sábado, 2 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 2




Pero Paula pasó el resto de la tarde distraída y nerviosa, mientras los pensamientos sobre Pedro rondaban constantemente su mente. Se encontraba peligrosamente cerca del estado de depresión que se había jurado no volver a soportar nunca más. Estaba prácticamente segura de que al final había conseguido superar aquella obsesión, sin embargo, allí estaba otra vez, agobiada ante la mera mención de Pedro.


Después de salir de la oficina, recorrió las calles de las afueras de Phoenix en su Mustang descapotable, con la capota puesta para protegerse del sol y deseando ser capaz de renunciar a su obsesión por los coches de los años sesenta a favor de cualquier último modelo con aire acondicionado.


De momento tuvo que conformarse con secarse el sudor que el sombrero le había dejado sobre la frente y con bajar la ventanilla. El calor provocaba espejismos de agua sobre el asfalto y el nauseabundo humo de los coches inundaba el aire.


Y, o bien aquellos humos la estaban afectando al cerebro, o realmente el tipo que conducía el coche tic al lado guardaba cierto parecido con Pedro Alfonso. Paula pestañeó y volvió a mirarlo. Definitivamente, no era Pedro, pero se le parecía. Tenía el pelo oscuro y muy corto y la misma mandíbula cuadrada oscurecida por una barba incontrolable.


Paula no pudo evitar imaginar el tacto de la piel de Pedro contra la suya. Y, realmente, imaginar era lo único que podía hacer, puesto que Pedro y ella ni siquiera habían llegado a besarse. En sus explosivos encuentros, jamás habían hecho nada más íntimo que liarse la mano, y quizá fuera ésa la razón por la que su imaginación parecía dispararse en lo que a Pedro concernía. Paula siempre conseguía a los hombres que le gustaban, pero no había sido así con Pedro.


Y mientras estaba esperando frente al semáforo y al lado del hombre que se parecía a Pedro, sintió una creciente inquietud que comenzaba en su vientre e irradiaba después hacia sus piernas. 


Paula suspiró y se movió incómoda en su asiento, pero aquel movimiento sólo sirvió para exacerbar el problema e, inmediatamente, supo lo que iba a pasar.


Aquellas imágenes, por ficticias que fueran, habían llegado a convertirse en algo muy familiar para Paula. Pedro haciendo el amor con ella con un frenesí salvaje, en un lugar tórrido, húmedo y tropical. Cerró los ojos un momento y no advirtió que el semáforo estaba en verde hasta que los coches de atrás comenzaron a tocar el claxon. Abrió los ojos y pisó el acelerador demasiado rápido, de modo que cruzó la siguiente intersección quemando literalmente los neumáticos.


Lo que empeoraba la situación era que el nuevo centro turístico de Pedro estuviera localizado en la misma clase de rincón tropical en el que Paula ubicaba sus fantasías. Era como si Pedro hubiera sido capaz de leerle el pensamiento a miles de kilómetros de distancia.


Pedro tenía la clase de mirada intensa que lo sugería capaz de disfrutar de ese tipo de poderes. Al recordar cómo aquellos ojos verdes parecían capaces de leerle hasta el alma, la tensión de Paula aumentó. Las fantasías regresaron; imágenes de su cuerpo desnudo estrechándose contra el suyo, de su lengua lamiendo sus senos, de sus manos obrando aquella magia indescriptible sobre ella.


En sus fantasías, Paula era incapaz de resistirse. Se mostraba dócil e indefensa como una novia virgen… todo lo contrario de su verdadera personalidad.


Imaginaba el duro sexo de Pedro llenándola de las más dulces sensaciones que jamás había conocido…


Y entonces llegó el impacto y el ruido de la colisión. Salió disparada hacia delante y sintió el tirón del cinturón de seguridad en el hombro mientras oía el sonido del metal contra el metal y comprendía que acababa de incrustarse en el camión que iba delante de ella.


Había conseguido olvidarse del semáforo en rojo, del tráfico detenido en la carretera y del enorme camión bajo el que había incrustado su adorado Mustang.


Paula pestañeó al ver la matrícula del camión a aquella inusual distancia y sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Un segundo después, cuando el conductor del camión se asomó a la ventanilla para preguntarle si se encontraba bien y ella estalló en lágrimas, Paula supo sin lugar a dudas que tenía que hacer algo.




AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 1






Escapada. Un lugar para que disfruten los adultos.


Paula Chaves releyó el folleto de propaganda de un centro turístico que alguien le había dejado encima del escritorio.


Los creadores de Rancho Fantasía te transportan a un paraíso tropical situado en una isla del Caribe, un lugar de diversiones para adultos que dispone de los medios más placenteros para escapar de la dura realidad. Ven, la aventura te espera.


Paula frunció el ceño. Sospechaba que había sido Lucia Alfonso, su mejor amiga y compañera de trabajo, la que había dejado aquel folleto sobre la bandeja en la que se iba acumulando las tareas pendientes. En medio de una aburrida tarde de trabajo en la agencia de viajes, una tarde en la que el calor de agosto de Phoenix parecía retener a todo el mundo en sus casas, era imposible no dejarse arrastrar por aquellas imágenes de aguas azules turquesa, playas de arena blanca y palmeras proyectando su sombra sobre unos elegantes edificios también blancos.


Paula ya había oído hablar de Escapada, por su puesto. Como directora de Sunny Horizons Travel, tenía la obligación de mantenerse al tanto de las últimas novedades de la industria turística, y la noticia de que Pedro Alfonso había abierto un centro de recreo únicamente para adultos había corrido como la pólvora.


Rancho Fantasía evocaba inevitablemente recuerdos que Paula había intentado olvidar, aunque continuaban persiguiéndola por las noches, cuando estaba sola en la cama. Mejor dicho, le hacía recordar a cierto hombre que la perseguía durante aquellas largas noches sin sueño.


Pedro Alfonso. Era el último hombre en el que quería pensar. También era el cuñado de Lucia, y su amiga había empleado las más taimadas tácticas para intentar que Paula y Pedro terminaran juntos.


Paula alzó la mirada del folleto y se fijó en la persona que, estaba segura, lo había dejado en su mesa. Lucia estaba sentada tras su mesa, esforzándose en no parecer culpable, pero cometió el fatal error de mirar hacia la puerta del despacho de Paula y la curiosidad que reflejaba su expresión la delató.


Paula la fulminó con la mirada y le hizo una seña con el dedo para que fuera a su despacho. Lucia se levantó y se dirigió hacia allí como una condenada a muerte. Entró en el despacho, cerró la puerta y miró a Paula acongojada.


—Antes de que digas nada, escúchame.


—Creía que en Hawai habías aprendido la lección.


Paula todavía odiaba pensar en la semana que había pasado varada en el paraíso con Pedro, tras haber sido engañada por una falsa invitación inventada por Lucia para reunirlos.


Por no mencionar la desastrosa subasta de citas con la consiguiente acusación de haber robado un Porsche. Su primer encuentro en el centro turístico que Pedro tenía en Arizona había dejado a Paula deprimida por culpa de un hombre por primera vez en sus treinta años de vida, y no pensaba permitir que eso volviera a ocurrir.


Cuando Paula y Pedro estaban juntos, saltaban chispas, de eso no había ninguna duda. Pero más que apasionadamente incendiarias, eran algo así como chispas de un metal chocando furiosamente contra otro metal.


—Simplemente, he pensado que deberías estar al tanto de todo lo que ofrecen. Por razones puramente profesionales. Supongo que no querrás estar desinformada en el caso de que te pregunte algún cliente, ¿verdad?


—¿Y ésa es la única razón por la que has dejado este folleto encima de mi escritorio?


—Absolutamente —contestó Lucia, pero clavaba la mirada en la ventana.


—Eres una mentirosa.


Lucia intentó parecer ofendida, pero al final sonrió.


—Lo que pasa es que creo que hay algo especial entre vosotros.


—Sí, tan especial como la bomba atómica. No necesito más relaciones explosivas —Paula tiró el folleto a la papelera que tenía al lado del escritorio.


—¿Ni siquiera tienes curiosidad por conocer ese centro? No sé, Escapada, suena escandaloso. Se anuncia como si fuera incluso más salvaje que Rancho Fantasía y, por lo que Pedro dice, es un lugar realmente lujoso.


—¿A qué clase de estúpido se le podría ocurrir construir un nuevo centro turístico en el Caribe?


—Al mismo tipo que convirtió un centro turístico fracasado de Arizona en un éxito.


—En este tema no eres imparcial.


Había que tener en cuenta que Lucia había conocido allí al amor de su vida. Jeronimo Alfonso era el hermano pequeño de Pedro y razón más que suficiente para que Lucia mirara con muy buenos ojos cualquier cosa hecha por su cuñado.


Lucia sonrió.


—Quizá no, pero imagínate todo lo que ofrece: un cálido entorno tropical, todo tipo de comodidades, un ambiente hedonista, una isla privada…


—Te enviaré a todos los clientes que se muestren interesados —dijo Paula en un tono que indicaba que aquél era el último comentario sobre el tema.


—Bueno, de acuerdo. Si es eso lo que quieres…


—¡Claro que sí! —absolutamente.




AS HOT AS IT GETS: SINOPSIS





Lo que más deseaba en el mundo era llevárselo a la cama.



Y una vez lo consiguiera, Paula Chaves podría olvidar su obsesión por Pedro Alfonso y continuar con su vida. Era imposible que fuera tan maravilloso como ella lo imaginaba. Pero Pedro no parecía dispuesto a ayudarla, sino que se mostraba bastante reticente a sus insinuaciones. Iba a tener que esforzarse un poco más…


Después de una cita desastrosa, Pedro no creía que pudiera sobrevivir a otro encuentro con Paula, pero cuando ella se presentó en su hotel ataviada únicamente con una gabardina, Pedro no pudo evitar preguntarse qué pasaría si lo intentaban una vez más…


viernes, 1 de marzo de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO FINAL



Paula había perdido la noción de cuánto tiempo llevaba esperando, sentada en el suelo de su piso, esperando a que Pedro llegara, sin saber si tendría fuerzas para sobrellevar lo que él le iba a decir. Se levantó y puso una tetera al fuego, pero cuando empezó a silbar como loca, no tuvo fuerzas para preparar la taza y el té, y simplemente dejó que el agua se enfriara y volvió a sentarse al suelo, sedienta y preocupada. Así se quedó hasta que oyó unos golpes en la puerta.


—¡Está abierto!


La puerta se abrió y lo primero que vio fueron los zapatos negros y brillantes de Pedro. Se levantó y lo miró.


—Hola —dijo, como si los hechos de la tarde hubieran sido de lo más cotidiano.


—Hola —respondió ella con dificultad.


« ¿Dónde has estado? ¿Por qué has venido? ¿Vas a quedarte?»


—¿Quieres una taza de té?


—No, gracias —ni uno ni otro se movieron, pero la distancia entre ellos era enorme—. He pasado por casa de mi padre.


Paula, preocupada, no estaba preparada para eso y sacudió la cabeza dos veces.


—¿Qué? ¿Has ido a verlo ahora? ¿Por qué?


—Había un par de cosas que tenía que decirle.


—Ah.


—Después pasé por casa de Damian. También tenía unas cosas que aclarar con él.


—Ya veo.


—Pensé que ya que estaba con ánimo de hablar, debía hacerlo con todo el mundo —miró al suelo y suspiró antes de levantar la cabeza de nuevo, y ella apartó la mirada—. Le conté a Mike lo que me pasó cuando era pequeño.


—Lo sé —dijo ella, volviendo la mirada hacia él, incapaz de mentirle.


—Sabía que lo sabías. Me lo imaginé cuando tras marcharnos de la casa no me preguntaste cómo había conseguido hacerlo cambiar de idea. Después imaginé, por todo el tiempo que nos dejaste solos, que lo tenías todo planeado.


—No del todo. Sólo intentaba darle un empujoncito, esperando que funcionara. Siento no haberte dicho toda la verdad sobre por qué quería que vinieras conmigo.


—Nunca lamentes eso —dijo él con el ceño fruncido. Me ha cambiado la vida. Me has cambiado la vida.


—No, yo no te obligué a decirle nada a ese niño. Lo hiciste tú sólo. Sabía que podías hacerlo. Estoy muy orgullosa de ti.


Ambos se quedaron en silencio, y el torbellino que engullía el corazón de Paula era tan grande que estaba segura de que él tenía que sentirlo también, pero parecía tranquilo. Estaba desesperada por preguntarle qué pensaba, pero no quiso obligarlo a ir más allá de donde quisiera ir solo.


Pero una sonrisa se dibujó en su cara y habló como si le hubiera leído el pensamiento.


—Estoy disfrutando del hecho de que estés orgullosa de mí. Es maravilloso, así que espero seguir así.


—¿A qué te refieres?


—Que espero seguir haciendo lo correcto y que sigas estando orgullosa de mí. Por un periodo de tiempo indefinido.


Dieron un paso el uno hacia el otro.


—Nadie hace lo correcto siempre —dijo Paula con una sonrisa—. Y a veces estás haciendo lo correcto y es un completo error. ¿Qué pasará entonces?


—En ese caso, podré seguir sintiéndome bien porque en lugar de estar orgullosa de mí, sé que intentarás comprenderme, que es casi tan bueno.


—¿Cómo lo sabes?


—Tengo experiencia.


Otro pasó.


—Y para compensarte —dijo Pedro—, puedo hacer un montón de cosas por ti. Puedo asegurarme de que la puerta está siempre cerrada, puedo dejarte elegir la película y el sabor del helado y, si alguien te hace daño, saldré detrás de él con mi bate de béisbol.


Pedro, no intentes convencerme. ¿Acaso no sabes que yo ya sé que eres perfecto?


Paula creyó ver que le temblaban los labios, pero no estaba segura. Se acercó un paso más.


—Es mi turno —susurró—. Deja que intente convencerte de que soy perfecta.


—Ya lo has hecho —dijo Pedro con gravedad—. Cuando nos conocimos y después una y otra vez.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas que se derramaron por sus mejillas cuando Pedro avanzó los dos pasos que los separaban y la abrazó. Levantó una mano y le sujetó la cabeza antes de unir sus labios con los de ella. Paula le echó los brazos por encima del cuello y le acarició el pelo negro, apretándose con más fuerza contra él, y suspiró, saboreando su promesa.


Cuando él se apartó, tenía los ojos brillantes y la miró un momento antes de hundir la cara en su cuello y dejarle un reguero de besos húmedos por la curva del hombro y luego volviendo atrás con la lengua. Le atrapó el lóbulo de la oreja con los dientes y dijo:
—Te quiero —ella gimió y él continuó—. Y te querré siempre.


Paula cerró los ojos y dejó que el eco de sus palabras la llenase.


—Y yo también te querré siempre. Los dos te querremos...


—¿Qué quiere decir eso? —Pedro levantó las cejas y echó a reír—. ¿Hay algo que no me hayas dicho? ¿Acaso tienes una gemela y hay dos Paula en realidad?


—No. Estoy embarazada.


Pedro se quedó helado. Las manos se le pusieron tensas sobre los hombros. La expresión asustada que ella tenía en el rostro demostraba que no era una broma. 


Embarazada. Un bebé, su hijo. Suyo y de Paula.


Ella había dejado caer las manos para abrazarse a sí misma, pero él no la dejó allí sola más de medio segundo. La tomó en brazos y la llevó hasta el sofá, donde la sentó y ella se acurrucó contra él, hundiendo la cara en su pecho. Pedro le acarició el pelo un momento, esperando el ataque de todos sus temores.


Pero no sucedió. Lo único que sintió fue un revoloteo de mariposas en el estómago.


—No te lo he ocultado mucho tiempo. Me he enterado hace muy poco, e iba a decírtelo, pasara lo que pasara—


—Paula, cuando volví aquí a buscarte —dijo mientras la acunaba—, quería empezar un futuro contigo inmediatamente —el corazón le latía con fuerza, y Paula debía de sentirlo, porque levantó la mano y se la colocó sobre el pecho—. Bueno, pues parece que ya lo hemos hecho, sin ni siquiera darnos cuenta. Pero estoy preparado.


—¿En serio? —dijo ella contra su pecho; después levantó la cara para mirarlo—. Porque yo sí que lo estoy. ¿En serio estás preparado?


—Estoy preparado para todo lo que nos traiga el futuro.


Pedro deseó que siempre conservara aquella sonrisa y ese brillo en los ojos.


—En ese caso —dijo ella, guiñándole un ojo—, prepárate para besarme.


Y él, aún asustado pero con una energía que nunca antes había sentido, besó a su mejor amiga una y otra vez.





PAR PERFECTO: CAPITULO 60




El siguiente timbre al que llamó fue al de su hermano. Y debía de seguir estropeado, porque a los pocos segundos bajó Damian dando saltos por las escaleras en deportivas.


—Hola —dijo Damian, algo dubitativo.


—Hola —respondió Pedro, y se miraron el uno al otro—. ¿Es un mal momento?


—No, estoy repasando el libro de horarios del próximo semestre. Hay algunas clases interesantes y creo que tengo que hacer prácticas en una emisora de radio. Seré el becario más viejo que hayan tenido nunca —sonrió—. Pero no importa, porque estoy deseándolo, la verdad.


—Serás el mejor becario que hayan tenido nunca. Estoy seguro.


Damian suspiró.


—¿Estás bien?


—Sí, por eso he venido a verte. Estoy mejor que bien. Acabo de tener una charla adorable con papá.


—¿Fue a verte? —dijo Damian, helado.


—No, fui yo a su casa, a Allston.


—Discúlpame que te pregunte por qué has hecho eso.


—Tenía que verlo para alejarme de él.


—Eso parece algo paradójico.


—En realidad, no lo es. Cuando nos marchamos de Connecticut, fuiste tú el que me sacó de allí. Tú eras el mayor y tomaste la decisión. Fue lo correcto, pero no lo hice yo. Tal vez por eso no me sentía capaz de cortar todos los vínculos con él y borrarlo de mi memoria. Diecisiete años más tarde, me he cansado de llevar ese peso a mis espaldas, así que fui a verlo por última vez para decirle que me marchaba. Ahora los dos estamos libres, tú y yo.


—No puedo creer que esté oyendo esto —dijo con los ojos muy abiertos y una enorme sonrisa.


—No he venido sólo a decirte eso. Quería asegurarte que todo lo que has hecho por mí no ha sido para nada —se le rompió la voz y cegado por las lágrimas de muchos años atrás, abrazó a su hermano, su protector, su ídolo, su amigo.


Los dos se abrazaron temblando durante varios minutos y después Damian se apartó y se secó los ojos.


—Me alegra que digas eso.


—Y además voy a demostrarlo —dijo Pedro, secándose los ojos—. Por fin he enterrado mi pasado, y estoy haciendo las paces con mi presente. Ahora tengo que asegurar mi futuro, si es aún posible.


—Creo que el futuro es algo seguro. Y dile «hola» de mi parte —dijo su hermano, rodeándole los hombros con un brazo.




PAR PERFECTO: CAPITULO 59




Pedro no encontró a su padre en la casa pintada de color oscuro en la que creció, sino en un bloque de ladrillo de Allston, donde los jóvenes universitarios en monopatín se mezclaban con las viejecitas que cargaban penosamente con las bolsas del supermercado. Al subir los escalones que llevaban hasta el portal, Pedro esperó tener algún reparo, pero la determinación se impuso.


Había buscado la dirección en la guía telefónica mientras Paula se despedía de Mike, y al no encontrarla, había contactado con un policía amigo suyo que se la había conseguido en cuestión de minutos. Era increíble lo fácil que resultaba encontrar a alguien en una ciudad tan grande. Y lo irónico era que se trataba de la persona de la que se había escondido durante tantos años.


Apretó el botón del intercomunicador, tan sucio y viejo que no tuvo muchas esperanzas en su buen funcionamiento, por lo que la voz de su padre lo sorprendió aún más.


—¿Sí?


—Soy tu hijo —dijo Pedro después de aclararse la garganta.


Oyó un silencio producto de la incredulidad y la puerta se abrió. Nada más entrar en el portal oyó la voz de su padre apoyado sobre el pasamanos, que lo buscaba en la penumbra de la escalera.


—¿Damian?


—No —dijo Pedro subiendo los escalones —. Soy Pedro.


Pedro —dijo su padre cuando lo vio a su altura. Jonathan había cambiado sus asombradas facciones por una sonrisa burlona—. Qué bien recibir visitas de la familia.


Estaba erguido, imponiendo toda su altura sobre Pedro, pero éste se puso frente a él, obligándolo a dar un paso atrás y a entrar en el piso. Pedro cerró la puerta tras él.


Podía oler el aliento de fumador de su padre. Y podía notar la aprensión que creyó que sentiría en los escalones de la entrada, pero no venía de él, sino de Jonathan, por su presencia. Aquello impulsó a Pedro a decir todo lo que había ido a decirle.


—Papá —se echó a reír—. Hacía mucho que no te llamaba así. Bueno, ¿por qué crees que estoy aquí?


Su padre lo miró y Pedro no movió ni un músculo facial. Jonathan sacó un arrugado paquete de tabaco del bolsillo y encendió un pitillo en la cara de Pedro, que siguió sin moverse.


—Creo que por fin has entendido cuáles son tus obligaciones.


—¿Obligaciones? —exclamó Pedro, a punto de echarse a reír.


—Para conmigo, que me sacrifiqué por cuidaros a los dos con mi salario durante años.


—Lo siento, pero ¿de qué modo me compromete eso?


—Eso significa que tienes que echarle una mano a tu viejo de vez en cuando.


—¿Y en qué consiste eso de echarte una mano?


—Es tan fácil como firmar un cheque.


—¿Quieres que te firme un cheque para que me dejes tranquilo? ¿Y dejarás a Damian en paz?


—Sí. Hasta...


—¿Hasta cuándo?


—Hasta la próxima vez que necesite ayuda. Eres mi hijo para toda la vida, no lo olvides, y tu obligación no se acaba.


—Ésa es, papá, la diferencia entre nosotros.


Jonathan levantó la voz.


—¿Cómo dices?


—Que no tengo ninguna obligación en absoluto contigo. Ni ahora ni nunca.


—Pequeño desagradecido...


—No —dijo Pedro, cortando la sarta de insultos—. No soy pequeño. Ya no. Pero sí soy desagradecido, lo admito, por todo lo que nos diste. Tú crees que te debemos algo. Tal vez los hijos les deben algo a los padres, pero eso es crecer y hacerse dignos del orgullo de sus padres. A pesar de ti, Damian y yo hemos crecido y hemos hecho algo importante con nuestras vidas. Y ahí acaba nuestra responsabilidad contigo y —se detuvo— con mamá. Se ha acabado.
Puedes seguir llamando a Damian y llamándome a mí, pero te digo desde ahora que no servirá de nada y que tal vez debieras emplear el tiempo que pasas al teléfono en buscar un trabajo para pagar el alquiler. No te vamos a dar ni un centavo porque, aunque no supiste cuidar de nosotros, eres perfectamente capaz de cuidar de ti mismo. Espero que me estés escuchando, porque no volveré a hablar contigo nunca.


Su padre apretó la mandíbula y le cambió la expresión de la cara, pero Pedro estaba preparado para eso.


—No me asustas —dijo en voz baja y firme—. No me intimidas y no tienes ningún control sobre mí.


Su padre respiraba con dificultad mientras buscaba alguna amenaza o alguna blasfemia que gritarle.


—Adiós —dijo Pedro, y se marchó del piso con paso firme hasta que llegó a la calle. Así se alejó de su padre por segunda vez en su vida. Pero esta vez, como adulto. Era libre.