miércoles, 8 de agosto de 2018

LA AMANTE DEL SENADOR: CAPITULO 4



Pedro maldijo para sus adentros. ¿Qué había esperado? Después de la clase de padre que había sido, aquello era lo que se merecía: un tratamiento meramente respetuoso, y marcado por el distanciamiento.


Dos horas más tarde Pedro estaba en su despacho cuando llamaron a la puerta.


—Adelante —contestó. La puerta se abrió y entró Paula.


—Ah, hola, Pau —la saludó—. Me estaba empezando a preguntar cuándo aparecerías.


—¿No te dijo Bety...?


Pedro asintió con la cabeza, se puso de pie, y rodeó el escritorio para ir junto a ella.


—Sí, me dijo que estabas indispuesta. ¿Cómo te encuentras?


—Bien, estoy mejor.


Pedro tomó su mano.


—Pau, he estado pensando, y estoy decidido a hacer lo que sea para que vengas a Washington conmigo. Incluso te subiré el sueldo; fija tú la cantidad.


Paula lo miró con los ojos muy abiertos y sacudió la cabeza.


—Ya te lo he dicho. Pedro, quiero quedarme aquí en Savannah.


—Bueno, en realidad podrías seguir viviendo aquí; sólo tendrías que ir a Washington durante las temporadas en las que el Senado está reunido. Incluso te pagaré los gastos de alojamiento en Washington. Además, piensa en todos los contactos útiles que puedes establecer allí —le dijo apretándole la mano, que notó fría—. ¿Seguro que estás bien?


—Sí, perfectamente.


—Pues tienes la mano fría —replicó él, frotándole la mano entre las suyas—, y pareces ausente.


—Venía a preguntarte si no te importa que me tome el día libre —murmuró sin mirarlo a los ojos—. Tengo que ocuparme de unos asuntos.


—Claro —accedió él, confundido por su actitud distante—. ¿Tienes algún problema?; ¿quieres que hablemos?


Paula apartó la vista. ¿Cómo iba a decirle que tenía que ir a su ginecóloga porque, a menos que los resultados de las dos pruebas estuviesen equivocados, estaba embarazada?


—No tengo ningún problema —mintió.


—Está bien, como quieras, pero si necesitas alguna cosa, no tienes más que decírmelo.


Ella esbozó una media sonrisa.


—Lo sé.


—¿Te apetece que salgamos a cenar cuando vuelvas?


—Es que... no sé a qué hora volveré.


Pedro la miró preocupado
—¿Qué es lo que te pasa, Pau?, ¿tiene algo que ver con esos «asuntos» que tienes que atender?, ¿a qué viene tanto secretismo?


Paula se mordió el labio.


—No me pasa nada; es sólo que se trata de algo personal, eso es todo.


Pedro se sintió como si le hubieran dado con una puerta en las narices.


—Pau, hemos pasado por mucho juntos a lo largo de este año, y sé que no soy el hombre adecuado para ti por nuestra diferencia de edad, pero quiero que sepas que, sea lo que sea, puedes contar conmigo —le dijo poniéndole las manos en los hombros—. Estás tensa —murmuró al notar que tenía los músculos agarrotados—. ¿Por qué? —le preguntó poniéndose detrás de ella y dándole un suave masaje con los dedos—; las elecciones ya han pasado.


A Paula le palpitó el corazón con fuerza.


—Pues... no sé, empiezas a darle vueltas a una cosa, y... aunque no quieres pensar porque sabes que no te llevará a ninguna parte, no puedes evitarlo.


—¿Y a qué le has estado dando vueltas? —inquirió Pedro, dedicando especial atención a un punto bajo la nuca con los pulgares.


La sensación era tan agradable que Paula se mordió el labio inferior para contener un gemido.


¿Por qué tendría que ser tan hábil con las manos?, se dijo, y una docena de sensuales imágenes de esas manos sobre su cuerpo desnudo asaltaron su mente.


—Te has quedado callada —murmuró Pedro—; ¿es por algo que estoy haciendo bien?


Paula se aclaró la garganta.


—Demasiado bien —farfulló a regañadientes—. Parece que siempre sabes cómo tocarme para...


Pero no pudo acabar la frase, porque una nueva ráfaga de placer la invadió y de sus labios escapó un suave gemido.


Pedro le levantó el cabello y apretó los labios contra su nuca en un sensual beso.


—Pues conozco un modo aún más efectivo de liberarte de esa tensión —murmuró en su oído, rodeándole la cintura con una mano y atrayendo sus nalgas hacia sus caderas.


Paula cerró los ojos al sentir su excitación. 


Nunca dejaría de sorprenderla ese poder que parecía tener sobre él para que la desease de aquella manera, ni cómo conseguía Pedro hacer que se olvidase absolutamente de todo cuando estaba con él. ¿Y si hubiese una posibilidad, por pequeña que fuera, de que las cosas pudiesen funcionar entre ellos?, se preguntó, ¿y si esa magia pudiese hacer que tuviesen algo más que un romance?


—Nunca hemos hablado del futuro —balbució.


—Sí que lo hemos hecho —replicó él, besándola en el cuello—; quiero que vengas a Washington conmigo.


Paula tragó saliva.


—Me refiero a que nunca hemos hablado de nosotros.


Pedro levantó la cabeza.


—¿Qué quieres decir?


Dando gracias por que no pudiera verle la cara, Paula inspiró profundamente antes de contestar.


—Pues que acordamos que no deberíamos mantener relaciones, pero no hacemos más que caer una y otra vez en la tentación.


Pedro se echó un poco hacia atrás.


—¿Quieres que lo hagamos público?


—¿Y tú?


Pedro suspiró sobre su cabello.


—Hasta este momento no me lo había planteado. Durante la campaña hacerlo público habría sido imposible, y la verdad es que también prefería mantenerlo en secreto porque es algo personal, que me parecía que debía quedar entre tú y yo. Del mismo modo en que yo, como personaje público, pertenezco por entero a quienes me han apoyado con su voto, me gusta pensar que tú me perteneces a mí y sólo a mí. Claro que eso no significa que no sea consciente de que soy demasiado mayor para tener una relación a largo plazo contigo.


Paula sintió una punzada en el pecho


—¿Y si te dijera que discrepo en eso?


—Cambiarías de idea cuando empezara a entrarme artritis y tú siguieras sana como una manzana —le dijo Pedro con una risa que a ella le sonó un tanto forzada—. Además, no me veo casándome otra vez. La primera vez ya metí la pata bien metida. No, no lo hice bien como marido... ni tampoco como padre. Cualquiera de mis hijos puede decirte el penoso papel que desempeñé con ellos.


«Pero, ¿te gustaría tener otra oportunidad?», pensó Paula, sin atreverse a hacer la pregunta en voz alta.


—Eso es algo en lo que nos parecemos, Pau —continuó Pedro—. Los dos queremos libertad para poder desarrollar nuestras carreras. ¿Volver a casarme y tener más hijos? Antes preferiría que me ataran una piedra al cuello y me arrojaran al océano.


El débil hálito de esperanza que quedaba en el corazón de Paula se esfumó con esas palabras, como quien apaga de un soplo la llama de una vela. «¿Qué habías pensado que iba a decir?», se reprendió; «eres una ilusa». Por suerte Pedro juraría su cargo en enero, así que sólo tendría que mantener el tipo seis semanas más. Además, él se iría a Washington y ella estaba pensando mudarse a la costa oeste. No era mucho, pero el hecho de contar con un plan de acción la animó.


—¿Cómo va el traslado? —le preguntó para cambiar de tema, apartándose de él y volviéndose para mirarlo.


—Lento ahora que me he quedado solo —contestó Pedro haciendo un ademán con la mano para señalar el desorden de cajas, libros, carpetas y papeles que había en el despacho—. Le he dado el día libre a mi secretaria; hoy era la función de Navidad de su hija.


—Qué buen jefe eres —dijo Paula sin poder reprimir una sonrisilla burlona. En el fondo Pedro era un pedazo de pan.


—En realidad se debe más bien a un inoportuno sentimiento de culpa —la corrigió él—. Cuando me lo dijo me acordé de cuántas funciones de Navidad de mis hijos me había perdido yo.


—Podrías compensarlos estas navidades por todas esas veces.


—Demasiado tarde —replicó él—; no creo que Marcos quiera ponerse a su edad a hacer figuras de pasta de jengibre conmigo.


Paula no pudo evitar reírse al imaginar a los dos hombres en la cocina remangados, con sendos delantales, y manchados de harina.


—Ni creo que tú quieras tampoco —le dijo—. Me refería a que podrías dedicarle algo de tu tiempo a cada uno ante estas navidades.


—El problema es que querrán hacerme preguntas espinosas. De hecho Marcos me ha hecho algunas esta misma mañana.


—¿Sobre qué?


—Sobre por qué no pasé más tiempo con ellos, sobre su madre...


—¿Y le dijiste la verdad?


Pedro le había hablado de su matrimonio, de cómo a su esposa la había amargado el que se hubiese negado a abandonar su carrera militar, y de la sensación que tenía de no haber sido nunca capaz de complacerla en nada.


—En parte —respondió él entornando los ojos—. Chloe pasó siempre más tiempo que yo con ellos, y no sería justo que manchara el recuerdo que tienen de ella.


Paula resopló, como si no pudiera dar crédito a lo que estaba oyendo.


—¿Qué? —inquirió Pedro mirándola confundido.


—Puede que fuera una mujer maravillosa, pero no tienes que hacer de ella una santa mártir. Además, Marcos ya es mayor. No necesita que lo protejas de la verdad. De hecho, creo que vuestra relación mejoraría si comprendiera lo que te ha llevado todo este tiempo a intentar ser un campeón entre los campeones.


Pedro bajó la cabeza y la sacudió.


—Un campeón entre los campeones... —farfulló para sí con una risa irónica.


Paula se encogió de hombros.


—Al menos deberías intentarlo; no perderías nada —le dijo. Miró su reloj de pulsera—. Bueno, me marcho ya.


—¿Seguro que no quieres que salgamos a cenar?


Paula negó con la cabeza.


—Ya te he dicho que no sé a qué hora estaré de vuelta —le repitió.


—Pero puedo esperarte y cenamos juntos... aunque sea en Crofthaven.


—No hace falta, Pedro, en serio —insistió ella, dirigiéndose a la puerta de espaldas—, no me esperes.


Y antes de que él pudiera insistir de nuevo y no fuera capaz de volver a negarse, salió del despacho.



martes, 7 de agosto de 2018

CORTOS PyP (NOVELAS ADAPTADAS): LA AMANTE DEL SENADOR: SINOPSIS

CORTOS PyP (NOVELAS ADAPTADAS): LA AMANTE DEL SENADOR: SINOPSIS: Pedro  siempre conseguía lo que deseaba... y ahora deseaba a Paula. Paula Chaves  era una mujer independiente que había encontrado el ...

LA AMANTE DEL SENADOR: CAPITULO 3




Sentada en el aseo adjunto de la habitación de invitados que ocupaba en Crofthaven, Paula se quedó mirando los resultados de las dos pruebas de embarazo ante sí sin poder dar crédito a lo que estaba viendo: dos líneas rosas en la primera; dos líneas rosas en la segunda. 


Una sensación de pánico se apoderó de ella.


La regla no le había bajado el mes anterior, pero nunca había sido muy regular en sus periodos, así que no se había preocupado. Además, tenía treinta y siete años, y según los estudios médicos más recientes la fertilidad femenina empezaba a decrecer a partir de los veintiséis.


Había sido el hecho de que ese mes tampoco le hubiera bajado junto con las persistentes náuseas lo que la había escamado lo bastante como para comprar un par de pruebas de embarazo en la farmacia.


«¡Cómo has podido ser tan estúpida?; ¿acaso no aprendiste la lección la primera vez?», se reprendió cerrando los ojos con fuerza. Mil emociones contradictorias se agitaron en su interior, como las entrañas de un volcán que hubiera entrado en erupción tras años de inactividad, y no pudo evitar recordar aquella otra vez, que se había quedado embarazada.


Ninguna de las personas de su entorno le dio apoyo alguno. Sus padres adoptivos se sintieron profundamente humillados, y su novio del instituto se escudó en que era demasiado joven para ser padre. La única persona que no la juzgó ni la censuró fue la directora del hogar para madres solteras.


A Paula se le encogió el estómago al recordarlo. 


Se había sentido atrapada, sola, y muy asustada. Incapaz de abortar pero, consciente de que no podría criar sola al bebé porque carecía de medios, siguió adelante con el embarazo, y entregó en adopción a la niña a la que dio a luz.


El pensar en todo aquello hizo que el terrible sentimiento de culpa que la había acompañado a lo largo de todos esos años volviera a apoderarse de ella. «No empieces otra vez con eso», se dijo; «tiene unos padres maravillosos que la quieren con locura. Fue la decisión correcta; fue lo mejor para ella». Sin embargo, por mucho que intentase convencerse de aquello, lo cierto era que nunca había logrado dejar de pensar que era una mala persona por haber entregado en adopción a su hija.


Se mordió el labio inferior y abrió los ojos, pero las líneas rosas seguían ahí. «¿Cómo has podido ser tan estúpida como para volver a caer en el mismo error otra vez?».


Al entrar Pedro en el comedor esa mañana, se encontró con que Bety, una de las criadas, estaba poniendo ya la mesa.


—¿Sólo un servicio? —le preguntó, extrañado al ver que sólo había una taza.


Paula y él solían desayunar juntos, y le encantaba empezar la mañana con ella porque, por mal que se presentara el día, siempre conseguía animarlo.


—La señorita Chaves llamó hace un rato a la cocina para avisar de que no bajaría a desayunar porque no se encuentra bien, señor. Le manda sus disculpas.


Pedro frunció el entrecejo. ¿Que le mandaba sus disculpas? ¿Por qué no lo había llamado a su habitación para decírselo directamente?


La sirvienta pareció notar su contrariedad, porque añadió:
—Según parece tiene molestias de vientre; ya sabe, está en esa época del mes... debió darle vergüenza decírselo.


Pedro no comprendía cómo podía darle vergüenza hablar con él de nada cuando habían tenido relaciones íntimas, pero hizo un breve gesto de asentimiento con la cabeza y le dijo a la mujer:
—Gracias, Bety. Puede retirarse.


Apenas había salido la criada cuando su hijo Marcos asomó la cabeza por la puerta.


—Buenos días. ¿Cómo va el traslado a Washington?


—Dejémoslo en que va simplemente —farfulló Pedro—. Todavía tengo en el despacho montones de cosas por embalar.


—No parece muy contento, senador —apuntó Marcos acercándose a la mesa.


Pedro se rió y alzó la vista para mirar a su hijo a los ojos. La tensión que había habido en su relación hasta entonces se había disipado un poco, pero todavía notaba en Marcos cierta reticencia a abrirse a él. Cuando un par de meses atrás su hijo había sido falsamente acusado de un delito que no había cometido, se había sentido indignado, pero aquel trance le había mostrado la fortaleza de Marcos y se sentía muy orgulloso de cómo se había comportado hasta que finalmente había sido absuelto y todo se había solucionado.


Era consciente de que Marcos seguía sin comprender las decisiones que había tomado en el pasado y que les habían afectado a sus hermanos y a él, pero al menos su resentimiento parecía haber disminuido un poco.


—Estoy intentando hallar el modo de convencer a Paula para que se venga conmigo a Washington —le confesó.


Marcos enarcó las cejas sorprendido.


—¿No va a seguir trabajando contigo? ¿Por qué? Si os habéis compenetrado muy bien durante estos meses...


—Yo también lo creo, pero ella insiste en que quiere quedarse aquí, en Georgia.


—Probablemente haya recibido unas cuantas ofertas de trabajo. No hay nada como estar en el equipo ganador para impulsar tu carrera... y más cuando se es relaciones públicas.


—Cierto —asintió su padre, rascándose la barbilla pensativo—; quizá si le hiciera una contraoferta mejor de las que le hayan hecho...


—Si alguien puede convencerla, ése eres tú —le dijo Marcos.


—Gracias por el voto de confianza. Bueno, ¿y cómo está esa esposa tuya agente del FBI?


—Trabajando mucho. Estamos a punto de conseguir pruebas contra la gente que hizo que fuera acusado falsamente —le explicó Marcos—. Dana dice que se ha convertido en algo personal para ella —sacudió la cabeza—. Todavía no puedo creerme la suerte que he tenido al encontrar a una mujer tan maravillosa como ella.


Su padre no necesitaba oírle decir esas palabras para saber cuánto la quería; el amor que sentía por Dana se reflejaba en el modo en que le brillaban los ojos cada vez que hablaba de ella.


—¿Quieres desayunar conmigo?


—No, gracias, no puedo quedarme mucho tiempo. Sólo he venido para traerte esos papeles que me pediste el otro día —le contestó Marcos tendiéndole una carpeta que llevaba en la mano.


—Oh, sí, lo había olvidado —respondió Pedro tomándola—. Por cierto, ¿contamos con vosotros para la cena familiar del día de Navidad?


—Por supuesto.


—Estupendo —respondió su padre con una sonrisa.


—¿Sabes?, te noto distinto —dijo Marcos—; menos tenso. Claro que supongo que el que hayas ganado las elecciones tendrá algo que ver.


—Ya lo creo. Estos últimos meses han sido una locura.


Era extraño, pero lo cierto era que en ese momento, pasado ya todo el bullicio de las elecciones, se sentía vacío. La euforia que había experimentado al conocer los resultados de las votaciones se había ido disipando, y le había quedado una sensación agridulce por la presión que la campaña electoral le había creado a su familia. Sin embargo, la entereza con la que sus cuatro hijos y su hija se habían enfrentado a cada una de las dificultades que habían surgido le había hecho darse más cuenta que nunca de todo lo que se había perdido al no haber estado a su lado durante su niñez y adolescencia.


—Tus hermanos y tú demostrasteis de qué estáis hechos durante la campaña —le dijo a Marcos—, y aunque Dios sabe bien que no he sido un buen padre y que no puedo adjudicarme mérito alguno por las grandes personas en las que os habéis convertido —admitió con amargura y arrepentimiento—, me siento muy orgulloso de todos vosotros.


Marcos lo miró sorprendido.


—Es la primera vez que te oigo decir algo así.


—Pues hace mucho tiempo que lo pienso —respondió su padre con voz ronca.


—Mamá siempre decía que tenías cosas más importantes que hacer que estar con nosotros.


Una ráfaga de ira invadió a Pedro, pero se mordió la lengua. No quería hablar mal de su difunta esposa, a quien nunca había sido capaz de complacer.


—En cierto modo tenía razón; necesitaba demostrar lo que valía —le respondió—. Tu madre y yo no tuvimos un matrimonio perfecto, Marcos. Queríamos cosas distintas.


—¿Qué cosas?


—Ella no quería un marido militar, ni abandonar Savannah o Crofthaven.


—¿No estabas ya en el ejército cuando os casasteis?


Pedro asintió.


—Sí, pero ella creyó que podría cambiarme —replicó, alzando una mano al ver que Marcos parecía querer hacerle otra pregunta—. Escucha, hijo, tu madre os quería y quería lo mejor para vosotros, y yo no quiero manchar el recuerdo que tienes de ella. No sería justo. Además, siempre he pensado que hay que asumir las consecuencias de las decisiones que uno toma, ya sean buenas o malas.


Una expresión vulnerable cruzó por el rostro de su hijo, y Pedro sintió una punzada en el pecho. 


Lo que acababa de ver no era más que un atisbo del dolor que le había causado a Marcos y a sus hermanos por haber estado siempre demasiado ocupado luchando contra sus demonios como para ser el padre que necesitaban. Lo cierto era que no había modo alguno en que pudiera excusar su comportamiento, y tampoco iba a tratar de hacerlo. Nunca había creído que las excusas resolvieran nada. Además, ¿qué podría decir?


Su hijo se encogió de hombros.


—Bueno, será mejor que me marche—murmuró—; he quedado con un cliente.


—Entonces vete ya; a los clientes no se les hace esperar —respondió su padre esbozando una pequeña sonrisa—. Saluda a Dana de mi parte, ¿quieres?


—Lo haré —respondió Marcos levantando la mano en señal de despedida.


Se dio la vuelta y se dirigía hacia la puerta cuando su padre lo llamó. Marcos se volvió y lo miró expectante.


—Yo... sólo quería decirte que serás bienvenido siempre que vengas.


Marcos lo miró con recelo, como si creyera que tras su amabilidad había un motivo oculto, hizo un leve asentimiento de cabeza, y salió del comedor.




LA AMANTE DEL SENADOR: CAPITULO 2




Aquello era una locura, pero a Paula Chaves cada vez le costaba más decir que no.


—Creía que habíamos quedado en que no volveríamos a hacer esto —murmuró tras despegar de mala gana sus labios de los de Pedro Alfonso.


La puerta de su despacho, contra la cual tenía apoyada la espalda, estaba fría, pero el calor
del cuerpo de Pedro, pegado al de ella, era delicioso.


—Ya han pasado las elecciones y he ganado, Pau —replicó él, masajeándole las caderas y
atrayéndola hacia sí—; ¿por qué seguir luchando contra ello?


A Paula se le ocurrían unas cuantas razones de peso; entre ellas una perteneciente a su
pasado que haría que Pedro Alfonso, ex SEAL de la Marina de los Estados Unidos, ex director general de la empresa familiar, y nuevo senador por el estado de Georgia, se cayese de espaldas y quedase sentado en el suelo sobre ese firme trasero que tenía.


Al conocer a Pedro la habían sorprendido muchas cosas, y una de ellas había sido su
físico. De hecho, pocos hombres de cincuenta y cinco años tenían un cuerpo que hiciese que
las mujeres se volviesen a mirarlo al pasar.


—Porque no se vería con buenos ojos que tuvieses un romance con tu directora de
campaña —le contestó intentando centrarse, aunque por dentro se estaba derritiendo—.
Después de todo lo que hemos pasado ya deberías saberlo.


—Lo único que sé es que durante todos estos meses has conseguido alejar los nubarrones
negros que se cernían sobre mí, haciendo que siempre volviera a salir el sol. ¿Quién sino tú
podría haber mantenido la buena imagen de un candidato con escándalos como la aparición de
una hija ilegítima, como la de un hijo acusado de un presunto delito, como...?


Paula sacudió la cabeza y le tapó la boca con la mano.


—Puede que haya habido situaciones difíciles de manejar, pero la clase de hombre que
eres, bueno y honrado, ha hecho más fácil mi trabajo. Eres auténtico, Pedro, y por eso te han
elegido.


—Me niego a seguir discutiendo esto. Digas lo que digas sin tu ayuda no habría ganado. Y
volviendo al tema del que estábamos hablando... no sé por qué tenemos que seguir luchando
contra la atracción que hay entre nosotros, que ha habido entre nosotros desde el principio.


Paula alzó la vista hacia los ojos azules de Pedro y sintió que una ola de calor la invadía. A veces tenía la impresión de que, como el sol, si permaneciese demasiado tiempo mirándolos acabaría cegada... ante la realidad.


—Ya te lo he dicho, Pedro: no iré a Washington contigo.


—Pero me prometiste que seguirías a mi lado hasta que jurase el cargo —le recordó él apartando un mechón de su mejilla.


Aquel gesto tan tierno le encogió el corazón a Paula.


—Y mantendré esa promesa —respondió. Sin embargo, sospechaba que de todas las
promesas que había hecho en su vida, aquélla iba a ser una de las que más le iba a costar
cumplir.


—Entonces aún dispongo de tiempo para hacerte cambiar de opinión —murmuró Pedro con una sonrisa.


—No cuentes con ello —replicó Paula. No pretendía desafiarlo; sólo constatar la verdad.


—Oh, pero es que ya cuento con ello —susurró él deslizando una pierna entre sus muslos.


Paula se mordió el labio inferior y empujó las palmas de las manos contra su pecho.


Pedro, dijimos que no volveríamos a hacer esto. Fue un error que nos... —comenzó, pero se le quebró la voz y tuvo que tragar saliva para poder seguir hablando—... que nos dejáramos llevar.


Pedro escrutó su rostro en silencio durante largo rato.


—¿Te arrepientes?


«No... sí... no... sí».


Pedro, ya hemos hablado de esto; hemos trabajado muy duro y no quiero que lo que hemos conseguido se eche a perder por...


—¿Por qué? ¿Porque soy mucho mayor que tú?


Paula puso los ojos en blanco.


—No se trata de eso y lo sabes.


Pedro su respuesta no pareció convencerlo demasiado.


—Tal vez sí —replicó—; tengo casi veinte años más que tú.


—Pues por tu cuerpo nadie lo diría —farfulló ella por lo bajo. Nunca dejaría de sorprenderla la energía que demostraba en la cama y fuera de ella. Sacudió la cabeza, y le dijo—: Mira, Pedro, por mucho que lo intentes no vas a convencerme. Aunque las elecciones ya hayan pasado, mi deber sigue siendo mantener una buena imagen pública de ti, y te aseguro que el seguir con esto no te beneficiaría. De hecho, podría acabar convirtiéndome en tu peor pesadilla.


—Me cuesta asociar la palabra «pesadilla» contigo, Pau —murmuró él, deslizando los dedos por su mejilla y su cuello hasta alcanzar la parte superior de uno de sus senos.


El corazón de Paula palpitó con fuerza al ver el deseo escrito en su rostro. ¿Cómo podría rechazarlo? Pedro la hacía sentir cosas que nunca había pensado que pudiera sentir y, aunque intentó resistirse, pronto notó que su fuerza de voluntad empezaba a desvanecerse.


—No te gusta cómo te toco; ¿es eso? —inquirió Pedro rozando levemente el pezón y haciéndola estremecer.


Paula se mordió el labio inferior.


—Sabes que eso no es verdad —susurró ella.


—Entonces, ¿no te gusta cómo te beso? —le preguntó Pedro, posando sus labios sobre los de ella y besándola hasta dejarla sin aliento.


Su débil lado racional quería gritar que aquello no era justo, pero el resto de su ser estaba hundiéndose en el delicioso y prohibido placer que estaba experimentando.


—¿No te gusta cómo te hago el amor? —murmuró él contra sus labios mientras bajaba las manos a la cinturilla de sus pantalones de vestir y los desabrochaba.


Aquél era el momento de decir no, la azuzó la vocecilla de su conciencia. El ruido de la cremallera al bajar se mezcló con la respiración jadeante de ambos, y Paula supo lo que pasaría si no lo detenía. Sabía que esas mismas manos la recorrerían, haciéndola sentirse la mujer más hermosa y sensual del mundo, que la acariciarían con suavidad, prestando atención a sus respuestas, y que luego la dejaría tocarlo también para que pudiese hacerlo sufrir, aunque sólo un poco.


Sin embargo, el hacerlo sufrir no hacía sino aumentar su excitación e impacientarla hasta que por fin la llevaba al límite y se hundía en su interior.


—Dios, te deseo tanto, Pau... —le susurró Pedro.


Su voz, ronca y sensual, tuvo el mismo efecto sobre ella que una caricia en la parte más íntima de su cuerpo y, maldiciendo mentalmente, Paula se rindió. «Sólo una vez más...».




LA AMANTE DEL SENADOR: CAPITULO 1




Savannah Spectator
Crónica Rosa



Si pensaban que nuestro recién elegido senador no iba a dar más que hablar pasada la campaña, se equivocaban. Sus últimas apariciones en público en compañía de la que ha sido su directora de campaña, una preciosa mujer veinte años más joven que él, han hecho que se disparen los rumores, y por mucho que aseguren que su relación es estrictamente profesional, el lenguaje corporal de ambos delata que entre ellos hay algo más.


Y eso no es todo porque, a juzgar por las últimas compras que ha estado haciendo ella: ropita de bebé, libros de maternidad..., es posible, queridos lectores, que tengamos un escándalo por partida doble. Lo que nos preguntamos, sin embargo, es si el senador sabrá que va a ser papá, porque si no, ¡menuda sorpresa se va a llevar!






LA AMANTE DEL SENADOR: SINOPSIS




Pedro siempre conseguía lo que deseaba... y ahora deseaba a Paula.


Paula Chaves era una mujer independiente que había encontrado el éxito... y el placer dirigiendo la campaña de Pedro Alfonso. Durante meses,
su romance con el aspirante a senador había sido un secreto... Hasta que se hizo aquella prueba de embarazo.


Pedro Alfonso no comprendía por qué Paula trataba de apartarlo de su lado ahora que él había decidido hacer pública su relación. ¿Sería por culpa de otro hombre?

lunes, 6 de agosto de 2018

¿PRÍNCIPE AZUL? : EPILOGO




-¡Feliz día de San Valentín! Soy Paula Chaves y nos encontramos en el hospital Park Wood, de Texas, donde mi compañera, Georgina Flowers, ¡acaba de dar a luz gemelas! —Paula se acercó a la cámara—. Las niñas nacieron esta mañana y hemos pensado que unas imágenes de la madre con sus hijas serían el final más adecuado para nuestro especial de San Valentín.


En ese momento, Pedro mandó cortar la grabación.


—¿Aún no está preparada Georgina? —inquirió Paula—. Lleva por lo menos una hora maquillándose.


—Espera un poco —respondió Pedro—. La verdad es que no me he repuesto de la sorpresa. Todavía no puedo creer que apenas esta mañana haya dado a luz a dos gemelas.


—Un nacimiento muy oportuno, ¿verdad? —sonrió Paula—. Aunque los bebés han llegado un mes antes, tienen un buen tamaño. Necesitamos cuarenta y cinco segundos y luego meteremos los créditos de cierre —se puso de puntillas para asomarse a la habitación—. Se está pintando los labios, y siempre deja los labios para el final —le hizo una seña a Julian—. Entramos en cinco minutos.


Pedro miró su reloj.


—Eso nos dará tiempo suficiente para montar y transmitir el nuevo final del especial a las cadenas de televisión. Luego dispondremos de tiempo libre para ir a ver a mis padres.


—Tu madre me prometió que haría lasaña esta noche. Ya se me está haciendo la boca agua...


—Mi madre cocinaría cualquier cosa para ti.


—Y yo se lo permitiría.


Ambos se echaron a reír.


—Todavía no te he dado formalmente las gracias por lo que sea que le dijiste a Patricio —Pedro arqueó las cejas.


Paula no le había contado gran cosa de la conversación que había mantenido con su cuñado, porque temía que pensara que se estaba inmiscuyendo. Porque, después de todo, era verdad.


—Básicamente, le señalé con mucho tacto que su poesía era superficial, porque había estado escribiendo acerca de la vida sin haberla vivido en su profundidad. No había experimentado la cotidiana lucha de una persona contra el mundo; sólo había visto luchar a los demás. Su poesía reflejaba esa falta de experiencia; no sonaba convincente a aquellos que trabajaban duro todos los días. Y... —bajó la mirada a sus manos—... le señalé que el ejemplo perfecto lo tenía en su propia casa, con Teresa y los niños.


—¿Es por eso por lo que Teresa se ha mudado a tu apartamento?


—Sí, y porque necesita un descanso. Patricio quería experimentar por sí mismo la lucha cotidiana de un padre solo, ganándose la vida y manteniendo a sus hijos. Hoy es su tercer día. Le hizo prometer a tu madre que no lo ayudaría económicamente.


—No me lo puedo creer: Patricio trabajando. ¿Y el viaje a Europa?


Paula se encogió de hombros.


—Quizá para su décimo aniversario de boda...


—Eres increíble y te quiero —la besó.


—Recuérdame que me retoque la pintura de labios —repuso Paula, y le devolvió el beso—. Algo que, desgraciadamente, creo que debería hacer ahora mismo.


—Espera un minuto —Pedro la tomó de la mano—. ¿Julian? —le indicó por señas que empezara a grabar.


—¿Qué es lo que está grabando? —inquirió Paula, extrañada.


—Esto —sonriendo, sacó del bolsillo una caja de terciopelo rojo y la abrió.


—¡Pedro! —la joven se llevó las manos a la boca, al igual que habían hecho todas las otras novias que había grabado para el especial—. ¡Es un diamante en forma de corazón!


—Feliz día de San Valentín —pronunció él mientras le deslizaba el anillo en el dedo.


—Oh, Pedro —contempló el anillo con los ojos inundados de lágrimas—. Cuando lo mire, me parecerá que todos los días son San Valentín...


—Eso es porque, contigo, cada día es San Valentín.


Fin.