martes, 1 de enero de 2019

EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 36



Agnes murmuró una respuesta y se marchó. 


Gaston le sonrió a Paula y descorchó la botella de vino para llenarle la copa.


-Te ha conquistado, ¿eh?


-¿Cómo?


-Alfonso sabe cómo ganarse a las mujeres.


Paula ignoró el vino que le había servido y se concentró en ocultar el resentimiento.


-Es curioso. El dijo lo mismo de ti.


-No me extraña. Nunca me perdonó que me casara con su hermana. Hizo todo lo que pudo por romper nuestro matrimonio, y al final lo consiguió.


Paula no había oído esa versión de la historia. Gaston le ofreció un plato de sándwiches de pollo y, después de que ella hubiera tomado uno, él se sirvió unos cuantos.


-Después de aquello, Alfonso se propuso inmiscuirse en todas mis relaciones. Me robó a mi novia. ¿Te ha contado eso? No la quería para él, desde luego. Perdió el interés en ella en cuanto yo lo perdí –se encogió de hombros-. Está obsesionado con hacerme la vida imposible, y no le importa a quién tenga que usar para conseguirlo -se sirvió unos trozos de melón en el plato-. Eso te incluye a ti.


Aunque Paula había sospechado que era la obsesión de Pedro por perjudicar a Gaston lo que lo había impulsado a seducirla, no le gustaba oírselo decir a Gaston.


-No tiene la menor importancia. Me retiro del caso y me marcho hoy de Point.


-Preferiría que no te retiraras del caso.


-Malena contratará a otro investigador que lo hará mucho mejor que yo.


-¿Tienes pensado informar a Malena de tus descubrimientos?


-Lo siento. Eso es imposible. Anoche alguien me robó mi maletín del coche. Contenía toda la información recopilada... Aunque de todos modos no había encontrado nada útil.


-Sabes quién está detrás del robo, ¿verdad? -dijo él, mirándola con ojos entornados.


Paula sabía a quién se refería, por supuesto.


-Si estás intentando culpar al doctor Alfonso, necesitarás pruebas si no quieres que te acusen de difamación.


-Sabes muy bien que fue él quien robó el maletín, o alguien a quien le encargó que lo hiciera.


-Alguien pudo haberlo robado para intentar ayudarlo, pero estoy segura de que el doctor Alfonso no tuvo nada que ver.


Gaston soltó una áspera carcajada.


-Te ha afectado más de lo que pensaba -dijo, recostándose en la silla-. ¿Sabes? Tengo muchos contactos en el mundo de los negocios. Podría ayudarte en tu carrera... y a tu hermana. Y también podría destruiros a las dos -añadió, con una mirada tan fría que Paula se estremeció.


-Eso no será una amenaza, ¿verdad?


-Claro que no. Es un hecho -afirmó él, inclinándose hacia delante para tenderle otra bandeja-. ¿Una magdalena de zarzamora? -le ofreció, y justo en ese momento sonó el timbre de la puerta-. ¿Puedes abrir, madre? Y trae aquí a nuestro invitado, por favor.


-¿Invitado? -repitió Paula, sacudida por un terrible presagio.


Gaston partió una magdalena por la mitad y la untó de mantequilla.


-Creo que podemos solucionar este asunto de la demanda ahora mismo.


Paula oyó el entusiasta saludo de Agnes, seguido por una voz profunda y masculina. Era Pedro.


-Es sorprendente lo rápido que ha aceptado mi invitación -comentó Gaston-. Sólo tuve que decirle que estabas tú aquí -levantó su copa en un brindis-. Eres un elemento muy valioso.


Asqueada, Paula se dio cuenta de que otra vez iba a ser usada como un peón de ajedrez.


-¿Qué piensas hacer? -le preguntó a Gaston.


-Ofrecerle un trato. Si no lo acepta, usaré el caso Sharon Landers para convencer al jurado.


Paula se quedó horrorizada. Gaston había oído a Frankie. Y ahora Pedro pagaría el precio.


Agnes llevó al invitado al solarium y volvió a marcharse. Pedro llevaba la misma ropa que la noche anterior y no se había afeitado, como si hubiera pasado toda la noche levantado. Su mirada se posó inmediatamente en Paula, como si quisiera asegurarse de que estaba bien.


A pesar de todas las dudas y temores, a Paula se le aceleró el corazón al verlo. Quería arrojarse en sus brazos, aliviarle con besos la tensión de su rostro y declarar que estaba de su parte.


-Buenos días, Alfonso -lo saludó fríamente Gaston-. Por favor, toma asiento.


Pedro permaneció de pie. El odio entre los dos hombres casi se podía palpar en el aire.


-¿Qué demonios quieres, Tierney?


-Quiero ofrecerte un trato. Estoy dispuesto a retirar la demanda y olvidarme del asunto... si aceptas mis condiciones. Por escrito. Aquí y ahora.


En vez de mandarlo al infierno, Pedro se volvió hacia Paula.


-Quiero hablar contigo, Paula. En privado.


A Paula se le aceleró aún más el pulso. No podía hablar con él en privado. Si lo hacía estaría perdida. Le diría que lo amaba y que se quedaría siempre con él para luchar por su honor. Tenía que marcharse.


-No, lo siento, Pedro -dijo. Dejó la servilleta junto al plato y miró a Gaston-. Tengo que irme. Hay un largo camino hasta Tallahassee.


Se levantó y evitó la mirada de Pedro mientras pasaba a su lado, pero él le rodeó la cintura con un brazo, deteniéndola. Ella lo miró llena de pánico, dispuesta a echar a correr.


-No sé de qué condiciones está hablando -dijo él en voz baja-, ni por qué cree que las aceptaré. Pero voy a dejarlo todo en tus manos, Paula -declaró, mirándola con una sinceridad sobrecogedora-. Dime qué quieres que haga con esta maldita demanda y lo haré. Por escrito. Aquí y ahora.


Paula lo miró, atónita. ¡No podía hablar en serio! 


Y sin embargo ella lo creía. Pedro estaba dispuesto a hacer las paces con su peor enemigo y a aceptar cualquier condición.


-¿Por qué?


-Porque nada es tan importante para mí como tú -le susurró-. Nada.


El amor que Paula había intentando extinguir estalló en su pecho, expandiéndose por su interior.


-Estoy dispuesto a rebajar la cantidad a doscientos mil dólares -la odiosa voz de Gaston pareció surgir de un mundo lejano-. Tu seguro la pagará sin problemas. Luego, como una cuestión personal entre nosotros, me entregarás la propiedad de la playa. Y pedirás disculpas públicamente.


El rostro de Pedro se contrajo, pero su mirada permaneció fija en Paula.


-Oh, Pedro, hay algo que debes saber -murmuró Paula. No quería que Pedro se rebajara a aceptar ningún trato, pero tampoco quería que el caso de Sharon Landers saliera a la luz.


-Lo que mi mano derecha intenta decirte, Alfonso -intervino Gaston-, es que estamos dispuestos a usar nuestra munición. Paula me ha facilitado un montón de notas, grabaciones y fotos que le resultarán muy interesantes a un jurado.


-¡Mi maletín! -exclamó Paula con voz ahogada-. Tú me lo robaste.


-Mi prueba favorita es su informe sobre el caso de Sharon Landers -siguió Gaston-. ¿Recuerdas a la joven madre a la que mataste en tu quirófano?


Pedro se puso rígido, como si lo hubieran azotado con un látigo, y miró desconcertado a Paula.


-Está mintiendo -susurró ella. ¿Cómo podía pensar Pedro que lo traicionaría de esa manera?


Aunque por otro lado, ¿por qué no iba a pensarlo? Ella le había advertido que pensaba reunir toda la información que pudiera para destruirlo. Y no le había dicho que se había retirado de la investigación ni que sus sentimientos habían cambiado.


Gaston se echó a reír y se recostó en la silla.


-Paula Chaves vale su peso en oro. He disfrutado mucho con sus servicios -dijo, tomando un sorbo de vino-. Pensaré en ella la próxima vez que quiera destruir a alguien.



Pedro se lanzó hacia él por encima de la mesa, tirando los platos al suelo. Gaston soltó la copa de vino cuando se echó hacia atrás para escapar de la mano que iba derecha a su garganta, pero Pedro lo agarró por la camisa y tiró de él.


-¡No, Pedro! -gritó Paula, sujetándole el brazo con el que se disponía a golpear-. ¡Conseguirás que te detengan!


-¿Qué demonios está pasando aquí? -espetó una voz severa que dejó a todos de piedra.


El sheriff Gallagher estaba en la puerta del solarium, con el ceño fruncido y su placa reluciendo a la luz del sol. Agnes estaba tras él con los ojos muy abiertos.


-¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío!


Pedro soltó a Gaston y bajó el puño. Paula le soltó el brazo y Gaston se puso en pie y se sacudió las migas y los trozos de melón de la camisa.


-¿Por qué ha tardado tanto, sheriff? Se lo dije. Me ha atacado en mi propia casa.


-Debería haber una ley que prohibiera provocar a alguien como tú has provocado al doctor Alfonso -dijo el sheriff, mirando furioso a Gaston-. Pero no la hay -desvió la mirada hacia Pedro-. Y tú deberías tener el suficiente sentido común para no responder a una provocación.


-No lo ha golpeado -declaró Paula-. Sólo lo ha agarrado de la camisa. Nada más. He sido testigo.


El sheriff la miró con el ceño fruncido.


-Tierney me dijo que usted sospechaba que el doctor le había robado el maletín. ¿Tiene alguna prueba?


-¡Yo jamás he sospechado de él! -exclamó ella, y fulminó a Gaston con la mirada-. Tú debes de haber llamado al sheriff antes incluso de que yo te dijera que me habían robado el maletín.


-Registre el coche de Alfonso, sheriff -exigió Gaston-. Seguro que encuentra el maletín.


-No puedo registrar su coche sin una causa justificada.


-Espere un momento -dijo Pedro-. Yo he estado toda la noche navegando. Gaston dispuso de mucho tiempo para dejar algo en mi coche...


-Ya se está inventando excusas -gruñó Gaston-. Sheriff, ese maletín contiene material relevante para mi acusación. Si no registra su coche, lo denunciaré a usted a sus superiores.


-¡Denunciarme a mí! ¿Por qué?


Pedro masculló una maldición y pasó junto a Paula y al sheriff de camino a la puerta.


-Voy a registrar mi coche, y si encuentro algo que no debería estar ahí, Tierney, lo lamentarás.


-¿Ha oído esa amenaza, Sheriff? -espetó Gaston-. Vamos, madre. Puede que necesite a una testigo honesta.


El sheriff gruñó y todos se dirigieron al reluciente deportivo negro de Pedro, quien no tardó ni dos minutos en encontrar el maletín detrás de los asientos.


-¡Ajá! -exclamó Gaston-. Sabía que lo habías robado. Sheriff, he visto algo sospechoso detrás de los asientos.


Pedro le arrojó el maletín a Paula sin mirarlo siquiera. Estaba vacío. Sin duda Tierney había sacado el contenido antes de dejarlo en el coche.


Entonces Pedro sacó otro objeto de detrás de los asientos. Una bolsa de plástico que contenía un pequeño frasco de un líquido rojizo.


-¿Qué demonios es esto, Tierney?


-Buena pregunta -dijo Gaston, muy satisfecho-. Sheriff, será mejor que le eche un vistazo a la sustancia que el doctor Alfonso tenía en su coche. Estoy seguro de que se trata de alguna clase de alucinógeno, como el que le inyectó a mi madre.


Al oír la insinuación, Pedro torció el gesto y avanzó amenazadoramente hacia Gaston, pero el sheriff le puso una mano en el brazo.


-No tengo derecho a confiscar nada del doctor a menos que tenga alguna razón para creer que es una sustancia ilegal, lo cual no es el caso.


-Mi abogado le entregará una orden judicial, Sheriff. El jurado necesitará saber que llevaba alucinógenos en el coche.


Pedro le tendió la bolsa al sheriff.


-Me gustaría que analizaran esta sustancia, y si es algún alucinógeno, quiero que detengan a Tierney por haberlo dejado en mi coche.


-Sois los dos una espina en el trasero -murmuró el sheriff. Sacó el frasco de la bolsa y lo abrió. 


Un olor rancio se elevó en el aire.


-¡Reconozco ese olor! -declaró Paula-. ¿Tú no, Agnes?


-No, no lo reconoce -espetó Gaston-. Y será mejor que me ocupe yo mismo de analizar esta sustancia -añadió, y le arrebató el frasco al sheriff.


-¡Ni hablar! -dijo él, alargando el brazo para recuperarlo.


Gaston intentó ponerlo fuera de su alcance y el líquido se derramó sobre su rostro. Cerró los ojos con un chillido y dejó caer el frasco para frotarse con las mangas.


El frasco cayó a la hierba y el sheriff se agachó para recogerlo, pero Pedro lo detuvo.


-Use esto -le dijo, tendiéndole la bolsa de plástico-. No deje que el líquido entre en contacto con su piel. ¿Quién demonios sabe lo que es esto?


-Reconozco el olor -afirmó Agnes-. Huele igual que mi potenciador de feromonas.


-No digas una palabra más, madre -le gritó Gaston, parpadeando frenéticamente. Tenía el rostro lleno de manchas rojas.


-Agnes, ¿usaste este potenciador el Cuatro de julio? -le preguntó Paula.


-Señorita Chaves, si dices una palabra más, te demandaré igual que a Alfonso -amenazó Gaston. Su voz sonaba extrañamente ronca-. Y también demandaré a Malena y a sus socios.


-Sí, lo usé el Cuatro de julio -respondió Agnes mientras el sheriff se alejaba hacia su coche con la bolsa de plástico--. Pero sólo un poco. Quería que Bob se fijara en mí. Y funcionó. ¿Recuerdas, Gaston? Intenté que tú también usaras un poco. Funciona tanto con los hombres como con las mujeres. Me lo preparó una buena amiga de la India a base de hierbas y setas. Pero, ¿cómo ha llegado al coche de Pedro?


-Mi cara -se quejó Gaston. Se había puesto pálido, por lo que las manchas resaltaban aún más.


-¡Oh, Dios mío! -exclamó Agnes, mirándolo con preocupación-. Parece que está teniendo una reacción alérgica... -entonces pareció darse cuenta de algo y puso una mueca-. ¿Es posible que mi potenciador me provocara la reacción alérgica en el picnic?


-Es muy posible -corroboró Pedro-. Y si está hecho de hierbas y setas, es probable que también provocara las alucinaciones.


Gaston empezó a resollar y se llevó una mano al pecho.


-¿Se te ha cerrado la garganta? -le preguntó Pedro con brusquedad, acercándose a él.


-¡Aléjate de mí! -jadeó Gaston, retrocediendo-. Madre... llama a una... ambulancia.


Agnes miró confusa a Pedro, quien asintió. Soltó un pequeño grito y entró corriendo en la casa. 


Gaston se llevó una mano a la garganta y empezó a sudar abundantemente. El sheriff hizo una llamada por su radio.


Pedro masculló una maldición y se dirigió a su coche. Paula se acercó a Gaston mientras éste se apoyaba contra su propio coche y luchaba por respirar. Los ojos se le habían hinchado horriblemente.


-Pedro -gritó ella-. ¡La ambulancia no llegará a tiempo!


Pedro volvió del coche con su botiquín de emergencia y preparó rápidamente una jeringa.


-Tiene un shock anafiláctico.


Gaston se derrumbó sobre Paula, que intentó sostenerlo.


-¡Ha dejado de respirar! -gritó el sheriff, corriendo a ayudarla.


Lo tumbaron en el camino de cemento y Paula se arrodilló junto a él para hacerle el boca a boca. Mientras, Pedro le inyectó la jeringa en el brazo.


-Puede que esto no actúe lo bastante deprisa. Dejadme comprobar si el aire le llega a los pulmones -apartó a Paula y le puso a Gaston un estetoscopio en el pecho y la garganta-. Sheriff, ¿tiene un bolígrafo?


El sheriff sacó uno del bolsillo y se lo dio a Pedro, que lo rompió para quedarse con el tubo vacío.


-Paula, búscame el algodón -dijo con voz tranquila y autoritaria, sacando un cuchillo del botiquín-. Tierney, si puedes oírme, tengo que hacerte una traqueotomía o de lo contrario te asfixiarás.


Horrorizada, Paula se dio cuenta de que Pedro se disponía a abrirle la garganta a Gaston.


-No mires, Paula -le recomendó él. Tomó el algodón de sus temblorosos dedos y frotó la piel en la base del cuello de Gaston, antes de realizar una incisión corta y vertical.


Cuando la sangre empezó a brotar, Paula miró a Pedro a los ojos, pero no por la visión de la sangre, sino por el sobrecogimiento casi espiritual que la invadía. Siempre había amado a Pedro, pero nunca lo había visto trabajar tan intensamente por salvar una vida... aunque fuera la vida de su peor enemigo. Y lo hacía, no por las consecuencias legales que tendría sobre su acusación ni por un sentido del deber, sino por su bondad innata. Haría lo que fuera por impedir la muerte o el sufrimiento de un ser humano.


¿Cómo no amarlo? ¿Cómo no desear que fuera una parte vital de su vida?


Cuando llegó la ambulancia, Pedro levantó la vista y pareció sorprenderse de que ella lo estuviera mirando... O tal vez de la intensidad de su mirada. Pero enseguida desvió la atención hacia los paramédicos. Paula se dio cuenta entonces de que el pecho de Gaston se movía rítmicamente y de que había abierto los ojos. 


Pedro le había salvado la vida.




EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 35



Paula denunció el robo en la oficina del sheriff, pero no tenía esperanzas de recuperar el maletín. El ladrón había dejado otros objetos valiosos, como el teléfono móvil o el reproductor de CDs. Quienquiera que fuese sólo quería el contenido del maletín.


Por otro lado, estaba contenta de haber dejado el caso y de poder marcharse. Para el almuerzo con los Tierney se había puesto unos vaqueros y una camiseta amarilla, en vez de su habitual ropa de trabajo. Quería estar cómoda para el viaje de regreso a Tallahassee.


Agnes la recibió con una sonrisa, vestida con una túnica verde azulada.


-Ayer no tuve oportunidad de darte la buena noticia... ¡Bob y yo vamos a casarnos!


-Oh, Agnes, es maravilloso -exclamó Paula, abrazándola, feliz de que hubiera otro hombre en su vida aparte de Gaston.


-Estás preciosa, querida. Deberías ponerte vaqueros más a menudo.


Paula tuvo que sonreír. Se había pasado toda su infancia con vaqueros.


-Te veo sonreír, pero presiento que estás abatida -observó Agnes-. Se trata de un hombre, ¿verdad?


-¡No! -respondió, forzando una carcajada-. No se trata de ningún hombre. Pero tengo algunas noticias que tal vez no te gusten.


-No te marcharás de Point, ¿verdad?


-La verdad es que sí.


-¡Pero apenas has tenido tiempo para conocer a Gaston! Llegó muy tarde al picnic, y...


-Gaston está aquí, ¿verdad?


-Sí, se reunirá con nosotras en el solarium. Pero primero ven conmigo -la tomó del brazo y la llevó a un dormitorio decorado con tapices y cortinas de seda-. Cuando tienes problemas con los hombres, necesitas la fragancia adecuada -dijo, y seleccionó un frasco verde esmeralda de la cómoda-. Este almizcle hizo maravillas con Bob. Potencia las feromonas de una mujer y hace que un hombre no pueda resistirse.


Descorchó el frasco y un olor rancio a hierbas impregnó la habitación. Agnes frunció el ceño.


-Es extraño. ¡Sólo lo usé una vez y ya no queda nada!


Paula le agradeció sus buenas intenciones, ocultando el alivio por no tener que usarlo. El olor era demasiado empalagoso para su gusto. 


Además, no tenía el menor deseo de acentuar sus feromonas.


Agnes, sin embargo, estaba decidida a hacer un último esfuerzo para emparejarla con Gaston. La sacó al solarium, con espléndidas vistas al mar, y le indicó una mesa preparada para dos con porcelana dorada, copas de cristal y una botella de vino.


-Vino de diente de león -dijo Agnes-. Lo hago yo misma, y lo reservo para ocasiones especiales.


-Agnes, ¿por qué sólo hay dos cubiertos?


-Yo he almorzado. Tengo que llamar a mis amigas para contarles lo de mi compromiso. No podré acompañaros a ti y a Gaston.


-Ah, la encantadora Paula Chaves. Buenos días -la saludó Gaston, saliendo al solarium con una camisa azul. Le apartó una silla y ella se sentó con renuencia-. Espero que hayas descansado después del baile de anoche.


Paula se ruborizó al recordarla incómoda escena en la pista de baile.


-Oh, ¿bailasteis los dos juntos? -preguntó Agnes con expresión esperanzada.


-No. Pero espero que lo hagamos algún día -dijo Gaston, sentándose frente a Paula y clavándole una mirada tan intensa que Paula sintió náuseas.


-Quiero decirles a los dos que me retiro de la investigación.


-¿Que te retiras? -exclamó Agnes-. Pero, ¿por qué?


-Me temo que mi relación personal con varios miembros de la comunidad dificultan seriamente mi trabajo. Crecí en Point. Creo que cualquier otro investigador lo hará mejor que yo.


-Madre -dijo Gaston con voz suave-, ¿no tenías que hacer unas llamadas?




domingo, 30 de diciembre de 2018

EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 34




-¿Que te retiras del caso? ¿Te has vuelto loca?


Paula puso una mueca al oír el grito de Malena y se apartó ligeramente el teléfono de la oreja. Se había pasado toda la noche preparándose para la reacción de su hermana.


-Lo siento, Malena, pero no voy a cambiar de opinión. Nunca debí aceptar este caso.


-¿Se te ha olvidado cuánto trabajo nos pueden proporcionar Gaston y Agnes Tierney? Podría acabar siendo socia de su empresa, y me aseguraría de que todas nuestras investigaciones se te encargaran a ti. Vale la pena acabar ésta, ¿no?


-He perdido mi... imparcialidad.


-¿Tu qué?


Paula se esforzó por encontrar su voz. El sol de la mañana no había sofocado su torbellino emocional. Quería volver a ver a Pedro. Lo necesitaba más que nunca. Y rezaba porque Gaston Tierney no hubiera oído hablar a Frankie del caso de Sharon Landers.


-Paula, esto no será por Pedro Alfonso, ¿verdad?


-Sí -susurró ella.


-¿Lo has visto? ¿Has hablado con él?


-Sí. No creo que sea culpable de negligencia, y no quiero contribuir a destruir su reputación.


-¡No puedo creerlo! Has permitido que te encandile con esa sonrisa suya, y ahora...


-No quiero discutir esto, Malena. Estoy fuera del caso.


-Te das cuenta de cómo van a tomarse esto los socios, ¿verdad? Cuando les diga que tenemos que contratar a otro investigador, pensarán que no eres digna de confianza y no volverán a encargarte ningún caso importante. E incluso podrían demandarte por romper el contrato. Tendrás suerte si alguien vuelve a ofrecerte trabajo. Paula... no te habrás enamorado de él, ¿verdad? -le preguntó. Al no recibir respuesta soltó un suspiro-. Espero que no te estés buscando problemas. Te mereces encontrar a un buen hombre, pero no creo que Pedro Alfonso sea el adecuado.


-No te preocupes por mí, Malena -dijo Paula con toda la firmeza que pudo-. Ya casi lo he superado. Hoy me voy a casa, y seguramente no vuelva a verlo en años, o tal vez nunca.


Sólo de pensarlo sintió una punzada de dolor.


 ¿Cómo había podido enamorarse tan desesperadamente de él? ¿Cómo había sucumbido a algo tan superficial como su encanto?


Fuera como fuera, no podía dejar de pensar en todo lo que habían compartido.


-Está bien, hermanita -aceptó Malena-. Estás oficialmente fuera del caso. Pero, ¿te importaría pasarte por casa de los Tierney y aclarar las cosas por mí? Agnes se llevará una gran decepción. Me llamó para decirme lo mucho que le gustabas. Y a Gaston no le hará ninguna gracia el retraso. Diles que ha surgido una emergencia.


-No les mentiré, Malena. Pero les pediré disculpas y les aseguraré que encontrarás a alguien mejor.


-Gracias. Y, Paula, si me necesitas llámame, ¿de acuerdo? Puedo estar ahí en un santiamén.


Paula se despidió y, tras llamar a Agnes y concertar una visita, hizo el equipaje y llevó las maletas al coche. Pero entonces se encontró que la puerta del Mercedes estaba abierta, y cuando miró en el salpicadero, vio que su maletín había desaparecido.


Alguien le había robado todos los trapos sucios que había reunido contra Pedro Alfonso.



EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 33




Pedro se paseaba por la cubierta del velero mientras observaba el puerto, esperando a Paula.


¿Iría a reunirse con él? La ansiedad se le arremolinaba dolorosamente en el pecho. Paula se había marchado muy disgustada de la pista de baile, y él no podía culparla. Ella le había pedido discreción, y él la había convertido en el centro de todas las miradas. Apretó los dientes con frustración. Tendría que haber permitido que Tierney bailara con ella. Pero no soportaba la idea de ver a Paula en sus brazos. Había visto a demasiadas mujeres sucumbir al incomprensible encanto de Tierney, y el impulso de protegerla había sido más fuerte que su sentido común. 


Pero no sólo había sido un instinto protector... 


Quería a Paula para él solo.


Se dejó caer en una silla y cerró los ojos. 


¿Cuándo había llegado a la conclusión de que Paula le pertenecía? ¿Cuándo había sabido que su vida no sería plena sin ella? ¿Cuándo se había dado cuenta de que deseaba mucho más que sexo?


No sabía cuándo ni por qué, pero sí sabía una cosa: se había enamorado de ella. Paula sólo llevaba tres días en casa, y sin embargo él sabía que nunca había dejado de necesitarla.


¿Sería posible que un sentimiento tan fuerte no fuera mutuo? No podía imaginárselo. Había sentido la pasión en sus besos, en sus miradas, en sus caricias. Tal vez lo único que Paula necesitaba era tiempo para asimilar lo que aquella emoción significaba.


Sin embargo, el instinto le advertía que podría perderla si se equivocaba. Ya la había asustado la noche anterior al hacer el amor, y había vuelto a asustarla en la pista de baile.


El ruido de unas pisadas en el muelle lo hizo levantarse de un salto. ¿Había ido a verlo? Tal vez tuviera su oportunidad. Si le hacía el amor aquella noche, Paula no querría dejarlo al día siguiente.


Una figura femenina se detuvo junto al velero y lo miró en silencio. Era Frankie.


-Lo siento, Pedro. Paula ha vuelto al hotel. Dice que no puede venir y que si te importa algo... -puso una mueca y acabó la frase a regañadientes-, no vuelvas a contactar con ella.


El dolor más horrible que se pudiera sentir impidió responder a Pedro. ¿Que si le importaba algo? ¿Acaso Paula lo dudaba?


-Parece que está pensando en marcharse de Point -siguió Frankie-. De vuelta a su vida, dice ella.


«Su vida». Una vida de la que él no formaría parte.


-Pedro, no quiero parecer grosera, pero te has comportado como un imbécil en la pista de baile, obligándola a elegir entre humillarte a ti o a su socio.


Pedro sintió que la piel le ardía, pero más por dolor que por vergüenza. Su intención no había sido obligar a Paula a declarar públicamente su lealtad. Pero era eso lo que había hecho.


-Deberías estar agradecido de que sea Paula quien investigue este caso para Tierney -dijo Frankie-. Sólo buscará la verdad, y la verdad sólo puede ser beneficiosa para ti. Además, seguro que cree que eres inocente.


Pedro apretó la mandíbula y miró el cielo estrellado. No le importaba que Paula creyera o no en su inocencia. Lo único que quería era tenerla a su lado, fuera cual fuera el veredicto del jurado.


Quería que estuviera enamorada de él. Nunca se había enfrentado a esa clase de dolor ni presión emocional, pero sabía cómo recuperar el control de sí mismo. Sólo necesitaba pasar tiempo a solas rodeado por la inmensidad del mar. Consiguió esbozar una sonrisa y mandó a Frankie de vuelta a la fiesta con la promesa de no provocar más escenas. Después, guió el barco por el canal y salió a las turbulentas aguas del golfo.


Pero en aquella ocasión no encontró ninguna emoción al luchar contra el oleaje. El viento sólo conseguía enfriarle la piel. Y mar abierto sólo conseguía acentuar su soledad y la amarga sensación de pérdida.



EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 32




-¡Paula! ¡Paula, espera! -la llamó Frankie, golpeando la ventanilla del Mercedes justo cuando Paula se disponía a salir del aparcamiento-. Tengo que hablar contigo.


Paual detuvo el coche, aunque no estaba de humor para hablar. Tenía la cabeza llena de dudas. Frankie abrió la puerta y se sentó junto a ella.


-Paula, cariño, no puedes irte así. Sé que estás disgustada, pero... -se interrumpió y contempló el lujoso interior del vehículo-. Vaya, bonito coche.


-No es mío -murmuró ella, aferrando el volante mientras miraba las sombras de la tarde-. Es de Malena. Yo conduzco un Chevy que nunca me ha dado problemas. Y vivo en un bonito apartamento de dos dormitorios. Cómodo, pero nada ostentoso. Y he estado saliendo con un contable al que conozco de un mes. Nada serio... -la voz se le quebró y apretó los labios.


-¿De qué estás huyendo esta vez, Pau?


-¿Huyendo? -repitió ella, girando la cabeza hacia Frankie-. No huyo de nadie. Vuelvo a casa. A mi vida. La vida que he construido... La vida que entiendo -añadió, más para sí misma.


Una expresión de angustia ensombreció los azules ojos de Frankie.


-Pedro me ha enviado con un mensaje. Dice que te reúnas con él.


Paula la miró, demasiado aturdida para responder. Pedro la estaba esperando en su barco para hacerle el amor en el mar. Cerró los ojos y apoyó la frente en el volante. A pesar de todo, quería irse con él. Y entonces, en un destello de lucidez, se dio cuenta de la escalofriante verdad. ¡Se estaba enamorando de Pedro!


Aquella certeza le provocó un doloroso nudo en el estómago. Se había esforzado mucho para dejar de ser la niña insegura y traumatizada que se marchó de Point. Había sobrevivido al rechazo del coronel y de Pedro, y se había fortalecido en todos los frentes para no volver a sufrir. Ahora el dolor volvía a llamar a su puerta. ¡No podía dejarle paso!


-Dile a Pedro que no puedo ir con él. Y dile también... -añadió, con los ojos llenos de lágrimas- que si le importo algo, no vuelva a contactar conmigo.


Frankie la miró en silencio durante unos momentos.


-No sé lo que está pasando, Pau, pero por lo que he visto en la pista de baile, sientes algo por él. Y a Pedro... bueno, nunca lo había visto en ese estado. Normalmente es muy frío y tranquilo.


-¿Y no sabes por qué?


-¿Por qué está loco por ti?


Paula negó con la cabeza. Estaba demasiado alterada para explicar que la actitud de Pedro se debía a su rivalidad con Gaston más que a lo que sintiera por ella.


-Paula, creo que Pedro te necesita.


-No quiero oír nada más de él -espetó ella.


-Si te importa algo, será mejor que escuches -insistió Frankie en tono cortante-. Todos estamos muy preocupados por él. Hace un par de meses, operó a un niño de una lesión en la columna. Hizo todo lo que pudo, pero la lesión era demasiado grave y el niño no podrá volver a caminar.


A pesar de su determinación por permanecer impasible, el corazón se le encogió de dolor a Paula.


-Pedro cree que ha aprendido a aceptar los problemas que no puede solucionar -siguió Frankie-, pero no es así. En su tiempo libre se rodea de gente, pero nunca conecta realmente con nadie. Se marcha en mitad de las fiestas y sale a navegar en solitario.


-Seguramente se lleva a una mujer con él -murmuró Paula.


-No. Muchas lo desearían, pero no se lleva a ninguna.


El alivio que sintió Paula sólo sirvió para inquietarla aún más.


-¿Qué tiene que ver eso conmigo?


-Él conecta contigo, Paula. Incluso de niños teníais una relación especial. Ahora que has vuelto, Pedro vuelve a mostrarse abierto y animado. Cielos, la forma en que te miraba en la pista de baile...


-La conexión que hemos tenido desde mi regreso es sexo -afirmó Paula-. Nada más que sexo.


-Bueno, eso es un comienzo.


-Y también un final.


Frankie soltó un suspiro de frustración y dejó caer las manos en el regazo.


-Por culpa de la demanda de Tierney, ¿verdad? -hizo un mohín con los labios y sacudió la cabeza-. Por frívola que sea, esta demanda le hará más daño a Pedro que la otra.


-¿La otra? -preguntó Paula, poniéndose rígida en el asiento.


-El caso de Sharon Landers -respondió Frankie, pero enseguida puso una mueca de horror, como si se arrepintiera de haberlo dicho-. No... no puedes usar una antigua demanda contra Pedro, ¿verdad? -balbuceó-. Quiero decir... no fue culpa suya. Todo el mundo sabe que no fue culpa suya.


Paula se estremeció. Otra demanda en el historial de Pedro sería pertinente para la investigación, y ocultársela a Malena constituiría una violación del contrato.


-Puedes contármelo, Frankie. Lo habría descubierto de todos modos. ¿Fue algo sin importancia?


-No... pero por favor, no creas que fue culpa de Pedro. Él era uno de los tres cirujanos que atendieron a la mujer después del accidente de coche. Mientras Pedro le operaba la pierna, un cirujano plástico le recomponía el rostro. El cirujano jefe supervisaba toda la operación. Por desgracia, el anestesista desconectó accidentalmente el tubo respiratorio... La mujer no recuperó la conciencia -murmuró, desviando la mirada hacia la ventana.


-¿Murió?


Frankie asintió.


-Su marido demandó al hospital y a los tres médicos que la habían operado. Al final se decidió resolver el caso fuera de los tribunales. Pedro quedó destrozado por la muerte de su paciente. Pensaba que tendría que haberse dado cuenta de que algo iba mal. Era su primer año en prácticas...


A Paula le dolió pensar cuándo debía haberlo afectado aquella muerte. Y aún le dolió más pensar en cómo se sentiría si aquel caso salía a la luz en un juicio... gracias a ella.


-Mira, Pau. Sé que tu trabajo es investigar a Pedro, pero a veces los asuntos personales están por encima de las decisiones profesionales -dijo Frankie, y levantó una mano cuando Paula abrió la boca para discutir-. Tal vez ésta no sea una de esas veces... O tal vez sí -añadió, apretándole el brazo-. Piensa en ello, ¿de acuerdo?


Paula asintió, incapaz de hablar. Frankie salió del coche y cerró la puerta. Pero después de dar unos pasos se dio la vuelta y se inclinó sobre la ventanilla abierta de Paula.


-Y por favor, no le cuentes a nadie el caso de Sharon Landers. Ocurrió cuando Pedro estaba trabajando en Miami, y muy poca gente de aquí lo sabe. Yo lo sé porque su madre me lo contó.


Sonrió tristemente y se marchó. Aturdida, Paula se dispuso a subir la ventanilla, pero entonces vio una figura alta que se separaba de una palmera y se acercaba al coche. Los faros delanteros iluminaron el rostro pálido y aristocrático de Gaston Tierney.


Se apoyó en el techo del vehículo y le sonrió a Paula.


-Sólo quería felicitarte. Estás haciendo un trabajo excelente.