sábado, 2 de febrero de 2019
FINJAMOS: CAPITULO 27
Paula sentada en el pequeño estudio, miró el teléfono. Llevaba toda la mañana dándole vueltas al problema de Pedro, con dolor de corazón. Ella era la gran culpable de la disputa.
Si no hubiera vuelto a aparecer en la vida de Pedro, él sería presentador en unos meses, y ella regresaría a su negocio en Cincinnati.
Su negocio era lo que la preocupaba en ese momento. Con la mano sobre el auricular, observó la humeante taza de café. La agarró con la otra mano y tomó un sorbo. Tenía que hablar con Louise, y hacerlo ya.
Sería mejor hablar cara a cara pero, si sabía que la sociedad iba a disolverse, Paula podía aprovechar el tiempo investigando las posibilidades de Royal Oak. Deseó que la conversación fuera amigable. Dejó la taza en el escritorio y marcó el número. Inmediatamente, oyó la voz de Louise.
—Paula, ya has vuelto. Gracias a Dios.
Paula hizo una mueca al notar la tensión de su socia.
—Sigo en Michigan, Louise. ¿Hay problemas?
—Solo lo usual. No sirvo para supervisar la cocina. Sé que no estás de acuerdo, pero incluso puse un anuncio en el periódico para ver si alguien se presentaba a una entrevista. He sugerido muchas veces que contratemos cocineros y nos limitemos a supervisar, creo que ya es hora. Tenemos suficiente clientela para dejar a alguien a cargo de la cocina. Esto no es para mí.
—No te gusta el trabajo duro —dijo Paula, a quien sí le gustaba la cocina.
—No tenía ni idea de las horas que dedicas a esto. Muchas más que yo.
—Me alegro de que ahora lo entiendas —Paula se recostó en la silla, más segura—. He pensado mucho desde que estoy en Michigan.
—Yo también —Louise soltó una risita— Más vale que vuelvas antes de las vacaciones. Tenemos montones de reservas.
—Las vacaciones se aproximan —Paula sintió una oleada de tristeza. Normalmente las reservas del Día de Acción de Gracias y de Navidades le gustaban, pero ese año la idea de una temporada llena de actividad la dejaba fría.
Solo quería volver a casa. Pero volver a Royal Oak implicaba muchos cambios, y riesgos. Se preguntó cuánto tardaría en lanzar su negocio allí, y qué tipo de competencia encontraría.
Tampoco sabía cómo encajaba Pedro en sus planes.
—No te oigo, Paula. ¿Qué estás pensando? —preguntó Louise.
—Desde que llegué, me he dado cuenta de lo mucho que echo de menos esto, Louise. Creo que mi sitio está aquí.
—¿Te refieres a dejar Cincinnati? —Louise tomó una bocanada de aire.
—Sí. Me gustaría volver aquí y empezar un negocio. Añadir algunas de las ampliaciones de las que te he hablado. Ya sabes.
—¿No eres feliz aquí?
—No es que no haya disfrutado trabajando contigo, Louise —tranquilizó Paula, notando la tensión creciente de su socia—. La sociedad era lo que ambas necesitábamos... entonces. Pero ahora creo que sería beneficioso separarnos, para las dos. Hace tiempo que quiero expandirme y tú quieres contratar empleados y limitarte a supervisar. Tenemos filosofías diferentes.
Siguió un silencio largo y pesado. Paula cerró los ojos, esperando que Louise se negara a seguir escuchándola.
—A decir verdad, Paula, yo también he pensado en eso. Supongo que querrías que te comprara tu parte de la sociedad.
—Es la única manera de poder empezar aquí —confesó Paula, tragándose su orgullo. Si Louise no cooperaba, no tenía esperanzas—. No tengo suficiente ahorrado para abrir un negocio y sufragarlo los primeros meses.
—Has tomado esa decisión muy rápidamente —comentó Louise.
—En realidad no —Paula sintió un vacío en el estómago—. Hace tiempo pienso en ello.
Paula cerró los ojos y repasó mentalmente lo que significaría el cambio. No solo vender su piso, sino encontrar una casa, un local, contratar personal y comprar equipo nuevo. Una gran empresa, pero una que deseaba emprender.
El rostro de Pedro ocupó sus pensamientos, brillante como una luna de verano. El corazón le dio un vuelco. La mudanza, Pedro, todo le parecía increíble.
Se preguntó qué haría si Louise se negaba.
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