lunes, 3 de septiembre de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 19




Paula permaneció tendida donde él la dejó, con sus ojos violetas encandilados y su mente repasando cada una de las acciones de los últimos quince minutos. ¡No podía creer que hubiera sucedido! ¡No podía creer que hubiera sido tan irresponsable! Gimió, volvió la cara a la pared, flexionó las rodillas y las abrazó con sus brazos desnudos.


Entonces el sonido de la voz femenina se oyó más cerca. ¡Pedro la había dejado entrar!


El miedo galvanizó el cuerpo de Paula. ¡No podía permitir que la sorprendieran así! ¡Sobre la cama de Pedro, completamente desnuda! Se puso su vestido casi tan rápidamente como Pedro se había puesto sus vaqueros y con dedos temblorosos trató de ordenarse un poco el pelo.


Pero la mujer no se acercó más; permaneció en la sala de estar y Paula exhaló una bocanada de aire. No podía entender las palabras que se decían, pero en el aire flotó una risa suave y tintineante.


La risa sólo acentuó la desazón de Paula. 


¿Cómo pudo permitir que sucediera semejante cosa? ¡Era una idiota! ¡Una tonta! Pedro no la apreciaba ni estimaba, y ciertamente, ella no quería saber nada de él. ¿Entonces cómo las cosas habían podido salirse de control en esa forma? Especialmente del control de ella. Paula se mordió con fuerza el labio inferior.


No le gustaba pensar que era una mujer hambrienta de sexo, pero había actuado como si lo fuera. ¿Le había causado, de alguna manera esa impresión a Pedro? ¿Había vibrado inconscientemente en una especie de código? 


No...eso era improbable. Nunca había dejado que las cosas llegaran tan lejos con un hombre, desde la ruptura de su matrimonio. Y la introducción al sexo que le había hecho David no le había dejado motivos para echarlo de menos; en realidad, no era para tanto. Una ola de calor le calentó la piel de la cabeza a los pies. 


Por lo menos, ella había creído que no era para tanto, se corrigió.


Pero, era difícil creer lo ocurrido. Fue hasta el tocador sobre el cual había un pequeño espejo, y con una mano algo renuente lo tomó para acercarlo lo suficiente y estudiar su imagen reflejada en la plateada superficie.


Oscuras manchas de púrpura la miraron, portales de una mente que se rebelaba contra una debilidad desconocida, pero que al mismo tiempo se veía obligada a aceptarla a causa de la evidencia que ahora se presentaba. Tenía el pelo en desorden, las mejillas encendidas, los labios rojos, la expresión confundida, los ojos misteriosos con un conocimiento vuelto a aprender y, en el proceso, sumándose a la imagen... en el fondo la cama deshecha.


Paula dejó el espejo donde estaba. ¡Maldito! ¡Maldito Pedro Alfonso! ¿Por qué tuvo él que nacer?


Otra risa femenina acompañada de una risita masculina arrancó a Paula de sus cavilaciones.


¡No podía permanecer aquí!


Con decisión en cada paso, Paula salió del dormitorio de Pedro con la intención de encerrarse en su habitación. Pero cuando llegó el momento de cruzar el umbral que se abría hacia la sala de estar, algo que había que hacer al fin de alcanzar la seguridad de su propio cuarto, se detuvo. No podía pasar; la verían. Y sobre todas las cosas ella no quería eso cuando tenía el aspecto exactamente de lo que era: una mujer que acababa de participar de un acto de amor profundamente satisfactorio, por lo menos en el momento, o mejor dicho, de sexo, lisa y llanamente. A Paula se le contrajo el estómago cuando enfrentó la verdad, aunque su espíritu rechazó las palabras.


Trató de volverse invisible contra la pared, esperando, calculando. Le llevaría nada más que un segundo, como máximo, pasar rápidamente. Y si calculaba perfectamente el tiempo.


Con el corazón latiéndole con fuerza en los oídos, y conteniendo la respiración para que no la delatara, Paula se inclinó hacia adelante para espiar cuidadosamente más allá del marco de madera.


Pedro estaba de pie delante del hogar apagado y frente a él había una mujer delgada cuyo largo cabello rojizo le caía casi hasta la cintura en ondas suaves y flojas. La mujer tenía una mano apoyada familiarmente en el brazo de Pedro


Ninguno hablaba en ese momento. En cambio, Pedro miraba a la mujer con una expresión tierna y ella lo miraba a él. De modo que como ambos parecían tan abstraídos...


Paula dio un paso, preparada para cruzar rápidamente el espacio vacío. Sin embargo, no había pensado en Príncipe. El gran perro ya estaba alerta, observando a Pedro y la mujer. El leve movimiento en el vano de la puerta atrajo su atención.


¡Oh, Dios, no! gimió silenciosamente Paula cuando vio la expresión vigilante del animal. ¡Por favor, no permitas que ladre!


Pero Príncipe tenía otra cosa en la cabeza. 


Puesto que ahora estaba completamente despierto, y como también el resto de los habitantes parecían estarlo, y dado que ella había sido parte de esos habitantes casi dos días, para su cerebro ahora era la oportunidad de hacer buenas migas con esa extraña.


Paula observó horrorizada y fascinada cómo el perro empezaba a agitar su gruesa y pesada cola en expresión de amistad. En seguida, el animal se puso de pie y empezó a caminar lentamente hacia donde ella estaba. 


¡Vuelve! ¡Regresa! quiso gritar Paula, pero permaneció muda. Quizá si desaparecía otra vez, el perro daría media vuelta. Con esa esperanza, volvió a ocultarse detrás del marco de la puerta.


Príncipe era obstinado. Una pequeña exhibición de timidez por parte de su objetivo no lo detuvo. 


Siguió caminando y se detuvo al llegar al lado de Paula. Entonces, con un leve resoplido que le levantó las cortinas de pelo a cada lado de su boca, se echó atrás, y dentro del mejor estilo mastín, se irguió y apoyó sus patas delanteras en los hombros de Paula. Paula se bamboleó hacia atrás y adelante bajo el inesperado peso.


No es menester decir que esta conmoción atrajo la atención de las dos personas que estaban en la sala de estar. Se volvieron a tiempo de ver la cara de Paula que era vigorosamente limpiada por la lengua enorme de Príncipe. Desesperada, pues se sentía como si estuvieran limpiándola con una manguera de incendios, Paula lanzó un grito tratando de hacer que el perro se detuviera.


Príncipe dio varios lengüetazos más antes de quedar satisfecho. Entonces, con inesperada gracia, apoyó sus patas delanteras en el suelo y se quedó esperando la aprobación de Pedro.


Los ojos renuentes de Paula siguieron la dirección de la mirada del perro, y encontró dos pares de ojos color canela, unos dilatados por la sorpresa y los otros brillantes de regocijo.


Todo lo que Paula pudo hacer en ese momento fue sonreír débilmente y tratar de salir lo mejor posible de una situación horriblemente embarazosa.



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