sábado, 2 de febrero de 2019

FINJAMOS: CAPITULO 28




Pedro aparcó el coche y entró al edificio. Había tomado decisiones y pensaba mantenerse firme.


Con el corazón en la garganta, subió al ascensor. Aunque adoraba su trabajo, el daño que le había hecho a Paula le importaba más que el trabajo. Otras cadenas de televisión, en otra ciudad, contrataban a reporteros con experiencia. Buscaría en otro sitio. Quizá en Cincinnati.


El rostro de Paula lo perseguía: su dolor, su humillación, su pérdida de confianza. Le parecía imposible compensarla. Ella le había dado mucho y él muy poco a cambio.


Cuando se abrieron las puertas del ascensor, Pedro levantó la barbilla y caminó por el pasillo, simulando que no había ocurrido nada. Cuando entró en su despacho, se dejó caer en la silla e inhaló con fuerza. Se preguntó qué hacer antes. Si guardar sus cosas o ir a ver a Holmes. Miró por la ventana y observó a sus compañeros, preguntándose si habían oído algo.


La puerta se abrió y a Pedro se le encogió el estómago. El presentador de las noticias de la tarde entró en el despacho.


—Hola —dijo Brian Lowery.


—¿Qué hay de nuevo? —preguntó Pedro con incertidumbre.


—No mucho. Me preguntaba qué tal había ido el cóctel —se sentó en la silla que había junto al escritorio—. ¿Tuvo éxito?


—Fue bastante bien —dijo Pedro, escrutándolo lentamente. No sabía si Brian intentaba ser sutil o si era cierto que no había oído nada del fiasco.


—Me alegro. Trabajaste mucho en ese proyecto.


—Aún no ha acabado. Estarán aquí un par de días más —Pedro hizo acopio de valor—. ¿Has oído algún rumor?


—¿Rumor? —Brian frunció el ceño—. No sé bien a qué te refieres.


—Patricia y yo tuvimos una pequeña discusión —Pedro, mas relajado, decidió ser honrado—. Bastante más que pequeña.


—Eso no es difícil. Es una fanática del control.


—Puedes volver a decirlo —Pedro sonrió levemente—. Me ha despedido esta mañana.


—¿Despedido? Bromeas. No puede hacer eso.


Pedro se encogió de hombros.


—Esa mujer necesita una buena patada —Brian alzó las cejas y soltó una risita—. Ahora que lo mencionas, hoy no la he visto por aquí —se puso en pie y fue hacia la puerta—. Yo no me preocuparía. Piense lo que piense, el jefe es su padre.


Pedro lo despidió con la cabeza y se quedó pensativo. Había visto a Holmes doblegarse ante su hija más de una vez. Echó una ojeada al correo que había ante sí. Nada que no pudiera esperar. Alzó el teléfono para ver si tenía algún mensaje. La voz de Holmes resonó en su oído; quería hablar con él. Pedro pulsó el intercomunicador.


—Comprobaré si el señor Holmes está libre —dijo la secretaria de su jefe. Se oyó la melodía de espera unos segundos—. Puede verlo ahora en su despacho, si le viene bien.


Pedro asintió, colgó el teléfono, se quitó la chaqueta e, hinchando los pulmones, fue hacia la escalera. Cuando llegó, Holmes le indicó una silla con un gesto.


—Entra. Siéntate.


Pedro lo hizo y se hundió en el sillón. El hombre lo estudió en silencio.


—Ayer te fuiste pronto de la fiesta.


—Es cierto. Lo siento, pero era necesario.


Holmes miró unos papeles en la mesa y pasó el dedo índice por el borde. Pedro supuso que era su comunicación de despido.


—Tengo entendido que Patricia y tú tuvisteis un pequeño problema.


Pedro se inclinó hacia delante, apoyó los codos en las rodillas y juntó las manos. Se obligó a levantar la vista de los zapatos y miró a Holmes.


—Más que un pequeño problema, señor. Uno bastante grande.



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