viernes, 19 de abril de 2019
UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 30
Al día siguiente fueron a comer con Sonya a su hotel antes de que todos los Blackstone se marchasen a Sidney en el avión de la empresa.
Su madre no sabía nada de la discusión de la noche anterior entre Ricardo y Pedro, y ella no se la contó. Además, sólo podía pensar en lo de Rafael.
Durante la comida, un periodista se detuvo al lado de la mesa para preguntarles por la boda de Ramiro, pero ellas ni lo confirmaron ni lo desmintieron. Ramiro y Jesica se merecían una buena luna de miel. Pedro sugirió que la presencia de los medios se debía a la inminente llegada del gobernador general, que había sido invitado a oficiar las festividades del Día de las Fuerzas Armadas. Paula leyó el artículo que venía en el periódico.
—Todos los años hacen salir a la calle a las cinco de la mañana a algún viejo dignatario —sonrió—. Aunque no me quejo, por lo menos es fiesta.
—¿No admiras a sir John? —le preguntó Pedro.
Paula se encogió de hombros.
—No admiro a ningún político en particular.
—No es un político —la corrigió él—. Es el gobernador general, el representante de la reina en nuestra colonia.
—Pero fue primer ministro —comentó ella poniendo los ojos en blanco—. El alcalde va a dar una elegante recepción sólo para invitados importantes. Va a haber tres cadenas de televisión, personajes famosos de todo el país, y todo por un viejo y aburrido…
Sonya suspiró con fuerza y puso la mano en su bolso. Paula levantó la vista del periódico.
—Voy a volver a mi habitación —dijo su madre poniéndose en pie—. Creo que está empezando a dolerme la cabeza.
—Pensé que querías ver la tienda —contestó Paula, que estaba deseando enseñarle sus nuevas obras para la primavera.
Además, tenía una sorpresa para ella y para Pedro. El día anterior, había conseguido un crédito para cambiar de local. Pensase lo que pensase Pedro, Paula Chaves iba hacia arriba.
Pero Sonya estaba pálida.
—Preferiría ver si podemos adelantar el vuelo y marcharnos cuanto antes.
—Pero si estabas estupendamente hace un momento… —se quejó Paula—. Nos veremos arriba.
—No, no pasa nada. Cuídate, hija —Sonya le dio un abrazo y le susurró al oído a su hija—: Me gusta —luego, se apartó—. Te quiero.
Y se marchó.
Paula no entendía nada y se sentía un poco incómoda. Su madre no solía despedirse de manera tan emotiva. Tal vez estuviese enferma.
No era la primera vez que tenía migrañas.
Tal vez hubiese discutido con Gaston.
—Quizás bebió demasiado champán anoche —comentó Pedro, que, al parecer, había vuelto a leerle la mente.
—Es probable. La llamaré más tarde.
Volvieron a la casa de la playa y Paula empezó a pensar en otras cosas.
—Ahora que ha pasado la boda, será mejor que me concentre en el collar.
—Sí. Y, si lo terminas a tiempo —murmuró Pedro—, te daré una sorpresa. ¿Qué te parecería pasearte por la alfombra roja, ser la envidia de todas tus amigas?
Le brillaron los ojos cuando Pedro le dijo que estaban invitados a la recepción del gobernador general.
—¿Es verdad? —a los ricos y famosos les gustaban las joyas. Sería una buena oportunidad—. ¿Cómo has conseguido que te inviten?
—Es mi amigo.
—¿Sir John es tu amigo? —desdobló el periódico que llevaba en el regazo y miró su fotografía. Era un hombre mayor, vestido con un traje lleno de medallas. Es demasiado viejo y débil para ser tu amigo.
—De eso nada —la contradijo él—. Es un ferviente coleccionista. Y valoro sus recomendaciones y consejos más que los de nadie. Hace años que trabajo con él.
Era una oportunidad para conocer a un amigo de Pedro.
Y para enseñar algunos de sus trabajos.
Paula pensó que su vestido de organza de color lila sería perfecto para la ocasión.
—Pero tienes que terminar el collar a tiempo —le advirtió Pedro.
Paula se pasó los dos siguientes días encerrada en el taller, y le prohibió que la molestase hasta que hubiese terminado. El platino era un metal fascinante, pero requería una gran atención. El engarce del diamante era muy delicado, pero la densidad del platino aseguraba su durabilidad.
Cuando terminó, Paula salió del taller con los ojos nublados del cansancio y se encontró con Pedro, que estaba desayunando y leyendo el periódico. Miró la fecha de éste, veinticuatro de abril. Había terminado a tiempo.
Pedro se levanto y tomo una taza de la bandeja que había encima de la mesa. Parecía preocupado.
Paula lo detuvo antes de que le sirviese un café.
—No, me voy a la cama.
—¿Cómo va?
Ella dudó. Tenía el estómago revuelto, de todas las emociones que se agolpaban en su interior.
Estaba agotada, aliviada, pensaba que le gustaría, pero, sobre todo, se preguntaba si aquello sería el final de su relación.
—He terminado.
Él sonrió con timidez.
—Enséñamelo.
—No, estoy demasiado cansada. Y nerviosa. Ve tú a verlo y ya me dirás más tarde qué te ha parecido.
Pedro volvió a sentarse en su silla.
—De acuerdo. Vete a dormir. Iremos a cenar fuera esta noche, los dos solos, para celebrarlo.
Ella asintió y subió las escaleras.
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