jueves, 27 de diciembre de 2018
EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 22
-Antes de hacer cualquier movimiento –susurró ella, mirándolo con un brillo de malicia en los ojos-, tendrás que preguntar: «¿Me permites, Paula?»
Pedro se quedó tan anonadado que no pudo responder ni pensar con claridad.
-Y puede que yo te dé permiso... -siguió ella, moviéndose tan cerca de él que el satén le rozó el rostro-, o puede que no.
Paula lo había dicho sin pensar. En realidad había sido él quien la había animado a provocarlo, con sus miradas que hacían hervir la sangre y sus confesiones susurradas: «Nunca hice el amor con ella, Paula... No era Malena a quien estaba besando».
Le había quitado un gran peso del corazón, y de repente se sentía ligera y libre. Pedro había tirado guijarros a su ventana, y ella había salido a jugar, aunque aún no había decidido lo lejos que llegaría. Todo dependía de que Pedro acatara o no sus reglas y le pidiera permiso. Durante mucho tiempo él había impuesto sus reglas, pero ahora era ella quien demostraba su poder. ¡Incluso se había atrevido a rozarle la cara con los pechos!
Un hormigueo de excitación avivó la emoción de su descaro. Deslizó las manos sobre sus robustos hombros y lo miró, expectante, esperado encontrase un atisbo de sonrisa.
El no sonrió, y aquello la hizo detenerse.
Realmente esperaba una sonrisa, pero Pedro permanecía quieto y rígido, con las manos agarrándola por los costados. Parecía muy serio. Paula temió haberse precipitado.
Pero entonces él la miró a los ojos con una intensidad que hizo saltar todas las alarmas.
-¿Me permites, Paula? -le preguntó en un cálido susurro.
A Paula le flaquearon las rodillas y le dio un vuelco el corazón. Se suponía que tenía que hacerle declarar sus intenciones exactas para seguir con el juego, pero no pudo decir otra cosa que:
-Adelante.
Pedro soltó una profunda exhalación y deslizó sus fuertes manos sobre el satén, rozándole con los pulgares la curva de los pechos. El tacto de sus manos y la intensidad de sus caricias prendieron llamas en el interior de Paula, y eso que apenas había hecho algo más que recorrerla con la mirada.
-¿Me permites, Paula? -volvió a preguntar, rozando el rostro contra el costado de un pecho.
Con el corazón desbocado, y a través de una espesa niebla de sensualidad, Paula intentó anticiparse a su próximo movimiento.
-Adelante.
Pedro extendió las manos sobre su caja torácica, la sujetó con firmeza y hundió el rostro entre sus pechos. La barba incipiente raspaba el satén, y sus labios rozaban los endurecidos pezones cada vez que giraba lentamente la cabeza.
Paula se arqueó, atónita por el placer que la recorría y por la tensión que emanaba del cuerpo de Pedro. Sentía que se estaba conteniendo, como una bestia salvaje y poderosa a la que ella hubiera despertado y que ahora se dispusiera a abalanzarse sobre ella.
La idea la asustó. Y la excitó. Pedro la echó hacia atrás, presionándose contra el brazo del sofá, y frotó el mentón y la boca contra los pezones a través del satén. Mantuvo los labios tensos y ligeramente entreabiertos, lo suficiente para que el aliento le provocara a Paula un reguero de cálido hormigueo y para atrapar las puntas sensibles de sus pechos.
-¿Me permites, Paula? -le preguntó, mirándola con ojos llameantes.
-Adelante, adelante.
Pedro le bajó la camisola y se llenó la boca con sus pechos. Una ardiente succión propulsó a Paula a una espiral de placer. Hundió los dedos en los hombros fibrosos, atrapada en una tormenta de lujuria y deseo. Las manos de Pedro bajaron aún más la camisola y le recorrieron las curvas desnudas de su piel. Apartó la boca de sus pechos y siguió el rastro de las manos con una sucesión interrumpida de tórridos besos.
-Adelante -murmuró, aunque él no le había pedido permiso. Entrelazó los dedos en sus cabellos dorados mientras él la besaba apasionadamente por el vientre y la cadera. Se retorció bajo su boca y sus manos, como si navegara a la deriva en un mar de calor y placer.
-¿Me permites, Paula? -preguntó él, y antes de que ella pudiera responder, le bajó las braguitas de un tirón-. ¿Me permites, Paula? -volvió a preguntar, y siguió descendiendo con la boca sobre sus rizos.
A través de las intensas emociones que la acometían, Paula se dio cuenta de lo que Pedro estaba a punto de hacer. La emoción le atenazó el corazón. Deseaba que lo hiciera. Lo necesitaba. No sólo por el placer, sino por la intimidad del acto.
Ahogó un gemido de pánico y le agarró la cabeza con las manos, obligándolo a mirarla.
-No te he dado permiso -susurró frenéticamente.
-¿Me permites, Paula? -le pidió entre jadeos entrecortados.
Ella negó con la cabeza, sucumbiendo al pánico.
Su intención había sido jugar... un juego sexual, sí, pero se había olvidado de cómo se ganaba.
Había perdido el control de sí misma, y no sabía cómo recuperarlo.
Pedro soltó una exhalación forzada, y luego otra, y por un momento pareció peligrosamente rebelde. Pero entonces se apoyó sobre un musculoso antebrazo, junto a ella, le apartó el pelo del rostro y la miró fijamente a los ojos con deseo y ternura.
-¿Estás preparada para pagarme ahora con ese beso?
El beso... Sí, seguro que podía soportar un simple beso. Asintió, agradecida por la sugerencia.
Él acercó el rostro al suyo, pero se detuvo a escasos centímetros.
-¿Me permites, Paula?
A Paula se le escapó un gemido al recibirlo. Pedro tomó posesión de su boca a conciencia, sin dejar lugar para la duda o la retirada. El miedo de Paula no tardó en desaparecer, y pronto se vio de nuevo envuelta por la pasión salvaje. El beso creció en intensidad, ardor y frenesí. Los dos cayeron abrazados del sofá al suelo. Pedro se despojó de su ropa y ella lo ayudó, anhelando sentir su piel contra la suya.
-¿Me permites, Paula? -le preguntaba con voz jadeante a intervalos esporádicos.
-Adelante -respondía ella, desbordada por un torrente de emociones ardientes.
Las manos de Pedro le recorrían todo el cuerpo, amasando, acariciando, moldeando su figura contra su propia desnudez. Paula sintió la dureza de su miembro contra el vientre y no pudo evitar mover las caderas en un deseo instintivo por deslizarlo en su interior.
Un gemido ahogado escapó de la garganta de Pedro, que llevó los dedos entre sus piernas, buscando la íntima fuente de calor escondida entre sus rizos.
Paula soltó un fuerte gemido y sus caderas se estremecieron. Él deslizó la rodilla entre sus muslos para separarle las piernas y siguió explorando con los dedos, avivando su calor interno hasta fundirla en una llamarada de sofocante arrebato. Nunca había sentido un impulso tan fuerte para atraer a un hombre dentro de ella. Nunca había querido hacer el amor con tanta desesperación como lo deseaba ahora.
Separó la boca con un gemido de pánico.
-No... no he dicho que puedas hacerlo -balbuceó, buscando desesperadamente su mirada-. No...
-Está bien, Pau -la interrumpió él. Sus ojos ardían de emoción-. No tengas miedo. Soy yo.
«Soy yo». Era Pedro. Paula sabía que su intención había sido tranquilizarla, dándole a entender que la conocía desde siempre y que jamás le haría daño.
Pero nada de eso sirvió para tranquilizarla. Al contrario, se asustó aún más. Pero no hizo nada por detener la invasión de los largos dedos de Pedro ni intentó reprimir sus convulsiones.
Con los ojos cerrados y los labios entreabiertos, soltó un gemido de placer mientras Pedro seguía profundizando con los dedos a un ritmo enloquecedoramente lento, acariciándole y presionándole el exterior con el pulgar. Paula llegó a la cima del placer y se abandonó a las contracciones del orgasmo.
Juntó con fuerza los muslos, atrapando la muñeca de Pedro, y levantó los hombros del suelo. El la apretó contra su pecho y la sujetó mientras ella temblaba y luchaba por recuperar la respiración. Muy lentamente, retiró los dedos de su interior, provocándole nuevas contracciones en la ingle.
Antes de que los espasmos remitieran, la hizo girar hasta tumbarla de espaldas bajo él, le atrapó la boca con otro beso enardecido y se introdujo en ella lenta y profundamente.
Paula gritó y se arqueó contra él mientras su palpitante erección la llenaba. Un gemido se elevó por su garganta, y en un movimiento instintivo para adaptarse al tamaño de Pedro, le rodeó las caderas con las piernas. Entonces él empezó a moverse, penetrándola y girando suavemente el miembro en su interior. Paula sintió cómo el placer se propagaba desde su sexo como un torrente de fuego líquido.
Unos golpes sonaron en la puerta.
-¿Señorita Chaves?
Paula se puso rígida y Pedro se detuvo. Los dos se miraron el uno al otro, confundidos, sudorosos y jadeantes.
-¿Paula? -era Dee, la dueña del hotel-. ¿Estás ahí, cariño?
-S... sí -respondió ella.
Pedro cerró los ojos y volvió a moverse dentro de ella. Paula ahogó un gemido y le mantuvo la mirada.
-Siento molestarte a estas horas, pero hemos recibido un aviso de los huéspedes de la habitación de abajo.
Paula intentó comprender lo que Dee estaba diciendo. Una neblina sensual le rodeaba el cerebro, y Pedro la sujetaba con más fuerza y volvía a penetrarla.
-Creen haber visto a alguien escalando a tu balcón -siguió Dee-. Mi marido no está en casa, así que he llamado al sheriff.
-Dile que era yo -le susurró Pedro al oído-. Se marchará.
Paula abrió los ojos como platos y negó con la cabeza mientras empezaba a comprender la situación. ¡No podía decirle a nadie que tenía a Pedro en su habitación! Todo el mundo lo sabría a la mañana siguiente.
-No... no he visto a nadie -dijo con voz débil y vacilante.
Pedro maldijo por lo bajo. Tenía el rostro empapado de sudor.
-Díselo, Pau -insistió.
Ella se arqueó al recibir otra embestida.
-No puedo -susurró cuando pudo hablar de nuevo-. Nadie puede saber que estás conmigo.
-Señorita Paula, soy el sheriff Gallagher -dijo otra voz desde el pasillo.
El pánico se apoderó de Paula. Pedro se obligó a permanecer quieto, cerró los ojos y gimió.
-Shhh -le susurró ella al oído-. No hagas ruido o te oirán.
-Estupendo. Así se irán y nos dejarán en paz.
-No pretendo asustarla, señorita -siguió el sheriff-, pero he visto un banco debajo de su balcón. No he visto a nadie, pero temo que el merodeador pueda estar escondido en alguna habitación.
-Seguro que no hay nadie -le aseguró Paula con una voz patéticamente temblorosa.
-Es posible. Apuesto a que sólo eran unos críos. No tenemos muchos problemas en Point. Pero no puedo arriesgarme con su seguridad, señorita, ni con la de nadie más. Si no le importa, me gustaría echarle un vistazo al balcón.
-¿Quiere... entrar en la habitación?
-Sí, señorita. Sólo será un minuto.
-¡Levántate, Pedro! -le susurró frenéticamente, intentando soltarse.
-Por Dios, Paula, no me hagas esto -suplicó él. La agarró por las caderas para impedir que se apartara, pero era demasiado tarde-. Maldita sea, Pau. Déjame explicarles qué hago aquí...
-¡No te atrevas a hacer eso!
-¿Va todo bien ahí dentro, señorita Paula? -preguntó el sheriff.
-Sí, sí, todo va bien -exclamó ella-. Déme un minuto para... buscar mi bata. Estaba profundamente dormida.
-Lo siento mucho, señorita. Tómese su tiempo.
EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 21
Pedro creyó que se le detenía el corazón. Se lo habría permitido... Todas esas noches que había pasado en vela, preguntándose, dudando... Y ahora finalmente lo sabía. Podría haberla tocado. Podría haberla besado. Tal vez incluso podría haberle hecho el amor. Pero la certeza en sí misma no era tan importante como el hecho de que Paula se lo había dicho en aquel instante y lugar. ¿Por qué se lo había dicho? Su excitación palpitaba dolorosamente por las posibilidades. ¿Había dado a entender que le permitiría hacerlo... ahora?
-Paula -aún no había recuperado el aliento del todo, por lo que su voz sonó excesivamente áspera y estridente. No la tocó. No quería arriesgarse a que esa puerta volviera a cerrarse antes de que pudiera traspasarla-. Paula -volvió a llamarla, cerrando los ojos-. Quiero ese beso ahora.
Un silencio cargado de electricidad siguió a sus palabras. Se le secó la garganta y el pulso le latió a un ritmo desbocado mientras esperaba la respuesta de Paula. Sintió un movimiento a su lado, como si ella se hubiera inclinado hacia delante para levantarse del sofá. Para alejarse.
Permaneció sentado y con los ojos cerrados, preparándose para el rechazo. Esa vez tendría que esforzarse mucho para encontrar una manera de aligerar la tensión. Pero entonces lo envolvió la fragancia femenina de sus cabellos y de su piel, y sintió el calor que irradiaba de una presencia sorprendentemente cercana. Los brazos de Paula le rodearon el cuello y él abrió los ojos.
-Antes de pagarte con ese beso -susurró ella-, quiero darte las gracias por haberme recordado todas las veces que me tiraste al agua.
Sus palabras lo recorrieron como el reflujo de la marea en la orilla. Aturdido por el deseo y la excitación, se concentró en el sensual ronroneo de su voz, en sus labios carnosos y en la promesa del beso. Ella acercó la boca a un suspiro de la suya, y él se inclinó para facilitarle el contacto, desesperado por sentir su sabor.
Pero entonces ella se retiró lo suficiente para evitar sus labios.
-Te daré ese beso -prometió-. Pero sólo cuando esté preparada.
Pedro frunció el ceño y la miró confundido. Y Paula endureció los brazos alrededor de su cuello y se aupó sobre las rodillas hasta quedar por encima de él.
-Hasta entonces, tendrás que ser cortés y educado.
-¿Educado? -consiguió murmurar él. Toda su atención se desviaba hacia sus pechos, que ahora estaban a la altura de su boca.
-Ni se te ocurra, Pedro -le advirtió ella, apartándole las manos con los codos. Pedro se dio cuenta de que había estado subiéndolas por sus costados.
La frustración se apoderó de él. ¿Qué demonios estaba haciendo Paula?
miércoles, 26 de diciembre de 2018
EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 20
Pedro la miró en silencio por unos segundos llenos de tensión, furioso porque tuviera esa opinión de él. Pero entonces recordó el adolescente con las hormonas revolucionadas que había sido y soltó el aire en una prolongada exhalación.
-Lo intenté -admitió con una amarga carcajada-. Lo intenté por todos los medios -añadió. Se apartó de Paula y se frotó la nuca.
-¿Me estás diciendo que Malena te rechazó? -lo presionó Paula-. No me lo creo, Pedro. Mi hermana estaba tan loca por ti que hubiera hecho cualquier cosa.
-Sí -afirmó él, asintiendo-. Siempre me gustó eso de Malena
Los ojos de Paula destellaron.
-También me gustaban sus ojos -murmuró, observando los de Paula-. Eran muy parecidos a los tuyos, salvo que no eran verdes... No recuerdo el color, pero sé que no eran verdes.
-Azules -dijo Paula.
-También me gustaba su voz. Suave y femenina. Igual que la tuya... cuando eres simpática, al menos -dijo, acariciándole la tensa mandíbula con el pulgar.
Ella apartó el rostro de su tacto, pero él le clavó la mirada, decidido a explicarle lo que había sentido por Malena. Hasta ese momento él tampoco lo había entendido.
-Lo que más me gustaba de ella era su boca, Pau... ¿Sabes por qué?
-No creo que necesite saberlo.
-Porque me recordaba a la tuya -respondió él con un ronco susurro.
Una expresión de sorpresa y aturdimiento desplazó el dolor de los ojos de Paula. Pedro bajó la mirada a su boca, tan suculenta y apetitosa que tuvo que contenerse para no devorarla.
-El único problema era que besarla no se parecía en nada a lo que imaginaba que sería besarte a ti.
Paula pareció quedarse sin respiración.
-Nunca hice el amor con ella, Pau. Nos quedábamos en el asiento trasero de mi coche, pero nunca llegué tan lejos. Sabía que no estaba siendo justo. No era Malena a quien estaba besando.
En el silencio que siguió sólo se oyeron los latidos de su corazón. Y tal vez los latidos de Paula. Ella se sentó en el sofá, junto a la chimenea, y dobló las piernas bajo el cuerpo.
-¿Me estás diciendo que pensabas en... mí? -susurró-. No me lo creo. Ni siquiera parecías darte cuenta de que yo era una mujer.
-Tú parecías preferirlo así -repuso él, paseándose tranquilamente por la habitación-. Llevabas el pelo tan corto que no te hacía falta peinarlo. Te habrías muerto antes que llevar un vestido. Nunca te maquillabas ni lucías joyas. Lo tuyo eran las camisetas, los vaqueros y una vieja gorra de béisbol -se detuvo ante ella y se rió con nostalgia-. Y maldecías como cualquier chico. Siempre tenías los codos y las rodillas magullados de escalar rocas o montar en bici. Y cuando alguien te hacía enfadar, no dudabas en atizarlo.
-Sí, bueno... -murmuró mientras evitaba su mirada, como si se sintiera avergonzada por la descripción pero fuera incapaz de negarla-. A eso me refiero. Me veías como a uno de los chicos, así que...
-Yo no he dicho eso -la interrumpió él, sentándose a su lado en el sofá. Presionó la rodilla contra sus piernas dobladas y desnudas y sintió la suavidad de su piel a través de los vaqueros-. Había momentos en los que no podía evitar fijarme en que no eras uno de los chicos.
-¿Cuándo? -preguntó ella, mirándolo con una extraña expresión de vulnerabilidad.
Él dudó un momento. Le resultaba difícil admitir esos secretos que siempre le había ocultado.
-Como cuando tomabas un cucurucho de helado.
-¿Un cucurucho de helado?
Pedro reprimió una sonrisa y se relajó en el sofá, extendiendo el brazo a lo largo del respaldo, junto a la nuca de Paula, y empapándose de su olor y belleza.
-Tenías una manera de saborear el helado que me hacía... mmm... mirarte -confesó-. Sobre todo tu boca. A veces la imaginaba durante toda la noche. Y pensaba en cómo sería besarte.
-¿Be... besarme? -balbuceó ella, poniéndose colorada.
-Besarte -afirmó él. Las imágenes del pasado volvieron con fuerza y erotismo. Paula no había sido guapa entonces, pero casi lo había vuelto loco-. Recuerdo cuando te ponías aquellos shorts vaqueros. Se deshilachaban con cada lavado, y al final del verano sólo te llegaban por aquí -le pasó los dedos por los muslos desnudos, tentadoramente cerca de las braguitas.
Sus miradas se encontraron en un destello de calor.
-Lo disimulabas muy bien -susurró ella.
-Lo intentaba.
-Incluso las veces que te sorprendí mirándome, acababas burlándote de las pecas de mi nariz o del aparato de mis dientes y te ibas con otra persona.
-Tenía que hacerlo -dijo él con el ceño fruncido.
-¿Por qué?
«Porque desearte me daba un miedo terrible», pensó, y apartó incómodamente la mirada.
-Maldita sea, Paula, éramos amigos. Colegas. Me sentía como un idiota pensando en ti de esa manera -hizo una pausa, incapaz de explicar lo desgarrado que se había sentido en el fondo-. Sospechaba que me darías una paliza si lo supieras.
No era exactamente una mentira, pero tampoco era cierto. La razón principal de su distanciamiento había sido la férrea convicción de que estaría perdido si se acercaba demasiado a ella. Atrapado por algún hechizo.
-Aunque seguramente me habría arriesgado a recibir una paliza si no hubieras sido tan ingenua...
-¿Ingenua yo? -preguntó ella, boquiabierta.
-Eras una cría dulce y pura.
-¡Dulce y pura! -repitió, absolutamente perpleja. Se inclinó hacia él y le puso las manos en la oreja-. ¿Hola? ¿Está Pedro ahí dentro?
Él se apartó con una carcajada.
-Es cierto. Seguro que nadie te besó antes de que te marcharas de Point.
Ella arqueó una ceja.
-Estás incurriendo en una grave equivocación.
-¿Quieres decir que te besó algún chico? -preguntó él con incredulidad-. ¿Quién?
-No es asunto tuyo.
-Nunca saliste con nadie.
-Eso no lo sabes.
Pedro apretó la mandíbula, irritado porque algún chico, a quien seguramente él había conocido, hubiera estado saliendo con ella a escondidas. Besándola... Paula sonrió con expresión satisfecha.
-Sí, bueno -aceptó Pedro, riendo-. A pesar de toda tu vasta experiencia, seguías siendo una ingenua.
-¿Qué te hace pensar eso?
-Pequeños detalles -dijo él, acariciándole un mechón de sus sedosos cabellos negros-. Como cuando te empujaba al agua. ¿Sabías que lo hacía a propósito?
-Claro que sí. Me empujabas en los muelles, por amor de Dios.
-¿Sabías por qué?
-¿Por diversión? -preguntó ella, mirándolo con recelo.
-Por ejemplo -admitió él con una sonrisa maliciosa-. Salías del agua hecha una furia, despotricando contra mí, empapada y con tu camiseta de algodón... pegada a tu cuerpo -la voz se le quebró y quedó en silencio, aturdido por el calor que le provocaba el recuerdo.
Bajó la mirada a sus pechos sin poder evitarlo.
Eran más grandes y voluptuosos ahora, pero con los mismos pezones puntiagudos que se asomaban a través del algodón mojado.
-Me excitabas tanto al salir del agua, Paula, que habría dado lo que fuera por poder tocarte...
Una ola de sensualidad líquida cubrió la mirada de Paula.
-¿Sabes una cosa? -le preguntó ella-. Te habría permitido hacerlo.
EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 19
-¡Shhh! Lárgate -susurró Paula, abriendo las puertas lo suficiente para asomar la cabeza-. Vas a conseguir que todo el mundo salga en busca del chimpancé.
-¿El chimpancé? -repitió él con voz profunda y suave desde algún sitio bajo el balcón-. ¿Es que no reconoces a un ave exótica cuando la oyes?
Paula se mordió el labio para reprimir una carcajada.
-¿Alguna vez te han dicho que eres desesperante?
-Sí. Una amiga llamada Paula Chaves. ¿La conoces?
Una inesperada sensación de pérdida se instaló en su estómago.
-¿Cómo sabías qué habitación era la mía? -le preguntó para cambiar de tema.
-Se lo pregunté ayer a los hijos de Dee.
-Vete, Pedro.
-Baja. Te he traído tu coche.
-Podemos cambiar los coches por la mañana.
-Necesitaré el mío esta noche, por si acaso me llaman para una emergencia. Siento haber llegado tan tarde. El único que podía llevarme a casa era el viejo Walt, de mantenimiento, y su turno no acabó hasta las once. Además, tuve que pararme a lavar tu coche con la manguera después de haberlo sacado del barro. Pensé que no querrías conducirlo en ese estado.
Una mezcla de gratitud, culpa y otras emociones difíciles de nombrar la hizo salir al balcón, donde buscó la presencia de Pedro a la luz de la luna.
Necesitaba verlo. Lo había juzgado mal. Pedro no sólo había cumplido su palabra, sino que se había tomado más molestias de las necesarias para ayudarla después de una larga jornada en el hospital.
-Gracias por traerme el coche -dijo, apoyándose en la barandilla-. Pero no tenías por qué lavarlo.
-Quería hacerlo -respondió él, moviéndose en las sombras para que pudieran verse más claramente.
A Paula le dio un vuelco el corazón al verlo tan alto y varonil, con sus anchos hombros y las piernas separadas. El pelo le relucía a la luz de la luna, y sus susurros adquirían una sensual aspereza en la noche veraniega.
-Tenemos que intercambiar las llaves de los coches, Pau. Baja.
Ella tragó saliva, sabiendo que Pedro quería algo más que la llave. Se sentía terriblemente tentada.
-Puedes tirármela aquí y yo dejaré caer la tuya.
-Está muy oscuro. Podría perderse en la hierba.
-Entonces tendrás que esperar hasta mañana.
-Tengo una idea mejor.
Ella vio cómo agarraba un banco del jardín y lo colocaba bajo el balcón.
-¿Vas a subirte al banco para que te dé la llave? -preguntó, vagamente decepcionada-. ¿Pedro?
Al cabo de un breve silencio, oyó un ruido sordo, una maldición ahogada y el roce de unas botas contra la pared de ladrillo.
-No estarás intentando subir aquí, ¿verdad? -dijo con aprensión-. Será mejor que no lo hagas -añadió, y soltó un grito cuando las manos de Pedro se aferraron a la barandilla y sus alborotados cabellos rubios aparecieron ante ella-. Estás loco -susurró, inclinándose sobre él-. Alguien te verá y llamará a la policía. Te caerás y te romperás el cuello. Te... oh, Dios mío.
Con el corazón desbocado por la angustia, retrocedió mientras Pedro se encaramaba a la barandilla y plantaba sus botas en el balcón.
-No creías que podría hacerlo, ¿verdad? -dijo con una sonrisa torcida.
Ella sintió deseos de estrangularlo por asustarla de aquella manera.
-Podrías haberte quedado en el banco y yo te hubiera dado la llave.
-Vaya, no se me había ocurrido -dijo él sin dejar de sonreír.
Paula soltó un resoplido.
-¿Te das cuenta de los problemas que tendrías si llamara a la policía?
Pedro se apoyó indolentemente en la barandilla.
Llevaba vaqueros y camiseta negros, y con su pelo alborotado alrededor de su atractivo rostro parecía la versión fantástica de un ladrón.
-Adelante. Denúnciame.
-Debería hacerlo.
Su mirada ambarina le recorrió el rostro, y Paula se embebió en la contemplación de sus rasgos varoniles, salpicados por la luz de la luna. El dulce olor del loto y la hierba impregnaban la brisa nocturna, embriagándola. Las ranas y los grillos cantaban con un ritmo fuerte y constante, como el torrente sanguíneo que palpitaba en sus orejas. Y el suave murmullo del mar la llenaba de una extraña sensación premonitoria.
La sonrisa de Pedro fue borrándose de su rostro a medida que su mirada absorbía el resto de Paula, que sintió su cálido escrutinio por todas partes, como si fuera una caricia. Cruzó los brazos al pecho para detener aquella seducción silenciosa y se rodeó los brazos desnudos con los dedos. La camisola de satén apenas cubría las braguitas, dejándola atrevidamente expuesta. Los finos tirantes se habían deslizado de sus hombros, y aparte de un borde de encaje las piernas y los muslos estaban desnudos. Era como llevar un bañador, se dijo. Y sin embargo, estar al descubierto le infundía una arrobadora sensación de poder.
Pedro volvió a mirarla a los ojos con renovada intensidad.
-¿Desde cuándo eres tan condenadamente hermosa?
Paula sintió que se abrasaba bajo la piel. Pedro la estaba consumiendo con su mirada, incitándola a exhibirse aún más. La afectaba con demasiada facilidad.
-Iré por tu llave -dijo, y se giró llena de pánico hacia las puertas francesas.
Él se movió para bloquearle el paso, pero fue su mirada lo que la detuvo.
-Antes quiero cobrarme el resto del pago -susurró.
A Paula se le formó un nudo en la garganta.
-No sé a qué pago te refieres.
-Un beso -dijo él con una sonrisa, aunque su mirada seguía siendo seria e intensa-. Me debes un beso.
-En ningún momento acepté pagarte con un beso.
-Claro que sí -replicó él. Le acarició la mejilla y hundió la mano en sus cabellos, provocándole el deseo de recibir más-. No con palabras, pero sí con tus ojos... -añadió, trazando una línea sensual junto a la boca-. Bésame, Paula -le pidió-. Por favor. Llevo pensando en esto toda la noche.
Un deseo traicionero la recorrió. Quería ceder al impulso, pero ambos sabían que no sería sólo un beso. Tenía que obligarse a recordar las razones por las que no podía intimar con él... El caso de negligencia. Su propia reputación profesional. Y las traiciones del pasado.
-Entonces... ¿te parezco hermosa ahora, Pedro?
Él cerró los ojos y le rozó ligeramente el labio inferior con la boca.
-Sí... Y si te estás preguntando por qué creo que eres hermosa, debo decir que mi criterio está basado en una reacción puramente física. Nunca he visto a una mujer más hermosa -le aseguró en un vehemente susurro.
Ella respiró hondo y se apartó de él. La camisola de satén color melocotón reflejaba los destellos de la luna, ciñéndose a sus pechos y elevándose sobre sus braguitas cuando Paula apoyó una mano en la cadera.
-¿Le decías las mismas cosas a Malena?
-¿A Malena?
-Shhh -lo hizo callar Paula, tapándole la boca con una mano cuando la luz del balcón superior se encendió.
Se oyeron unas voces murmurando sobre ellos, y Paula miró a Pedro con ojos muy abiertos para obligarlo a permanecer en silencio. El le rodeó la cintura con el brazo y la hizo entrar en la habitación, cerrando las puertas tras ellos. La mano de Paula se apartó de su boca y se posó en el hombro
-No hagas ruido -susurró ella. Estaba tan cerca que su aliento le calentaba a Pedro el cuello y la barbilla-. No quiero que nadie sepa que estás aquí.
Él asintió, aunque no le importaba quién pudiera oírlos.
-¿Por qué me has preguntado por Malena? -le preguntó en voz baja.
-¿Le decías que era la mujer más hermosa que hubieras visto en tu vida?
-No pensaba eso de Malena.
-¿Ah, no? Ella creía que sí lo pensabas.
Pedro se quedó momentáneamente sin palabras y levantó las manos en un gesto de súplica.
-¿Qué estás intentando decirme, Paula?
-Le rompiste el corazón a Malena.
-¿Qué? -espetó él, absolutamente perplejo.
-La usaste y luego te deshiciste de ella.
Pedro se dejó caer en un sillón cercano y la miró en silencio mientras intentaba asimilar el impacto de aquella acusación. Entonces se frotó los ojos y soltó una silenciosa carcajada.
-¿Por eso me desprecias? -preguntó, volviendo a levantarse-. ¿Porque crees que le rompí el corazón a Malena?
-No te hagas el sorprendido -dijo ella, encarándolo con las manos en las caderas-. Es mi hermana, Pedro. ¿Te acuerdas de cómo te sentiste por Becky?
-Sí.
-Así me siento yo por Malena.
Pedro comprendió finalmente la magnitud de su enfado. Apretó los dientes con frustración. No podía permitir que Paula pensara lo mismo que él pensaba de Gaston Tierney.
-Paula, te juro que nunca hubo nada serio entre Malena y yo -le dijo con total sinceridad.
-Ahí quería llegar -replicó ella con la voz quebrada-. Dices que no hubo nada serio entre vosotros, pero algunas mujeres se toman las cosas más en serio que tú, Pedro. Como Malena y yo.
-Crees que me acosté con ella, ¿verdad?
Aquella pregunta la pilló por sorpresa.
-No... no es asunto mío.
-¿Te dijo Malena que me había acostado con ella?
-¡Claro que no! Malena nunca me hablaba de esas cosas. Yo era su hermana pequeña. Pero no soy estúpida. Si un semental como tú iba a buscarla en mitad de la noche, dudo que fuera para buscar cangrejos.
-Un semental como yo -repitió él tranquilamente. El tono cortante de Paula dejaba muy claro que no se lo había dicho como un cumplido-. Crees que la persuadí para que saliera de casa, le llené la cabeza de falsos halagos y la convencí para que nos acostáramos, ¿no?
-¿No fue así?
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