jueves, 18 de abril de 2019

UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 27




Por fin había llegado el día de la boda.


Pedro llamó a su puerta para avisarla de que había llegado el coche. Paula estaba hecha un mar de dudas. ¿Le gustaría su vestido a Pedro? ¿Le gustaría Pedro a su familia, y viceversa? ¿Qué estaba haciendo Rafael allí? ¿Por qué había periodistas por toda la ciudad? ¿Y por qué había decidido Pedro de repente acompañarla a la boda? Eso era lo que más la preocupaba.


Fueron en coche hasta el helipuerto y, desde allí, volaron a una playa que estaba a unos kilómetros al sur. Paula se quedó asombrada al ver lo bonito que resultaba el lugar desde el aire.


—¡Esto es espectacular! —susurró Pedro a su oído mientras el helicóptero aterrizaba a unos doscientos metros del complejo turístico.


Paula imaginó la reacción de los demás invitados al llegar a aquel paraíso. La recepción tenía que empezar a las cuatro y media con cócteles y un aperitivo, y luego tendría lugar la ceremonia. Después, había un suntuoso bufé, con los mejores productos de la zona. Después, los novios pasarían la noche allí y el resto de los invitados volvería a Port en limusina. En realidad, sólo eran una veintena, entre amigos y familiares.


Con su esmoquin de color platino y su corbata de rayas marrones y plateadas, Pedro Alfonso era el acompañante perfecto para una boba de tarde, tropical. Estaba increíblemente guapo. Paula se aferró, muy orgullosa, a su brazo y fue hacia la piscina donde estaba el resto de invitados. Ramiro y Jesica habían llegado los primeros para vestirse allí. Paula saludó a Sonya y a Gaston, que estaban al otro lado de la piscina, y se preparó para presentar a Pedro y a Ramiro Blackstone.


—Bueno, bueno —comentó éste al verlos llegar—. Supongo que éste es Pedro Alfonso—le tendió la mano—. Bienvenido a la guarida del león.


Pedro sonrió y le dio la mano.


—Enhorabuena, Ramiro. Es un placer estar aquí.


Jesica le ofreció la mejilla para que la besase.


—Qué alegría verte, Pedro.


—Jesica, estás preciosa.


Y lo estaba, enfundada en un vestido de color champán con pedrería y un increíble broche de oro y diamantes rosas entre los pechos.


—Es un regalo de Ramiro —le dijo a Paula al oído, que no había podido resistirse a tocarlo.


Mientras Pedro y Ramiro iban a buscarles algo de beber, Jessica abrazó a Paula.


—No sé cómo darte las gracias por todo lo que has hecho. Este lugar es increíble.


—Pensé que os gustaría.


—Todo es perfecto. El lugar, el tiempo, el menú y… ¡la habitación! ¡Pienso quedarme encerrada en ella toda la semana!


La novia agarró a Paula del brazo y se la llevó un poco más lejos.


—Estás muy guapa. El color de tu vestido va estupendamente con el de tu pelo…


Paula había esperado que varias personas, en especial, su madre, frunciesen el ceño al verla llegar. Era un vestido sin tirantes y sin espalda, de color naranja pero con una gasa por encima hecha con miles de pequeños trozos de tela rosa, fucsia y naranja. Cuando se movía, los colores brillaban bajo la luz del sol.


—Se os ve muy bien juntos a Pedro y a ti.


Paula sonrió.


—Gracias por haberlo invitado con tan poca antelación.


Jesica sonrió y dio un trago a su zumo de naranja.


—He coincidido con él en varias ocasiones. Es encantador y conoce muy bien su trabajo. Y, además, es muy guapo.


Paula tomó un canapé de una bandeja y pensó que no iba a discutir con Jesica acerca de aquello.


—¿Y esto forma parte del trabajo que estás haciendo para él o crees que la relación entre ambos puede llegar a algo más?


—Por el momento, prefiero no hablar del tema —se detuvo y dejó de sonreír—. ¿Has visto eso?


Su madre y Gaston estaban bailando un tango delante de Kim y de otra pareja a la que no conocía.


—¿Te ha dicho Sonya que están yendo a clases de baile juntos?


—No. Me dijo que le estaba enseñando a navegar —comentó Paula dando un trago a su copa de champán—. Parece que hacen buena pareja.


—Sí, la hacen —murmuró Jesica.


Paula lamentó haberse enterado de la relación a esas alturas, pero no lo dijo. Su madre nunca había estado mejor y Paula se alegraba mucho por ella. Sólo tardaría un tiempo en acostumbrarse.


—La semana pasada me dijo que eran «sólo amigos».


Fue hasta donde estaba Pedro y lo agarró del brazo.
—Vamo

s a saludar a mi madre antes de que se caiga a la piscina bailando.


Pedro y Sonya conectaron inmediatamente, y Gaston, que había sido amigo y confidente de Horacio, no pareció tener nada en contra de él. Kimberley también lo saludó de manera muy cariñosa y Paula se enteró de que ya se conocían.


La reacción de Ricardo Perrini ante él le pareció más fría, pero prefirió no darle importancia. No quería que nada estropease la boda.


Ramiro y Jesica se convirtieron en marido y mujer justo cuando el sol se escondía entre los árboles de la selva tropical que había detrás de ellos. Fue una ceremonia preciosa, con un telón de fondo impresionante, y casi ninguna mujer consiguió no llorar.


Después todo el mundo fue hacia el bufé para servirse y sentarse alrededor de una larga mesa situada al lado de la piscina. Jesica anunció que los invitados debían sentarse al lado de una persona diferente después de cada plato.


Paula conocía a todo el mundo, salvo a un par de amigos del colegio de la novia y a sus padres. El padre de Jesica estaba en silla de ruedas, pero eso no le impidió seguir el ritmo de la fiesta y su esposa y su hija fueron muy atentas con él en todo momento.


Sonya le comentó que estaba considerando seriamente hacer una oferta para comprar la casa que había estado viendo con Ramiro, y ella sintió que aquél era el final de toda una era. Tal vez no hubiese conocido a su padre, pero siempre había considerado Miramare como su casa familiar.


No obstante, nunca había visto a su madre con tanta vitalidad y se alegró de que por fin estuviese disfrutando de la vida.


Durante el postre, se sentó al lado de Javier Chaves y su bella prometida, Briana. El guapo abogado parecía estar bastante a gusto, a pesar de la mala relación entre las dos familias. Le comentó que le había alegrado mucho ver a Mateo un par de semanas antes, en Port Douglas.


—Hablamos de reunimos todos pronto, Benito incluido.


—Qué buena noticia —dijo Javier con entusiasmo antes de volverse hacia su novia—. A nosotros nos encantaría organizar algo en Melbourne, si a todo el mundo le parece bien.
Briana asintió y se levantó para ir a hablar con la novia, que estaba en la otra punta de la mesa.


Paula miró hacia donde estaba su madre, hablando con Gaston.


—Mamá está deseando conocerlo.


—¿A quién? —preguntó Ricardo Perrini, ocupando el lugar de Briana.


A Paula le caía muy bien Ricardo. Y se había alegrado más que nadie de que volviese a casarse con Kimberley un mes antes. A pesar de que la relación entre Ramiro y él no era siempre cordial, para Paula formaba parte de la familia, igual que ella.


—A Mateo Chaves—respondió—. Vino a verme la semana pasada.


—¿Aquí? —preguntó Ricardo sorprendido.


Ella asintió. De repente, no le apetecía hablar del último trabajo que le habían ofrecido. Mateo no le había pedido que lo guardase en secreto, pero no sabía cómo iban a tomarse la noticia los Blackstone y no quería que nada estropease aquella noche.


—¿Y para qué quería verte Mateo, enana? —preguntó Ricardo.


Paula se sentía a veces como si fuese su hermana pequeña.


—Por un asunto de negocios, por supuesto —contestó con una sonrisa.


A Ricardo le brillaron los ojos y Paula se dio cuenta de que miraba a Javier.


—Pues ya puede tener cuidado de no perder la camisa, con lo dura que tú eres.


Paula vio en ese momento que Javier apretaba la mandíbula ligeramente. ¿Acaso no iba a desaparecer nunca aquella estúpida enemistad? 


No entendía que las generaciones más jóvenes de ambas familias tuviesen que seguir sufriendo.


—Conmigo no, tonto, con Pedro.


—¿Me has llamado?


La manga de Pedro rozó su hombro desnudo cuando se inclinó a dejar el plato de postre en la mesa.


—Ramiro quiere hablar contigo —añadió en voz baja, echándole el aliento en la oreja.


Aquello recordó a Paula lo mucho que le gustaba su voz y cuánto la había echado de menos durante la última hora. Cerró los ojos y se echó hacia atrás para apoyarse ligeramente en él, tomó aire y se familiarizó con su calor y su fuerza y con un aroma único que la hacía sentir como una mujer. Como su mujer.


A regañadientes, levantó la vista hasta donde estaba el novio hablando con el gerente del complejo. La expresión sombría de Ramiro le hizo saber que algo iba mal.


—¿Hay algún problema? —le preguntó a Pedro, poniéndose en pie.


—Es posible —Pedro puso la mano en su espalda y la condujo a la otra punta de la mesa.


—Hay un periodista en recepción que quiere que le confirmen que se está celebrando aquí la boda —anunció Ramiro—. Y no quiero que esto se convierta en un circo, la verdad —miró hacia donde estaban su mujer, sus padres y Kimberley, que parecían no saber nada del tema.


—Yo iré a hablar con él —se ofreció Paula.


—Iré yo —dijo enseguida Pedro—. Si es de Sidney, reconocerá tu cara y sabrá la relación que tienes con los Blackstone. Sin embargo, a esos buitres jamás se les ocurriría pensar que yo pueda estar invitado.


Ramiro y Paula asintieron, viendo que aquello tenía sentido.


—¿Qué vas a decirle?


—Que estoy con unos clientes extranjeros muy importantes, que vamos a quedarnos aquí a pasar la noche y nos marcharemos mañana por la mañana. Así, con un poco de suerte, no os estropearán la luna de miel.


—¿Te fías de él, Paula? —le preguntó Ramiro mientras veía a Pedro marcharse junto al gerente en dirección a la recepción del complejo.


Ella asintió, pero recordó la amenaza de Pedro de contárselo todo a la prensa el día que lo conoció.


—No te preocupes —dijo, tragándose sus dudas—. Pedro es todo discreción. Nada estropeará esta noche.



miércoles, 17 de abril de 2019

UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 26





Después de meter a Rafael en un taxi y mandarlo al aeropuerto, Pedro fue a buscar a Paula. Le dolía un poco la cabeza, del coñac.


La encontró casi sumergida por completo en un baño de espuma, mordiéndose las uñas. Le dio en la mano, para quitarla de su boca.


—Supongo que vas a salir.


Ella asintió.


—Imaginé que no querrías venir.


Pedro se sentó en el borde de la bañera y se sintió aturdido por el coñac y por el vapor. No le apetecía nada pasar la noche con los Blackstone.


Aunque tal vez fuese útil para Rafael que él conociese un poco cómo funcionaba la familia. 


Quién estaba a la cabeza, quién tenía más posibilidades de oponerse a aceptarlo y quién podía echarle una mano, si es que había alguien.


Tuvo una idea…


Pedro, ¿le has hablado a alguien de la boda?


—No —contestó él acariciándole el pelo.


—Es que conozco bien Port Douglas y sé que hay algo que no es normal. Puedo oler a un fotógrafo a dos kilómetros de distancia.


—Y se te ha ocurrido que yo había podido avisar a la prensa.


Ella sacó la mano de debajo del agua y le tocó la rodilla, mojándole el pantalón. La indignación de Pedro desapareció al ver aparecer entre la espuma un pezón rosado y erguido.


—No —respondió ella—. Es sólo que hay algo que no va bien.


—¿Entre nosotros, quieres decir? —preguntó él sin poder evitarlo, a pesar de saber que, después de haberse bebido media botella de coñac, no era el mejor momento para entrar en conversaciones profundas—. Supongo que me merezco que desconfíes de mí —al fin y al cabo, había sido el primero en chantajearla con la boda.


Si lo pensaba, tenía que reconocer que se merecía que lo colgasen y lo descuartizasen por todas las mentiras que le había contado, y por todos los secretos que guardaba. Justo cuando había decidido darle una oportunidad a su relación, lo había llamado sir John, y luego había ido a verlo Rafael. ¿Cómo iba a justificarse delante de ella?


—No he pensado que tú hayas llamado a los medios. Es sólo… —Paula suspiró y tomó una esponja mientras sacaba la rodilla del agua—. Quiero que todo salga perfecto.


¿Perfecto? Lo que era perfecto era su rodilla, pensó él. Notó que se excitaba y se humedeció los labios con la lengua.


—Seguro que la prensa ha venido por Rafael.


—¿Tú crees? —preguntó Paula, sonriendo aliviada.


—Lo siguen allí adonde va.


—¿Y qué ha venido a hacer aquí?


Pedro le quitó la esponja de la mano.


—Negocios. Levanta la pierna.


—¿La pierna? —Paula dudó, como si esperase una respuesta más exhaustiva a su pregunta.


Pedro la miró a los ojos, retándola. Metió la esponja en el agua y la mojó. A ella le brillaron los ojos. Una gota de agua le corrió por la frente y Pedro se olvidó de los Blackstone, de la prensa y de las acciones. Se olvidó de todos los secretos. La vio levantar la pierna y le agarró el pie para lavárselo mientras ella se retorcía.


—He estado pensando. ¿Te parece bien si voy a la boda contigo?


Ella sonrió.


—Me parece estupendo. Lo arreglaré todo esta noche.


Él le frotó el muslo, se mojó los antebrazos, los pantalones, y el agua hizo que se excitase todavía más.


—¿Cuánto tiempo tengo antes de que te marches?



UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 25




—Mira a quién me he encontrado en la puerta.


Paula iba a recoger a varios miembros del clan Blackstone del aeropuerto cuando la cara de Rafael Vanee apareció ante ella. Lo acompañó adonde estaba Pedro, se disculpó y se marchó corriendo.


Pedro dejó de sonreír al ver la expresión sombría de su amigo. ¿Qué estaba pasando? 


Rafel no solía aparecer en ningún sitio sin avisar antes.


Le hizo un gesto para que se sentase.


—¿Quieres un café?


—¿Tienes algo más fuerte?


Pedro frunció el ceño y levantó una botella de coñac.


—No me extraña que no se te vea el pelo —comentó Rafael mirando hacia la puerta por la que había desaparecido Paula.


Él guardó silencio y le dio un trago a su bebida mientras esperaba a que Rafael le dijese a qué había ido a verlo.


Pero el silenció duró hasta que Rafael dejó el vaso en el escritorio de Pedro.


—Parece importante.


—No he dicho nada —replicó Pedro, exasperado.


—Exacto. No sueles dejar que ninguna chica se quede en tu piso.


—¿Cómo lo sabes?


—Lucia.


—¿Hablas con Lucia?


—No te emociones. Me llamó el día después del funeral, antes de marcharse a Inglaterra, sólo para saludarme.


—Le preocupaba que no quisieras que fuese al funeral —murmuró Pedro.


Rafel se había quedado destrozado cuando ella lo había dejado después de varios años saliendo juntos. Pedro había intentado no ponerse de parte de nadie, ya que los quería a ambos, como tampoco había querido que ninguno de los dos volviese a sufrir.


—Pues se lo agradezco.


—¿Qué te trae por aquí? —le preguntó Pedro, esperando que no tuviese nada que ver con Mateo Chaves y Blackstone Diamonds. No quería más secretos que pudiesen disgustar a Paula.


Rafael le dio un buen trago a su copa.


—En general, es algo que concierne a la señorita que acaba de marcharse corriendo de aquí —miró fijamente a su amigo—. Bebe. Vas a necesitarlo.


Pedro lo escuchó con incredulidad mientras su mejor amigo le contaba que su madre, antes de morir, le había contado que ella no era su madre biológica, que se lo había encontrado cuando tenía dos años en la escena de un trágico accidente de tráfico. El coche se había caído a un río y los otros dos ocupantes del vehículo habían fallecido.


—Pensé que estaba delirando —comentó Rafael frotándose los ojos—, pero ella insistió en que yo era el hijo de Horacio.


Pedro abrió los ojos como platos. Levantó una mano.


—Espera. ¿Eso fue antes del funeral?


—No lo mencioné porque… bueno, no la creía. Pero he estado registrando la casa —abrió un maletín que había dejado encima de una silla y sacó un álbum de recortes—. Todo está aquí, Pedro. Y te juro por Dios que nunca he estado tan asustado en toda mi vida.


Él se levantó con la botella en la mano y le llenó el vaso a Rafael. Se inclinó sobre el escritorio y empezó a hojear el álbum.


Rafael siguió hablando:
—Fui secuestrado por el ama de llaves y su novio. Enviaron una nota y Horacio hizo todo lo posible por encontrarme, pero cuando iban a recoger el dinero, tuvieron un accidente.


Pedro levantó la vista para mirarlo mientras leía los recortes de periódico. Intentó imaginarse al niño de pelo oscuro que aparecía en las fotografías, hecho un hombre. Se fijó en los ojos verdes oscuros de Rafael, en el pelo negro como el azabache.


—Mi madre se encontraba en el lugar del accidente e hizo una locura. Había perdido a su hijo un año antes, de muerte súbita y quería dejar a su novio, que era un vago. Quería marcharse a algún sitio donde no la conociese nadie. Supongo que, por aquel entonces, estaba un poco trastornada, así que me recogió y fingió que era su hijo.


Pedro llegó a la última página y cerró el álbum. 


Las fechas podían coincidir, aunque, en ese caso, Rafael tendría un año más. O era cierto, o era un engaño muy elaborado. Pero para qué iba a mentir Abril, la madre de Rafael, al final de su vida, cuando ya no tenía nada que perder.


—Dios mío —dijo entre dientes—. Eres un Blackstone.


—No soy un Blackstone —replicó Rafael—. ¿Qué demonios voy a hacer ahora?


Se pasaron la tarde hablando y bebiendo. Pedro le sugirió que se hiciese una prueba de ADN para asegurarse de que Abril no era su madre biológica.


—Ya lo he hecho —contestó Rafael—. Tendré los resultados en un par de días.


Estuvieron de acuerdo en que Rafael debía hablar con sus abogados. Todo el mundo sabía que el testamento de Horacio dejaba un plazo de seis meses para que James apareciese.


Los Blackstone que seguían vivos no le darían la bienvenida con los brazos abiertos. Y otra complicación era la intención de Mateo Alfonso de calentar los ánimos en la junta directiva de la empresa.


—Vas a necesitar tener a Mateo de tu lado por si se vuelven todos contra ti —le advirtió Pedro—. Y vigila tus espaldas. Ramiro y Ricardo Perrini son como Horacio. No te fíes de nadie. Los Blackstone tienen un topo en su organización.


Alguien estaba sacando información, así era como él se había enterado de los planes de boda de Ramiro y Jesica.


Cuando Paula volvió a casa un rato después, les preguntó si querían un café y, a pesar de necesitarlo, ambos dijeron que no.


—No te preocupes —le dijo Pedro a su amigo—. Mantendré el secreto.


—¿Vas en serio con ella?


—Todavía no lo sé.


Pedro lo había pensado mucho y ya le faltaba menos para encontrar una respuesta. En el funeral de su madre, Rafael había hablado de la importancia de la familia, y eso le había hecho pensar en las relaciones que eran esenciales para él. Estaba tan orgulloso de Lucia como si fuese su hermana de verdad. Y le había encantado ver crecer a Rafael en el mundo de los negocios y sabía que, por difícil que fuese la situación con los Blackstone, Rafael se enfrentaría a ella e impondría sus deseos. Hasta sus padres estaban siempre intentando mejorar las cosas. En esos momentos estaban recaudando fondos para comprar una caravana en la que atender a los niños de la calle en Newtown.


Los quería a todos y estaba orgulloso de poder compartir sus éxitos, aunque lo de compartir no era nada nuevo para él. Había crecido compartiéndolo todo hasta que Laura murió. 


Entonces, había sentido que no le quedaba nada, se había encerrado en sí mismo y había seguido funcionando, hasta que había llegado a Port Douglas.


Le apasionaba su trabajo y le iba muy bien, pero tenía que preguntarse si estaba creciendo o no. 


Porque tenía la sensación de estar igual que cinco años antes, mientras que el resto del mundo había evolucionado.


—Siempre me ha parecido injusto pedirle a una mujer que se quede sentada esperando me mientras yo viajo por todo el mundo.


—¡Mentiroso! —exclamó Rafael—. Nunca te has planteado pedirle a una mujer que te espere.


Pedro sonrió y tomó su vaso.


—Ya va siendo hora de que te centres —añadió Rafael poniéndose en pie y vaciando las últimas gotas de coñac en el vaso de Pedro.


—Mira quién habla —replicó él. Dejó de sonreír—. Ésta es distinta a las demás. Cada minuto que paso con ella merece la pena. De repente, mi vida, que yo creía que estaba completa…


—¡Es un asco! —dijo Rafael asintiendo, como si lo comprendiese.


—¡No! —Pedro vació el vaso y se le humedecieron los ojos—. Es sólo que me da la sensación de que le falta algo.




UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 24





Pedro, ¿vas a venir a la boda conmigo?


Él apoyó la espalda en la silla y puso la misma expresión de cautela que llevaba utilizando desde que habían vuelto de Sidney, tres días antes.


Paula estaba preocupada. Los rumores que había comentado Ramiro habían salido en televisión. Los accionistas de Blackstone Diamonds estaban inquietos, a pesar de que Kimberley había declarado a un periódico esa misma mañana que todo iba bien.


Tal vez si Pedro conociese a los Blackstone personalmente no ofrecería su apoyo a Mateo.


Pedro dejó el bolígrafo que tenía en la mano.


—No me parece una buena idea.


—¿Por qué no?


—Porque es una reunión familiar. Y dados los acontecimientos de los últimos meses, todo el mundo estará nostálgico —fijó la mirada en ella—. Mi enfrentamiento con Horacio provocará comentarios y no quiero restregárselo a todo el mundo por la nariz.


—No creo que nadie…


—Si cambio de opinión, te lo haré saber, ¿de acuerdo? —tomó de nuevo el bolígrafo—. ¿Cómo va el collar?


—Bien.


El cliente quería que estuviese listo para el veinticinco. Y lo tendría terminado siempre y cuando consiguiese concentrarse en su trabajo en vez de preguntarse qué estaba tramando Pedro.