sábado, 2 de febrero de 2019

FINJAMOS: CAPITULO 29




En cuanto Marina entró por la puerta, Paula le comunicó la noticia. 


—Vuelvo a casa, Marina. Vuelvo a Royal Oak definitivamente —simplemente decirlo le quitó un peso de encima.


—¿Qué? —Marina se quedó parada un segundo. 


Después continuó hacia el salón y se sentó.


—Hablé con Louise. Ha accedido a comprarme mi parte de la sociedad —explicó Paula.


—¿Lo has hecho por teléfono?


—Por supuesto, tengo que ir allí a arreglarlo todo —Paula se rió—. Pero es fiel a su palabra.


—¡Uf! Te mueves como un rayo, chica.


—Es verdad —Paula se puso en pie con energía renovada—. Estoy disparada. Después de que Pedro se fuera a trabajar esta mañana, miré los anuncios del periódico e hice algunas llamadas. Puede que haya encontrado un local.


—¿Ya? Estás de broma.


—No —dijo Paula—. Hablé con una mujer que quiere vender su local. Es un bajo con cocina, donde hace caramelos. Está desencantada por la cantidad de trabajo que implica. Quiere dejarlo.


—Está desencantada —Marina echó la cabeza hacia atrás y soltó una risa.


—¿Qué me dices de ti? ¿No exige mucho tiempo el catering?


—Llevo años en eso. Estoy acostumbrada. Además, también me vendería su equipo. Y...


—Redoble de tambor —interrumpió Marina—. Alzó las manos y simuló que tocaba un tambor. Paula sonrió.


—Tiene un buen precio. Justo lo que puedo permitirme.


—Ni siquiera sabía que estabas planteándote la idea de volver aquí —Marina la miró fijamente, pasando del regocijo al asombro.


—Quería un cambio, pero no me había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos esto —se acercó a la ventana y miró al exterior—. Andar por estás calles, ver el vecindario; no sé... todo me hace sentirme bien. Hogar, dulce hogar.


—¿Sabe Pedro algo de esto? —Marina se puso en pie y se acercó a ella.


Paula negó con la cabeza. ¿Cómo podía compartir su entusiasmo con él cuando Pedro pasaba por una situación profesional terrible? 


Marina la miró a la cara y le puso una mano en el hombro —¿Te ha pedido Pedro...?—preguntó.


—No. En realidad no —interrumpió Paula, anticipando la pregunta—. Pedro es una de las razones por las que me siento bien aquí... y verte a ti, pero es mucho más que eso.


—Adivina qué —Marina se tapó el rostro con las manos y se alejó. Dejó caer los brazos y la miró con expresión de ansiedad—. Parece que volveremos a ser amigas en la distancia —se dejó caer en el sillón—. Estoy a punto de irme. He progresado en mi escritura pero..., no sé, creo que necesito Nueva York. Venir a casa supone un respiro para mí, pero después mis pies se inquietan.


—Tus zapatitos rojos empiezan a bailar... —dijo Paula, sentándose en el brazo del sillón.


—Y me digo que no hay lugar... como Nueva York —Marina la miró con ojos brillantes.


—Pero volverás. De visita.


—Eso seguro —asintió Marina, rodeando la cintura de Paula con un brazo—. Sobre todo si la gente a la que quiero está aquí. ¿Qué harás ahora?


—Tengo que hablar más con Louise —excitada, Paula se levantó y abrió los brazos—. Está dispuesta a comprar mi parte. Ya está buscando ayudantes. Le encanta invertir dinero, pero no es chef.


—¿Qué harás si esa mujer vende el local antes de que Louise y tú lleguéis a un acuerdo?


—Creo que será rápido, además, tengo suficiente dinero ahorrado para dar una entrada —sintiéndose más optimista que en años, Paula tenía ganas de bailar por la sala. Dio unos giros y se dejó caer en el sofá—. Hagamos algo festivo.


—¿Decorar una carroza, por ejemplo?


—La carroza. Se me había olvidado —Paula sonrió—. Supongo que puede considerarse festivo.


Aunque Paula se reía, sentía cierta angustia y deseó de corazón que Pedro hubiera tenido mejor día del que anticipaba.


Pedro salió del aparcamiento del estudio de televisión y condujo hacia Delaney. Paula había dicho que iría a participar en la decoración de la carroza, y probablemente seguía allí. Cuando llegó al garaje encontró un hueco justo delante del edificio, como si estuviera destinado a él.


La camioneta de plataforma estaba a un costado del garaje, pues era demasiado grande para la puerta. Pedro echó una ojeada a la gente. 


Aunque saludó a varias personas, buscaba a Paula.


Poco después, su cabello largo y oscuro captó su atención; estaba en medio de todos. Al verla, anheló tomarla entre sus brazos y darle las noticias. Pero no era el lugar adecuado y deseó reservarlas para más tarde. Paula alzó la vista y lo saludó con la mano.


—Parece que casi habéis acabado —dijo, inspeccionando la colorida carroza que se alzaba ante él. En el centro de la plataforma había un Superman con una capa que ondeaba al viento y un traje formado con flores de plástico rojas, blancas y azules. Paula lo miró interrogante—. Después, dijo él contestando a la pregunta silenciosa.


Aunque ella hizo un gesto de decepción, no lo presionó y señaló la figura de Superman.


—El tema de la carroza son los héroes populares y los superhéroes —Paula agarró su mano y entrelazó los dedos con los suyos—. Yo quería ponerte a ti ahí arriba.


—Gracias —dijo Pedro con ojos chispeantes, deseando besar sus sensuales labios entreabiertos—. Pero no me merezco ese honor. Superman sí que es un héroe de verdad.


—Tú eres mucho más real que Superman —le susurró Paula al oído, poniéndose de puntillas.


—Vámonos de aquí —dijo él, rodeando su cintura con un brazo, henchido de felicidad.


—Aún queda algo de trabajó.


—Entonces, acabemos de una vez —replicó él, acercándose a la estructura.


—Vale —Paula le dio una grapadora—. Podremos irnos enseguida.


—¿Qué alimaña quiere que extermine, señorita? —farfulló él, sujetando la grapadora como si fuera un revolver. Paula soltó una risa.


—¿Qué tal si pones algunas flores mas allí? —señaló una zona a la izquierda de la base.


Él rodeó la carroza y, mientras Paula le pasaba las flores, Pedro grapaba. En pocos minutos, se retiró y admiró su obra.


—Tiene buena pinta —dijo Paula, sonriéndole y copiando su imitación de vaquero—. Eso bastará, socio —hizo una reverencia y agitó las pestañas con coquetería.


Paula parecía más contenta que por la mañana, y eso intrigó a Pedro. En su cara no se veía la tensión de los últimos días, y sus ojos brillaban como estrellas. Se preguntó qué le había levantado tanto el ánimo.


Recordó su entrevista con Holmes. Cuando salió del despacho de su jefe, Pedro se sintió más tranquilo que en meses. Tenía un objetivo, una dirección; la incertidumbre quedaba atrás.


La multitud comenzó a diluirse. Los trabajadores recogieron sus herramientas y empezaron a cruzar la calle. Pedro agarró la mano de Paula y tiró de ella, deseando escapar de allí.


—Increíble —un voz rugió tras ellos. Juntos, se volvieron hacia el sonido—. Pedro Alfonso y Paula Chaves de la mano —continuó el hombre—. ¿Qué más puede ocurrir?


—Muérete de envidia —gritó Pedro, sin detenerse. 


—Para que luego digan que los milagros no existen —añadió Paula por encima del hombro.


No hubo respuesta y Pedro apretó la mano de Paula con sensación de plenitud. No se había encogido, como solía hacer cuando la gente se burlaba de su relación. Era un gran progreso.


—¿Dónde aparcaste tú? —preguntó Pedro cuando llegaron a su coche. Estrechó los ojos y miró la larga fila de vehículos aparcados.


—Vine con Marina. Ella ya se ha marchado, pero supuse que tú aparecerías.


—Ya sabía que algún día confiarías en mi —aunque lo dijo en broma, Pedro estaba encantado con el cambio. Abrió la puerta del coche—. ¿Qué te parece ir a comer algo?


—Suena bien —contestó Paula—, pero ¿no quieres hablar antes? —se metió en el coche.


—Podemos hablar en el restaurante. No he comido en todo el día —replicó él.


Cuando el chef depositó la aromática mezcla de ternera, pollo y verduras de la parrilla en el cuenco de Paula, Pedro echó dos dólares en un vaso de cristal. Uno de los cocineros soltó un grito, agarró la cuerda que colgaba sobre la parrilla y tocó una campana que resonó por todo el restaurante. Paula recogió su plato, fue hacia la mesa y se sentó.


—Odio esa campana. Una cosa es dar propinas, pero que un tipo se cuelgue de esa cuerda y grite como Tarzán es otra cosa muy distinta. Todo el mundo se da la vuelta y mira.


—Es parte de la diversión —Pedro le dio una palmadita en el brazo—. Además, hace que los que no dan propinas se sientan fatal.


A Paula no le parecía divertido. Cuando estaba muy animada, disfrutaba con la campana y eligiendo los ingredientes de la parrillada, pero no era el caso esa noche. Pedro no le había dicho nada, y eso le hacía pensar que la situación era terrible. No le había dado sus buenas nuevas, porque no podía mostrar su alegría si él se había quedado sin trabajo.


Paula echó arroz en su plato y lo cubrió con la mezcla de carne y verduras. Se llevó el tenedor a la boca y lo probó.


—Mmm. Es la mejor parrillada de la ciudad.


—No puede ser mejor que esto —dijo Pedro, centrándose en su mezcla de carne y especias. 


Sacó una tortilla de maíz de la cesta, la cubrió con la carne y la enrolló.


Aunque sonreía, Paula percibió cierta ansiedad y se preguntó si eso implicaba malas noticias. 


Especuló sobre todas las posibilidades mientras intentaba comer, pero no podía tragar. 


Frustrada, Paula dejó el tenedor y cruzó los brazos.


—¿Por qué me tienes en vilo? —preguntó.


—Ha sido una locura de día, Paula —Pedro dejó la tortilla en el plato. No he comido y me moría de hambre —se limpió los labios con la servilleta—. Sé que si empezamos a hablar, no pararemos. Me concentro mejor con el estómago lleno.


—¿Son buenas o malas noticias?


—Buenas noticias. Fantásticas —una sonrisa tierna curvó sus labios. Paula se inclinó hacia él.


—Entonces, ¿no te han despedido? ¿La amenaza de Patricia no significaba nada?


—¿Ves?, sabía que querrías saberlo todo. ¿Cómo puedo comer y hablar al mismo tiempo?


—Habla con la boca llena. Me da igual —le dio una palmadita en la mano, como una mamá que diera permiso a un niño.


—Holmes le dijo a Patricia que estaba demasiado estresada y le sugirió que se fuera a Europa de viaje. Se reunirá con ella en París dentro de dos semanas.


—Ojalá alguien me regañara así —suspiró Paula—. Esa mujer es una malcriada.


—Eso es lo que dijo Holmes —deslizó la mano por la mesa y acarició la de Paula—. Pidió disculpas por su comportamiento.


—Estás de broma —Paula se echó hacia atrás.


—No. En palabras de su padre: «Patricia es muy terca y le gusta atar a la gente y dominarla».


—Ya te dije que era un hombre agradable.


—Estoy de acuerdo —Pedro se reclinó en la silla con una sonrisa y soltó un resoplido—. Luego, pasó varios minutos alabando mi capacidad y mi encanto.


—Tiene razón. Eres muy capaz


—¿Solo? ¿Qué me dices de mi encanto? —protestó Pedro guiñándole un ojo.


—Ya eres demasiado creído —reconvino Paula.


—Pediré la cuenta —Pedro llamó al camarero—. Después seguiremos hablando.


Sabiendo que todo iba bien, Paula aceptó. 


Hambrienta, envolvió el resto de su comida en una tortilla y le dio un bocado, saboreando la especiada mezcla de sabores. Cuando terminaron de comer, Pedro sacó la cartera y dejó el dinero sobre la mesa.


—Podemos irnos cuando quieras —dijo.


—Ya mismo —aceptó Paula.


Él se puso en pie y le retiró la silla. Paula se puso el jersey y lo siguió. Cuando salieron, una brisa fría los azotó. Paula tiritó.


—¿Está Marina en casa? —preguntó Pedro, poniéndole un brazo sobre los hombros.


—No creo. Un antiguo novio suyo la invitó a cenar. Me dijo que no la esperara levantada.


—Entonces podemos ir a casa. Lamento decirlo, pero prefiero hablar contigo a solas —dijo Pedro


El comentario dejó a Paula pensativa.


Cuando llegaron a casa, Pedro fue a la cocina.


—¿Te apetece un refresco o, mejor aún, una copa de vino?


—¿Vino? ¿Celebramos algo?


—Podría ser —sacó una botella de la nevera y dos copas de un armario.


—¿Qué quieres decir? —preguntó Paula, siguiéndolo al salón. Él dejó las copas sobre la mesa de café y sirvió el vino. Paula se sentó en un sillón.


—Estas son las buenas noticias —dijo Pedro, ofreciéndole una copa—. Como Holmes se irá a Europa dentro de dos semanas, ha adelantado las entrevistas para el puesto de presentador.


—¿Cuándo? —preguntó ella, aceptando la copa.


—El viernes —Pedro se sentó en el sofá, frente a ella y tomó un sorbo de vino.


—¿Este viernes? —preguntó Paula. Él asintió con la cabeza—. Eso es fantástico, Pedro.


—No te alegres demasiado. El viernes es dentro de dos días. ¿Quién sabe lo que ocurrirá? Mañana entrevista a mi competencia, y el jueves tiene un viaje fuera de la ciudad.


—Después de todo lo que has hecho por la cadena, no creo que te dé deje lado.


—Ya veremos. Simplemente no me fío de lo que oigo. Al oírlo hablar a él, parece que el puesto está asegurado, pero...


—¿Asegurado? Entonces debemos de haberlo convencido de que casi eres un hombre casado.


—No lo sé —le guiñó un ojo—. En cualquier caso, prefiero no entusiasmarme demasiado.



FINJAMOS: CAPITULO 28




Pedro aparcó el coche y entró al edificio. Había tomado decisiones y pensaba mantenerse firme.


Con el corazón en la garganta, subió al ascensor. Aunque adoraba su trabajo, el daño que le había hecho a Paula le importaba más que el trabajo. Otras cadenas de televisión, en otra ciudad, contrataban a reporteros con experiencia. Buscaría en otro sitio. Quizá en Cincinnati.


El rostro de Paula lo perseguía: su dolor, su humillación, su pérdida de confianza. Le parecía imposible compensarla. Ella le había dado mucho y él muy poco a cambio.


Cuando se abrieron las puertas del ascensor, Pedro levantó la barbilla y caminó por el pasillo, simulando que no había ocurrido nada. Cuando entró en su despacho, se dejó caer en la silla e inhaló con fuerza. Se preguntó qué hacer antes. Si guardar sus cosas o ir a ver a Holmes. Miró por la ventana y observó a sus compañeros, preguntándose si habían oído algo.


La puerta se abrió y a Pedro se le encogió el estómago. El presentador de las noticias de la tarde entró en el despacho.


—Hola —dijo Brian Lowery.


—¿Qué hay de nuevo? —preguntó Pedro con incertidumbre.


—No mucho. Me preguntaba qué tal había ido el cóctel —se sentó en la silla que había junto al escritorio—. ¿Tuvo éxito?


—Fue bastante bien —dijo Pedro, escrutándolo lentamente. No sabía si Brian intentaba ser sutil o si era cierto que no había oído nada del fiasco.


—Me alegro. Trabajaste mucho en ese proyecto.


—Aún no ha acabado. Estarán aquí un par de días más —Pedro hizo acopio de valor—. ¿Has oído algún rumor?


—¿Rumor? —Brian frunció el ceño—. No sé bien a qué te refieres.


—Patricia y yo tuvimos una pequeña discusión —Pedro, mas relajado, decidió ser honrado—. Bastante más que pequeña.


—Eso no es difícil. Es una fanática del control.


—Puedes volver a decirlo —Pedro sonrió levemente—. Me ha despedido esta mañana.


—¿Despedido? Bromeas. No puede hacer eso.


Pedro se encogió de hombros.


—Esa mujer necesita una buena patada —Brian alzó las cejas y soltó una risita—. Ahora que lo mencionas, hoy no la he visto por aquí —se puso en pie y fue hacia la puerta—. Yo no me preocuparía. Piense lo que piense, el jefe es su padre.


Pedro lo despidió con la cabeza y se quedó pensativo. Había visto a Holmes doblegarse ante su hija más de una vez. Echó una ojeada al correo que había ante sí. Nada que no pudiera esperar. Alzó el teléfono para ver si tenía algún mensaje. La voz de Holmes resonó en su oído; quería hablar con él. Pedro pulsó el intercomunicador.


—Comprobaré si el señor Holmes está libre —dijo la secretaria de su jefe. Se oyó la melodía de espera unos segundos—. Puede verlo ahora en su despacho, si le viene bien.


Pedro asintió, colgó el teléfono, se quitó la chaqueta e, hinchando los pulmones, fue hacia la escalera. Cuando llegó, Holmes le indicó una silla con un gesto.


—Entra. Siéntate.


Pedro lo hizo y se hundió en el sillón. El hombre lo estudió en silencio.


—Ayer te fuiste pronto de la fiesta.


—Es cierto. Lo siento, pero era necesario.


Holmes miró unos papeles en la mesa y pasó el dedo índice por el borde. Pedro supuso que era su comunicación de despido.


—Tengo entendido que Patricia y tú tuvisteis un pequeño problema.


Pedro se inclinó hacia delante, apoyó los codos en las rodillas y juntó las manos. Se obligó a levantar la vista de los zapatos y miró a Holmes.


—Más que un pequeño problema, señor. Uno bastante grande.



FINJAMOS: CAPITULO 27





Paula sentada en el pequeño estudio, miró el teléfono. Llevaba toda la mañana dándole vueltas al problema de Pedro, con dolor de corazón. Ella era la gran culpable de la disputa. 


Si no hubiera vuelto a aparecer en la vida de Pedro, él sería presentador en unos meses, y ella regresaría a su negocio en Cincinnati.


Su negocio era lo que la preocupaba en ese momento. Con la mano sobre el auricular, observó la humeante taza de café. La agarró con la otra mano y tomó un sorbo. Tenía que hablar con Louise, y hacerlo ya.


Sería mejor hablar cara a cara pero, si sabía que la sociedad iba a disolverse, Paula podía aprovechar el tiempo investigando las posibilidades de Royal Oak. Deseó que la conversación fuera amigable. Dejó la taza en el escritorio y marcó el número. Inmediatamente, oyó la voz de Louise. 


—Paula, ya has vuelto. Gracias a Dios. 


Paula hizo una mueca al notar la tensión de su socia.


—Sigo en Michigan, Louise. ¿Hay problemas?


—Solo lo usual. No sirvo para supervisar la cocina. Sé que no estás de acuerdo, pero incluso puse un anuncio en el periódico para ver si alguien se presentaba a una entrevista. He sugerido muchas veces que contratemos cocineros y nos limitemos a supervisar, creo que ya es hora. Tenemos suficiente clientela para dejar a alguien a cargo de la cocina. Esto no es para mí.


—No te gusta el trabajo duro —dijo Paula, a quien sí le gustaba la cocina.


—No tenía ni idea de las horas que dedicas a esto. Muchas más que yo.


—Me alegro de que ahora lo entiendas —Paula se recostó en la silla, más segura—. He pensado mucho desde que estoy en Michigan.


—Yo también —Louise soltó una risita— Más vale que vuelvas antes de las vacaciones. Tenemos montones de reservas.


—Las vacaciones se aproximan —Paula sintió una oleada de tristeza. Normalmente las reservas del Día de Acción de Gracias y de Navidades le gustaban, pero ese año la idea de una temporada llena de actividad la dejaba fría. 


Solo quería volver a casa. Pero volver a Royal Oak implicaba muchos cambios, y riesgos. Se preguntó cuánto tardaría en lanzar su negocio allí, y qué tipo de competencia encontraría. 


Tampoco sabía cómo encajaba Pedro en sus planes.


—No te oigo, Paula. ¿Qué estás pensando? —preguntó Louise.


—Desde que llegué, me he dado cuenta de lo mucho que echo de menos esto, Louise. Creo que mi sitio está aquí.


—¿Te refieres a dejar Cincinnati? —Louise tomó una bocanada de aire.


—Sí. Me gustaría volver aquí y empezar un negocio. Añadir algunas de las ampliaciones de las que te he hablado. Ya sabes.


—¿No eres feliz aquí?


—No es que no haya disfrutado trabajando contigo, Louise —tranquilizó Paula, notando la tensión creciente de su socia—. La sociedad era lo que ambas necesitábamos... entonces. Pero ahora creo que sería beneficioso separarnos, para las dos. Hace tiempo que quiero expandirme y tú quieres contratar empleados y limitarte a supervisar. Tenemos filosofías diferentes.


Siguió un silencio largo y pesado. Paula cerró los ojos, esperando que Louise se negara a seguir escuchándola.


—A decir verdad, Paula, yo también he pensado en eso. Supongo que querrías que te comprara tu parte de la sociedad.


—Es la única manera de poder empezar aquí —confesó Paula, tragándose su orgullo. Si Louise no cooperaba, no tenía esperanzas—. No tengo suficiente ahorrado para abrir un negocio y sufragarlo los primeros meses.


—Has tomado esa decisión muy rápidamente —comentó Louise.


—En realidad no —Paula sintió un vacío en el estómago—. Hace tiempo pienso en ello.


Paula cerró los ojos y repasó mentalmente lo que significaría el cambio. No solo vender su piso, sino encontrar una casa, un local, contratar personal y comprar equipo nuevo. Una gran empresa, pero una que deseaba emprender.


El rostro de Pedro ocupó sus pensamientos, brillante como una luna de verano. El corazón le dio un vuelco. La mudanza, Pedro, todo le parecía increíble.


Se preguntó qué haría si Louise se negaba.



viernes, 1 de febrero de 2019

FINJAMOS: CAPITULO 26




Paula no podía dormir. Incapaz de creer lo ocurrido la noche anterior, peleó con la almohada toda la noche. Miró el despertador; eran las seis de la mañana. Se sentó de golpe y escuchó. La casa estaba en silencio.


Incorporándose, levantó el estor y miró por la ventana. La hierba estaba cubierta de escarcha y un escalofrío recorrió su cuerpo. Pero el frío se derritió con un cálido recuerdo. Como nunca antes, Pedro había demostrado su devoción y apoyo. Había retado al enemigo, conmoviéndola.


Por fin, Paula lo creía. Había arriesgado su carrera y su ascenso por defenderla. Se había convertido en su héroe.


Se puso un chándal y bajó las escaleras. Tenía hambre. Aunque había pasado todo el día anterior preparando comida, no había tenido un momento para tomar un tentempié, y después del fiasco, el disgusto le impidió comer.


Bajó las escaleras de puntillas y pasó junto al dormitorio de Pedro. La puerta estaba entreabierta y lo vio, con las manos detrás de la cabeza, mirando el techo. Tenía el rostro tenso y Paula comprendió que lo preocupaba su trabajo.


Ella compartía su preocupación. Dio un golpe en el marco de la puerta, la abrió más y esperó.


—Paula. ¿Por qué estás levantada tan pronto?


—Supongo que por lo mismo que tú. Pensando.


Él le indicó que entrara con un gesto. Ella cruzó la habitación y se sentó en la cama.


—¿Estás preocupado?


—Supongo —dijo él acariciando su brazo por encima de la camiseta—. Le he entregado a Holmes varios años de trabajo leal, y esperaba...


—Un ascenso. Un futuro. Cualquiera esperaría lo mismo —metió los pies helados bajo la manta que había en el piecero de la cama, se tumbó de lado y se apoyó en el codo—. Pero aún no sabes si la situación ha cambiado.


—No con certeza, pero puedo adivinarlo. Patricia no permitirá que mi comportamiento le pase desapercibido a su padre.


—No esperes problemas —dijo ella, desolada por la tristeza de sus ojos.


—Lo sabré muy pronto. Supongo que en cuanto entre en la oficina, Holmes me entregará mis papeles de despido.


—No te preocupes —pasó la mano por su brazo desnudo—. A veces las cosas ocurren para bien.


—Es verdad. Como tenerte aquí tumbada en la cama —sonrió con picardía—. Ven aquí —dijo, pidiéndole que se acercara. La rodeó con el brazo y la atrajo aún más. Siguieron tumbados cara a cara, solo separados por la colcha.


—No podemos olvidar que lo de ayer tuvo algo bueno —apuntó Paula.


—¿Qué fue? —preguntó él. La miró con ternura y ella, sin aliento, le pasó un dedo por los labios.


—Ayer te convertiste en mi héroe —dijo—. Nunca un hombre me había defendido como tú.


—¿Has necesitado que te defendieran? —su tristeza se desvaneció y soltó una risita.


—Eso no viene al caso —dijo ella, aprovechando el momento para incorporarse y poner los pies en el suelo. La tentación era demasiado grande. Si seguía tumbada junto a él, se metería en problemas.


Pedro la miró con ojos seductores, animándola a que volviera, pero Paula se mantuvo firme.


—Necesito comer —explicó ella—. Estoy muerta de hambre.


—Yo también —con una mirada traviesa, estiró los brazos y la sujetó contra sí.


—Pero yo tengo hambre de comida —juguetona, lo apartó y se puso en pie. Cruzó la habitación y se detuvo en la puerta—. Si me necesitas, estaré en la cocina.


—Sí te necesito, Paula —su gruñido la siguió al pasillo.


—Y yo necesito comida —replicó ella, obligándose a seguir hacia la cocina.


Alegrándose de que Marina siguiera durmiendo, Paula fue hacia la cafetera. Demasiadas opiniones y comentarios solo la pondrían más nerviosa.


Mientras Paula se bebía el café y tomaba tostadas con mantequilla, oyó puertas abrirse y cerrarse, el ruido de la ducha y, finalmente, los pasos de Pedro en el pasillo. Cuando se servía el segundo café, entró a la cocina. Con aspecto preocupado, fue hacia la cafetera, agarró una taza y se sirvió café. Paula, para distraerlo de sus preocupaciones, decidió hablar de algo distinto.


—El tiempo ha volado. El viernes se celebran el desfile y el partido. El baile del centenario es el sábado. ¿Te lo puedes creer? Llevo aquí casi tres semanas.


—¿Tres semanas? Parece toda una vida.


—¿Eso es bueno o malo?


—No hace falta que conteste a eso, ¿verdad? —Pedro le ofreció una media sonrisa. Ella negó con la cabeza


—¿Te acuerdas de que esta noche decoramos la carroza?


—¿El qué?


—Marina nos pidió que la ayudáramos a decorar una de las carrozas del desfile


—Eso es lo último que tengo en la cabeza —dejó la taza en la mesa y alzó los ojos contrito.


—No importa, lo entiendo —aceptó ella, pensando que si tuviera algo de cerebro no lo habría preguntado. ¿Por qué iba a interesarle una carroza cuando su vida profesional pendía de un hilo?


—¿Dónde estaréis?


—Están trabajando en el garaje de Delaney, en Catalpa. Cuando esté acabada van a aparcarla en algún sitio hasta el viernes —replicó ella, preguntándose por qué se interesaba.


—Iré por allí, antes o después —dijo él—. Asegúrate de esperar a...


El teléfono sonó y Pedro se puso pálido. Miró a Paula con cara de resignación, cruzó la habitación y agarró el auricular. Preguntándose si debía quedarse o irse, Paula dejó que venciera la curiosidad y, un segundo después, supo quién llamaba. Patricia.


—Estoy de acuerdo —dijo Pedro—. Los dos respetamos a tu padre y queremos lo mejor para la cadena.


Se apartó el teléfono del oído y Paula oyó la voz estridente al otro lado. Acercándose de nuevo el auricular, Pedro respondió.


—Tenemos que hablar, Patricia. Sin juegos. Yo no te intereso de verdad. De hecho, ni siquiera estoy seguro de caerte bien. Lo que quieres es el control —escuchó en silencio durante un momento—. ¿No puedes esperar? Estaré en la oficina en una hora.


Miró a Paula y movió la cabeza. De repente, cambió de expresión y Paula se quedó paralizada, temiendo lo peor.


—¿Qué quieres que haga qué? —dejó caer los hombros y, con aspecto derrotado, se apoyó en la pared, aunque su voz se mantuvo firme—. Recogeré mi escritorio, Patricia, pero lo haré cuando tu padre me despida. Según mis últimas noticias, el dueño de la cadena es él, no tú.
Colgó el teléfono y miró a Paula a los ojos. —Confiaba en que al menos esperaría a que llegase a la oficina —dijo con un suspiro.



FINJAMOS: CAPITULO 25



Paula, frustrada, permitió que la abrazara y apoyó la cabeza en su pecho. Él le quito la bandeja y la condujo a la despensa. Una vez dentro, encendió la luz y la abrazó de nuevo.


Paula parpadeó, comprendiendo que estaban en la despensa para evitar miradas curiosas. Pero le dio igual, cansada y frustrada, necesitaba el consuelo que le ofrecían los brazos de Pedro.


—Paula, no sé cómo permití que te metieras en este lío. Debería haber utilizado el sentido común, pero no tengo bastante —alzó su rostro hacia él—. Me he comportado como un tonto.


Bajó la boca hacia la suya y Paula, incapaz de resistirse, se puso de puntillas. Pedro acarició sus labios con suaves caricias, y ella disfrutó de la placentera sensación. Allí era donde debía estar.


La puerta de la despensa se abrió de golpe, alarmando a Paula. Patricia estaba en el umbral.


—¿Buscáis algo en particular? —preguntó, con ira no disimulada.


—Buscamos algo de intimidad, Patricia. Paula acaba de tener una mala experiencia con uno de los invitados.


—¿Contigo, quizá? —escupió ella con sarcasmo. Abrió la puerta más aún—. Me gustaría que los dos salierais de mi despensa.


Pedro, a cámara lenta, se agachó y recogió la cofia de sirvienta del suelo.


—Te diré lo que vamos a hacer, Patricia. Paula y yo saldremos de tu despensa y de tu casa.


—Pero papá está buscándote —exclamó Patricia con ojos muy abiertos y rostro ceniciento.


—Dile a tu padre que tuve una emergencia —Pedro empujó a Paula hacia la encimera e hizo que recogiera su bolso.


—Pero, Pedro... —su voz adquirió un tono autoritario—. ¿No te gusta trabajar para papá?


—He disfrutado trabajando para tu padre, Patricia. Pero no para ti.


Le colocó la cofia de sirvienta en la cabeza, se volvió hacia Paula y la condujo hacia la puerta.