domingo, 7 de octubre de 2018
SUGERENTE: CAPITULO 9
Con vacilación, Pedro la abrazó; era evidente que estaba tan sorprendido como ella. Luego la estrechó más y a ella le pareció maravilloso estar pegada a él. Lo soltó y miró ese rostro atractivo y sonriente y sintió algo eléctrico.
Cerró una mano sobre su camisa, poniéndose seria con celeridad.
Ya sabía de primera mano que besaba muy bien, pero la idea de que con los años pudiera haber mejorado casi la derritió.
Lo guió por el cuello de la camisa hasta sus labios. Él se mostró gentilmente exigente y bajó las manos grandes de los hombros, por los brazos, hasta que volvió a subirlas para enmarcarle las mejillas.
Le pareció que la sostenía como si fuera cristal tallado, frágil y etérea como si en algún momento fuera a despertar y ella a desaparecer; la besó como si fuera la única mujer en el mundo que importara.
Después de fantasear tantas veces con un reencuentro semejante, no quedó decepcionada al hundirse en su boca y apoyar la mano en el torso, encima de su corazón.
Mientras le acariciaba el pelo por la nuca, sintió que el beso pasaba de ser cálido a encendido y devorador. Le introdujo la lengua en la boca para jugar con la suya y probó la sensualidad pura y no adulterada que formaba parte esencial de él.
Tembló, incapaz de detener la lenta y creciente palpitación en el vientre.
Él se acercó aún más y Paula sintió que desde lo más hondo de su ser emitía un gruñido. Pedro ladeó la cabeza y tomó control del abrazo.
Presuntuoso y dominante, la besó con un poderoso calor masculino. La marcó con su fuerza y la profundidad de su pasión. La excitó con la caricia encendida de la mano en la espalda desnuda por debajo de la chaqueta y la promesa de un placer prohibido y futuro.
Cuando quebró el beso, ella suspiró.
—Doce años son demasiados para esperar un beso así.
—Cuando esta mañana recibí la invitación de tu tía, me pregunté si me recordarías.
—Te recordé. Jamás podría olvidar lo bueno que fuiste para mí. He echado mucho de menos eso —le acarició la cara con el dorso de los dedos—. No podemos negar esto, ¿verdad?
—No, pero no estoy seguro de que podamos hacer algo al respecto.
—¿No te interesa?
—Sí, decididamente, me interesa, pero qué seria, Paula?, tú vives en el carril de alta velocidad y a mí me gusta el de baja velocidad. No creo que fuera una buena idea —dijo con mirada de disculpa.
—Lo siento, Pedro.
—Creo que estás muy centrada en tu carrera y, probablemente, haya muy poco espacio para algo más. Con franqueza, no quiero correr el riesgo. La última vez dolió, Paula. Aunque haya una explicación de por qué jamás llamaste, sigue doliendo.
—Lo entiendo. Me ha encantado verte.
—A mí también.
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