lunes, 3 de septiembre de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 18




En un momento posterior Paula podría tratar de convencerse de que Pedro se había aprovechado de ella, que había capitalizado su miedo y la había hecho responder mientras ella se encontraba en un estado particularmente vulnerable. Pero por más que luego podría negarlo, en ese momento ella sabía exactamente qué estaba sucediendo. Y recibía de buena gana lo que estaba ocurriendo.


Allí, en la noche, en el medio de un bosque, con un hombre al que detestaba intensamente, se sintió transitada de un torrente de deseo al que no pudo dejar de responder.


Era algo como estar atrapada en una avalancha. 


Por más que quisiera resistirse, la fuerza de la furia de la naturaleza la arrastraba y estaba completamente imposibilitada de evitar el desenlace.


Muchos años había estado negándose a sí misma, negando la naturaleza apasionada que todavía existía sepultada muy profundamente en su interior. Y ahora, como un explosivo embotellado, la pasión volvía con fuerza arrolladora.


La presión de los besos de Pedro se incrementó y él sintió que ella se rendía, se derretía complaciente entre sus brazos que la estrechaban cada vez más.


Un calor ardiente empezó a irradiar desde el cuerpo de Paula, clamando, exigiendo una respuesta igualmente cálida. Sus pechos parecían hechos de fuego cuando se apretaban contra el pecho desnudo de él, y las puntas de sus dedos curvados sentían la suavidad de la piel ajena pero atractiva.


Con creciente deseo las manos de Pedro se movieron sobre la espalda de Paula, acariciándole la fina línea de su cintura y la suave saliente de sus caderas, donde se detuvieron para estrecharla contra él, haciéndola sentir claramente el deseo completamente erecto de su virilidad.


Paula soltó un leve gemido cuando un ansia que recordaba empezó a crecer... una urgencia arrolladora que exigía ser satisfecha.


Pedro apartó un poco su boca para trazar un reguero de besos en el costado de su cuello, respirando agitadamente, mientras el fuego que circulaba por las venas de ella hallaba un eco igualmente apasionado en las venas de él.


Cuando levantó la cara un poco más, Paula cerró los ojos contra el cielo nublado y se entregó, se dedicó a absorber solamente las sensaciones.


Los labios de Pedro llegaron a su oído donde murmuraron suavemente su nombre, lanzando a través de ella un torrente de trémulas emociones. Paula levantó los brazos para rodearle el cuello y con los dedos buscó y encontró el pelo espeso de él.


Cuando él se movió una vez más para besarla en los labios, fue Paula quien atrajo hacia ella la cabeza de él. Y fue ella quien dio el primer paso hacia una mayor intimidad cuando pasó la punta de su lengua siguiendo los labios perfectamente curvados de Pedro, gozando del suave, sensual estremecimiento que había estado ausente tanto tiempo de su vida. 


Después, con audacia creciente, metió su lengua todavía más profundamente, invadiendo la humedad de la boca de él, rozándole la punta de la lengua.


La respuesta de Pedro a esta acción fue un salvaje estremecimiento de deseo que rompió los límites del poco control que todavía le quedaba.


La estrechó aún más y con una mano empezó a acariciarle la redondeada curva de un pecho.


Cautiva de la excitación que estaba sintiendo, 


Paula no se opuso cundo él, con súbita decisión, la levantó del suelo, pasándole un brazo por abajo de las rodillas. Ni una palabra de protesta salió de labios de Paula cuando él empezó a llevarla hacia la cabaña.


¡A Paula la tuvo sin cuidado! ¡Quería exactamente lo mismo que él! Si esto era una avalancha, ella se dejaba llevar... y se dejaría llevar hasta el final. Si había peligro, lo enfrentaría cuando llegara el momento. Ahora, importaba solamente una cosa.


Solamente una cosa.


Cuando entraron en la cabaña, Pedro se detuvo nada más que para cerrar la puerta, ignoró a Príncipe que meneó soñoliento el rabo e hizo un intento de levantarse, y fue directamente a su habitación, con los ojos castaños brillando ardientemente por el deseo a duras penas contenido.


Paula enfrentó esa mirada y la retribuyó con igual apasionamiento. Ambos estaban atrapados por el deseo.


Cuando Pedro la depositó sobre la manta a cuadros que cubría su cama, Paula se apoyó en un brazo y quedó tendida sobre su costado Le sostuvo la mirada a él; no podía apartar los ojos. 


Y observó cuando él, en vez de tenderse a su lado, se sentó sobre el borde de la cama.


—Eres una mujer hermosa, Paula —dijo Pedro roncamente—. Pero serás todavía más hermosa sin esto.


Pasó un dedo por la suave tela del vestido rosado y ella tembló incontrolablemente cuando el cierre de cremallera de la espalda fue abierto con suavidad. Pedro pasó sus dedos por la piel sedosa y se detuvo cuando encontró el obstáculo del sostén. Diestramente, también lo desabrochó. Después, con gentileza infinita, apartó la superflua tela y dejó expuestos los pechos pequeños, perfectamente formados.


Por un momento, Paula tuvo deseos de volver a cubrirse con el vestido; David siempre se había quejado de que ella tenía pechos demasiado planos, que casi parecía un muchacho. Pero Pedro no parecía descontento, y detuvo, el movimiento instintivo de ella.


—Hermosa —murmuró, y siguió esa acción con los labios.


Mientras la boca de él pasaba lentamente de un sensible pezón al otro. Paula se reclinó lentamente contra el colchón. Pedro descendió con ella, tendiéndose sobre la cama y poniendo sus muslos largos y musculosos paralelos a los de ella.


Deliciosas oleadas de sensaciones avivaron el fuego que ardía apasionadamente en el alma de Paula cuando la lengua de Pedro jugueteó con sus pezones erectos. Sin percatarse de lo que hacía, cuando se arqueó hacia arriba gritó el nombre de él.


Pedro alzó la cabeza y una sonrisa de satisfacción tironeó de los ángulos de su boca. 


Después dirigió su atención al bollo de tela alrededor de la cintura de ella. A Paula, presa de impaciencia, le pareció que él duraba una eternidad para quitarle completamente la ropa... la mano de él pasaba con admiración sobre la suave curva de las caderas, a lo largo de sus muslos firmes, haciéndole cosquillas en la sensible región detrás de la rodilla, hasta que por fin los pies de ella quedaron libres...


Cuando lo hubo hecho, Pedro pasó a lo largo de ella la mirada de sus ojos color canela, y con un propósito definido dejó que su mano se deslizara por la sedosa textura de la piel de la cara interior de los muslos de ella.


Nuevamente un estremecimiento incontrolable pasó sobre Paula que lanzó un gemido suave y ronco.


¡Era una locura! Una locura completa, total. 


¡Paula lo deseaba como no había deseado a ningún hombre en su vida! Y estaba decidida a poner fin a esta exquisita tortura. Ella tenía que tenerlo a él... ¡y tenía que ser ahora!


Con un brusco movimiento, Paula se sentó cuando Pedro le apoyó una mano sobre el vientre plano. Con impaciencia, ella apartó esa mano.


Cuando él la miró sorprendido, ella le sonrió y se inclinó para besarlo en la piel suave y bronceada del hombro.


Pedro se relajó... y esperó lo que ella haría a continuación.


Como los vaqueros eran la única prenda exterior que llevaba él, Paula tuvo pocas dificultades.


Ella también tenía experiencia acerca de cómo había que desvestir a un hombre... aunque David nunca había pensado en permitirle que se lo hiciera a él. El acto sexual era lo único que a él le interesaba, y lo que sucedía antes y después debía ser realizado lo más rápidamente posible.


Pero a Pedro no pareció importante eso. Paula se puso de rodillas y con tentadora lentitud desabrochó y abrió el cierre de cremallera de la prenda de color azul desteñido.


Entonces, como si casi no pudiera seguir soportando la espera, Pedro hizo el resto. Fue sólo cuestión de segundos y estuvo nuevamente junto a él, haciéndola acostarse en la cama y pasando una de sus piernas sobre las de ella.


—Tengo que poseerte, Paula —dijo con voz ronca y entrecortada por el deseo.


En vez de responderle con palabras, ella le dijo, con sus manos, sus labios y su suave aliento, que lo deseaba tanto como él parecía desearla. 


Le pasó los labios por el pecho y dejó una huella de besos ardientes sobre el abdomen de él. Sus manos trataban de aprender cada centímetro de él, acariciando los fuertes músculos de los hombros y nuevamente sus muslos duros y musculosos. Para ella él era hermoso y la estremecían los roncos gemidos de placer que le arrancaba, la forma en que él repetía su nombre en una voz cargada de creciente pasión. 


Por fin, las manos de él la sujetaron y la hicieron levantarse, para rodearla él una vez más con los brazos y envolverla en su calidez.


Cuando ella lo miró a la cara, sus ojos violetas brillaron anticipando el placer y con un hambre que no podía seguir sin ser satisfecha, Pedro le hizo el amor en una forma maravillosamente excitante, llena de ternura y sensibilidad. En los brazos de él, Paula se sintió completamente realizada y feliz.


Pedro inclinó la cabeza para besarla y Paula le respondió con ardor. Los labios de Pedro parecieron quemarla, marcarla a fuego cuando la cubrió con su cuerpo.


Había desaparecido todo el resentimiento que había sentido porque él la engañó para venir aquí, y porque le impidió que se marchara.


En ese momento, él era todo lo que ella quería en el mundo.


Cuando Pedro la penetró hubo un momento de incomodidad. Ella no era virgen... pero hacía tanto tiempo... Pero cuando Pedro empezó a moverse con un movimiento lento de vaivén que llevó a Paula al éxtasis, el pasado dejó lugar al presente y desapareció de su mente.


Aun en su estado de excitación Pedro no dejó de tener consideración para con ella. Las señales que ella envió fueron respondidas con profunda sensibilidad hacia las necesidades de ella; él le dio tanto placer como el que ella le dio a él. Y cuando juntos alcanzaron el pináculo, Paula experimentó una abrumadora sensación de placer indescriptible... un goce sensual, y profundo que nunca había sentido antes y que la hizo estremecerse y gritar el nombre de él.


Mientras los corazones de ambos latían al unísono, con Pedro tendido pesadamente sobre ella, él llevó sus labios al oído de ella.


—Eres maravillosa —susurró.


Todavía atrapada por las densas brumas de la pasión, Paula experimentó una creciente presión para confiarse a él, para admitir la innegable atracción que sentía hacia él.


—¿Qué sucede, cariño? —preguntó Pedro, poniéndose de costado y atrayéndola hacia él. Su voz estaba llena de ternura y preocupación—, ¿Es algo...?


Pero mientras él hablaba, un súbito golpe en la puerta delantera de la cabaña hizo ladrar a Príncipe.


El cuerpo de Pedro se puso tenso por la sorpresa, sus dedos se hundieron sin querer en la blanda carne de los hombros de Paula y una arruga vertical se formó en su entrecejo.


Los golpes sonaron otra vez, y los ladridos de Príncipe fueron más furiosos.


De golpe Paula volvió a la realidad y como resultado, un frío helado la hizo ponerse rígida. 


Santo Dios, ¿qué había hecho? Miró horrorizada a Pedro.


Pedro le sostuvo la mirada.


—¿Paula? —preguntó, pero no pudo decir más pues se lo impidió el sonido de una voz femenina.


—¡Pedro, ven! ¡No dispongo de toda la noche!


La mirada de Paula se ensombreció aún más.


—Será mejor que vayas —dijo roncamente. 


El ceño de Pedro se acentuó.


—¡Pedro! —repitió la voz femenina—. Sé que estás ahí, Pedro.


Una áspera imprecación salió de los labios fuertemente apretados de Pedro cuando se levantó rápidamente de la cama. Mientras se ponía sus vaqueros desteñidos, su mirada se posó sobre Paula. Si antes esos ojos estaban llenos de deseo y de cálidas promesas, ahora expresaban varias emociones, siendo la más notable la irritación, junto con desconcierto y remordimientos.


Los golpes volvieron a sonar, y con otra maldición entre dientes, Pedro se dirigió hacia la puerta y su silueta musculosa y atlética se recortó contra el suave fulgor de la lámpara que llegaba desde la sala de estar al pasillo.



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