martes, 28 de agosto de 2018
MILAGRO : CAPITULO 39
Pedro hizo planes para cenar con Paula en el centro y dormir en su piso, para celebrarlo.
Había convencido a Gaston y a su novia, Amanda, para que cuidaran de Emilia mientras Paula y él estaban fuera. En una cita. Su primera cita real.
Lo habían hecho todo al revés, comiendo y pasando las tardes juntos, y compartiendo el nacimiento de la niña. Pero aparte de un par de besos, no habían hecho nada de lo que solían hacer las parejas al principio. Pensaba rectificarlo esa noche.
Con esa idea en mente, había comprado una botella de champán. Estaba poniéndola en hielo cuando Paula entró en el salón. Con sólo echarle un vistazo, Pedro deseó poder acelerar toda la velada que tan cuidadosamente había planificado. Nunca la había visto así, tan descaradamente sexy, que casi se quedó boquiabierto y babeando. Se tragó un gemido.
El vestido era mucho más revelador que ninguno que hubiera llevado antes, pero no era sólo eso.
Parecía segura de sí misma, como si supiera lo que quería y cómo conseguirlo. Caminó hacia él, acariciando el respaldo del sofá con las puntas de las uñas.
—Estoy lista —le dijo.
También lo estaba él. Más que listo.
Hacía meses que Paula no se ponía zapatos de tacón, pero ese día llevaba unos negros que hacían maravillas por sus ya esbeltas pantorrillas y deliciosos tobillos.
—No juegas limpio —murmuró él con aprecio.
—No. Juego para ganar. Mientras estaba fuera, vino Cindy.
—¿Cindy?
—Solía trabajar con ella. La conociste en la fiesta prenatal. Me tomé la libertad de llamarla y pedirle un favor.
—¿Favor? —repitió él. Su cerebro no estaba funcionando. De hecho, cuanto más se acercaba ella, más le costaba pensar.
Paula se movía lentamente, mirándolo a los ojos. Cuando llegó, puso las manos en sus solapas.
—Le he pedido que se llevara a Emi unas horas.
—Pero Gaston y Amanda...
—También los llamé a ellos. Les comuniqué el cambio de planes. Tuve una interesante conversación con tu hermano, por cierto.
—¿Hum? —ella había subido una mano hasta su cuello y acariciaba el pelo de su nuca.
—Me hizo lo que considero un cumplido, aunque quizá tú puedas aclararlo más. Dice que por lo visto se acabaron tus días de saltar de acantilados. Me otorgó a mí el crédito —le besó el cuello y mordisqueó su oreja antes de susurrar—. ¿Podrías explicármelo?
Pedro la apretó contra sí, anhelando someterla a la misma tortura que estaba recibiendo él.
—Claro, pero no ahora mismo. Eso puede esperar. Esto no.
La besó intensamente y luego la alzó en brazos y la llevó al dormitorio principal.
—Me estaba preguntando si alguna vez llegaríamos a estar solos. Ha sido un infierno esperar.
—No hacía falta que esperásemos.
—Yo pensaba que sí. Buscaba el momento adecuado —murmuró, mientras se desnudaban uno a otro. Él se tomó su tiempo quitándole los zapatos, permitiéndose por fin disfrutar de sus tobillos.
Ella gimió suavemente y se tumbó en la cama.
Él la siguió.
Hicieron el amor con la luz encendida, contemplando sus expresiones y anticipando los deseos del otro mientras la pasión se acrecentaba y culminaba.
—Te quiero, Paula —dijo él, cuando ambos recuperaron la respiración.
—Yo también te quiero —ella se puso de costado para mirarlo—. Antes mencionaste el momento adecuado. ¿Crees que ya ha llegado?
—Sí —dijo él.
—Y la mujer. ¿Yo también soy la adecuada? —preguntó ella con una sonrisa.
Él supo hacia dónde se encaminaba la conversación. Iba a destrozar su sorpresa.
—Te estás adelantando —le advirtió.
—No, tú te estás quedando atrás —corrigió ella.
—No he querido precipitar las cosas —dijo él.
—Lo agradecí... al principio. Admito que tenía sentido, dado mi divorcio. Pero mi contrato de alquiler termina pronto. Tengo que encontrar un sitio donde vivir con Emi y decidirme por un trabajo. He tenido una oferta —se incorporó—. De hecho, dos.
—¿Por qué no habías dicho nada? —él se sentó también.
—Llegaron ayer y aún no tomado ninguna decisión. Una agencia está en Manhattan.
—¿Y la otra?
—Creo que sabes dónde está. ¿Así que? —sus labios se curvaron con un principio de sorpresa.
—¿Vas a jugar conmigo? —esperaba que ella lo negara, pero Paula sonrió.
—Sí, eso es.
Le sentaba tan bien la confianza en sí misma que Pedro no consiguió sentirse ofendido. Sin embargo, no iba a permitir que arruinara del todo sus meticulosos planes.
—Bueno, pues yo también tengo una oferta para ti —se levantó y se puso los pantalones. Luego le lanzó a ella su camisa—. Ponte esto y sígueme.
Paula se quedó atónita. Un minuto antes había estado manipulando hacia una propuesta matrimonial y ahora él la conducía por el piso.
¿Qué había ocurrido? Había estado segura de que él iba a declararse. La quería y quería a su hija. Ella estaba divorciada. Sin embargo, él optaba por hacerle una visita guiada de su casa, aunque ya había visto varias habitaciones.
—El despacho es una de mis habitaciones favoritas. Tiene buenas vistas y muchos armarios para archivos. Cuando crees tu empresa, si te decides a hacerlo, podrías trabajar desde aquí. Así no tendrías que estar lejos de Emilia todo el día. Podríamos contratar a una niñera.
—Pedro —Paula parpadeó.
—No, no. No digas nada ahora. Espera —la condujo hacia la habitación siguiente.
La puerta estaba cerrada. Él puso la mano en el pomo.
—Podemos redecorarla si no te gusta, pero no pude resistirme —abrió la puerta y Paula se asombró.
La habitación estaba pintada color rosa y ya tenía cuna, cambiador y cómoda. En el rincón había una mecedora. Sobre ella estaba sentado un osito con tutú, similar al que había comprado meses antes.
—Fue mi inspiración, así que compré otro —dijo él, al ver que Paula lo contemplaba. Ella se dio cuenta de que la greca de papel pintado tenía ositos parecidos—. Podemos dejar el original y tus cuadros en el cuarto de la niña en la granja. Dejaré que ése lo decores tú.
Paula miró a su alrededor otra vez, fijándose en todos los pequeños detalles, como una luz nocturna de seguridad y un montón de pañales.
—¿Cuándo has encontrado tiempo para hacer todo esto?
—Esas noches que trabajaba hasta tarde —él se encogió de hombros—. Quería que todo estuviera listo para cuando llegara el momento de hacerte una pregunta muy concreta.
—Oh, Pedro —sus ojos se llenaron de lágrimas.
Había pensado en todo. Planificado y maquinado, tomándose su tiempo en vez de lanzarse a ciegas.
—Paula, te quiero —dijo él con ojos brillantes—. Hace mucho tiempo. Y también quiero a Emi. Desde el momento en que la vi, porque es parte de ti.
—Nosotras también te queremos —se limpió las lágrimas de la mejilla.
—Quiero que seamos una familia —esa vez fue él quien le limpió las lágrimas—. Cásate conmigo, Paula. Te prometo que te haré feliz.
—Ya lo has hecho.
Se lanzó a sus brazos, deseando que la rodearan y no abandonarlos nunca. Cuando la besó, Paula supo que el futuro que ambos habían estado planificando había empezado por fin.
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