domingo, 2 de diciembre de 2018

PASADO DE AMOR: CAPITULO 7





Pedro se pasó los dedos por el pelo y soltó una bocanada de aire.


Muy bien, las cosas habían ido fatal.


Su intención había sido arreglar las cosas con Paula, intentar reparar su vapuleada amistad, no volverla a enfadar.


Y lo peor era que se había quedado mirándole el trasero mientras se alejaba iracunda y Lorena lo había pillado.


Sin embargo, Pedro no había podido evitarlo porque Paula había sido siempre una niña adorable, una adolescente atractiva y, ahora que se había convertido en una mujer, resultaba directamente irresistible.


Pedro se maldijo a sí mismo por haberse fijado en sus atributos femeninos. Era la hermana de su mejor amigo y él estaba prácticamente comprometido con Lorena porque llevaban tres años viviendo juntos.


Sin embargo, no podía dejar de fijarse en los maravillosos ojos de Paula Chaves, claros y brillantes y que con una sola mirada podían congelarlo o hacerlo arder en las llamas del deseo.


Cuando era más joven solía llevar el pelo recogido en coletas o trenzas, pero ahora, con la melena suelta sobre la espalda, los mechones ondulados parecían de seda y a Pedro le entraban ganas de acariciárselo siempre que la tenía cerca.


Y su cuerpo… madre mía, qué cuerpo.


Sí, Lorena tenía muy buen tipo, cintura de avispa, piernas largas y pecho abundante, pero Pedro sabía que su talla de sujetador se debía a la silicona y, aunque disfrutaba del aumento, el hecho de saber que era producto del quirófano le quitaba bastante aliciente.


Paula, sin embargo, era de verdad, era tal y como Dios la había hecho. Desde luego, Dios se había esmerado con ella.


Pedro le encantaba cómo sus senos rellenaban aquel horrible vestido rosa y verde. 


Se veía a distancia que no eran de mentira. Le encantaba la curva de su cintura, sus caderas, su trasero… Incluso le gustaban sus tobillos.


Por todo eso iba a ir directo al infierno.


Pedro se frotó los ojos y pensó por enésima vez que una de dos: o estaba loco o era el hombre con menos suerte del mundo porque Paula era prácticamente de la familia.


Aun así, no podía dejar de desearla.


Pedro decidió que debía dejar de pensar en ella, así que se giró hacia Lorena. Desde luego, Paula tenía razón porque no parecía muy contenta. Eso quería decir que había conseguido enfadar a dos mujeres bonitas la misma noche.


Precioso récord.


Lorena estaba sentada en la mesa donde la había dejado, con los brazos cruzados sobre el pecho y las piernas también cruzadas.


En ese momento, empezó una canción buena que le gustaba y que solía bailar, pero ella ni se inmutó.


Pedro fue hacia ella intentando hacerse el divertido, pero Lorena se puso en pie y lo miró con fuego en los ojos.


—Hola —dijo Pedro intentando disimular que había visto lo enfadada que estaba.


—Así que es ella.


—¿Quién? —dijo Pedro girando la cabeza con la esperanza de ver por última vez a Paula entre la multitud.


No hubo suerte.


Cuando se giró de nuevo, encontró a Lorena mirándolo muy seria.


—Ella.


—¿Quién? —insistió Pedro confuso.


—La mujer por la que nunca te has decidido a comprometerte conmigo.


—Lorena…


—No —lo interrumpió ella—. Sabía que había algo o alguien, sabía que algún incidente en tu vida, que algo de tu pasado, te impedía comprometerte conmigo por completo, pero no tenía ni idea de que fuera la hermana de tu mejor amigo.


Aquello último lo había dicho en un tono de voz que daba a entender que era un rastrero y Pedro se sintió avergonzado. Era cierto. Paula era la hermana de su mejor amigo, estaba fuera de su alcance, tabú. Aquello era lo que se repetía una y otra vez cuando las hormonas le hacían tener fantasías con ella y así era como intentaba olvidar lo que había sucedido entre ellos hacía años.


Aunque Lorena había metido el dedo en la llaga, Pedro quería negarlo, necesitaba negarlo.


—No sabes lo que dices —le dijo a su novia metiéndose las manos en los bolsillos del esmoquin—. Paula y yo somos amigos, nos conocemos desde niños.


—He visto cómo os miráis, he visto cómo la abrazabas mientras bailabas con ella —dijo Lorena—. No estoy ciega, Pedro. Ahí había mucho más que amistad, no estabas bailando con la hermana de tu mejor amigo.


—Eso es ridículo.


—No, no lo es —contestó Lorena con lágrimas en los ojos—. La verdad es que explica muchas cosas, por ejemplo, porque no llevo un anillo de compromiso —añadió levantando la mano izquierda—. Explica por qué estoy en la boda de tu mejor amigo y no en la mía. Llevamos saliendo juntos seis años, Pedro, y viviendo juntos tres. Si eso no te hace plantearte que tienes un serio problema con el compromiso, allá tú. Yo tengo muy claro que lo tienes y ahora sé por qué.


—Lorena…


—Esto no tiene solución, Pedro. Ya no puedo seguir viviendo contigo ahora que sé que no soy la mujer con la que en realidad quieres estar —dijo Lorena recogiendo su bolso—. Creo que sería mejor que no durmieras hoy en casa —murmuró sin mirarlo a los ojos—. La verdad es que creo que sería mejor que no volvieras a casa.


Pedro se le pasó por la cabeza recordarle que, en realidad, era su casa porque había sido ella la que se había ido a vivir con él, pero se dio cuenta de que el momento estaba resultando enormemente duro para Lorena y prefirió callarse.


Lo último que hubiera querido habría sido hacerle daño, pero era obvio que Lorena estaba sufriendo por su culpa.


Pedro asintió con un nudo en la garganta y se quedó mirándola mientras Lorena echaba los hombros hacia atrás y abandonaba el baile con la cabeza bien alta.


Desde luego, aquella noche iba de mal en peor.


—¿Qué pasa, amigo?


Nico llegó a su lado y le ofreció una cerveza, que Pedro aceptó encantado.


—Gracias —contestó Pedro bebiéndosela casi de un trago.


—De nada. ¿Problemas en el paraíso?


—Sí, creo que me acaban de echar de mi propia casa.


—Vaya, así que habéis discutido, ¿eh? ¿Por qué?


Desde luego, aquélla no era una pregunta que le pudiera contestar precisamente a Nico.


—Por nada importante —murmuró Pedro rezando para que su amigo no quisiera detalles.


A continuación, se terminó la cerveza.


—No me apetece nada irme —comentó—, pero tengo que buscar hotel si no quiero dormir en el coche.


—No hace falta que te vayas, quédate y pásatelo bien. Te puedes quedar en mi casa. 


Karen y yo vamos a estar fuera dos semanas. Si haces las paces con Lorena, te vuelves a la tuya y, si no, te puedes quedar todo el tiempo que quieras.


—¿Estás seguro? —dijo Pedro emocionado ante la generosidad de su amigo.


Claro que lo cierto era que no debería haberse asombrado porque los Chaves siempre habían sido increíblemente generosos con él, siempre lo habían tratado como a un chico normal a pesar de que era un niño problemático.


Cuando había llegado allí, pronto se había convertido en el chico más rebelde de la vecindad y, aunque hacía lo imposible para que lo echaran de la novena o décima casa de acogida en la que estaba, la familia de Nico se había esmerado en aceptarlo, confiar en él y quererlo.


Pedro se emocionaba con solo recordar la cantidad de veces que le habían demostrado su amor. Aquella familia había cambiado su vida y le estaba eternamente agradecido por ello.


—Mi casa es tu casa —insistió su amigo—. Además, me voy más tranquilo si sé que se queda alguien en ella.


—Gracias, no sabes cuánto te lo agradezco.


—De nada. Anda, ven a sentarte con nosotros un rato y, cuando nos vayamos, te acercamos a tu casa para que recojas tu coche.


Pedro asintió agradecido porque habían ido a la boda en el de Lorena.


—Cuando vuelva, me lo contarás todo, ¿verdad? Me parece buenísimo que tu chica te deje tirado en mi boda y que te eche de tu propia casa —dijo Nico pasándole un brazo por los hombros y yendo hacia donde los esperaba Karen—. No se me va a olvidar, te lo aseguro, cuando vuelva quiero todos los detalles.


Pedro sacudió la cabeza ante el inminente dolor que se le estaba formando entre los ojos.


—Me lo temía.


PASADO DE AMOR: CAPITULO 6





Paula se dijo que debía hacer gala de algo de aquella independencia y alejarse de él inmediatamente. No le apetecía seguir hablando del pasado, era mejor dejar los recuerdos en paz, así que antes de que terminara la canción se quedó parada y se distanció de él.


—¿Qué te pasa? —exclamó Pedro.


—Nada, solo que no me apetece seguir bailando.


—¿Damos un paseo? —propuso Pedro sin soltarla—. Voy por un par de refrescos y nos salimos fuera a tomar el aire.


—Gracias, pero no.


—Venga, solo un rato.


Paula se quedó mirándolo a los ojos.


—¿Por qué? ¿Por qué no me dejas en paz?


Pedro suspiró y no contestó inmediatamente.


—Ya sé que las cosas entre nosotros han sido un poco extrañas durante estos años. No hay que ser muy listo para darse cuenta de que me evitas cada vez que vienes a ver a tu familia. Por eso, me parece buena idea que hablemos y aclaremos las cosas.


¿Aclarar las cosas? ¡Sí, claro, como que iba a ser tan fácil! ¿Acaso por salir un rato a tomar el aire y hablar del pasado iban a desaparecer el dolor, la tristeza y la angustia que aquel hombre le había infligido?


No, Paula no tenía ningún deseo de adentrarse en el pasado. Se había dicho muchas veces durante aquellos años que se había olvidado de él por completo y aquella noche era el momento perfecto para demostrarse a sí misma que así era.


—No tenemos nada de lo que hablar —le dijo zafándose de su mano—. Todo está muy claro entre nosotros. Me vuelvo a la mesa a terminarme mi copa de champán y tú deberías volver con tu novia —añadió mirando a la rubia, que no había parado de mirarlos mientras bailaban—. No creo que le haya hecho mucha gracia que bailaras con otra mujer.


Dicho aquello, Paula se giró, se dirigió a su mesa, agarró la copa y la botella de champán y decidió que salir a tomar el aire era una buena idea, pero sola.



sábado, 1 de diciembre de 2018

PASADO DE AMOR: CAPITULO 5




La canción terminó y Paula observó que un camarero había llevado una botella de champán nueva a la mesa donde estaba sentada e hizo ademán de ir hacia allí para llenar la copa de nuevo.


—No te vas ya, ¿verdad?


Aquélla no era la voz de su hermano.


Paula sintió que el corazón se le caía a los pies y, mentalmente, cerró los ojos y se golpeó con la cabeza en la pared un par de veces.


Acto seguido, sin embargo, hizo gala de sus mejores dotes de disimulo, tal y como le había enseñado el tener que tratar con los peces gordos de Hollywood, aparentó total calma.


—Hola, Pedro —saludó girándose muy sonriente.


Estaba tan guapo como siempre, más guapo aún si cabía con aquel esmoquin de padrino porque normalmente llevaba vaqueros desgastados y camisas de franela.


Seguía teniendo el pelo rubio oscuro sin rastro de canas y sus ojos brillaban como si escondieran un secreto que nadie más supiera.


Por supuesto, así era.


El secreto que había entre ellos era lo que habían hecho después de aquel partido de fútbol hacía años.


Paula no se lo había contado a nadie nunca y suponía que Pedro, tampoco.


—Hola, Paula. Estás increíble. Desde luego, la vida en Los Ángeles te trata de maravilla.


Paula asintió.


¿Qué necesidad había de que Pedro supiera que tenía una úlcera por trabajar dieciocho horas al día y que siempre llevaban antiácido en el bolso?


Para los habitantes de Crystal Springs, Paula se había ido a vivir a California y había triunfado. No había necesidad de decirles que no era oro todo lo que relucía.


—¿Quieres bailar? —preguntó Pedro.


¿Con él?


Por supuesto que no.


Paula abrió la boca para excusarse con educación, pero Pedro ya la había agarrado del brazo y su hermano parecía encantado con la idea.


—Sí, quédate bailando con Pedro y yo me vuelvo con Paula.


—Te lleva con correa corta ya, ¿eh? —bromeó Pedro.


—He descubierto que la correa corta es maravillosa —contestó Nico guiñándole un ojo a su amigo y alejándose en dirección a su mujer.


Paula recapacitó y llegó a la conclusión de que, si se zafaba de la mano de Pedro y volvía a la mesa, montaría una escenita, así que permitió que Pedro la agarrara de la cintura y entrelazó sus dedos con los de él.


No tenía opción y pronto se vio disfrutando del calor que emanaba de su cuerpo y maldiciendo en silencio porque aquel hombre siguiera teniendo aquella influencia sobre ella.


Por supuesto, se apresuró a decirse que lo único que le estaba sucediendo era la respuesta física normal de una mujer al encontrarse con un hombre tan atractivo tan cerca.


El haber compartido una noche de pasión con él, por supuesto, añadía leña al fuego, pero nada más.


Aquella atracción repentina y puramente física que sentía por él no significaba absolutamente nada.


—¿Qué tal estás, Paula? Por lo que sé, te va de maravilla.


—Sí, me va muy bien —contestó Paula—. ¿Y tú qué tal estás?


—No podría estar mejor. Supongo que tu hermano ya te habrá contado que la empresa va muy bien. La actividad se para un poco en invierno. Por eso, precisamente, le he dejado que se tomara dos semanas de vacaciones para irse de luna de miel —contestó Pedro dedicándole una maravillosa sonrisa a la que Paula no contestó.


—¿Y qué te parece que tu hermano mayor se haya casado por fin?


—Me parece que ya iba siendo hora porque llevaban saliendo desde que eran niños.


—Sí, menos mal que Karen se ha quedado embarazada porque, de lo contrario, no sé si tu hermano se habría decidido algún día.


—No sé —dijo Paula encogiéndose de hombros e intentando no disfrutar demasiado del momento—. Yo creo que Nico necesitaba una excusa para lanzarse a la piscina porque lo cierto es que siempre ha querido casarse con Karen, pero tenía los miedos e inseguridades típicos de los hombres. Cuando terminaron el colegio ambos se acomodaron en su relación y mi hermano no vio la necesidad de lanzarse hasta ahora.


Pedro seguía sonriendo con aquella estúpida sonrisa que a Paula le había hecho tomar la decisión de irse a vivir a la otra punta del país al terminar sus estudios.


—Esa contestación es realmente filosófica viniendo de una mujer que se pasa el día leyendo contratos y demandando a productoras —comentó Pedro.


—Los abogados podemos ser muy filosóficos —contestó Paula—. Lo que ocurre es que preferimos no mostrar ese lado de nuestra personalidad durante las horas que facturamos al cliente.


Pedro echó la cabeza hacia atrás y se rio y Paula no pudo evitar reírse también. Había olvidado la risa tan contagiosa que tenía aquel hombre.


Cuando pasó aquel momento, se encontró bailando todavía más cerca de él porque Pedro había conseguido de alguna manera atraparla entre sus brazos y pegarla a su cuerpo sin que ella se diera cuenta.


Estaban bailando una antigua balada y Pedro llevaba las riendas, la tenía firmemente agarrada de manera que Paula no se pudiera soltar ni apartar y Paula sentía sus senos aplastados contra su pecho y sus malditos y traidores pezones estaban comenzando a endurecerse.


Por favor, por favor, que Pedro no se diera cuenta.


—¿Te acuerdas de aquel baile al que fuimos cuando estabas en el colegio? Aquél al que tus padres no te querían dejar ir si no íbamos Nico, Karen y yo.


¿Cómo lo iba a olvidar? Ella se había convencido de que era una cita de verdad cuando para Pedro, en realidad, no había sido más que hacerles un favor a la hermana de su mejor amigo y a sus padres.


—Nos pasamos la mitad de la noche bailando como ahora —continuó Pedro.


«No exactamente como ahora», pensó Paula sintiendo la pelvis de Pedro tan cerca que el estómago se le encogió y el deseo se apoderó de su interior.


—Creo que incluso tocaron esta misma canción —añadió Pedro chasqueando la lengua.


Paula no recordaba la música de aquella velada, lo único que recordaba era moverse por el gimnasio en penumbra entre los brazos de Pedro, entre los brazos de aquel chico al que adoraba.


Menos mal que ahora era una mujer hecha y derecha que había madurado y se había alejado de allí. Ahora era una mujer fuerte, independiente y pasaba de aquel hombre.



PASADO DE AMOR: CAPITULO 4




Siete años después…


Paula Chaves estaba sentada en la mesa de la familia que había en el estrado, tomándose una copa de champán y mirando a la novia y al novio y a otros invitados que bailaban.


Odiaba las bodas.


Se alegraba por Nico y por Karen, que llevaban saliendo desde el colegio, y cuya boda no había sorprendido a nadie.


Aun así, seguía odiando las bodas.


En especial, aquélla.


Para empezar, le había tocado ser madrina, con todas las responsabilidades que aquello conllevaba, para seguir le había tocado volar las más de dos mil millas que había hasta Crystal Springs para la despedida de soltera y ahora para la boda y, para rematar, los colores favoritos de Karen y que había elegido para los vestidos de la madrina y de las damas de honor que eran el verde y el rosa, así que Paula se sentía una especie de sandía.


Todo aquello podría haberlo soportado, pero lo peor era tener que sonreír y reír y fingir que volver a ver a Pedro Alfonso no la hacía sufrir como si le hubieran atravesado el corazón con una daga.


Se le había dado muy bien evitarlo desde que le había entregado su virginidad siete años atrás. 


Por supuesto, irse a vivir a Los Ángeles había sido de gran ayuda y no ir a casa a ver a sus padres y a su hermano todo lo que le hubiera gustado, también.


Y, entonces, Nico había decidido que tenía que hacer lo correcto y casarse con Karen porque se había quedado embarazada y, por supuesto, le había pedido a Pedro que fuera su padrino.


Aquello había significado que Pedro y ella habían tenido que verse constantemente e incluso que habían entrado juntos en la iglesia.


Paula tomó otro trago de champán. Se estaba quedando caliente y había perdido las burbujas, pero le daba igual porque el contenido en alcohol seguiría siendo el mismo y en aquellos momentos lo único que quería era emborracharse y perder el conocimiento.


Tener que aguantar en el vestíbulo de la iglesia, del brazo de Pedro, mientras sonaba la marcha nupcial había sido una auténtica tortura.


Por supuesto, él no era consciente de lo mal que ella lo pasaba por el mero hecho de que pronunciara su nombre en su presencia.


Y ahora, la guinda del pastel era que tenía que verlo bailando bien abrazadito a su novia Laura-Lorena-Lisa o algo así, una rubia pequeña de enormes tetas que parecía una animadora.


Y, además, seguro que las tetas eran de silicona.


¿Pero por qué se metía con la pobre rubia cuando ella tenía como clientes a muchas famosas de Hollywood que habían pasado por el quirófano mil veces?


Muy sencillo.


Laura-Lorena-Lisa estaba con Pedro y ella no.


Por lo visto, lo que Pedro sentía por aquella rubia era lo suficientemente importante como para que le hubiera pedido que se fuera a vivir con él cuando a ella ni se había dignado a llamarla por teléfono después de la noche que habían compartido en su coche.


¿Celosa?


Sí, un poco, seguro, pero sobre todo estaba herida y enfadada. A pesar del tiempo transcurrido y de la distancia entre ellos, seguía estándolo.


Por supuesto, ya no sentía nada por él, solo resentimiento.


Lo cierto era que con solo oír su nombre le subía la tensión arterial y no era porque lo echara de menos o porque quisiera compartir la vida con él sino porque su nombre hacía que se le ocurrieran acciones homicidas que la llevaban a querer estrangular a alguien.


—¿Qué haces aquí escondida? Deberías estar bailando.


Al oír la voz de su hermano, Paula se dio cuenta de que seguía estando sobria.


Maldición.


—No soy yo la que me caso, así que no estoy obligada a hacer el tonto.


—Vaya, gracias —sonrió Nico—. A Karen le hacen daño los zapatos, pero a mí me apetece seguir bailando.


—Mira, allí hay una morena muy guapa —contestó Paula—. Pídeselo a ella.


—¿Estás de broma? Si Karen me ve bailando con una mujer que no sea mi hermana, se divorcia antes de que haya terminado la luna de miel —bromeó Nico—. Venga, anda, baila conmigo.


Paula suspiró, dejó la copa vacía sobre la mesa y se puso en pie.


—Anda, venga, vamos —accedió.


Nico sonrió y la tomó de la mano para llevarla hasta la pista de baile. Estaba sonando la versión de Rod Stewart de The way you look tonight, pero Paula decidió no darle demasiadas vueltas a la letra.


—Me alegro mucho por ti, de verdad —le dijo a su hermano sinceramente mientras bailaba con él.


—Ya lo sé —sonrió Nico—. La verdad es que me ha costado un poco y me lo he pensado mucho, pero me alegro de haberme casado con Karen.


—De no haberlo hecho, la pobre te habría matado. Llevas saliendo con ella desde el colegio.


—Sí, bueno, eso ha sido porque quería asegurarme de que estaba realmente enamorada de mí y no de mis millones.


Aquello hizo reír a Paula pues su hermano nunca tenía dinero. Tenía una empresa de contratación con Pedro y, aunque no les iba mal, tampoco nadaban en la abundancia.


A ella, sin embargo, le iba de maravilla en ese aspecto.


Al principio, al llegar Los Ángeles lo había pasado mal porque el coste de la vida en la Costa Oeste era muy alto y tenía que pagar el crédito que había pedido para ir a la universidad, pero había sobrevivido.


Luego, había conocido a Daniel Vincent, otro abogado que tenía algo de dinero y que quería montar un bufete y Paula había aceptado encantada la invitación a pertenecer a él.


Daniel era un hombre maravilloso y un buen amigo y Paula había trabajado muy duro durante los primeros años para demostrarle que no se había equivocado al elegirla.


Ahora, el despacho iba de maravilla, contaba con muchas celebridades y ni Daniel ni ella tenían que preocuparse por el dinero.


Paula lucía ropa de diseñador, zapatos de marca y buenas joyas. Probablemente, se gastaba más en peluquería en una sola sesión de lo que Karen se gastaba en todo un año.


Lo que la hacía sentirse muy lejos del pueblecito de Ohio donde había crecido. A veces, lo echaba de menos, echaba de menos a su gente, la tranquilidad de aquel lugar, su familia.


Entonces, se decía que para eso existían el teléfono y el correo electrónico, que había crecido, se había ido a vivir lejos de allí y que estaba contenta con su vida.