martes, 28 de agosto de 2018

MILAGRO : EPILOGO




Pedro agarró dos copas de champán de una bandeja y caminó entre la multitud en busca de Paula. La exposición había tenido muy buenas críticas en la inauguración, pero eso no era lo importante en el caso de Paula y Pedro


Necesitaban una noche de diversión. No habían conseguido estar solos ni hacer nada remotamente romántico desde el nacimiento de su hijo, Guillermo, hacía más de cuatro meses.


Vio a Paula al otro lado de la habitación y sintió la familiar atracción. Tras dos años de matrimonio, no había disminuido. Ella lo vio, sonrió y él supo que el sentimiento era mutuo.


Había recuperado la figura desde que tuvo al bebé, pero aún se quejaba de que algunas prendas no le quedaban bien. El le había dicho que comprara ropa nueva. La adoraba tal y como estaba.


Y estaba preciosa. Esa noche llevaba una túnica negra con el pelo rubio recogido en un moño decorado con diamantes. Nadie habría adivinado que unas horas antes había lucido pantalones deportivos, el pelo suelto y una mancha de leche regurgitada por Guillermo en la camiseta.


—Aquí estas —le ofreció una de las copas. 


Entonces vio a su ex. Lucas esbozaba una mueca y una morena curvilínea colgaba de su brazo.


—Qué sorpresa —dijo Lucas—. Pensaba que sólo se podía asistir por invitación.


—Lucas—dijo Paula, con tono de advertencia. El hombre la ignoró y miró a Pedro.


—No pensaba que estos eventos pudieran atraer a alguien como tú, Alfonso. Pero Paula sabe bastante de arte. Seguro que puede explicarte lo mejor de la exposición.


—Para tu información... —empezó Paula.


—No —Pedro movió la cabeza—. Déjalo. Vamos —se alejaban cuando Lucas se acercó.


—Es champán auténtico, por cierto —susurró con melodrama—. Por lo visto uno de los mecenas del artista no escatima gastos. He oído decir que hizo su fortuna en la construcción inmobiliaria.


—Sí —afirmó Paula—. Es millonario, aunque nadie lo diría por su forma de actuar. No alardea de ello. Tiene clase —sonrió a Pedro y tomó un sorbo de champán—. Es guapo. E increíblemente sexy.


—Espera un momento... —Lucas frunció el ceño.


Pero Pedro había agarrado el brazo de Paula y la conducía hacia la puerta.


—Lo siento —le dijo por encima del hombro—. Mi esposo y yo llegamos tarde a otro compromiso.


Ya fuera, Pedro la rodeó con sus brazos y la besó, riéndose.


—Has sido muy mala diciendo eso, señora Alfonso.


—Sólo quería dejar las cosas claras —Paula lo agarró de la corbata y tiró de ella para llevarlo hacia la limusina que los esperaba—. Ahora, si quieres verme ser mala de verdad...


Fin





MILAGRO : CAPITULO 39





Pedro hizo planes para cenar con Paula en el centro y dormir en su piso, para celebrarlo. 


Había convencido a Gaston y a su novia, Amanda, para que cuidaran de Emilia mientras Paula y él estaban fuera. En una cita. Su primera cita real.


Lo habían hecho todo al revés, comiendo y pasando las tardes juntos, y compartiendo el nacimiento de la niña. Pero aparte de un par de besos, no habían hecho nada de lo que solían hacer las parejas al principio. Pensaba rectificarlo esa noche.


Con esa idea en mente, había comprado una botella de champán. Estaba poniéndola en hielo cuando Paula entró en el salón. Con sólo echarle un vistazo, Pedro deseó poder acelerar toda la velada que tan cuidadosamente había planificado. Nunca la había visto así, tan descaradamente sexy, que casi se quedó boquiabierto y babeando. Se tragó un gemido.


El vestido era mucho más revelador que ninguno que hubiera llevado antes, pero no era sólo eso. 


Parecía segura de sí misma, como si supiera lo que quería y cómo conseguirlo. Caminó hacia él, acariciando el respaldo del sofá con las puntas de las uñas.


—Estoy lista —le dijo.


También lo estaba él. Más que listo.


Hacía meses que Paula no se ponía zapatos de tacón, pero ese día llevaba unos negros que hacían maravillas por sus ya esbeltas pantorrillas y deliciosos tobillos.


—No juegas limpio —murmuró él con aprecio.


—No. Juego para ganar. Mientras estaba fuera, vino Cindy.


—¿Cindy?


—Solía trabajar con ella. La conociste en la fiesta prenatal. Me tomé la libertad de llamarla y pedirle un favor.


—¿Favor? —repitió él. Su cerebro no estaba funcionando. De hecho, cuanto más se acercaba ella, más le costaba pensar.


Paula se movía lentamente, mirándolo a los ojos. Cuando llegó, puso las manos en sus solapas.


—Le he pedido que se llevara a Emi unas horas.


—Pero Gaston y Amanda...


—También los llamé a ellos. Les comuniqué el cambio de planes. Tuve una interesante conversación con tu hermano, por cierto.


—¿Hum? —ella había subido una mano hasta su cuello y acariciaba el pelo de su nuca.


—Me hizo lo que considero un cumplido, aunque quizá tú puedas aclararlo más. Dice que por lo visto se acabaron tus días de saltar de acantilados. Me otorgó a mí el crédito —le besó el cuello y mordisqueó su oreja antes de susurrar—. ¿Podrías explicármelo?


Pedro la apretó contra sí, anhelando someterla a la misma tortura que estaba recibiendo él.


—Claro, pero no ahora mismo. Eso puede esperar. Esto no.


La besó intensamente y luego la alzó en brazos y la llevó al dormitorio principal.


—Me estaba preguntando si alguna vez llegaríamos a estar solos. Ha sido un infierno esperar.


—No hacía falta que esperásemos.


—Yo pensaba que sí. Buscaba el momento adecuado —murmuró, mientras se desnudaban uno a otro. Él se tomó su tiempo quitándole los zapatos, permitiéndose por fin disfrutar de sus tobillos.


Ella gimió suavemente y se tumbó en la cama. 


Él la siguió.


Hicieron el amor con la luz encendida, contemplando sus expresiones y anticipando los deseos del otro mientras la pasión se acrecentaba y culminaba.


—Te quiero, Paula —dijo él, cuando ambos recuperaron la respiración.


—Yo también te quiero —ella se puso de costado para mirarlo—. Antes mencionaste el momento adecuado. ¿Crees que ya ha llegado?


—Sí —dijo él.


—Y la mujer. ¿Yo también soy la adecuada? —preguntó ella con una sonrisa.


Él supo hacia dónde se encaminaba la conversación. Iba a destrozar su sorpresa.


—Te estás adelantando —le advirtió.


—No, tú te estás quedando atrás —corrigió ella.


—No he querido precipitar las cosas —dijo él.


—Lo agradecí... al principio. Admito que tenía sentido, dado mi divorcio. Pero mi contrato de alquiler termina pronto. Tengo que encontrar un sitio donde vivir con Emi y decidirme por un trabajo. He tenido una oferta —se incorporó—. De hecho, dos.


—¿Por qué no habías dicho nada? —él se sentó también.


—Llegaron ayer y aún no tomado ninguna decisión. Una agencia está en Manhattan.


—¿Y la otra?


—Creo que sabes dónde está. ¿Así que? —sus labios se curvaron con un principio de sorpresa.


—¿Vas a jugar conmigo? —esperaba que ella lo negara, pero Paula sonrió.


—Sí, eso es.


Le sentaba tan bien la confianza en sí misma que Pedro no consiguió sentirse ofendido. Sin embargo, no iba a permitir que arruinara del todo sus meticulosos planes.


—Bueno, pues yo también tengo una oferta para ti —se levantó y se puso los pantalones. Luego le lanzó a ella su camisa—. Ponte esto y sígueme.


Paula se quedó atónita. Un minuto antes había estado manipulando hacia una propuesta matrimonial y ahora él la conducía por el piso. 


¿Qué había ocurrido? Había estado segura de que él iba a declararse. La quería y quería a su hija. Ella estaba divorciada. Sin embargo, él optaba por hacerle una visita guiada de su casa, aunque ya había visto varias habitaciones.


—El despacho es una de mis habitaciones favoritas. Tiene buenas vistas y muchos armarios para archivos. Cuando crees tu empresa, si te decides a hacerlo, podrías trabajar desde aquí. Así no tendrías que estar lejos de Emilia todo el día. Podríamos contratar a una niñera.


Pedro —Paula parpadeó.


—No, no. No digas nada ahora. Espera —la condujo hacia la habitación siguiente.


La puerta estaba cerrada. Él puso la mano en el pomo.


—Podemos redecorarla si no te gusta, pero no pude resistirme —abrió la puerta y Paula se asombró.


La habitación estaba pintada color rosa y ya tenía cuna, cambiador y cómoda. En el rincón había una mecedora. Sobre ella estaba sentado un osito con tutú, similar al que había comprado meses antes.


—Fue mi inspiración, así que compré otro —dijo él, al ver que Paula lo contemplaba. Ella se dio cuenta de que la greca de papel pintado tenía ositos parecidos—. Podemos dejar el original y tus cuadros en el cuarto de la niña en la granja. Dejaré que ése lo decores tú.


Paula miró a su alrededor otra vez, fijándose en todos los pequeños detalles, como una luz nocturna de seguridad y un montón de pañales.


—¿Cuándo has encontrado tiempo para hacer todo esto?


—Esas noches que trabajaba hasta tarde —él se encogió de hombros—. Quería que todo estuviera listo para cuando llegara el momento de hacerte una pregunta muy concreta.


—Oh, Pedro —sus ojos se llenaron de lágrimas.


Había pensado en todo. Planificado y maquinado, tomándose su tiempo en vez de lanzarse a ciegas.


—Paula, te quiero —dijo él con ojos brillantes—. Hace mucho tiempo. Y también quiero a Emi. Desde el momento en que la vi, porque es parte de ti.


—Nosotras también te queremos —se limpió las lágrimas de la mejilla.


—Quiero que seamos una familia —esa vez fue él quien le limpió las lágrimas—. Cásate conmigo, Paula. Te prometo que te haré feliz.


—Ya lo has hecho.


Se lanzó a sus brazos, deseando que la rodearan y no abandonarlos nunca. Cuando la besó, Paula supo que el futuro que ambos habían estado planificando había empezado por fin.



MILAGRO : CAPITULO 38



UN LLUVIOSO lunes de junio, el divorcio de Paula quedó sentenciado. Había ido al juzgado sola con su abogado. No había querido que Pedro estuviera presente y no vio razón para llevar a Emilia. Lucas no había solicitado ver a su hija.


Cuando el juez dictó la sentencia, Paula sólo sintió un profundo alivio. Le pareció surrealista estar allí mirando al hombre con quien se había casado, el padre de su hija, y comprender que sus caminos probablemente no volverían a cruzarse, a pesar de que habían llegado a un acuerdo de visitas.


Hubo pocas sorpresas. Lucas se quedaba con el piso, el mobiliario y algunas otras propiedades, aunque tuvo que pagar una cantidad por el privilegio. No era mucho, de hecho el abogado de Paula había insistido en que pidiera más. Pero ella había temido que eso alargara el proceso y quería acabar de una vez.


Además, tenía más que suficiente para vivir. Las cuentas bancarias y las inversiones se habían dividido equitativamente y aunque Paula había rechazado la pensión, recibiría pagos mensuales para el mantenimiento de Emilia. Lucas además había aceptado crear un fondo para los estudios universitarios de su hija.


Esa hija a la que aún no había visto.


El tribunal concedió la custodia total a Paula. Eso no era extraño, dado que Lucas no quería compartirla y además la distancia a la que vivían había complicado las cosas. Acordaron que podía estar con ella cada tres fines de semana y uno de cada dos periodos vacacionales. A Paula no le preocupó en absoluto; ya había quedado claro que no tenía intención de ejercer ese derecho.


A Emilia, que rozaba los seis meses, le había salido su primer diente. Parloteaba, sonreía a menudo y tenía una risa irresistible. Era preciosa, despierta y activa. Era la luz de la vida de su madre. Lucas no sabía lo que se estaba perdiendo.


Paula había olvidado su paraguas y llovía con fuerza. La gente pasaba corriendo a su lado, los menos afortunados cubriéndose la cabeza con periódicos mojados. Ella miró el cielo gris y sonrió. Para ella era como si luciera el sol. Sacó el teléfono móvil y marcó el teléfono de Pedro, a punto de estallar de alegría.


—¿Hola? —preguntó él.


—Hola.


—¿Has acabado?


—Sí. Acabo de salir del juzgado y voy a pasear.


—Está diluviando.


—¿De qué hablas? —ella soltó una risa burbujeante—. Hace un día maravilloso. Soy soltera otra vez.


—Soltera, ¿eh? Entonces tengo una pregunta que hacerte.


—¿Sí? —Paula se puso la mano sobre el corazón.


—¿Qué te parecería una cita esta noche?


No era la pregunta que había esperado oír, pero eso no apagó su felicidad.


—Suena de maravilla.




lunes, 27 de agosto de 2018

MILAGRO : CAPITULO 37




Pedro despertó justo antes del amanecer, desconcertado pero muy consciente de quién dormía a su lado.


Se apoyó en un codo con cuidado, para no molestarla. Paula murmuró algo y se apoyó contra su pecho desnudo. A él le dio un vuelco el corazón. Eso era lo que quería para el resto de su vida. Lo había sabido a ciencia cierta desde el nacimiento de Emilia, pero había estado tomándose su tiempo, poniendo sus planes en marcha. Lo había pensado todo muy bien.


La casa estaba casi acabada y aunque él volvería al piso de la ciudad, no pensaba venderla. Tampoco tenía ninguna intención de vivir en Manhattan sin Paula y Emilia. Había convertido la habitación de invitados de su piso en un cuarto para la niña. Y pensaba hacer lo mismo con una de las de la granja, que utilizarían los fines de semana.


Iba a pedirle a Paula que se casara con él. Ya tenía el anillo. Sólo estaba esperando la sentencia de divorcio. Se inclinó y la besó en la sien. La noche anterior, si él no se hubiera dormido, habrían hecho el amor. Sólo pensarlo le provocó una oleada de deseo, pero lo controló. Quizá fuera mejor así. Habían esperado tanto que podían esperar a que ella fuera legalmente soltera. A que Emilia estuviera a cargo de una niñera de confianza. Quería que fuera perfecto. Paula no se merecía menos.


Ella se puso de lado y apoyó el trasero contra él. 


Pedro cerró lo ojos y gruñó. Un momento después salió de detrás de ella, diciéndose que si quería mantener sus planes tendría que evitar la tentación.




MILAGRO : CAPITULO 36




Paula estaba en la cama, despierta, mientras Emilia roncaba suavemente en su cuna. Oyó el coche de Pedro. La luz de los faros iluminó su dormitorio un momento. Miró el reloj que había en la mesilla. Eran más de las once. Se dio la vuelta y pensó que tal vez conseguiría dormirse, sabiendo que estaba en casa. Poco después, oyó un golpecito en la puerta.


Se puso una bata y bajó las escaleras.


Pedro parecía agotado. Tenía la barba crecida, los ojos rojos y la camisa arrugada tras un largo día.


Paula sonrió y lo envolvió en un abrazo.


—Me gusta volver a casa —suspiró él.


—Y a mí que vuelvas —sintió que sus brazos apretaban su cintura y oyó un susurro que habría jurado que le sonó a «pronto».


—Tengo una botella de pinot en la nevera —dijo ella, apartándose y dejándolo entrar—. Podemos sentarnos en el sofá y charlar un rato. Así me contarás tu día.


Ella iba hacia la cocina, pero Pedro agarró su mano y la retuvo. Sus cuerpos chocaron. Él puso las manos en sus caderas.


—El vino puede esperar, y también la conversación. Ah, Paula— musitó su nombre en su cabello y luego la apartó y le besó el cuello. 


Ella agradeció el contacto íntimo, disfrutando de las sensaciones que la recorrían como fuegos artificiales.


Buscó la boca de él, anhelando más. Había pasado mucho tiempo. Demasiado. La necesidad le dio coraje. Acarició su lengua y mordió su labio inferior con los dientes. Un gemido vibró en la garganta de él. Apartó las manos de su cintura, abrió la bata y se la quitó de los hombros. Las palmas callosas se engancharon con el tejido sedoso del camisón, pero Pedro lo levantó y se lo sacó por la cabeza.


Paula sintió un momento de vergüenza al encontrarse desnuda ante él, exceptuando unas braguitas. Casi había vuelto al peso de antes de el bebé, pero el embarazo había alterado permanentemente su anatomía. Tenía la cintura más gruesa y la piel de su abdomen estaba más flácida.


Pedro, yo... —se sonrojó intensamente.


—Estas preciosa, Paula —puso un dedo sobre sus labios—. Absolutamente preciosa.


Él hizo que se sintiera preciosa y su confianza resurgió junto con una intensa oleada de deseo.


Llevó las manos a su camisa y desabrochó los botones, siguiendo el recorrido de sus dedos con lo labios. La camisa cayó al suelo con el resto de las prendas y Pedro gimió.


Paula tenía las manos en su cinturón cuando la niña empezó a llorar.


—Había olvidado que teníamos compañía —se rió al decirlo, pero después soltó un suspiro.


Paula recogió la bata y se la puso.


—Tardaré poco. Diez minutos como mucho. Sírvete una copa de vino, y pon una para mí —empezó a subir las escaleras y luego se dio la vuelta—. No te vayas, Pedro, ¿de acuerdo?


—Ni se me ocurriría —él sonrió—. Aquí estaré.


Media hora después, cuando Emilia se durmió de nuevo, Paula encontró a Pedro en el sofá. 


Había dos copas de vino en la mesita de café. 


Estaba sin camisa y sin zapatos y profundamente dormido.


Pero había cumplido su promesa. Allí estaba.


Ella se tumbó en la franja de sofá que quedaba libre y apoyó la cabeza en la esquina del almohadón del que se había apropiado. Aunque él no se despertó, la rodeó con un brazo, protector incluso en sueños.


—Te quiero —susurró ella antes de dormirse.



MILAGRO : CAPITULO 35





Si Pedro no podía llegar a Gabriel’s Crossing a cenar, siempre telefoneaba. El teléfono sonó justo cuando Paula ponía a la bebé en el cochecito y se preparaba para ir a hacer la compra.


—Eh, Paula, soy yo.


—No vendrás a cenar —adivinó ella con un suspiro.


—No. Lo siento. Ha surgido algo —últimamente surgían cosas a menudo—. Espero que no hayas sacado nada para la cena.


Ella tomo nota mental de volver a guardar la chuletas que acababa de sacar del congelador.


—No. No te preocupes. Sé que tu horario puede ser impredecible.


—No lo será siempre —sonó como una promesa—. Estoy trabajando en algo importante en este momento. Algo enorme.


—¿Quieres contarme qué es? —Paula había sonreído al oír el entusiasmo de su voz, sabía que Pedro le encantaba su trabajo.


—Sí. Más de lo que imaginas. Pero no puedo aún, Paula —calló—. Quiero que sea una sorpresa.



domingo, 26 de agosto de 2018

MILAGRO : CAPITULO 34




SE CONVIRTIÓ en un hábito quedarse dormida mientras Pedro cuidaba de Emilia. Durante las siguientes semanas, mientras Paula intentaba que la bebé adquiriera algún tipo de horario, casi lo único con lo que podía contar era que cuando llegaba al límite, ya fuera físico o emocional, Pedro estaría allí, dispuesto a echar una mano o a hacerse cargo de todo mientras ella se echaba una siesta o se duchaba o comía algo. Sólo estaba sola a última hora de la noche. 


Y aun así, sabía que si lo necesitaba sólo tenía que levantar el teléfono y llamar.


La semana después del nacimiento de Emilia, los padres de Paula fueron a visitar a su nieta. Se alojaron en un hostal en Gabriel’s Crossing y se quejaron de todo durante su estancia allí, que por fortuna fue breve. Tres días de sus egocéntricas quejas fueron más que suficientes para Paula.


Lo único bueno de su visita fue que parecían encantados de verdad con Emilia. No es que se les cayera la baba; Camila y Dario no eran de ese tipo. Pero sí parecían interesados y Paula lo apreció. Por supuesto, sus padres aprovecharon la oportunidad para volver a recriminarla por haber abandonado a Lucas, pero por lo visto habían aceptado que no iba a cambiar de opinión.


Con Pedro fueron cordiales, pero no demasiado amigables. Igual que Lucas, juzgaron a Pedro por lo que veían: un miembro de la clase trabajadora con manos diestras. Se habrían sentido impresionados si hubieran sabido de su éxitos profesionales. No vio razón para sacarlos de su error.


En cuanto a Lucas, no había visto al bebé. Paula lo había llamado desde el hospital para anunciarle el nacimiento de Emilia. No había tenido ganas de hablar con él, pero había pensado que, como padre del bebé, tenía derecho a saberlo. Había hecho las preguntas pertinentes, cuánto pesaba y si estaba bien. 


Aparte de eso no había parecido demasiado interesado. Y no había mencionado la prueba de ADN. Ella había colgado sintiendo tristeza por Emilia pero aliviada porque Lucas no fuera a formar parte de su vida. Aunque Lucas no quisiera a su hija, Paula conocía a alguien que sí la quería.


Pedro adoraba a Emilia, y según el invierno dio paso a la primavera, se demostró que el sentimiento era mutuo. Cuando se asomaba a la cuna, la bebé sonreía y agitaba las manitas con excitación. Igual que Paula, sabía que siempre podía contar con él.


En muchos sentidos, Paula, Pedro y Emilia eran como una familia. Cuando salían juntos solían confundirlos con una familia, pero no lo eran. 


Igual que Paula y Pedro eran como una pareja en muchos sentidos: compartiendo cenas y jugando con la niña antes de que Emi se acostara. Pero no eran una pareja.


Eran individuos con preocupaciones y objetivos distintos, tal y como quedó claro cuando Pedro volvió a trabajar en Manhattan a finales de abril. Tenía un compromiso con su hermano Y una obligación con su empresa. 


Paula lo entendía. Igual que entendía que no se había comprometido con ella y no tenía ninguna obligación.


Ella asumía que tenían un futuro juntos. A veces estaba segura de que Pedro deseaba el matrimonio. «Cuando llegue el momento y la mujer adecuada», había dicho. Sin duda, el momento distaba de ser perfecto. Pero la sentencia final de divorcio se acercaba y el tema no había vuelto a mencionarse. Los ahorros de Paula se agotaban y sus gastos ascendían; tenía que ponerse a buscar trabajo en serio.


Se lo mencionó a Pedro una mañana que él pasó por la casa al amanecer. Había empezado a ir allí a desayunar antes de iniciar el largo viaje a Manhattan. A veces, si había tráfico o él tenía que quedarse en la ciudad hasta tarde, sólo lo veía por la mañana.


Echaba de menos sus cenas y las largas conversaciones. Lo echaba de menos, sobre todo desde que había empezado a dedicar buena parte del fin de semana a trabajar en la casa. La restauración estaba a punto de finalizar, y ya no trabajaba solo. Había contratado a un equipo de tres hombres para que lijaran y pintaran las paredes exteriores y el garaje, que mejoró con una puerta eléctrica, y un paisajista ya había elegido los arbustos y las perenne que adornarían las bancadas de flores.


Ella ya se imaginaba el cartel de «Se vende» en la puerta y se preguntaba qué ocurriría entonces.


—He decidido empezar a buscar trabajo —le dijo, mientras él le daba el biberón a Emilia.


—¿Tan pronto? —Pedro alzó la cabeza.


—Emilia tiene casi cuatro meses. He podido dedicarle más tiempo que la mayoría de las madres —aun así se le encogía el corazón al pensarlo. No le gustaba la idea de dejar a su hija al cuidado de otra persona.


—¿Dónde estás pensando en buscar? —apartó el biberón y se puso a la bebé en el hombro para que eructara. Paula observó cómo sus grandes y callosas manos daban palmaditas en la espalda de su hija.


—Tengo algunas ideas —nombró las agencias. Ya había actualizado su currículum y su portafolio de proyectos. Ambos estaban listos para ser enviados.


—Manhattan, bien —asintió él.


—Claro que Lily sigue insistiendo en San Diego —tragó saliva. Su amiga había vuelto a repetírselo en su última conversación.


—¿Considerarías esa opción? —su mano se detuvo.


—No lo sé —contestó ella con honestidad—. Lily se ha ofrecido a cuidar de Emilia mientras esté trabajando.


Ésa era la gran ventaja. Emilia estaría en manos de alguien a quien Paula conocía y en quien confiaba. Lo malo estaba sentado justo enfrente de ella. ¿Cómo iba abandonar al hombre al que amaba?


—No tomes ninguna decisión aún.


—Tendré que hacerlo en algún momento.


—Lo sé. Pero aún no —besó la cabeza de la niña con ternura—. Prométeme que esperarás.


Ella lo prometió, pero después se dio cuenta de que Pedro no le había dicho a qué tenía que esperar.