jueves, 5 de julio de 2018

LA TENTACION: CAPITULO 34




A la mañana siguiente, mientras Paula se estaba lavando los dientes, Pedro asomó la cabeza en el cuarto de baño y le dijo:
—Luego te veo.


Ya que él iba vestido para trabajar y ella estaba a punto de salir hacia la cafetería, no estuvo segura de qué quería decir, pero de todas formas, asintió.


Quince minutos después llegó al café Village Grounds. Lisa ya había abierto y Paula le preguntó si, antes de marcharse a arreglar los últimos detalles de la boda, podía quedarse unos minutos para que ella hiciera un par de llamadas. Mientras Lisa atendía la barra, Paula salió a la calle y llamó a la oficina. Susana respondió al segundo timbrazo.


—Hola, Susana, soy Paula.


Después de responder algunas preguntas que otros agentes querían hacerle, Paula abordó el asunto que la preocupaba.


—¿Roxana ha recogido su coche ya? —le preguntó.


—No, todavía está en el aparcamiento. ¿No dijiste que iba a estar fuera toda la semana?


—Sí, pero ya sabes que suele cambiar de opinión. Pensé que tal vez hubiera vuelto ya.


—No hay ni rastro de ella —dijo Susans—. Ni siquiera ha llamado.


Paula frunció el ceño.


—Hazme un favor. Ve a su despacho y dime si su maletín aún está allí.


—Espera mientras lo compruebo.


—De acuerdo.


Unos segundos después volvió a escuchar la voz de Susana.


—El maletín no está. Pero tampoco recuerdo haberlo visto en toda la semana.


Muy bien, entonces Roxana sabría probablemente que tenía en PDA equivocado. 


La pregunta era por qué le importaba tanto.


—Paula, ¿va todo bien? —preguntó Susana—. He estado preocupada toda la semana... desde que me pediste el teléfono de Claudio. Y me preocupé aún más cuando Claudio llamó y empezó a hacerme preguntas sobre Roxana.


Paula intentó hablar lo más calmadamente que pudo.


—Ahora mismo las cosas están un poco tirantes entre Roxana y yo, eso es todo. Todo se solucionará en las próximas dos semanas, te lo prometo.


Alguien se acercaba a ella caminando por la calle. Paula miró en su dirección y vio que era Pedro.


—Ya sé que Roxana y tú no os habéis llevado bien últimamente —dijo Susana.


—Es cierto. Y, Susana, si ves algo fuera de lo normal en la oficina, llama a Claudio, ¿de acuerdo? Tengo que irme. Te llamaré más tarde.


Sin esperar a oír la despedida de Susana, se metió el móvil en el bolso con la esperanza de evitar las preguntas de Pedro sobre la llamada. 


Tendría que esperar un poco más para llamar a Claudio.


Pedro se acercó a ella y la besó.


—Éste es un pueblo bastante conservador. ¿No hay una ordenanza contra besarse en la calle?


Pedro sonrió.


—Sólo si estamos desnudos.


Ella enganchó su brazo en el de Pedro.


—Entonces, ¿quieres acompañarme al trabajo?


—Por supuesto —mientras caminaban, Pedro añadió—: ¿Qué te parece cenar fuera esta noche?


—¿Como en una cita?


—Una cita —corroboró él—. Me gustaría llevarte al Nickerson Inn.


El Nickerson era un pintoresco y viejo lugar situado sobre una colina y con hermosas vistas del lago Michigan. Por lo que Paula podía recordar, daba las cenas más elegantes de Sandy Bend.


—Me encantaría —respondió, sonriéndole.


Cuando llegaron al café, Pedro abrió la puerta para que ella pasara primero. Paula supuso que volvería enseguida al trabajo.


—Me apetece un café —dijo Pedro, ante su mirada de curiosidad.


Paula comenzó a preparárselo mientras Lisa salía otra vez a dar los últimos toques a los preparativos de la boda. Pedro agarró un taburete y se sentó frente a la barra.


—¿Es el periódico de hoy? —preguntó, señalando un periódico que había sobre la barra.


Paula se lo pasó con más fuerza de la necesaria.


—Compruébalo —después de servir las bebidas a unos clientes, le preguntó a Pedro—: ¿No tienes que arrestar a alguien o lo que sea que hagas en tu trabajo?


El la miró por encima del periódico.


—No. Me ha llamado otro oficial que necesita que le cambie el turno por el próximo martes.


Pero ella necesitaba llamar a Claudio, así que si Pedro no se iba, tendría que hacerlo de todas formas.


—¿Te importaría vigilar el café durante unos minutos? —le preguntó.


Pedro dejó a un lado el periódico y sacudió la cabeza.


—No sé preparar las bebidas.


Paula agarró el bolso y salió de detrás de la barra.


—Improvisa.


—¿Dónde vas? —había cierto tono de pánico en su voz.


Paula se acercó a él y le dijo en voz baja:
—Voy al servicio. Creo que acaban de empezar esos días del mes. Tengo algunos calambres —dijo ella, poniéndose una mano en el vientre.


Eso lo hizo callar y Paula se metió en el baño, una cabina unisex que había al fondo del local. 


Tras echar una mirada por encima del hombro para comprobar que Pedro seguía frente a la barra, se encerró. Y por si acaso Pedro decidía seguirla y escuchar, abrió los grifos del agua antes de llamar a Claudio.


Su secretaria la pasó rápidamente con él.


—¿Es agua lo que oigo? —preguntó Claudio.


—Sí.


—Creo que no quiero saber desde dónde me estás llamando.


—No quieras saberlo —respondió ella—. ¿Recibiste mi e-mail anoche? ¿Crees que es de Roxana?


—Sí, pero el servidor de Internet no proporciona información de otros clientes, así que es dificil comprobarlo rápidamente.¿rQué tienes que ella pudiera necesitar?


Paula le contó cómo se habían intercambiado los PDA y que la noche anterior lo había mirado a conciencia sin encontrar nada.


—El hecho de que tú no veas un archivo no significa que no esté allí —le dijo Claudio.


—No sé qué decirte. Estamos hablando de alguien que mete las contraseñas en la lista de la compra.


—Tal vez sea más cuidadosa con las cosas que le importan más —Claudio hizo una pausa—. He confirmado el rumor sobre los títulos al portador, así que si hay un archivo oculto, podría valer millones. Literalmente. ¿Hablaste con tu abogado ayer? —como Paula continuaba en silencio, Claudio añadió—: Esto es algo serio. Habla con él, Paula.


Ella miró a su reflejo, en el que aparecía pálida, en el espejo. Parecía haber envejecido cinco años en los últimos cinco minutos.


—Lo haré.


Cuando la llamada hubo terminado, Paula cerró los grifos del agua y se concedió un momento para calmarse. Ya era viernes por la tarde. 


¿Sería tan horrible robar un día o dos de felicidad antes de que todo empezara a derrumbarse?


Llamaría a su padre el domingo. Estaba bien relacionado, y mucho más capacitado que ella para buscar un buen abogado. Y no le parecía que las cosas pudieran empeorar mucho más en cuarenta y ocho horas.


Pasaría el resto del tiempo con Pedro y después le ofrecería una escapatoria fácil de su relación. 


Era lo menos que él se merecía.


Guardó el móvil en el bolso y salió del baño. 


Pedro estaba tras la caja registradora.


—Falsa alarma —dijo ella con la voz más alegre que pudo poner.


Si pudiera decir lo mismo sobre la llamada de Claudio...


LA TENTACION: CAPITULO 33




Pedro salió del coche y, mientras sacaba las llaves del bolsillo, se dio cuenta de que casi todas las luces de la casa estaban encendidas. 


Apreciaba la cálida bienvenida, pero podía pasar sin pagar una factura de luz exorbitante.


—¿Paula? —la llamó al entrar. Nadie respondió.


Apagó la luz del salón y la de la cocina. Entró en el estudio y vio que el ordenador seguía encendido. Junto a él había medio vaso de whisky.


Se asomó al dormitorio y la vio dormida en el centro de la cama. Regresó al estudio y cerró la puerta a su espalda. Después de tomar un sorbo del whisky ya aguado, abrió el programa que lo ayudaría a seguir la pista de lo que había estado haciendo Paula.


Comprobó la primera entrada y vio que había entrado en la página de Chaves-Pierce. 


Sintiéndose como un vulgar ratero, leyó el mensaje que había escrito:


Claudio,
¿Crees que este archivo adjunto que te envío es auténtico? Estoy preocupada. Llámame cuando puedas.
Paula.


Así que no era ella sola la que estaba preocupada.


—¿Qué es lo que tiene que ser auténtico, maldita sea? —preguntó Pedro en voz alta.


Volvió al programa de correo de Chaves-Pierce, pero pronto se dio cuenta de que ella había borrado el mensaje anterior. Sabiendo que había llegado a una calle sin salida, volvió al programa para ver los informes de lo que se había tecleado. Y lo que vio hizo tambalear la fe que tenía en la honestidad de Paula. Había estado buscando la expresión «títulos al portador».


Aunque ya habían pasado un par de años desde su clase de Transacciones Comerciales, Pedro sabía que en Estados Unidos no había ninguna razón legal ni justificable para tratar con esos títulos.


—Esto es una maldita mierda —dijo, y se bebió el resto del whisky.


Esperaría hasta la mañana siguiente y se pegaría a ella todo el día. Haría lo que hiciera falta hasta que Paula tuviera el valor de contarle la verdad.


Pedro imprimió las páginas de los informes y las guardó en un cajón de la mesa. Apagó el ordenador, dejó el vaso en el fregadero de la cocina y se metió en la cama, junto a Paula.


Ella se giró hacia él y se despertó.


—Te he echado de menos —le susurró.


Esas cinco palabras bastaron para que Pedro deseara estar dentro de ella otra vez. 


Le hizo el amor de una manera rápida y desesperada, sin las palabras que quería darle a Paula a cambio. Primero necesitaba saber la verdad.


miércoles, 4 de julio de 2018

LA TENTACION: CAPITULO 32




Paula se despertó después del atardecer. Se estiró hacia la mesita de noche, encendió la luz y miró el reloj. Casi las diez... Tenía algo más de dos horas antes de que Pedro regresara a casa.


Se levantó y se estiró, disfrutando del suave dolor de los músculos, después de haber hecho el amor.


Se duchó, se peinó y se puso una camiseta de Pedro en lugar del pijama. Fue a la cocina y se tomó el yogur de vainilla que había comprado al principio de la semana a la señora Hawkins, junto con algunos cereales de Pedro. Por lo menos no eran con azúcar añadido.


Cuando hubo terminado de comer no sintió ganas de volver a la cama. Pensó leer un poco del libro que había empezado, pero al no encontrar la tarjeta de su empresa que había usado como marcapáginas, decidió que no estaba demasiado interesada en leer. La televisión tampoco le proporcionó mucha distracción.


Se dirigió al ordenador. Después de dudar mucho, entró en el correo de la compañía para comprobar sus mensajes. Y el corazón le dio un vuelco.


El remitente de uno de los mensajes era HotRox. Roxana. Sobre su mesa en Coconut Grove, Roxana tenía una pequeña muñeca que le había hecho una amiga. Y el nombre de la muñeca era Hot Rox.


Paula pasó el ratón sobre el mensaje y lo abrió.


Esperaba encontrar un link a alguna otra página, pero se encontró con un mensaje de verdad:



Vuelve a casa. Estarás más segura cuando me des lo que necesito. De todas formas, saben dónde estás.



Paula minimizó el mensaje, que se quedó en el borde inferior de la pantalla, pero el impacto que le había causado siguió siendo el mismo. Se sentía como si alguien le estuviera poniendo un cuchillo en la garganta.


Salió del despacho de Pedro y empezó a caminar en círculos por la casa. Después se dirigió a la cocina para tomar un vaso de agua helada, pero le temblaban tanto las manos que no pudo echar los cubitos en el vaso. Dejando el fregadero hecho un desastre, sacó una silla de debajo de la mesa y se sentó.


No la estaban amenazando, se recordó. 


Simplemente, había tomado el peor sentido de la nota, y eso era probablemente lo que pretendía el remitente.


¿Cómo podía tener ella lo que necesitaba Roxana... asumiendo que era Roxana quien le había escrito? Paula sabía que era fácil simular la identidad de otra persona en Internet. Paula debía tener en cuenta todas las posibilidades.


Fue al salón y encendió la lámpara que había junto al sofá. En algún lugar del maletín tenía los datos de contacto que Claudio le había dado la primera vez que habían hablado. Estaba casi segura de que él había incluido una dirección de correo electrónico. Encontró el papel en el bolsillo frontal y sintió una oleada de alivio al saber que podía contactar con él, aunque fuera demasiado tarde para llamar. No importaba que seguramente no leería el mensaje hasta la mañana siguiente.


Paula volvió rápidamente al ordenador. En cuanto le hubo reenviado el mensaje a Claudio, lo borró. Ya había hecho todo lo que podía para exorcizar a ese demonio, pero no se sentía más tranquila.


¿Qué podía estar pidiéndole Roxana en ese email? Paula volvió a revisar su maletín, por si hubiera pasado algo por alto entre sus papeles, pero no encontró nada. O tal vez Roxana hubiera vuelto a la oficina, había descubierto que habían intercambiado los PDA y eso era lo que quería. Si fuera así, tal vez hubiera alguna entrada en él que le pudiera dar una pista. Paula sacó el PDA de Roxana y se sentó en el sofá.


Primero abrió la agenda. Afortunadamente, las citas sólo llegaban hasta diciembre, pero entre todas las anotaciones tampoco vio nada que le llamara la atención.


Frustrada y sin ocurrírsele más ideas, regresó a la cocina, puso más hielo en el vaso de antes y empezó a buscar por los armarios el whisky que le había visto tomar a Pedro el primer día que se habían besado. Se sirvió una copa y, con el vaso en la mano, regresó al estudio, donde se puso a buscar en Internet información sobre títulos al portador.


El hielo se había derretido en el vaso y los ojos se le cerraban de sueño cuando decidió que ya había visto suficiente. Por lo menos ahora entendía a lo que se enfrentaba. Exhausta, dejó el ordenador y se fue directa a la cama de Pedro.




LA TENTACION: CAPITULO 31




Paula regresó a Dollhouse Cottage con los pies doloridos. No estaba hecha de una pasta lo suficientemente dura como para estar tras un mostrador el día entero. Menos mal que aún tenía un trabajo, asumiendo que Roxana no hubiera echado a perder toda la compañía.


Al acercarse a la casa pudo oír el sonido del cortacésped y la invadió el delicioso aroma de la hierba recién cortada. Unos segundos después el sonido cesó, oyó el crujido de la valla al abrirse y cómo Pedro arrastraba la cortadora por el camino. Pero, sobre todo, oyó los latidos de su corazón al darse cuenta de que el amor que comenzaba a sentir por él era muy real.


Pedro puso de nuevo la cortadora en funcionamiento. Al principio no vio a Paula, lo que le dio a ella la oportunidad de contemplarlo sin ser observada. La intuición le decía que no habría vuelta atrás del desastre que Roxana había creado; si le pedía ayuda a Pedro, él estaría a su lado, sin importar lo que eso supusiera para su carrera.


Pero porque ella lo amaba y porque tenía que aprender a valerse por sí misma, nunca lo haría.


Pedro levantó la mirada hacia ella y Paula sintió algo excitante en su interior cuando sus ojos se encontraron. Recordaría para siempre aquel instante. Era la primera vez que dejaba que el amor se reflejara en sus ojos. Entonces dio media vuelta y entró en la casa.


Quince minutos después oyó que Pedro entraba por la puerta trasera. Atravesó la cocina y se fue directo al baño. Enseguida se escuchó el sonido del agua al caer en la ducha. Paula fue hacia la puerta cerrada y apoyó en ella la frente.


No podía soportarlo más, no podía estar sin tocarlo. Necesitaba abrazarlo tanto como necesitaba que él la abrazara. 


Posiblemente Pedro no la rechazaría pero, si lo hacía, ella le rogaría.


Se quitó la ropa y abrió la puerta del baño. Los goznes protestaron un poco.


—¿Hay alguien ahí? —preguntó Pedro.


Paula no se molestó en responder. Apartó la cortina y se metió en la bañera, pensando que podría aprovechar el elemento sorpresa.


Allí estaba Pedro, en todo su esplendor.


—Han sido los dos días más largos de mi vida. Déjame tocarte, Pedro. Por favor.


El se giró y la miró, sin hacer ningún movimiento. Paula lo tomó como un permiso.


Empezó con sus hombros. Le encantaba su amplitud y la forma en que los huesos y los músculos se notaban bajo su piel.


Lo recorrió con los dedos, cerrando los ojos y suspirando al oír el leve gemido de Pedro. Páula tomó la pastilla de jabón, hizo algo de espuma con él en sus manos y siguió acariciando el cuerpo de Pedro.


Pedro le puso las manos en las caderas.


—No pares. Nunca.


Se besaron mientras el agua caía sobre ellos, hasta que Paula se apartó, riendo.


—Me voy a ahogar.


Pedro cerró los grifos del agua y apartó la cortina. Cuando salió de la bañera, Paula tembló, pero no porque la casa estuviera especialmente fría, sino porque necesitaba tocarlo. Necesitaba sentir que todo iba a salir bien.


Pedro regresó con dos toallas. Se enrolló una alrededor de las caderas y con la otra secó a Paula, dejando que su boca precediera a la zona que después iba a secar. Paula se lo permitió, aunque se moría por tocarlo. Cuando él la hubo secado, dejándole a Paula las rodillas temblorosas, la condujo a su dormitorio.


—Esta vez —dijo él—, vamos a hacer el amor de verdad. Despacio.


Paula abrió los brazos y Pedro se acercó a ella y recibió el abrazo. Hasta aquel momento Paula no sabía que la piel pudiera estar tan caliente. 


La de Pedro... la suya... la de ambos cada vez que se rozaban.


Pedro se tomó su tiempo con ella, acariciándola, tocándola, hasta que la necesidad que Paula sentía de darle el mismo tipo de placer pudo con ella. Lo empujó sobre los almohadones y comenzó a besarlo por todas partes. Lo habría estado besando durante horas si hubiera tenido la paciencia necesaria, pero había otras cosas que quería hacer. Le pasó la lengua por los pómulos, por la garganta y por el pecho.


Después deslizó la boca hacia abajo, y tomó su erección con una mano, acariciándolo con el pulgar.


Paula quería sentirlo dentro de ella sin la barrera del preservativo. Deseaba estar con él para siempre y tal vez algún día tener hijos suyos. Y haría todo lo posible por conseguirlo.


Cuando guió el miembro de Pedro hacia su boca, él arqueó las caderas hacia arriba. Con sus palabras y cómo le acariciaba la cara, Pedro le hacía saber a Paula cómo lo excitaba lo que le estaba haciendo. Paula se habría quedado en aquella posición hasta que él hubiera conseguido el orgasmo, aceptando con gusto aquella nueva intimidad. Pero él tenía otras ideas.


—No sigas —le dijo—. No voy a durar.


Casi a regañadientes, Paula lo dejó, recorriendo un camino de besos hacia arriba, hasta descansar en su pecho. Él la abrazó y rodó con ella sobre la cama, de manera que Paula quedó debajo de él.


Pedro la besó profundamente antes de apartarse un poco. Paula esperó, con el corazón latiéndole a toda velocidad, mientras él buscaba la protección en un cajón de la mesita de noche. 


Se puso el preservativo con movimientos rápidos y seguro, y se situó encima de Paula.


—Necesito estar dentro de ti ahora —dijo Pedro, acompañando las palabras con los movimientos—. ¿Estás preparada, cariño? —su expresión era tan dulce que Paula sintió que se le hacía un nudo en la garganta de la emoción.


—Por siempre —respondió ella, pasándole las manos por los hombros.


Pedro empezó a moverse. Paula recibía sus suaves embestidas, deseando que nunca la dejara y que nunca terminara aquel momento.


Lo urgió a que se moviera más rápido, más fuerte, pero él le sonrió y le dijo que todavía no. 


Paula le pasó las piernas por las caderas y levantó su cuerpo para unirse aún más a él, intentando llevarlo al límite.


Pedro se rió.


—Estamos saboreando esto, ¿recuerdas?


A él le resultaba muy fácil decirlo, pero Paula se estaba quedando sin respiración. Estaba al borde de un precipicio increíble, y Pedro no iba a darle el último empujón. Paula le dio un mordisco en el cuello, en el primer lugar al que pudo agarrarse.


—Estás jugando con fuego —le advirtió él, sonriendo.


—¿Y qué vas a hacer? ¿Atarme? —bromeó Paula.


—Esta vez, no. Tal vez después, si eres muy, muy mala.


Paula se rió y volvió a morderlo. No podía recordar haber estado antes tan excitada y, a la vez, divertirse tanto. Para ella, el sexo siempre había sido algo serio, algo que había que hacer bien, como si la estuvieran juzgando. Pero con Pedro, era como si pasarlo bien fuera el principal objetivo. Y le encantaba.


—Dime qué te parece este castigo —dijo Pedro.


Cambió el ángulo ligeramente, añadiendo un delicioso placer donde Paula más lo necesitaba.


—Es horrible —contestó ella—. Horroroso. El peor de los castigos.


Una vez, dos, tres veces más Pedro se hundió en ella. La última se quedó quieto en su interior.


—Dime la verdad —le susurró al oído—, o te daré más de lo mismo.


La verdad que Paula le dio no fue la que él se esperaba, ni lo que ella había planeado. Las palabras salieron de sus labios casi sin darse cuenta y envueltas en júbilo.


—Te quiero.


Pedro dudó un momento y sus miradas se encontraron. Ella vio la sorpresa reflejada en sus ojos, que se volvieron de un azul aún más oscuro.


Finalmente Pedro se movió como Paula quería que lo hiciera, rápido y con tanta fuerza que ella se agarró con una mano al cabecero. De repente el orgasmo la invadió, llenádole el cuerpo de suaves espasmos. Se abrazó a Pedro mientras todo su mundo cambiaba a su alrededor. Un segundo después Pedro gritó su nombre y cayó en sus brazos.


Paula nunca se había sentido tan entera, tan viva.


Algo más tarde, cuando los latidos de su corazón se hubieron normalizado, Paula intentó analizar sus sentimientos. Nunca antes le había dicho a un hombre que lo amaba... lo que era una terrible confesión para alguien que se acercaba peligrosamente a los treinta.


Tal vez nunca antes hubiera estado preparada. 


O tal vez su corazón ya sabía que todos los caprichos que había tenido no tenían nada que ver con el amor.


Se giró sobre uno de sus lados y contempló a Pedro, que dormía. No sabía por qué, pero se alegraba de haber esperado hasta aquel momento. Y a aquel hombre.