sábado, 1 de diciembre de 2018

PASADO DE AMOR: CAPITULO 5




La canción terminó y Paula observó que un camarero había llevado una botella de champán nueva a la mesa donde estaba sentada e hizo ademán de ir hacia allí para llenar la copa de nuevo.


—No te vas ya, ¿verdad?


Aquélla no era la voz de su hermano.


Paula sintió que el corazón se le caía a los pies y, mentalmente, cerró los ojos y se golpeó con la cabeza en la pared un par de veces.


Acto seguido, sin embargo, hizo gala de sus mejores dotes de disimulo, tal y como le había enseñado el tener que tratar con los peces gordos de Hollywood, aparentó total calma.


—Hola, Pedro —saludó girándose muy sonriente.


Estaba tan guapo como siempre, más guapo aún si cabía con aquel esmoquin de padrino porque normalmente llevaba vaqueros desgastados y camisas de franela.


Seguía teniendo el pelo rubio oscuro sin rastro de canas y sus ojos brillaban como si escondieran un secreto que nadie más supiera.


Por supuesto, así era.


El secreto que había entre ellos era lo que habían hecho después de aquel partido de fútbol hacía años.


Paula no se lo había contado a nadie nunca y suponía que Pedro, tampoco.


—Hola, Paula. Estás increíble. Desde luego, la vida en Los Ángeles te trata de maravilla.


Paula asintió.


¿Qué necesidad había de que Pedro supiera que tenía una úlcera por trabajar dieciocho horas al día y que siempre llevaban antiácido en el bolso?


Para los habitantes de Crystal Springs, Paula se había ido a vivir a California y había triunfado. No había necesidad de decirles que no era oro todo lo que relucía.


—¿Quieres bailar? —preguntó Pedro.


¿Con él?


Por supuesto que no.


Paula abrió la boca para excusarse con educación, pero Pedro ya la había agarrado del brazo y su hermano parecía encantado con la idea.


—Sí, quédate bailando con Pedro y yo me vuelvo con Paula.


—Te lleva con correa corta ya, ¿eh? —bromeó Pedro.


—He descubierto que la correa corta es maravillosa —contestó Nico guiñándole un ojo a su amigo y alejándose en dirección a su mujer.


Paula recapacitó y llegó a la conclusión de que, si se zafaba de la mano de Pedro y volvía a la mesa, montaría una escenita, así que permitió que Pedro la agarrara de la cintura y entrelazó sus dedos con los de él.


No tenía opción y pronto se vio disfrutando del calor que emanaba de su cuerpo y maldiciendo en silencio porque aquel hombre siguiera teniendo aquella influencia sobre ella.


Por supuesto, se apresuró a decirse que lo único que le estaba sucediendo era la respuesta física normal de una mujer al encontrarse con un hombre tan atractivo tan cerca.


El haber compartido una noche de pasión con él, por supuesto, añadía leña al fuego, pero nada más.


Aquella atracción repentina y puramente física que sentía por él no significaba absolutamente nada.


—¿Qué tal estás, Paula? Por lo que sé, te va de maravilla.


—Sí, me va muy bien —contestó Paula—. ¿Y tú qué tal estás?


—No podría estar mejor. Supongo que tu hermano ya te habrá contado que la empresa va muy bien. La actividad se para un poco en invierno. Por eso, precisamente, le he dejado que se tomara dos semanas de vacaciones para irse de luna de miel —contestó Pedro dedicándole una maravillosa sonrisa a la que Paula no contestó.


—¿Y qué te parece que tu hermano mayor se haya casado por fin?


—Me parece que ya iba siendo hora porque llevaban saliendo desde que eran niños.


—Sí, menos mal que Karen se ha quedado embarazada porque, de lo contrario, no sé si tu hermano se habría decidido algún día.


—No sé —dijo Paula encogiéndose de hombros e intentando no disfrutar demasiado del momento—. Yo creo que Nico necesitaba una excusa para lanzarse a la piscina porque lo cierto es que siempre ha querido casarse con Karen, pero tenía los miedos e inseguridades típicos de los hombres. Cuando terminaron el colegio ambos se acomodaron en su relación y mi hermano no vio la necesidad de lanzarse hasta ahora.


Pedro seguía sonriendo con aquella estúpida sonrisa que a Paula le había hecho tomar la decisión de irse a vivir a la otra punta del país al terminar sus estudios.


—Esa contestación es realmente filosófica viniendo de una mujer que se pasa el día leyendo contratos y demandando a productoras —comentó Pedro.


—Los abogados podemos ser muy filosóficos —contestó Paula—. Lo que ocurre es que preferimos no mostrar ese lado de nuestra personalidad durante las horas que facturamos al cliente.


Pedro echó la cabeza hacia atrás y se rio y Paula no pudo evitar reírse también. Había olvidado la risa tan contagiosa que tenía aquel hombre.


Cuando pasó aquel momento, se encontró bailando todavía más cerca de él porque Pedro había conseguido de alguna manera atraparla entre sus brazos y pegarla a su cuerpo sin que ella se diera cuenta.


Estaban bailando una antigua balada y Pedro llevaba las riendas, la tenía firmemente agarrada de manera que Paula no se pudiera soltar ni apartar y Paula sentía sus senos aplastados contra su pecho y sus malditos y traidores pezones estaban comenzando a endurecerse.


Por favor, por favor, que Pedro no se diera cuenta.


—¿Te acuerdas de aquel baile al que fuimos cuando estabas en el colegio? Aquél al que tus padres no te querían dejar ir si no íbamos Nico, Karen y yo.


¿Cómo lo iba a olvidar? Ella se había convencido de que era una cita de verdad cuando para Pedro, en realidad, no había sido más que hacerles un favor a la hermana de su mejor amigo y a sus padres.


—Nos pasamos la mitad de la noche bailando como ahora —continuó Pedro.


«No exactamente como ahora», pensó Paula sintiendo la pelvis de Pedro tan cerca que el estómago se le encogió y el deseo se apoderó de su interior.


—Creo que incluso tocaron esta misma canción —añadió Pedro chasqueando la lengua.


Paula no recordaba la música de aquella velada, lo único que recordaba era moverse por el gimnasio en penumbra entre los brazos de Pedro, entre los brazos de aquel chico al que adoraba.


Menos mal que ahora era una mujer hecha y derecha que había madurado y se había alejado de allí. Ahora era una mujer fuerte, independiente y pasaba de aquel hombre.



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