viernes, 5 de octubre de 2018

SUGERENTE: CAPITULO 2




Los otros invitados empezaron a agruparse en un círculo. Paula cruzó la estancia y no pudo quitarle los ojos de encima. El modo en que se movía era un festín sensual. Se detuvo delante de él.


—Trivial Pursuit —dijo él, perdiéndose en sus enormes ojos azules.


—Atrevimiento o Verdad. Será mucho más divertido.


Se retrajo como si le hubiera echado un cubo de agua fría. Movió la cabeza y dijo:
—No. No estoy interesado.


—Vamos, Paula, deja al empollón en paz. No quiere jugar —dijo un chico rubio con el pelo de punta y que daba la impresión de que podía romper ladrillos con las manos.


—Cállate, Mike, y métete en tus asuntos —afirmó, volviéndose hacia el chico con una mirada torva. Cuando volvió a girar la cabeza, musitó—: No le hagas caso. Puede ser un imbécil.


Pedro sospechaba que el chico era un imbécil, pero poco le importaba lo que el imbécil pensara de él. Se encogió de hombros.


Pedro, no tienes que mirar desde un costado.


—No voy a jugar, Paula.


—Como quieras —convino con mirada intensa.


Pedro la miró con profundo interés.


—Paula ya que es tu fiesta, ¿por qué no eliges tú quién empieza? —dijo la chica del pelo oscuro.


Paula asintió y sonrió.


—¿Qué te parece tú, Stephanie?


—Vale —aceptó Stephanie, moviendo su mata de pelo rojo y ondulado—. Tonia. Atrevimiento o Verdad.


La joven reflexionó un momento y dijo:
—Atrevimiento.


Stephanie continuó:
—¡Los dos miembros más próximos del sexo opuesto podrán darte un cachete en el trasero tan fuerte como quieran! ¡Inclínate y acéptalo con una sonrisa!


Tonia rió entre dientes y miró a los dos chicos que tenía al lado. Dándose la vuelta les presentó el trasero y cada uno se lo abofeteó. Uno con más fuerza que el otro.


La pelirroja se volvió a dar la vuelta y preguntó:
—Brittany, ¿verdad o prueba?


La rubia pequeña sonrió con timidez.


—Verdad.


—¿Cuál ha sido el momento más apasionado que has vivido alguna vez? Descríbeselo al grupo.


Cuando la chica comenzó a hablar, Pedro observó a Paula, quien no paraba de lanzarle miradas subrepticias y ceñudas. A medida que el juego avanzaba, inevitablemente alguien pronunció su nombre y ella, desde luego, eligió Atrevimiento.


La persona que dijo su nombre, un chico que Pedro sabía que era amigo de Mike, dijo:
—Dale un beso de lengua a Mike durante quince segundos.


Pedro se puso tenso y apartó la espalda de la pared mientras cerraba las manos en los bolsillos.


—Es hora de un refrigerio —gritó su tía desde lo alto de la escalera, en advertencia, unos segundos antes de bajar.


Paula miró por encima del hombro, calculando el tiempo que tenía antes de que su tía llegara hasta abajo. Se volvió hacia el joven y luego miró a Pedro. Sus ojos se encontraron. Ella lo miró fijamente.


Él tuvo la certeza de que en sus ojos quedaba bien clara la intensa necesidad de causarle daño físico a un chico que lo doblaba en tamaño.


Por primera vez en la vida, el mecanismo de retirada le falló. Sus deseos más profundos resultaron visibles en su mirada y Paula al fin supo lo que sentía por ella. Lo que Pedro no sabía era lo que sentía ella.


Ella se apartó del avance del chico y se puso en cuclillas.


Su tía apareció y comenzó a guiar a todos arriba.


—¿Paula? —dijo, mirando a su sobrina.


—Subo en un minuto, tía.


Su tía miró una última vez a Pedro y asintió. 


Siguió a los adolescentes.


Paula se incorporó con esa gracilidad sexy con que se movía y fue hacia él. Deteniéndose delante de Pedro, lo miró hondamente a los ojos.


—¿Atrevimiento o Verdad, Pedro?


Sorprendido, sólo pudo mirarla.


Ella se acercó más y bajó la voz.


—¿Atrevimiento o Verdad?


No supo qué lo impulso a decirlo. Salió de su boca en un susurro ronco.


—Atrevimiento.


Un fuego azul bailó en los ojos de Paula.


—Bésame.


Pedro tragó saliva, atrapado en esa llama azul hasta que lo tragó por completo. Alzó la mano y le tocó el costado del cuello. Su piel era como terciopelo cálido. Ella se humedeció los labios y él bajó la cabeza, despacio, con el fin de saborear cada segundo, de absorber su fragancia, el calor de su piel, anticipando el sabor de su boca.


Pedro —susurró, besándolo con un calor intenso.


La sensación de sus labios fue exquisita e innegablemente exigente. Cuando las lenguas se tocaron y se acariciaron con el tacto de la seda, el fuego lo recorrió lenta y profundamente. 


El sabor de Paula era prohibido y decadente, como una lujuria salvaje e indómita, y se sintió un joven al borde de dar el salto a la virilidad.


Gimió por la increíble oleada de deseo carnal que le subió la adrenalina. Se sintió primario, hambriento y posesivo; incapaz de tener suficiente de esa chica que lo afectaba no sólo sexualmente, sino en un plano más profundo que aún no había definido. Lo único que sabía era que debía tenerla.


—¡Paula! —exclamó su madre desde lo alto de las escaleras.


Paula se apartó de Pedro.


—Maldita sea. Nunca se rinde —le dedicó una mirada de disculpa antes de dirigirse hacia las escaleras.


Demasiado tarde. Su madre se materializó abajo. Miró a Pedro y a Paula. Su boca se tornó en una línea fina al lanzarle dagas con esos ojos terribles, asió a Paula por el brazo y la arrastró escaleras arriba.


Pedro pudo oír la reprimenda de que hubiera organizado una fiesta a sus espaldas.


Él permaneció en el sótano con la demoledora sensación de que no volvería a verla jamás. El miedo formó una bola de plomo en su estómago al apoyarse contra la pared y cerrar los ojos.


Había algo positivo en mirar y no tocar.


Una vez que había llegado a conocer lo que era tocarla, nunca más volvería a ser el mismo.



SUGERENTE: CAPITULO 1




Atrevimiento o Verdad. Doce años atrás


El rostro de Paula Chaves poseía una belleza clásica, e incluso desde cierta distancia su piel se veía blanca y perfecta. El cabello le caía hasta la cintura, del color del ámbar… toda ella una mujer en ciernes, una tentación de algodón de azúcar rosa y miel que hacía la boca agua.


El centro de las fantasías de Pedro Alfonso se hallaba al pie de las escaleras del sótano hablando con una chica de pelo oscuro.


Notó cada movimiento de su cuerpo mientras sonreía y asentía por algo que decía la otra.


La minifalda a rayas rosadas revelaba los muslos suaves y esbeltos y le avivaba la imaginación y las hormonas masculinas. Sabía que era adrede. La semana anterior le había mostrado el boceto de la falda, diciendo con suavidad que su madre lo consideraba un garabato. Hábil con aguja e hilo, había fabricado esa pieza rosa del patrón que ella misma había dibujado.


Pero no era la ropa lo que le interesaba mientras estudiaba la vista y su mirada ascendía. Se le resecó la boca al ver las caderas curvilíneas, la cintura fina y un top que moldeaba unos pechos generosos y perfectamente redondeados y que mostraba el leve contorno de unos pezones que se pegaban contra la tela elástica y rosada.


Con dieciséis años, ya era bastante consciente de lo que significaba desear a alguien en el sentido físico, con la excepción de que tenía un montón de sentimientos contenidos por ella que resultaban bastante molestos. Las hormonas ganaron, algo que le costó digerir, ya que se enorgullecía de su intelecto. Se dio un respiro. Después de todo, no era más que un adolescente.


Ella tenía unos labios suaves y plenos y una boca dulce diseñada para dar toda clase de placer erótico. El pensamiento hizo que su estómago se contrajera y también que otras partes de su anatomía se pusieran firmes.


Ella captó su mirada y sonrió como un ángel.


Pedro sintió que todo en su interior se tensaba. 


La maraña de emociones y sentimientos lo confundían aún más, atrapado como estaba entre las necesidades de su cuerpo y la percepción de su mente.


Paula era una complicación que no sabía cómo llevar.


Paula era su amiga.


Una amiga muy hermosa y sexy que había pasado de ser un pequeño torbellino rubio a una adolescente esbelta y sofisticada de dieciséis años.


Se hallaban separados por mundos diferentes. 


Ella se movía en el círculo de los concursos de belleza y él pensaba ir a una universidad prestigiosa. Los padres de ella eran ricos. Los suyos no lo eran. A él le gustaban las matemáticas y ella las odiaba. Una chica que se hallaba tan alejada de su liga… estaba loco por pensar que podía tener una oportunidad.


La fiesta se encontraba en pleno apogeo y todos iban a jugar al Trivial Pursuit. Con su actitud desinhibida, Paula había convencido a su tía de celebrar esa fiesta de adolescentes sin que se enterara su madre. No podía culpar a la tía. 


También él se hallaba bajo su hechizo.


Paula lo había invitado en persona. Como vivía al lado, él era un visitante frecuente siempre que ella iba a visitar a su tía. También la preparaba en matemáticas y la dejaba mirar por el telescopio que tenía.


Se hizo a un lado, con la espalda contra la pared, las manos enterradas en los bolsillos.




SUGERENTE: SINOPSIS




¿Había sido un error mezclar los negocios con el placer?



Completamente arruinada, humillada y desesperada por encontrar trabajo, la modelo Paula Chaves no desaprovechó la oportunidad de trabajar para Pedro Alfonso en su nueva empresa textil. Tenía que demostrarle que no podría pasar sin ella… bueno, sin sus servicios.


Pedro siempre había sido un hombre muy serio… y muy sexy, pero ahora estaba teniendo unas fantasías demasiado salvajes sobre Paula y el aspecto que tenía en ropa interior. Pronto la campaña publicitaria de Paula puso en peligro la reputación como científico serio de Pedro. Tenía que encontrar el modo de taparle la boca… quizá con un buen beso.




jueves, 4 de octubre de 2018

A TU MERCED: CAPITULO FINAL




Riendo, Pedro tiró a Paula sobre la cama del avión mientras ella se quitaba confeti del pelo. 


Después de cerrar la puerta con el pie, se volvió hacia ella con una sonrisa que la llenó de anticipación.


—¿Te he dicho lo guapa que estás hoy? —murmuró con voz ronca, besándola en el cuello.


—Sólo unas cien veces —sonrió Paula—. Pero es un vuelo muy largo. Tendrás tiempo de decírmelo unas cuantas veces más antes de llegar a San Silvana.


Pedro alargó una mano para sacar la botella de champán del cubo de hielo donde Alberto la había dejado y ella suspiró de deseo observando sus largos y expertos dedos mientras la descorchaba.


—Voy a quitarte ese vestido en los próximos cinco minutos y la verdad es que no tenía en mente que hablásemos mucho durante las próximas quince horas.


—¿Ah, no? —sonrió ella.


—Te lo diré de un vez —Pedro se inclinó para besarla, su cálida mano bajando la cremallera del vestido—. Paula Chaves, eres la novia más guapa y más increíble del mundo.


Paula se levantó de la cama para dejar que el vestido cayera al suelo y él contuvo un gemido de deseo al verla sólo con unas medias de seda… y unas braguitas diminutas con las palabras «recién casados» bordadas en el frente.


—Ven aquí —dijo con voz ronca.


Paula temblaba entre sus brazos cuando por fin Pedro se apartó para buscar aire, inclinándose para abrir el cajón de la mesilla.


Pero ella no le dejó. Tumbándolo sobre la cama, se mordió los labios para disimular la deliciosa y perversa sonrisa que asomaba a sus labios.


—Cariño —le dijo, tomando su cara entre las manos—. ¿Qué te parece la idea de un niño engendrado durante la luna de miel?




A TU MERCED: CAPITULO 44




—Deben de ser las hormonas —se lamentó Soledad, apoyándose en la pared—. No recuerdo dónde me ha dicho Simón que iba a estar. ¿Has entrado en esa sala?


—No te preocupes, seguramente estará con los representantes oficiales. Vamos allí y…


—No, espera. Abre esa puerta, por favor.


Hasta el pasillo llegaban los gritos del público y la banda de música que tocaba en el campo.


—Voy, voy, pero no creo que esté aquí —exasperada. Paula abrió la puerta. La luz de la sala estaba apagada—. ¿Lo ves? No hay nadie…


No terminó la frase, llevándose una mano al corazón al ver a un hombre mirando por el cristal que daba al palco. Por un momento, su pelo oscuro y sus anchos hombros le habían recordado…


—¿Nadie? Esperaba que hubieras dejado de pensar en mí en esos términos.


Esa voz ronca la llenó de emoción y, en un segundo, su helado cuerpo volvió a la vida. 


Podía sentir que sus mejillas enrojecían y el calor entre las piernas que seguía a cualquier encuentro con Pedro Alfonso.


Entonces él dio un paso adelante…


Y el mundo se detuvo.


Por un momento sólo pudo mirar su rostro de guerrero, ahora un poco pálido, incapaz de creer que estuviera realmente allí.


—Perdona, no sabía… pensé que no había nadie. De haber sabido que estabas aquí… —Paula se dio la vuelta para salir, pero Pedro se lo impidió.


—Entonces habría viajado catorce mil kilómetros para nada.


—Has venido a ver el partido.


—No. he venido a verte a ti.


—¿A mí? Si querías verme, podrías haberme devuelto las llamadas.


Pedro puso las manos sobre sus hombros, mirándola a los ojos.


—¿Devolverte las llamadas…? ¿Es que me has llamado?


—Le dejé varios mensajes a Giselle.


El bajó las manos, suspirando.


—Debió de ser hace tiempo. Despedí a Giselle unos días después de que te fueras. ¿Cuál era el mensaje?


—Llamé para pedirte disculpas… por haber sacado conclusiones equivocadas. Por no confiar en ti.


—Evidentemente, eso debía de ser demasiado difícil de entender para Giselle —dijo Pedro, sarcástico—. ¿Alguna cosa más?


—Sí, le dije que te diera las gracias de mi parte por lo que habías hecho por Coronet. Yo no sabía que Raquel estuviera tras las copias de los diseños y, si tú no hubieras intervenido, lo habría perdido todo… —Paula se pasó una mano por el brazo, percatándose de la ironía de esas palabras.


Estaba sin él y lo había perdido todo.


—¿Nada más?


—Hay más, pero… ya no tiene importancia.


—¿No le dirías a Giselle que estabas loca por mí, que no podías vivir sin mí?


—No te preocupes, no le dije eso. Sé que me he portado mal contigo y lo siento mucho. Nos separan muchas cosas y lo nuestro no podría funcionar…


Se le rompió la voz al decir eso. Pero, a través de las lágrimas, vio ternura en su rostro mientras abría la puerta que daba al palco.


—En ese caso, estoy a punto de ser humillado públicamente.


Los jugadores del equipo de Los Pumas estaban saltando al campo en ese momento y el público empezó a aplaudir. Pero, de repente, uno por uno los jugadores se volvieron para mirar hacia el palco donde estaban ellos. En sus camisetas, en el sitio donde debería estar el nombre del patrocinador, cada uno llevaba escrita una palabra. Cuando el decimoquinto jugador, cuya camiseta llevaba un signo de interrogación, se unió a la fila, la frase estuvo completa:
PAULA CHAVES TE QUIERO CON TODA MI ALMA ¿QUIERES CASARTE CONMIGO AMOR MÍO?


Los jugadores esperaban, impasibles, con su mensaje de amor impreso en las camisetas mientras el público se quedaba en silencio, expectante. Paula se volvió para mirar a Pedro con los ojos llenos de lágrimas y abrió la boca para decir algo, pero ningún sonido salía de su garganta.


El tomo su cara entre las manos.


—No sabes lo que he tenido que cavilar para crear ese mensaje exactamente con trece palabras y dos signos de interrogación —murmuró antes de buscar sus labios en un beso lleno de desesperada ternura.


Cuando se apartó, en sus ojos había un brillo de amor que la emocionó.


—Cariño…


—Lo único que he querido hacer durante estos cuatro meses era besarte, pero… ¿te das cuenta de que además de mí, otras cincuenta mil personas están esperando tu respuesta?


—Sí —murmuró Paula—. Mi respuesta es sí. Y ahora, por favor, ¿te importaría volver a besarme?


Pedro lo hizo. Apretándola fuertemente contra su pecho, sujetó su cabeza con una mano mientras hacía el signo de la victoria con la otra para que lo vieran los jugadores y las cámaras de televisión.


El público rugió, encantado con la romántica escena y Los Pumas se abrazaron unos a otros, contentos con su hazaña. En el palco de los mandatarios de la federación de rugby alguien descorchó una botella de champán y empezó a mojar a todos los presentes, como al término de una carrera de Formula 1, mientras los miembros de la delegación argentina estrechaban la mano de los Chaves.


Sin apartarse un centímetro, Pedro tomó a Paula en brazos para llevarla de vuelta a la sala y cerró la puerta mientras abajo empezaban a sonar los himnos.


—Sé que es poco respetuoso —le dijo con voz ronca—. Pero estoy seguro de que a nadie le importará que no me levante para escuchar el himno nacional.




miércoles, 3 de octubre de 2018

A TU MERCED: CAPITULO 43




Pedro cerró los ojos mientras escuchaba el estruendo del público que llenaba el estadio, contando los segundos que pasaban con cada latido de su corazón.


Los últimos minutos antes de que empezase un partido eran los peores, pero nunca en su vida había sentido aquella tensión. Sentado a solas en la oscura sala de invitados casi deseaba estar en el túnel, preparado para saltar al campo. Pero la competitividad que lo había empujado siempre había desaparecido. En unos minutos Argentina volvería a enfrentarse con Inglaterra y le daba igual quién ganase.


Era un partido de rugby, nada más.


En la mano sujetaba un papel que había cambiado su vida. La carta de Horacio Chaves le había llegado a través de un representante de la federación argentina de rugby durante la reunión en la que se decidiría quién iba a ser el patrocinador de los nuevos uniformes.


Esa carta explicaba la sorprendente oferta que había hecho… y de la que ahora no se sentía tan seguro.


Suspirando. Pedro enterró la cara entre las manos.


¿Qué le había hecho Paula Chaves? El control siempre había sido fundamental para él, el control y la responsabilidad. Y, sin embargo, ella lo había convertido en un hombre que hacía esperar a aviones, que no podía concentrarse en nada más que en recordar el tacto de su piel y su aroma, que sorprendía a los consejos de administración haciendo ofertas de patrocinio que dejaban a todos con la boca abierta… seguramente dudando de su cordura.


Abruptamente, se levantó para mirar por el cristal que separaba la sala del palco. Durante su carrera como deportista había soportado el dolor y las lesiones. Estaba acostumbrado al dolor físico, pero aquella agonía mental era diferente. Lo torturaba y, en los peores momentos, sabía que haría lo que fuera para librarse de ella.


Matar o curar.


Por eso estaba allí. Por eso estaba a punto de arriesgar su orgullo y su reputación ante el mundo entero.


Porque si Paula no lo quería, si no acudía a él, estaba hundido de todos formas.



A TU MERCED: CAPITULO 42




Cuatro meses después


El estadio de Twickenham desde siempre tenía ambiente de carnaval, pero aquella inesperada tarde de primavera todo el inundo parecía estar de particular buen humor. El Torneo de las Seis Naciones había terminado y el público parecía relajado y contento en las gradas, esperando que empezase el partido amistoso entre Los Pumas y un equipo inglés.


Los Pumas eran unos oponentes formidables y el partido prometía ser muy emocionante pero, en el lujoso confort de la sala de autoridades, Paula no participaba de ese buen ambiente.


A su lado, Soledad, con un plato sobre su ya muy abultado abdomen, no dejaba de comer.


—Espero que el equipo médico del estadio tenga experiencia en partos —murmuró, cerrando los ojos.


Paula la miró, alarmada.


—¿No pensarás que…?


—No, no, tranquila. La verdad, yo creo que este niño no va a nacer nunca. Sencillamente voy a seguir engordando hasta que no pueda moverme. Ah, por cierto, ¿te importaría traerme uno de esos canapés de anchoas tan ricos?


Paula tomó el plato, alegrándose de tener una excusa para estar un rato a solas. Se sentía inquieta, nerviosa. La sala, con un balcón que daba al campo, estaba llena de mandatarios de las federaciones inglesa y argentina, todos ellos conocidos de Pedro. Y, sin poder evitarlo, se encontraba aguzando el oído con la esperanza de escuchar su nombre.


—¿Sólo el canapé de anchoas o quieres también un kiwi y un poco de mayonesa? —bromeó—. No, espera, no tienes que contestar siquiera. Me he convertido en una experta en tus dementes antojos.


—Ríete de mí todo lo que quieras, pero ya verás cuando te toque a ti. Un día tu trasero será del tamaño de Dinamarca y tu nevera estará llena de mayonesa… y ese día te tomaré el pelo como tú me lo tomas a mí.


Cuando se dirigía a la mesa donde habían servido el bufé, la sonrisa de Paula desapareció. 


Le resultaba imposible creer que algún día fuera a estar embarazada. Sobrevivir era lo máximo que podía esperar y eso en los momentos más optimistas. Había destrozado su oportunidad de ser feliz al juzgar mal al hombre que tenía esa posibilidad en sus manos.


—Paula…


Ella se sobresaltó al oír la voz de su padre.


—Por favor, cariño, no te vayas. Sólo quiero decir cuánto me alegra que hayas venido. Y lo orgulloso que estoy de ti.


—Al menos el encargo de Los Pumas es algo que conseguí por mis propios méritos —replicó ella.


—Perdóname, hija —suspiró Horacio Chaves—. Mira, sé que no es el momento, pero no has querido hablar conmigo desde que volviste a casa. Sé que estás enfadada y sólo quiero decirte cuánto lo siento.


—Sí, claro.


—Tu madre siempre dice que tengo que dejarte en paz, que debo dejar que hagas las cosas por tu cuenta, pero… lo hice una vez y no he podido perdonarme a mí mismo desde entonces.


Paula suspiró, mientras dejaba el plato sobre la mesa.


—Todo tiene que ver con el accidente, ¿verdad?


—Fue culpa mía y siempre me sentiré responsable por ello. Pero el accidente también me hizo ver lo frágil que eras bajo ese duro exterior… y cuánto te quería. Quise envolverte entre algodones después de eso porque no podía soportar que lo pasaras mal. Sólo quería que estuvieras a salvo, Paula. Y pensar que alguien puede hacerte daño…


—Tú me hiciste daño, papá. Tú dejaste claro que no me creías capaz de triunfar por mí misma… de ser amada por quien soy, con cicatrices y todo.


Le quemaba la garganta por el esfuerzo de contener los sollozos. Cada palabra la llevaba de vuelta a Pedro, a lo mal que lo había juzgado. 


Había sido tan tierno, tan dulce con ella. Y en el espacio de una noche mágica, le había enseñado tanto.


Cuando llegó a Inglaterra descubrió que todas las acciones de Coronel estaban a su nombre y que Raquel había desaparecido. Pedro había visto lo que estaba delante de ella desde el principio: que era su socia quien la traicionaba.


No él


—Lo sé y te pido perdón —dijo su padre—. ¿Aceptas mis disculpas?


—No ha sido culpa tuya —admitió Paula—. Pero tienes que prometerme que nunca…


No terminó la frase porque Soledad se acercaba a ellos, o más bien el enorme abdomen de Soledad se acercaba, con su hermana a cierta distancia.


—Ay, perdón. He interrumpido algo, ¿verdad?


—No. no pasa nada. Sólo estaba advirtiéndole a papá que, si vuelve a interferir en mi vida, cambiaré mi apellido y me iré a vivir al otro lado del mundo.


Horacio y Soledad intercambiaron una mirada.


—Bueno, el partido está a punto de empezar—dijo su hermana con sorprendente alegría, empujando a Paula hacia la puerta—. Creo que deberíamos ir a buscar a Simon.


—¿Para qué?


—Estará tomando champán por ahí y no quiero que se pierda el momento en el que aparezcan tus camisetas. ¿No tienes ganas de verlas?


A Paula se le encogió el estómago mientras salía al pasillo.


Las camisetas que no había visto y cuya producción no había podido controlar ya que Pedro no le devolvía las llamadas. Las camisetas que había diseñado pensando en él. 


Las camisetas que, en unos minutos, estarían riéndose de ella.


En realidad, no tenía ganas de verlas. Se sentía como un conductor mirando los restos del coche que había estado a punto de matarla.


Fascinada, quizá. Pero totalmente abatida.