sábado, 1 de diciembre de 2018

PASADO DE AMOR: CAPITULO 4




Siete años después…


Paula Chaves estaba sentada en la mesa de la familia que había en el estrado, tomándose una copa de champán y mirando a la novia y al novio y a otros invitados que bailaban.


Odiaba las bodas.


Se alegraba por Nico y por Karen, que llevaban saliendo desde el colegio, y cuya boda no había sorprendido a nadie.


Aun así, seguía odiando las bodas.


En especial, aquélla.


Para empezar, le había tocado ser madrina, con todas las responsabilidades que aquello conllevaba, para seguir le había tocado volar las más de dos mil millas que había hasta Crystal Springs para la despedida de soltera y ahora para la boda y, para rematar, los colores favoritos de Karen y que había elegido para los vestidos de la madrina y de las damas de honor que eran el verde y el rosa, así que Paula se sentía una especie de sandía.


Todo aquello podría haberlo soportado, pero lo peor era tener que sonreír y reír y fingir que volver a ver a Pedro Alfonso no la hacía sufrir como si le hubieran atravesado el corazón con una daga.


Se le había dado muy bien evitarlo desde que le había entregado su virginidad siete años atrás. 


Por supuesto, irse a vivir a Los Ángeles había sido de gran ayuda y no ir a casa a ver a sus padres y a su hermano todo lo que le hubiera gustado, también.


Y, entonces, Nico había decidido que tenía que hacer lo correcto y casarse con Karen porque se había quedado embarazada y, por supuesto, le había pedido a Pedro que fuera su padrino.


Aquello había significado que Pedro y ella habían tenido que verse constantemente e incluso que habían entrado juntos en la iglesia.


Paula tomó otro trago de champán. Se estaba quedando caliente y había perdido las burbujas, pero le daba igual porque el contenido en alcohol seguiría siendo el mismo y en aquellos momentos lo único que quería era emborracharse y perder el conocimiento.


Tener que aguantar en el vestíbulo de la iglesia, del brazo de Pedro, mientras sonaba la marcha nupcial había sido una auténtica tortura.


Por supuesto, él no era consciente de lo mal que ella lo pasaba por el mero hecho de que pronunciara su nombre en su presencia.


Y ahora, la guinda del pastel era que tenía que verlo bailando bien abrazadito a su novia Laura-Lorena-Lisa o algo así, una rubia pequeña de enormes tetas que parecía una animadora.


Y, además, seguro que las tetas eran de silicona.


¿Pero por qué se metía con la pobre rubia cuando ella tenía como clientes a muchas famosas de Hollywood que habían pasado por el quirófano mil veces?


Muy sencillo.


Laura-Lorena-Lisa estaba con Pedro y ella no.


Por lo visto, lo que Pedro sentía por aquella rubia era lo suficientemente importante como para que le hubiera pedido que se fuera a vivir con él cuando a ella ni se había dignado a llamarla por teléfono después de la noche que habían compartido en su coche.


¿Celosa?


Sí, un poco, seguro, pero sobre todo estaba herida y enfadada. A pesar del tiempo transcurrido y de la distancia entre ellos, seguía estándolo.


Por supuesto, ya no sentía nada por él, solo resentimiento.


Lo cierto era que con solo oír su nombre le subía la tensión arterial y no era porque lo echara de menos o porque quisiera compartir la vida con él sino porque su nombre hacía que se le ocurrieran acciones homicidas que la llevaban a querer estrangular a alguien.


—¿Qué haces aquí escondida? Deberías estar bailando.


Al oír la voz de su hermano, Paula se dio cuenta de que seguía estando sobria.


Maldición.


—No soy yo la que me caso, así que no estoy obligada a hacer el tonto.


—Vaya, gracias —sonrió Nico—. A Karen le hacen daño los zapatos, pero a mí me apetece seguir bailando.


—Mira, allí hay una morena muy guapa —contestó Paula—. Pídeselo a ella.


—¿Estás de broma? Si Karen me ve bailando con una mujer que no sea mi hermana, se divorcia antes de que haya terminado la luna de miel —bromeó Nico—. Venga, anda, baila conmigo.


Paula suspiró, dejó la copa vacía sobre la mesa y se puso en pie.


—Anda, venga, vamos —accedió.


Nico sonrió y la tomó de la mano para llevarla hasta la pista de baile. Estaba sonando la versión de Rod Stewart de The way you look tonight, pero Paula decidió no darle demasiadas vueltas a la letra.


—Me alegro mucho por ti, de verdad —le dijo a su hermano sinceramente mientras bailaba con él.


—Ya lo sé —sonrió Nico—. La verdad es que me ha costado un poco y me lo he pensado mucho, pero me alegro de haberme casado con Karen.


—De no haberlo hecho, la pobre te habría matado. Llevas saliendo con ella desde el colegio.


—Sí, bueno, eso ha sido porque quería asegurarme de que estaba realmente enamorada de mí y no de mis millones.


Aquello hizo reír a Paula pues su hermano nunca tenía dinero. Tenía una empresa de contratación con Pedro y, aunque no les iba mal, tampoco nadaban en la abundancia.


A ella, sin embargo, le iba de maravilla en ese aspecto.


Al principio, al llegar Los Ángeles lo había pasado mal porque el coste de la vida en la Costa Oeste era muy alto y tenía que pagar el crédito que había pedido para ir a la universidad, pero había sobrevivido.


Luego, había conocido a Daniel Vincent, otro abogado que tenía algo de dinero y que quería montar un bufete y Paula había aceptado encantada la invitación a pertenecer a él.


Daniel era un hombre maravilloso y un buen amigo y Paula había trabajado muy duro durante los primeros años para demostrarle que no se había equivocado al elegirla.


Ahora, el despacho iba de maravilla, contaba con muchas celebridades y ni Daniel ni ella tenían que preocuparse por el dinero.


Paula lucía ropa de diseñador, zapatos de marca y buenas joyas. Probablemente, se gastaba más en peluquería en una sola sesión de lo que Karen se gastaba en todo un año.


Lo que la hacía sentirse muy lejos del pueblecito de Ohio donde había crecido. A veces, lo echaba de menos, echaba de menos a su gente, la tranquilidad de aquel lugar, su familia.


Entonces, se decía que para eso existían el teléfono y el correo electrónico, que había crecido, se había ido a vivir lejos de allí y que estaba contenta con su vida.



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