Ella suspiró. ¿Qué le diría? Intentó imaginárselo. ¿Sería alto, pelirrojo como ella? ¿Tendría un rostro amable?


—Le diría que ha llegado tarde. ¡Demasiado tarde!



UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 28




Dos horas más tarde, pareció resultar que tenía razón. El champán fluía y la fiesta se había animado. Los novios anunciaron que iban a retirarse para disfrutar de su noche de bodas. 


Una a una, las limusinas blancas fueron aparecieron en recepción.


Paula y Pedro se subieron al último vehículo con Ricardo y Kimberley. Ricardo, que seguía molesto después de que la prensa estropease su boda en el puerto de Sidney seis semanas antes, dio las gracias a Pedro por deshacerse de aquel periodista.


—¿Cómo demonios han podido enterarse? Os juro que cuando descubra quién es el topo…


—Yo estoy empezando a pensar que es alguien del trabajo —comentó Kimberley, pensativa—. Últimamente ha habido demasiadas coincidencias.


Paula se sentía cansada, pero contenta, y se acurrucó contra Pedro.


Pedro piensa que hay periodistas en la ciudad porque Rafael estuvo aquí ayer.


—¿Rafael Vanee? —preguntó Ricardo—. ¿Qué estaba haciendo aquí?


—Vino a ver a Pedro —le explicó ella—. Son amigos.


La atmósfera de la limusina se enrareció. Ricardo bufó, enfadado, y Kimberley frunció el ceño, consternada.


—Has tenido una semana muy ajetreada, Pedro. Primero, Mateo Chaves, y después Rafael Vanee. Hay alguien que está comprando muchas acciones de Blackstone Diamonds. ¿No sabrás tú algo de eso? —le preguntó Ricardo.


Hubo un largo silencio y Paula se arrepintió de haber abierto la boca.


—Tal vez —respondió Pedro con naturalidad.


—¡Lo sabía! —dijo Ricardo entre dientes—. Sabía que Mateo Hammond estaba implicado.


Kimberley puso una mano en su brazo, pero Ricardo se echó hacia adelante y atravesó a Pedro con la mirada.


—Chaves os ha llamado a los dos, a Vance y a ti la semana pasada. ¿Esperas que crea que no hablasteis del tema?


—Puedes creer lo que quieras. Sabes que todos somos accionistas y, por el momento, yo estoy contento con la situación —entonces, él también se echó hacia adelante, acercando su rostro al de Ricardo—. Y eso es todo lo que voy a decir al respecto.


Paula y Kim intercambiaron una mirada de preocupación.


—No me fío de ti, Alfonso—le dijo Ricardo.


—¿Por qué ibas a hacerlo?


—¿Estás utilizando a Paula para acceder a la familia?


—¡Ricardo! —protestaron las dos mujeres al mismo tiempo.


—Ten cuidado con lo que dices —le advirtió Pedro.


—Dime que los tres no estáis planeando una OPA contra Blackstone Diamonds —dijo Ricardo también en tono amenazante—. Me parece justo pedírtelo, Pedro.


—A mí no me parece justo, y no conozco los negocios de Mateo, pero estoy contento con mis acciones —levantó la barbilla—. Por ahora.


Ricardo entrecerró los ojos, pero se echó un poco hacia atrás.


—¿Y Vanee?


—¿Qué pasa con él?


—¿Para qué se ha reunido con Mateo en Sidney?


—Eso es asunto de Rafael… aunque creo que ahora mismo tiene otras cosas más importantes en mente.


—La madre de Rafael acaba de fallecer —comentó Paula en voz baja.


—¿Y si te pidiese tu apoyo? —insistió Ricardo, que no estaba dispuesto a ceder.


Pedro tardó un momento en contestar y Paula contuvo la respiración.


—Si me lo pidiese, se lo daría.


Ricardo tomó aire sin separar la vista de Pedro, pero Kim metió la cabeza entre ambos y los fulminó con la mirada.


—¡Ya vale! Es un día para estar felices, ¡maldita sea!