lunes, 3 de septiembre de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 19




Paula permaneció tendida donde él la dejó, con sus ojos violetas encandilados y su mente repasando cada una de las acciones de los últimos quince minutos. ¡No podía creer que hubiera sucedido! ¡No podía creer que hubiera sido tan irresponsable! Gimió, volvió la cara a la pared, flexionó las rodillas y las abrazó con sus brazos desnudos.


Entonces el sonido de la voz femenina se oyó más cerca. ¡Pedro la había dejado entrar!


El miedo galvanizó el cuerpo de Paula. ¡No podía permitir que la sorprendieran así! ¡Sobre la cama de Pedro, completamente desnuda! Se puso su vestido casi tan rápidamente como Pedro se había puesto sus vaqueros y con dedos temblorosos trató de ordenarse un poco el pelo.


Pero la mujer no se acercó más; permaneció en la sala de estar y Paula exhaló una bocanada de aire. No podía entender las palabras que se decían, pero en el aire flotó una risa suave y tintineante.


La risa sólo acentuó la desazón de Paula. 


¿Cómo pudo permitir que sucediera semejante cosa? ¡Era una idiota! ¡Una tonta! Pedro no la apreciaba ni estimaba, y ciertamente, ella no quería saber nada de él. ¿Entonces cómo las cosas habían podido salirse de control en esa forma? Especialmente del control de ella. Paula se mordió con fuerza el labio inferior.


No le gustaba pensar que era una mujer hambrienta de sexo, pero había actuado como si lo fuera. ¿Le había causado, de alguna manera esa impresión a Pedro? ¿Había vibrado inconscientemente en una especie de código? 


No...eso era improbable. Nunca había dejado que las cosas llegaran tan lejos con un hombre, desde la ruptura de su matrimonio. Y la introducción al sexo que le había hecho David no le había dejado motivos para echarlo de menos; en realidad, no era para tanto. Una ola de calor le calentó la piel de la cabeza a los pies. 


Por lo menos, ella había creído que no era para tanto, se corrigió.


Pero, era difícil creer lo ocurrido. Fue hasta el tocador sobre el cual había un pequeño espejo, y con una mano algo renuente lo tomó para acercarlo lo suficiente y estudiar su imagen reflejada en la plateada superficie.


Oscuras manchas de púrpura la miraron, portales de una mente que se rebelaba contra una debilidad desconocida, pero que al mismo tiempo se veía obligada a aceptarla a causa de la evidencia que ahora se presentaba. Tenía el pelo en desorden, las mejillas encendidas, los labios rojos, la expresión confundida, los ojos misteriosos con un conocimiento vuelto a aprender y, en el proceso, sumándose a la imagen... en el fondo la cama deshecha.


Paula dejó el espejo donde estaba. ¡Maldito! ¡Maldito Pedro Alfonso! ¿Por qué tuvo él que nacer?


Otra risa femenina acompañada de una risita masculina arrancó a Paula de sus cavilaciones.


¡No podía permanecer aquí!


Con decisión en cada paso, Paula salió del dormitorio de Pedro con la intención de encerrarse en su habitación. Pero cuando llegó el momento de cruzar el umbral que se abría hacia la sala de estar, algo que había que hacer al fin de alcanzar la seguridad de su propio cuarto, se detuvo. No podía pasar; la verían. Y sobre todas las cosas ella no quería eso cuando tenía el aspecto exactamente de lo que era: una mujer que acababa de participar de un acto de amor profundamente satisfactorio, por lo menos en el momento, o mejor dicho, de sexo, lisa y llanamente. A Paula se le contrajo el estómago cuando enfrentó la verdad, aunque su espíritu rechazó las palabras.


Trató de volverse invisible contra la pared, esperando, calculando. Le llevaría nada más que un segundo, como máximo, pasar rápidamente. Y si calculaba perfectamente el tiempo.


Con el corazón latiéndole con fuerza en los oídos, y conteniendo la respiración para que no la delatara, Paula se inclinó hacia adelante para espiar cuidadosamente más allá del marco de madera.


Pedro estaba de pie delante del hogar apagado y frente a él había una mujer delgada cuyo largo cabello rojizo le caía casi hasta la cintura en ondas suaves y flojas. La mujer tenía una mano apoyada familiarmente en el brazo de Pedro


Ninguno hablaba en ese momento. En cambio, Pedro miraba a la mujer con una expresión tierna y ella lo miraba a él. De modo que como ambos parecían tan abstraídos...


Paula dio un paso, preparada para cruzar rápidamente el espacio vacío. Sin embargo, no había pensado en Príncipe. El gran perro ya estaba alerta, observando a Pedro y la mujer. El leve movimiento en el vano de la puerta atrajo su atención.


¡Oh, Dios, no! gimió silenciosamente Paula cuando vio la expresión vigilante del animal. ¡Por favor, no permitas que ladre!


Pero Príncipe tenía otra cosa en la cabeza. 


Puesto que ahora estaba completamente despierto, y como también el resto de los habitantes parecían estarlo, y dado que ella había sido parte de esos habitantes casi dos días, para su cerebro ahora era la oportunidad de hacer buenas migas con esa extraña.


Paula observó horrorizada y fascinada cómo el perro empezaba a agitar su gruesa y pesada cola en expresión de amistad. En seguida, el animal se puso de pie y empezó a caminar lentamente hacia donde ella estaba. 


¡Vuelve! ¡Regresa! quiso gritar Paula, pero permaneció muda. Quizá si desaparecía otra vez, el perro daría media vuelta. Con esa esperanza, volvió a ocultarse detrás del marco de la puerta.


Príncipe era obstinado. Una pequeña exhibición de timidez por parte de su objetivo no lo detuvo. 


Siguió caminando y se detuvo al llegar al lado de Paula. Entonces, con un leve resoplido que le levantó las cortinas de pelo a cada lado de su boca, se echó atrás, y dentro del mejor estilo mastín, se irguió y apoyó sus patas delanteras en los hombros de Paula. Paula se bamboleó hacia atrás y adelante bajo el inesperado peso.


No es menester decir que esta conmoción atrajo la atención de las dos personas que estaban en la sala de estar. Se volvieron a tiempo de ver la cara de Paula que era vigorosamente limpiada por la lengua enorme de Príncipe. Desesperada, pues se sentía como si estuvieran limpiándola con una manguera de incendios, Paula lanzó un grito tratando de hacer que el perro se detuviera.


Príncipe dio varios lengüetazos más antes de quedar satisfecho. Entonces, con inesperada gracia, apoyó sus patas delanteras en el suelo y se quedó esperando la aprobación de Pedro.


Los ojos renuentes de Paula siguieron la dirección de la mirada del perro, y encontró dos pares de ojos color canela, unos dilatados por la sorpresa y los otros brillantes de regocijo.


Todo lo que Paula pudo hacer en ese momento fue sonreír débilmente y tratar de salir lo mejor posible de una situación horriblemente embarazosa.



PERSUASIÓN : CAPITULO 18




En un momento posterior Paula podría tratar de convencerse de que Pedro se había aprovechado de ella, que había capitalizado su miedo y la había hecho responder mientras ella se encontraba en un estado particularmente vulnerable. Pero por más que luego podría negarlo, en ese momento ella sabía exactamente qué estaba sucediendo. Y recibía de buena gana lo que estaba ocurriendo.


Allí, en la noche, en el medio de un bosque, con un hombre al que detestaba intensamente, se sintió transitada de un torrente de deseo al que no pudo dejar de responder.


Era algo como estar atrapada en una avalancha. 


Por más que quisiera resistirse, la fuerza de la furia de la naturaleza la arrastraba y estaba completamente imposibilitada de evitar el desenlace.


Muchos años había estado negándose a sí misma, negando la naturaleza apasionada que todavía existía sepultada muy profundamente en su interior. Y ahora, como un explosivo embotellado, la pasión volvía con fuerza arrolladora.


La presión de los besos de Pedro se incrementó y él sintió que ella se rendía, se derretía complaciente entre sus brazos que la estrechaban cada vez más.


Un calor ardiente empezó a irradiar desde el cuerpo de Paula, clamando, exigiendo una respuesta igualmente cálida. Sus pechos parecían hechos de fuego cuando se apretaban contra el pecho desnudo de él, y las puntas de sus dedos curvados sentían la suavidad de la piel ajena pero atractiva.


Con creciente deseo las manos de Pedro se movieron sobre la espalda de Paula, acariciándole la fina línea de su cintura y la suave saliente de sus caderas, donde se detuvieron para estrecharla contra él, haciéndola sentir claramente el deseo completamente erecto de su virilidad.


Paula soltó un leve gemido cuando un ansia que recordaba empezó a crecer... una urgencia arrolladora que exigía ser satisfecha.


Pedro apartó un poco su boca para trazar un reguero de besos en el costado de su cuello, respirando agitadamente, mientras el fuego que circulaba por las venas de ella hallaba un eco igualmente apasionado en las venas de él.


Cuando levantó la cara un poco más, Paula cerró los ojos contra el cielo nublado y se entregó, se dedicó a absorber solamente las sensaciones.


Los labios de Pedro llegaron a su oído donde murmuraron suavemente su nombre, lanzando a través de ella un torrente de trémulas emociones. Paula levantó los brazos para rodearle el cuello y con los dedos buscó y encontró el pelo espeso de él.


Cuando él se movió una vez más para besarla en los labios, fue Paula quien atrajo hacia ella la cabeza de él. Y fue ella quien dio el primer paso hacia una mayor intimidad cuando pasó la punta de su lengua siguiendo los labios perfectamente curvados de Pedro, gozando del suave, sensual estremecimiento que había estado ausente tanto tiempo de su vida. 


Después, con audacia creciente, metió su lengua todavía más profundamente, invadiendo la humedad de la boca de él, rozándole la punta de la lengua.


La respuesta de Pedro a esta acción fue un salvaje estremecimiento de deseo que rompió los límites del poco control que todavía le quedaba.


La estrechó aún más y con una mano empezó a acariciarle la redondeada curva de un pecho.


Cautiva de la excitación que estaba sintiendo, 


Paula no se opuso cundo él, con súbita decisión, la levantó del suelo, pasándole un brazo por abajo de las rodillas. Ni una palabra de protesta salió de labios de Paula cuando él empezó a llevarla hacia la cabaña.


¡A Paula la tuvo sin cuidado! ¡Quería exactamente lo mismo que él! Si esto era una avalancha, ella se dejaba llevar... y se dejaría llevar hasta el final. Si había peligro, lo enfrentaría cuando llegara el momento. Ahora, importaba solamente una cosa.


Solamente una cosa.


Cuando entraron en la cabaña, Pedro se detuvo nada más que para cerrar la puerta, ignoró a Príncipe que meneó soñoliento el rabo e hizo un intento de levantarse, y fue directamente a su habitación, con los ojos castaños brillando ardientemente por el deseo a duras penas contenido.


Paula enfrentó esa mirada y la retribuyó con igual apasionamiento. Ambos estaban atrapados por el deseo.


Cuando Pedro la depositó sobre la manta a cuadros que cubría su cama, Paula se apoyó en un brazo y quedó tendida sobre su costado Le sostuvo la mirada a él; no podía apartar los ojos. 


Y observó cuando él, en vez de tenderse a su lado, se sentó sobre el borde de la cama.


—Eres una mujer hermosa, Paula —dijo Pedro roncamente—. Pero serás todavía más hermosa sin esto.


Pasó un dedo por la suave tela del vestido rosado y ella tembló incontrolablemente cuando el cierre de cremallera de la espalda fue abierto con suavidad. Pedro pasó sus dedos por la piel sedosa y se detuvo cuando encontró el obstáculo del sostén. Diestramente, también lo desabrochó. Después, con gentileza infinita, apartó la superflua tela y dejó expuestos los pechos pequeños, perfectamente formados.


Por un momento, Paula tuvo deseos de volver a cubrirse con el vestido; David siempre se había quejado de que ella tenía pechos demasiado planos, que casi parecía un muchacho. Pero Pedro no parecía descontento, y detuvo, el movimiento instintivo de ella.


—Hermosa —murmuró, y siguió esa acción con los labios.


Mientras la boca de él pasaba lentamente de un sensible pezón al otro. Paula se reclinó lentamente contra el colchón. Pedro descendió con ella, tendiéndose sobre la cama y poniendo sus muslos largos y musculosos paralelos a los de ella.


Deliciosas oleadas de sensaciones avivaron el fuego que ardía apasionadamente en el alma de Paula cuando la lengua de Pedro jugueteó con sus pezones erectos. Sin percatarse de lo que hacía, cuando se arqueó hacia arriba gritó el nombre de él.


Pedro alzó la cabeza y una sonrisa de satisfacción tironeó de los ángulos de su boca. 


Después dirigió su atención al bollo de tela alrededor de la cintura de ella. A Paula, presa de impaciencia, le pareció que él duraba una eternidad para quitarle completamente la ropa... la mano de él pasaba con admiración sobre la suave curva de las caderas, a lo largo de sus muslos firmes, haciéndole cosquillas en la sensible región detrás de la rodilla, hasta que por fin los pies de ella quedaron libres...


Cuando lo hubo hecho, Pedro pasó a lo largo de ella la mirada de sus ojos color canela, y con un propósito definido dejó que su mano se deslizara por la sedosa textura de la piel de la cara interior de los muslos de ella.


Nuevamente un estremecimiento incontrolable pasó sobre Paula que lanzó un gemido suave y ronco.


¡Era una locura! Una locura completa, total. 


¡Paula lo deseaba como no había deseado a ningún hombre en su vida! Y estaba decidida a poner fin a esta exquisita tortura. Ella tenía que tenerlo a él... ¡y tenía que ser ahora!


Con un brusco movimiento, Paula se sentó cuando Pedro le apoyó una mano sobre el vientre plano. Con impaciencia, ella apartó esa mano.


Cuando él la miró sorprendido, ella le sonrió y se inclinó para besarlo en la piel suave y bronceada del hombro.


Pedro se relajó... y esperó lo que ella haría a continuación.


Como los vaqueros eran la única prenda exterior que llevaba él, Paula tuvo pocas dificultades.


Ella también tenía experiencia acerca de cómo había que desvestir a un hombre... aunque David nunca había pensado en permitirle que se lo hiciera a él. El acto sexual era lo único que a él le interesaba, y lo que sucedía antes y después debía ser realizado lo más rápidamente posible.


Pero a Pedro no pareció importante eso. Paula se puso de rodillas y con tentadora lentitud desabrochó y abrió el cierre de cremallera de la prenda de color azul desteñido.


Entonces, como si casi no pudiera seguir soportando la espera, Pedro hizo el resto. Fue sólo cuestión de segundos y estuvo nuevamente junto a él, haciéndola acostarse en la cama y pasando una de sus piernas sobre las de ella.


—Tengo que poseerte, Paula —dijo con voz ronca y entrecortada por el deseo.


En vez de responderle con palabras, ella le dijo, con sus manos, sus labios y su suave aliento, que lo deseaba tanto como él parecía desearla. 


Le pasó los labios por el pecho y dejó una huella de besos ardientes sobre el abdomen de él. Sus manos trataban de aprender cada centímetro de él, acariciando los fuertes músculos de los hombros y nuevamente sus muslos duros y musculosos. Para ella él era hermoso y la estremecían los roncos gemidos de placer que le arrancaba, la forma en que él repetía su nombre en una voz cargada de creciente pasión. 


Por fin, las manos de él la sujetaron y la hicieron levantarse, para rodearla él una vez más con los brazos y envolverla en su calidez.


Cuando ella lo miró a la cara, sus ojos violetas brillaron anticipando el placer y con un hambre que no podía seguir sin ser satisfecha, Pedro le hizo el amor en una forma maravillosamente excitante, llena de ternura y sensibilidad. En los brazos de él, Paula se sintió completamente realizada y feliz.


Pedro inclinó la cabeza para besarla y Paula le respondió con ardor. Los labios de Pedro parecieron quemarla, marcarla a fuego cuando la cubrió con su cuerpo.


Había desaparecido todo el resentimiento que había sentido porque él la engañó para venir aquí, y porque le impidió que se marchara.


En ese momento, él era todo lo que ella quería en el mundo.


Cuando Pedro la penetró hubo un momento de incomodidad. Ella no era virgen... pero hacía tanto tiempo... Pero cuando Pedro empezó a moverse con un movimiento lento de vaivén que llevó a Paula al éxtasis, el pasado dejó lugar al presente y desapareció de su mente.


Aun en su estado de excitación Pedro no dejó de tener consideración para con ella. Las señales que ella envió fueron respondidas con profunda sensibilidad hacia las necesidades de ella; él le dio tanto placer como el que ella le dio a él. Y cuando juntos alcanzaron el pináculo, Paula experimentó una abrumadora sensación de placer indescriptible... un goce sensual, y profundo que nunca había sentido antes y que la hizo estremecerse y gritar el nombre de él.


Mientras los corazones de ambos latían al unísono, con Pedro tendido pesadamente sobre ella, él llevó sus labios al oído de ella.


—Eres maravillosa —susurró.


Todavía atrapada por las densas brumas de la pasión, Paula experimentó una creciente presión para confiarse a él, para admitir la innegable atracción que sentía hacia él.


—¿Qué sucede, cariño? —preguntó Pedro, poniéndose de costado y atrayéndola hacia él. Su voz estaba llena de ternura y preocupación—, ¿Es algo...?


Pero mientras él hablaba, un súbito golpe en la puerta delantera de la cabaña hizo ladrar a Príncipe.


El cuerpo de Pedro se puso tenso por la sorpresa, sus dedos se hundieron sin querer en la blanda carne de los hombros de Paula y una arruga vertical se formó en su entrecejo.


Los golpes sonaron otra vez, y los ladridos de Príncipe fueron más furiosos.


De golpe Paula volvió a la realidad y como resultado, un frío helado la hizo ponerse rígida. 


Santo Dios, ¿qué había hecho? Miró horrorizada a Pedro.


Pedro le sostuvo la mirada.


—¿Paula? —preguntó, pero no pudo decir más pues se lo impidió el sonido de una voz femenina.


—¡Pedro, ven! ¡No dispongo de toda la noche!


La mirada de Paula se ensombreció aún más.


—Será mejor que vayas —dijo roncamente. 


El ceño de Pedro se acentuó.


—¡Pedro! —repitió la voz femenina—. Sé que estás ahí, Pedro.


Una áspera imprecación salió de los labios fuertemente apretados de Pedro cuando se levantó rápidamente de la cama. Mientras se ponía sus vaqueros desteñidos, su mirada se posó sobre Paula. Si antes esos ojos estaban llenos de deseo y de cálidas promesas, ahora expresaban varias emociones, siendo la más notable la irritación, junto con desconcierto y remordimientos.


Los golpes volvieron a sonar, y con otra maldición entre dientes, Pedro se dirigió hacia la puerta y su silueta musculosa y atlética se recortó contra el suave fulgor de la lámpara que llegaba desde la sala de estar al pasillo.



domingo, 2 de septiembre de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 17




La espera pareció interminable, pero por fin la escasa paciencia de Paula fue recompensada con el sonido de él que se acercaba. Cada uno de los músculos del cuerpo de Paula se tensaron cuando las pisadas de él se detuvieron junto a la puerta. El permaneció allí un momento, como indeciso, luego pasaron unos segundos después que él se retiró, y pronto Paula oyó cerrarse una puerta a corta distancia por el pasillo.


Como una conspiradora de una novela barata, sintió que la tensión desaparecía de su cuerpo sólo para ser reemplazada por otra clase de excitación... la que exigía acción. Sin embargo, se obligó a esperar un poco más, pues pensó que podría arruinarlo todo si se apresuraba demasiado. Pedro tenía que estar dormido, en caso contrario...


No, no pensaría en eso. Se obligó a jugar juegos mentales de memoria, las tablas de multiplicar, las obras teatrales en las que había intervenido cuando estaba en el colegio. Se concentró en cualquier cosa que no fuera su deseo de apresurarse.


Cuando por fin la cabaña estuvo en silencio durante lo que parecieron horas y que con toda probabilidad eran apenas treinta minutos, Paula se levantó de la cama y caminó silenciosamente sobre la alfombra. En la puerta se detuvo, con las palmas de las manos húmedas de transpiración. Con suma cautela, abrió apenas la puerta.


Nada se movía en ninguna parte, pero una luz suave que venía de la sala de estar lanzaba sus débiles rayos hacia el pasillo. Eso hizo que Paula parpadeara y echara la cabeza atrás para ocultarse detrás de la puerta. ¿Pedro todavía podía estar levantado? ¿Sus oídos la habían engañado cuando creyó que él se movía dentro de su habitación?


Con el corazón latiéndole con fuerza, Paula pensó en lo que tenía que hacer. Pasaron varios segundos y sus oídos no percibieron sonido alguno. Por lo tanto, después de aspirar profundamente, echó un vistazo y una vez más espió desde atrás de la puerta. La escena que vio fue la misma: silencio y la suave luz de la lámpara.


Paula enderezó los hombros mientras que un plan de contingencia se formaba rápidamente como la solución. Si era Pedro y todavía estaba despierto, podría darle la excusa de que no conseguía dormirse y quería un vaso de leche tibia. Quizá tendría que soportar algunas pullas de él, pero eso sería mejor que esperar y descubrir más tarde que la luz sólo había sido dejada encendida por costumbre. Y si ese era el caso, le resultaría mucho más fácil atravesar la cabaña. Por lo menos no tendría que preocuparse de no tropezar con algo y poner a él sobre aviso de sus intentos de escape.


Respirando apenas, Paula salió de la habitación y avanzó sigilosamente por el pasillo. Entonces, tal como había visto en centenares de series de televisión, se aplastó contra la pared junto al marco de la puerta de la sala de estar y lentamente adelantó la cabeza, centímetro a centímetro, hasta que pudo ver la habitación.


El alivio que la invadió fue enorme. Tal como lo había pensado, Pedro no estaba allí. La lámpara, con la llama muy baja, sólo había sido dejada encendida como orientación durante la noche. ¡Si ella hubiera esperado que la apagara, habría perdido inútilmente el tiempo!


Sin embargo, sabía que tenía que seguir moviéndose con mucha cautela. ¡Todavía no estaba completamente libre! Guiada por la luz, empezó una silenciosa salida de la cabaña.


Estaba en la mitad de la sala de estar cuando notó el gran bulto beige que dormía sobre una alfombrilla frente al hogar. ¡Príncipe! En todos sus planes se había olvidado completamente del perro. De inmediato Paula se detuvo y se reprochó su estupidez. Ahora, todo lo que faltaba para estropear sus planes era que crujiese una tabla del piso...


Con enorme decepción de Paula, mientras ella pensaba en esas palabras, el perro, que había estado durmiendo profundamente cuando ella se detuvo, pareció sentir su presencia y empezó a despertarse. Irguió las orejas, movió la cabeza y abrió lentamente los ojos, que parecían cubiertos por una película, pero mientras Paula lo observaba fascinada, la película desapareció y la enorme cabeza se elevó, dirigiendo los ojos a la forma congelada de ella.


Príncipe no se dejó engañar ni un solo segundo por la versión de una estatua que intentó ofrecer Paula. Sólo que en vez de saltar y delatarla con una serie de fuertes ladridos que sin duda despertarían al más sordo de los durmientes, el perro se limitó a mirarla con una expresión soñolienta en su cara, y empezó a mover lenta y débilmente la cola. Después, cachorro al fin, dejó caer la cabeza sobre la cómoda alfombrilla, entre las patas delanteras, y con un largo suspiro de canina felicidad, volvió a cerrar los ojos.


En ese momento, Paula no supo si reír o llorar. Pero se movió silenciosamente hacia la rústica puerta de madera. Con enorme economía de gestos, corrió la barra de madera y en un segundo más estuvo afuera.


De lo primero que tuvo conciencia cuando recobró su serenidad fue la oscuridad. Aquí, cuando caía la noche, era noche de verdad. 


Nunca había estado antes en una oscuridad tan profunda. En la ciudad siempre había luz que provenía de alguna fuente artificial. ¡Pero aquí! ¡Era casi imposible ver!


Su coraje vaciló cuando pensó en aventurarse sola en la oscuridad, pero rápidamente se recompuso. ¡Si se trataba de elegir entre el mal que conocía y el mal que pudiera esperar allá en lo oscuro, elegía este último!


Paula tanteó su camino hasta el porche y entonces se detuvo y alzó la vista para ver que el cielo era más claro comparado con la oscuridad de abajo pero que estaba nublado y la luz de la luna llena se encontraba oculta, como detrás de un espeso velo. Aún así daba algo de luz, y cuando esperó a que sus ojos se acostumbraran a la noche, pudo distinguir el sendero que se abría entre la gran masa de árboles a cada lado.


Paula tragó con dificultad y empezó a moverse lentamente hacia el camino, y cuando pasó junto a su automóvil, ahora inútil, casi no pensó en él, excepto reprocharse no haber aprendido a hacer un puente con alambres para el encendido. 


Entonces se volvió, y con el acompañamiento de las ranas arborícolas que croaban continuamente desde sus altos observatorios, y con los árboles cerrándose sobre ella hasta producirle la impresión de que la sofocaban, avanzó por el camino de arena apisonada.


Decir que Paula estaba fuera de su ambiente era decir poco, naturalmente. Nunca se había sentido tan vulnerable a la naturaleza, tan desnuda y sola. Se sentia completamente a merced de elementos que no conocía. Pero cuando siguió caminando, poniendo distancia entre ella y la cabaña, lentamente llegó a comprender que estaba ganando la batalla contra su miedo y que al final de esta experiencia, cuando estuviera una vez más a salvo en su apartamento de Houston, estaría convertida en una persona más fuerte. Habría enfrentado al enemigo que tenía dentro y lo habría derrotado.


Justamente cuando se estaba felicitando por su recién descubierta reserva de fuerzas, un sonido susurrante surgió de entre la maleza directamente delante de ella, y antes que tuviese tiempo de respirar, un animal de alguna clase que ella no pudo identificar salió al medio del camino.


Automáticamente Paula dio otro paso, pues el miedo todavía no había llegado a sus pies. Pero en seguida vaciló y se detuvo.


El animal también se detuvo. Era pequeño, con ojillos redondos y brillantes que refulgían en la penumbra, y miró a Paula directamente a la cara.


Paula sólo pudo mirar hacia atrás mientras su miedo crecía vertiginosamente. Lo más cerca de un animal salvaje que recordaba haber estado había sido en el zoológico... ¡y separada por una reja!


De pronto el animal empezó a moverse en dirección que Paula no vio con claridad. No sabía si la criatura seguía cruzando el camino o si se lanzaba al ataque. Con un gritito, ella saltó hacia atrás y empezó a brincar sobre uno y otro pie.


Sus excitados movimientos decidieron la situación, porque su pánico confundió al animal que, respondiendo al miedo con sus propio miedo, se lanzó al ataque como ella había temido.


Con el corazón palpitándole locamente y respirando jadeante, Paula echó a correr por el camino, deseosa solamente de encontrar un refugio. Había cubierto nada más que una corta distancia cuando tropezó de lleno contra algo que tenía la solidez de una muralla. Sólo que esta estructura estaba viva y tenía unos brazos que la rodearon con una ternura cálida, familiar.


En ese momento a Paula no le importó si había estado tratando de escapar de Pedro, no le importó que él, de alguna manera, se hubiera enterado de su intento de fuga y la hubiese seguido. Todo lo que le importó fue que él estuviera allí, que la abrazara, la protegiera. Un temblor incontrolable atravesó su cuerpo esbelto y Pedro aumentó la presión de sus brazos y con una mano apretó la cabeza de ella contra su pecho desnudo.


—¿Qué pasa? ¿Qué sucedió? —preguntó él con voz ronca.


Paula meneó la cabeza mientras sus dedos se aferraban sin inhibición alguna a la cálida piel y a los vellos suaves del pecho de él.


—¿Algo te asustó?


Si Paula se hubiera encontrado en mejores condiciones habría destrozado esa estúpida pregunta, pero ahora se limitó a asentir convulsivamente con la cabeza.


—¿Qué ocurrió?


Paula lanzó un leve gemido:
—Me persiguió...


—¿Qué?


Paula movió espasmódicamente la cabeza. No era así que ella había planeado que sería esta noche, pero conmovida como estaba, eso la tenía sin cuidado.


—¿Que tan grande era?


—N... no muy grande.


Sintió que el pecho de Pedro empezaba a estremecerse suavemente con una risa contenida. Se odió a sí misma por darle a él la oportunidad de ridiculizarla, pero no pudo hacer nada para detenerlo.


—Probablemente ha sido una zarigüeya o un coatí. Los bosques están llenos de ellos. En el peor de los casos pudo ser una mofeta.


Un estremecimiento volvió a conmover a Paula. Que le mostraran una arafla o un lagarto... y no le sucedía nada. Pero un animal salvaje... con dientes...


Pedro continuó:
—Ninguno de ellos te habría hecho daño a menos que tú hubieses tratado de atacarlos primero.


Siendo nacida y criada en Texas, aunque fuera en la ciudad, Paula lo sabía. Pero una cosa era hablar de los habitantes de las áreas lejanas y escasamente pobladas y otra completamente distinta toparse con esos mismos animales en forma totalmente inesperada. Incapaz de controlar su reacción, Paula se apretó más contra la tranquilizadora calidez de Pedro.


La única respuesta de Pedro fue reírse suavemente y estrecharla con más ternura.


Paula no tenía idea de cuánto tiempo permanecieron en el medio del camino, estrechamente abrazados. Sólo sentía el croar de las ranas y percibía la proximidad de Pedro y su risa por el innecesario despliegue de temor de ella.


Después de unos momentos, un cambio sutil empezó a insinuarse en el campo de fuerza del aire que los rodeaba y una chispa relampagueante de conciencia empezó a crecer con cada segundo que transcurría... una conciencia que era tan vieja como el tiempo, pero tan fuerte como cuando fue descubierta por primera vez, cuando el primer hombre se encontró con la primera mujer.


Con torturante pero embriagadora lentitud, los dedos de Pedro se hundieron entre la suavidad del pelo de Paula, y dulcemente la hicieron levantar la cara hacia él.


Como una muñeca a la que la mano del amo coloca en la mejor posición, Paula no se resistió al movimiento. Después levantó la mirada y vio la cercanía de las facciones de Pedro en la penumbra que los rodeaba. Lo que vio le llenó los sentidos y ella lo miró otra vez, incapaz de apartar los ojos, envuelta en una sensación arrolladora que hacía mucho, mucho tiempo que no experimentaba.


El primer contacto de los labios firmes de Pedro fue una exploración suavísima, cautelosa, y Paula supo que en ese momento tenía que apartarse, que tenía que detenerlo, que tenía que detenerse ella misma y recobrar el control de sus acciones, el dominio de su voluntad. Pero fueron pasando los segundos y Pedro seguía besándola, cada vez con más urgencia y osadía, y Paula sintió que su cuerpo empezaba a inflamarse con chispas de una vida que despertaba después de largo sueño, y fue incapaz de hacer nada de lo que su prudencia le dictaba.