domingo, 7 de octubre de 2018
SUGERENTE: CAPITULO 10
Desapareció por los ventanales y Paula contuvo unas lágrimas. La única persona en el mundo a la que jamás querría herir era Pedro. Pero lo había hecho… debido a los actos insensibles de su madre. En ese momento deseó haber realizado algún intento de ponerse en contacto con él, aunque quizá en el fondo sabía que una relación romántica no habría funcionado y que los dos podrían haber terminado heridos.
Pedro tenía razón, estaba muy centrada en su carrera, y aunque tenía ganas de satisfacer su curiosidad sobre cómo sería él en la cama, no lo haría.
Era más seguro de esa manera.
Para los dos.
El viernes por la mañana después de que aterrizara su avión, Paula subió al taxi que había parado y le dio la dirección de Park Avenue South, donde la agencia CosmoCity Models tenía sus oficinas. Llegó justo a tiempo para su cita de las diez con su agente. Al salir en la planta veintidós, cruzó la puerta de cristal y entró en la elegante recepción.
Al entrar, la recepcionista la saludó con un gesto de la mano. Una vez en los despachos de atrás, pasó por delante de los tablones, una pared con cientos de fotografías de las modelos que trabajaban con la agencia. Los tablones estaban separados por distintas categorías… los más altos eran para las supermodelos que cobraban las tarifas más grandes, con nombres y caras reconocibles; los tablones de trabajo eran para las modelos comerciales que trabajaban regularmente en catálogos, publicidad, televisión y revistas; y el tablón sofisticado era donde se incluía a las modelos mayores que trabajaban para catálogos y publicidad como jóvenes mamás.
Mirándolas brevemente, esperó que la suya pasara pronto del comercial al superior, gracias al esperado contrato que no tardaría en anunciarse con el diseñador Richard Lawrence.
Él había escogido su book de muchos que la agencia le había enviado, y habían mantenido una entrevista en persona dos semanas atrás. Él había quedado encantado con su aspecto.
Paula continuó hasta el elegante despacho de su agente, que disfrutaba de una magnífica vista de Nueva York.
Lucia Dawson alzó la vista cuando entró.
—Justo a tiempo, Paula. Siéntate.
La agente se mostraba enérgica. No era una buena señal. Ni una pregunta sobre el cumpleaños de tía Eva ni de su viaje a Cambridge. Si de algo podía estar segura con Lucia, era que se trataba de una mujer directa y que jamás ocultaba las cosas.
—Tenemos el contrato de Richard Lawrence.
La embargó una sensación de logro y, tuvo que admitirlo, de alivio. La campaña Toda una Mujer, para lanzar una colección de ropa clásica y elegante, podría ser su billete directo a los máximos niveles.
—Es estupendo, Lucia. ¿Cuándo empie…?
—Paula. La oferta es para Tania Morgan.
Todo en su interior se encogió. La joven y vivaz Tania Morgan, quien últimamente parecía conseguir todas las oportunidades importantes.
—¿Tania? No sabía que aspiraba a este trabajo. Creía que me querían a mí.
—Al parecer, Richard cambió de idea. Quieren a una mujer más joven, de veintipocos años.
Paula quedó tan aturdida que apenas notó la descarga de adrenalina. Con la compra del loft, era una noticia que se convertía en una sorpresa muy desagradable.
—No has estado ganando tanto como en el pasado, Paula. Se habló de colocarte en el tablón de la mujer sofisticada, pero yo señalé que tenías varias portadas de revistas en tu curriculum y que por ahora se te debería permitir continuar en el tablón comercial.
Tratando de contener una oleada de pánico, dijo:
—«El tablón de la mujer sofisticada». Quieres decir «el tablón de la mujer acabada».
—No lo llamamos así.
—Pero es lo que es —insistió Paula.
—No. Las madres jóvenes llegan a un gran segmento del mercado ahora y como tú eres una experta mujer de negocios…
—Sí, ya sé lo que eso significa. Tienen más poder adquisitivo.
—Todo el mundo ha de adaptarse a las tendencias del mercado… diseñadores, agentes y modelos. Todos queremos una parte del pastel. Estás cerca de los treinta y llevas diez años con CosmoCity. El trabajo de modelo no dura para siempre.
—Lo sé, y aún no estoy preparada para dejarlo.
—Es una buena actitud. Bajo ningún concepto es un futuro pesimista. Ya sabes cómo funciona el negocio. Simplemente, tu aspecto no era el apropiado para Lawrence. Voy a ponerme en contacto con el equipo de Maggie Winterbourne. Tengo entendido que están preparando una campaña lucrativa. Veamos qué podemos averiguar.
Paula carraspeó, tratando de desterrar el nudo que tenía en la garganta. Maggie Winterbourne era la crema de las diseñadoras. Conseguir ese contrato potenciaría su carrera y su ego, que en ese momento se encontraba bastante magullado.
—¿Cuál es el siguiente paso?
—El mes próximo hay que renovar tu contrato con Kathleen Armstrong. A tu favor juega que jamás has estado encasillada. Y también has llevado más de un contrato al mismo tiempo. Algo poco habitual en este negocio. Es algo que bien podría repetirse. Hará falta paciencia y tiempo. Me pondré en contacto con la representante de Kathleen y negociaré un nuevo contrato.
—Kathleen no está en la misma liga que Richard Lawrence y, desde luego, tampoco en la de Maggie Winterbourne.
—Sé que estás decepcionada, Paula. No tengo ninguna sesión para ti la semana próxima. ¿Por qué no te tomas unos días libres y descansas?
—Sabes que no renové el contrato de mi apartamento y me compré un loft. El viernes debo dejar mi antiguo apartamento. No quiero descansar, Lucia. Necesito trabajar.
—Lo entiendo, pero preocuparte no va a hacer que suceda y se notará en tu cara. Si consigo algo de trabajo para ti, te llamaré. Estoy de tu parte, Paula.
—Lo sé, y gracias.
Paula entró en el estudio del fotógrafo y vio a Tania Morgan posando ante la cámara.
Fue a los vestidores y se topó cara a cara con Kathleen Armstrong.
Los ojos de ésta se abrieron mucho, confusos.
—¿Paula? Me sorprende verte.
Paula dejó el bolso sobre la mesa de maquillaje.
—¿Por qué? Tenía programada esta sesión desde hace un tiempo. ¿Ha pasado algo? Kathleen fue a la puerta y la cerró. —Supongo que no te llegó la noticia. Tendré que hablar con mi asistente. Hoy no te necesito.
Paula la miró fijamente, la alarma paralizándola un instante. Con el corazón martilleándole en el pecho, dijo:
—Comprendo —el significado de lo que estaba sucediendo terminó por penetrar en su mente—. Escucha, quiero recibir la mala noticia de golpe. ¿Le has dado este trabajo a Tania?
—Sí. He estado pensando que necesito a una modelo más joven. No estoy contra ti, Paula, pero ya sabes cómo funciona el mundo.
—Juventud y belleza —confirmó, tragando saliva. También sabía lo que Kathleen iba a decir a continuación.
—Exacto. Me temo que tampoco voy a renovarte el contrato. Desde luego, se te indemnizará por lo que quede del actual.
Aunque esperaba las palabras, el corazón le dio un vuelco y de pronto sintió flojas las piernas.
—Esa parte ya la había imaginado —apretó los dientes y extendió la mano—. Gracias por todo, Kathleen.
—Eres una persona muy profesional, Paula. He tenido varias modelos que me han gritado al despedirlas.
Sintiendo como si un grito se elevara por su garganta, asintió, dio media vuelta y se marchó.
—Paula, te advertí que no gastaras el dinero de forma tan espléndida —dijo Naomi Carlyle, su contable y amiga, deslizando el informe por la mesa. Paula miró los números y las cuentas y suspiró.
—De modo que estoy en bancarrota. Los expresivos ojos verdes de Naomi se llenaron de simpatía.
—Al borde. Vas a tener que mostrarte muy cuidadosa con tus gastos.
La simpatía sólo la convenció de superar la situación y darle la vuelta de algún modo. La frustración la atenazó, dándole un tono duro que rara vez empleaba.
—Maldita sea.
—¿Qué?
—El loft. Sigo teniendo que dejar mi apartamento el viernes.
—Lo siento —la contable la miró a los ojos—. Aunque tengo una idea para tu loft.
—Por favor, cualquier cosa que pueda ayudar.
—Podrías alquilarlo amueblado. Lleva tus muebles al loft. ¿Tienes a alguien con quien puedas quedarte?
—Sí. Tengo una tía en Cambridge.
—No es ideal, si intentas conseguir trabajos como modelo, pero sí viable. El trayecto es de sólo unas tres horas y media.
Paula se levantó y fue hacia la ventana que disfrutaba de una vista bonita, si no excepcional, de la ciudad. El loft que había comprado sí tenía una vista excepcional y otra persona iba a disfrutarlo. Con los nervios a flor de piel después de las revelaciones del día, apoyó la cabeza en el cristal.
—Eso no es todo.
Naomi gimió desde el sofá.
—Acabo de organizar una fiesta lujosa para mi tía.
—Entonces, amiga mía, será mejor que consigas un trabajo, y pronto.
Esas palabras reverberaron en su cabeza a la mañana siguiente. Incapaz de quedarse quieta, fue de habitación en habitación. Necesitaba encontrar un trabajo y, después de lo sucedido con Kathleen, no estaba segura de si aún tenía una agencia a la que recurrir. Pero ese golpe sería demasiado en ese momento. Lo encararía el lunes, cuando se trasladara a un loft en el que no iba a poder vivir y buscara un inquilino.
No estaba acostumbrada a tener problemas de dinero. Su madre se había ocupado de ella hasta que empezó a trabajar. Pero no podía pedirle dinero a su madre. No podía decirle que estaba sin un céntimo y que su carrera ya iba cuesta abajo. Paula no creía ni por un momento que no pudiera volver a encauzarla.
Haría falta esfuerzo, pero no le daba miedo mancharse las manos.
Sólo le tenía miedo a una cosa.
Al fracaso.
SUGERENTE: CAPITULO 9
Con vacilación, Pedro la abrazó; era evidente que estaba tan sorprendido como ella. Luego la estrechó más y a ella le pareció maravilloso estar pegada a él. Lo soltó y miró ese rostro atractivo y sonriente y sintió algo eléctrico.
Cerró una mano sobre su camisa, poniéndose seria con celeridad.
Ya sabía de primera mano que besaba muy bien, pero la idea de que con los años pudiera haber mejorado casi la derritió.
Lo guió por el cuello de la camisa hasta sus labios. Él se mostró gentilmente exigente y bajó las manos grandes de los hombros, por los brazos, hasta que volvió a subirlas para enmarcarle las mejillas.
Le pareció que la sostenía como si fuera cristal tallado, frágil y etérea como si en algún momento fuera a despertar y ella a desaparecer; la besó como si fuera la única mujer en el mundo que importara.
Después de fantasear tantas veces con un reencuentro semejante, no quedó decepcionada al hundirse en su boca y apoyar la mano en el torso, encima de su corazón.
Mientras le acariciaba el pelo por la nuca, sintió que el beso pasaba de ser cálido a encendido y devorador. Le introdujo la lengua en la boca para jugar con la suya y probó la sensualidad pura y no adulterada que formaba parte esencial de él.
Tembló, incapaz de detener la lenta y creciente palpitación en el vientre.
Él se acercó aún más y Paula sintió que desde lo más hondo de su ser emitía un gruñido. Pedro ladeó la cabeza y tomó control del abrazo.
Presuntuoso y dominante, la besó con un poderoso calor masculino. La marcó con su fuerza y la profundidad de su pasión. La excitó con la caricia encendida de la mano en la espalda desnuda por debajo de la chaqueta y la promesa de un placer prohibido y futuro.
Cuando quebró el beso, ella suspiró.
—Doce años son demasiados para esperar un beso así.
—Cuando esta mañana recibí la invitación de tu tía, me pregunté si me recordarías.
—Te recordé. Jamás podría olvidar lo bueno que fuiste para mí. He echado mucho de menos eso —le acarició la cara con el dorso de los dedos—. No podemos negar esto, ¿verdad?
—No, pero no estoy seguro de que podamos hacer algo al respecto.
—¿No te interesa?
—Sí, decididamente, me interesa, pero qué seria, Paula?, tú vives en el carril de alta velocidad y a mí me gusta el de baja velocidad. No creo que fuera una buena idea —dijo con mirada de disculpa.
—Lo siento, Pedro.
—Creo que estás muy centrada en tu carrera y, probablemente, haya muy poco espacio para algo más. Con franqueza, no quiero correr el riesgo. La última vez dolió, Paula. Aunque haya una explicación de por qué jamás llamaste, sigue doliendo.
—Lo entiendo. Me ha encantado verte.
—A mí también.
sábado, 6 de octubre de 2018
SUGERENTE: CAPITULO 8
Atravesaron los ventanales. La brisa fresca de la noche de comienzos del verano le rozó la piel y le provocó un leve temblor. De inmediato Pedro se quitó la chaqueta y se la pasó por los hombros. Sus manos se demoraron allí, causándole otro temblor en respuesta a la calidez de la chaqueta y a la presión de sus dedos.
Era una presencia sólida y alta a su espalda. De niños, había sido más alta que él durante mucho tiempo. Luego, con trece años, Pedro había empezado a crecer y no tardó en superarla. Fue el mismo año en que se puso a hacer pesas.
Estaba harto de que lo vapulearan los chicos que lo consideraban una presa fácil.
—Estás aquí para decirme que no puedes venir esta noche. Mejor dar una mala noticia rodeados de belleza. Bien pensado.
Era tan condenadamente inteligente que a veces la intimidaba.
—Mi madre insiste en que vaya a casa con ella y que pase algo de tiempo con la familia y quería un sitio privado donde decírtelo. Si no recuerdo mal, las fiestas no son tu punto fuerte.
—¿Sigue dirigiendo tu vida?
Lo miró.
—Eso no es muy justo, Pedro. Ella me ayudó a llegar a donde estoy.
Con suavidad, la guió lejos de los ventanales, por unos escalones que bajaban a un patio en penumbra.
—Lo siento. Resentimiento residual. Ha estado fuera de lugar. No le caigo bien. Jamás le he caído bien.
—¿Por qué dices eso?
—¿Tienes idea de todas las veces que te llamé durante aquel año entero después de tu fiesta?
—¿Llamaste a mi casa?
—Innumerables veces. Tu madre me decía que o estabas ocupada o no te encontrabas en casa. Al final me rendí.
—Jamás me contó que habías llamado. Ni una vez. Pensé que lamentabas…
Pedro no respondió de inmediato mientras la estudiaba. Los ojos oscuros de él le provocaron escalofríos. Parecía estar investigando cada ángulo y plano de su cara, como si fuera un interesante proyecto de ciencias.
—Nunca —afirmó con voz ronca y descarnada—. Reconozco que después de aquel gran beso, nuestra relación tenía que cambiar, pero ni una sola vez lamenté haberte conocido, Paula.
Se perdió en esos ojos intensos y remolinantes.
Alzó la mano y le acarició el costado de la cara.
—Te lo agradezco mucho, porque tu opinión significa mucho para mí.
Él la tomó la mano y la llevó hasta un banco de piedra cerca de los setos.
—Háblame de tu vida en Nueva York. ¿Es lo que esperabas cuando soñabas con ser modelo y tratabas de centrar tu atención en los problemas de matemáticas?
—Tuve que trabajar muy duramente.
Pedro rió.
—Ahí se acaba el mito de que a una modelo le basta con ser bonita y decorativa.
—A veces, después de intensivas jornadas de ocho horas, tenía que ir a casa, cambiarme y largarme a la inauguración de un club o a la fiesta que daba la editorial de alguna revista. Todo en la agencia está organizado. Desde mis sesiones hasta mi vida social. Puede resultar agotador.
—Pero en tus ojos veo que te encanta.
—Sí. La atención es divertida, en especial cuando la gente me reconoce y me saluda. Me encanta la ropa y el glamour. Ah, y el dinero es fenomenal.
—Es evidente por esta fiesta. Es como si hubieras traído Nueva York a Cambridge.
—Contraté al mejor pinchadiscos de Manhattan, lo que no fue fácil. Mi madre ayudó con la comida y la decoración. Se le da muy bien organizar fiestas. Y ahora, ¿qué me dices del doctor Alfonso? Fabricando telas. Eso me estimula.
—A mí también me estimuló. Trataba de conseguir una fibra sintética que pudiera ser útil quizá en los deportes o en el campo militar, y terminé con este material delicado. Es casi como la seda, pero más resistente y muy suave.
—He de verlo. La tía Eva me ha contado que fuiste a Auburn. ¿Sacaste también allí el doctorado?
—El máster y el doctorado.
—No podía imaginarlo, Pedro. Yo nunca llegué a ir a la universidad. A veces me siento rara, ya que muchas modelos consiguen ambas cosas, pero yo estaba tan centrada en mi carrera, que jamás dudé de que lo conseguiría.
—Siempre has sido esa clase de persona. Veías lo que querías e ibas por ello.
—Atrevimiento o Verdad, Pedro.
—Verdad. La última vez que me planteaste una prueba, me metí en aguas muy profundas.
—No entiendes este juego. La verdad también puede provocar eso.
—Consideré la posibilidad, pero la verdad no requiere ningún acto embarazoso.
—Si no me conocieras de toda la vida, ¿querrías ser mi amigo ahora?
—Decididamente, no.
Ella rió y le dio un golpe en el hombro.
—Hablo en serio, Pedro.
—¿En un juego juvenil de Atrevimiento o Verdad?
—De acuerdo, olvídate del juego. Simplemente, responde la pregunta.
—Ha pasado mucho tiempo y hemos estado fuera de contacto. Nuestras vidas se encuentran en lados opuestos del espectro. Imagino que la respuesta sincera es que todo lo que has conseguido no es quién eres, así que diría que sí. Querría llegar a conocerte ahora, a la mujer que puede poner de rodillas a un hombre.
—Es una verdadera pena que no pueda venir esta noche.
Él asintió.
—Pero ha sido estupendo verte. Quizá podamos quedar la próxima vez que vengas a la ciudad.
—Desde luego. No estoy muy segura de cuándo será. Tengo algo en marcha que tal vez me mantenga ocupada mucho tiempo.
—El precio de la fama.
—Un precio elevado —sonrió.
Se alejó de ella como si fuera reacio a marcharse. Al llegar a las escaleras, giró y las subió.
—Pedro —llamó Paula.
Sin pensárselo, corrió tras él y le rodeó el cuello con los brazos. En ese momento, la invadió una gran sensación de paz, como si nadara en un estanque profundo y cálido… una sensación instantánea. Apenas podía respirar.
SUGERENTE: CAPITULO 7
—No puedo creer que vayas a estar aquí sólo una noche más y no vengas a casa. Tu padre te echa de menos.
El leve quejido en la voz de su madre la sorprendió. Rara vez se le pedía que se quedara con sus padres cuando estaba en la ciudad. De hecho, su madre prefería que se alojara con su tía.
Paula se reservó los comentarios sobre su padre. Era su padrastro y su madre se había casado con él cuando ella contaba con dos años. Su padre biológico había muerto en un accidente de coche.
La verdad era que su padrastro apenas notaba que estaba viva. Era un profesor de Harvard y pasaba todo el tiempo entre la investigación y los estudiantes. Su madre odiaba eso, pero jamás lo reconocería delante de ella.
Había tenido que suplicarle que asistiera esa noche a la fiesta de su hermana.
—Me gustaría disfrutar de tu compañía, y mañana podría llevarte al aeropuerto —su madre le hizo una súplica con los ojos.
Era muy raro.
—¿Sucede algo? —preguntó Paula.
Jamás hablaban del matrimonio. Su madre encubría la infelicidad que vivía y estaba segura de que ése era el motivo por el que prefería que se quedara en la casa de su tía cada vez que iba de visita.
—No. ¿Por qué iba a suceder algo?
—Porque te comportas de forma extraña.
Su madre bufó.
—Ahora soy extraña.
—No he dicho eso. He dicho… olvídalo. Te he dicho que le prometí a Pedro que nos pondríamos al corriente de lo que ha sido del otro durante todos estos años.
—¿Un chico al que no has visto en doce años es más importante que tu familia? Soy tu madre, Paula.
La recorrió una oleada de culpabilidad. Era verdad. Ese año no había pasado mucho tiempo con su madre.
—Iré contigo esta noche. He de decírselo a Pedro. Perdona.
Lo encontró de pie junto a la puerta de la cocina hablando con uno de los camareros que estaban recogiendo las mesas.
Únicamente captó el final de la conversación y oyó el nombre de David Backer antes de que el joven la viera y se largara al interior de la cocina.
Pedro se volvió hacia ella.
—Lo has asustado.
—No doy tanto miedo.
—Sí que lo das. Cualquier hombre tiene que buscar valor para mirarte, y más para hablar contigo.
—Tú estás hablando conmigo.
—Yo soy inmune. Te conozco desde que eras una mocosa y una adolescente petulante.
—No era petulante.
—Sí que lo eras. Petulante, picara, atrevida, y te encantaba romper las reglas establecidas.
—Y tú no eras nada de eso. Sólido, inteligente y reservado. Típico de ti prescindir del champán y del caviar para hablar con un chico acerca de David Backer. ¿Quién es?
—¿David Backer o el chico con el que hablaba?
—Ambos.
—David Backer fundó el laboratorio en el que trabajo y el chico es estudiante en uno de mis cursos de verano en el MIT. Trabaja aquí para ganar dinero y regresar a la universidad en otoño.
Paula movió la cabeza con resignación.
—Salgamos al patio —enlazó el brazo con el suyo—. Aquí hay un jardín precioso. Casi tanto como el de mi madre.
SUGERENTE: CAPITULO 6
Sencillamente, se sintió encandilado al ver a Paula alejarse de él. Se alejó del centro de la sala. En muchas ocasiones había mirado su foto en la portada de alguna revista. Nunca había esperado volver a estar tan cerca de ella.
Se detuvo en el borde de la sala, donde se sentía seguro observando a la gente alternar y divertirse.
—¿Por qué no estás con los demás, Pedro?
Se volvió y vio a la tía de Paula de pie junto a él. Ella le ofreció una copa de champán.
—Me siento más cómodo aquí, señora Jenkins.
—¿Cuándo vas a dejar de llamarme señora Jenkins, Pedro? Después de ser vecinos durante tanto tiempo y de ser amigo de Paula podrías llamarme tía Eva. Si no, voy a tener que empezar a llamarte doctor Alfonso.
Pedro aceptó la copa y rió entre dientes.
—No me deja elección, tía Eva.
—Eso está mejor.
—Paula parece muy feliz.
—Sospecho que lo es, aunque me tiene preocupada. Viaja tanto, va a fiestas con sus amigos de Nueva York y gasta el dinero con tanta profusión… Yo no tenía necesidad de esta fiesta tan grandiosa, pero ella insistió.
—Usted se merece una fiesta así, señora… tía Eva, después de todas las cosas buenas que hizo por ella. No se olvidó de usted.
Sonrió, pero observó a su sobrina con cierta ansiedad.
—No protestaría si sólo fuera una fiesta, pero nos ha llevado a su madre y a mí a Milán, París e incluso Tokio. Fue un viaje maravilloso. He de agradecerle que me mostrara algo de mundo.
—No creo que deba preocuparse. Da la impresión de controlarlo todo.
—Ésa es Paula para ti.
—Su madre no ha cambiado mucho —hizo una mueca—. Lo siento, eso ha estado fuera de lugar.
—No, tienes razón. Su madre está atrapada en lo que Paula hace, no en lo que es.
—¿Cree que eso cambiará alguna vez?
—No lo sé. Quizá algún día —le sonrió—. A lo largo de los años, Paula ha preguntado por ti, pero primero te fuiste a Auburn a estudiar y luego te estableciste en Carolina del Norte. Es estupendo que al fin hayas vuelto a casa.
—Es agradable volver a estar en casa.
Bebió un sorbo de champán y observó a Paula tratar con un invitado tras otro mientras escuchaba a la tía Eva explayarse sobre sus viajes con Paula. Al final, la madre de Paula se la llevó a un lado y dio la impresión de que discutían.
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