miércoles, 4 de julio de 2018
LA TENTACION: CAPITULO 31
Paula regresó a Dollhouse Cottage con los pies doloridos. No estaba hecha de una pasta lo suficientemente dura como para estar tras un mostrador el día entero. Menos mal que aún tenía un trabajo, asumiendo que Roxana no hubiera echado a perder toda la compañía.
Al acercarse a la casa pudo oír el sonido del cortacésped y la invadió el delicioso aroma de la hierba recién cortada. Unos segundos después el sonido cesó, oyó el crujido de la valla al abrirse y cómo Pedro arrastraba la cortadora por el camino. Pero, sobre todo, oyó los latidos de su corazón al darse cuenta de que el amor que comenzaba a sentir por él era muy real.
Pedro puso de nuevo la cortadora en funcionamiento. Al principio no vio a Paula, lo que le dio a ella la oportunidad de contemplarlo sin ser observada. La intuición le decía que no habría vuelta atrás del desastre que Roxana había creado; si le pedía ayuda a Pedro, él estaría a su lado, sin importar lo que eso supusiera para su carrera.
Pero porque ella lo amaba y porque tenía que aprender a valerse por sí misma, nunca lo haría.
Pedro levantó la mirada hacia ella y Paula sintió algo excitante en su interior cuando sus ojos se encontraron. Recordaría para siempre aquel instante. Era la primera vez que dejaba que el amor se reflejara en sus ojos. Entonces dio media vuelta y entró en la casa.
Quince minutos después oyó que Pedro entraba por la puerta trasera. Atravesó la cocina y se fue directo al baño. Enseguida se escuchó el sonido del agua al caer en la ducha. Paula fue hacia la puerta cerrada y apoyó en ella la frente.
No podía soportarlo más, no podía estar sin tocarlo. Necesitaba abrazarlo tanto como necesitaba que él la abrazara.
Posiblemente Pedro no la rechazaría pero, si lo hacía, ella le rogaría.
Se quitó la ropa y abrió la puerta del baño. Los goznes protestaron un poco.
—¿Hay alguien ahí? —preguntó Pedro.
Paula no se molestó en responder. Apartó la cortina y se metió en la bañera, pensando que podría aprovechar el elemento sorpresa.
Allí estaba Pedro, en todo su esplendor.
—Han sido los dos días más largos de mi vida. Déjame tocarte, Pedro. Por favor.
El se giró y la miró, sin hacer ningún movimiento. Paula lo tomó como un permiso.
Empezó con sus hombros. Le encantaba su amplitud y la forma en que los huesos y los músculos se notaban bajo su piel.
Lo recorrió con los dedos, cerrando los ojos y suspirando al oír el leve gemido de Pedro. Páula tomó la pastilla de jabón, hizo algo de espuma con él en sus manos y siguió acariciando el cuerpo de Pedro.
Pedro le puso las manos en las caderas.
—No pares. Nunca.
Se besaron mientras el agua caía sobre ellos, hasta que Paula se apartó, riendo.
—Me voy a ahogar.
Pedro cerró los grifos del agua y apartó la cortina. Cuando salió de la bañera, Paula tembló, pero no porque la casa estuviera especialmente fría, sino porque necesitaba tocarlo. Necesitaba sentir que todo iba a salir bien.
Pedro regresó con dos toallas. Se enrolló una alrededor de las caderas y con la otra secó a Paula, dejando que su boca precediera a la zona que después iba a secar. Paula se lo permitió, aunque se moría por tocarlo. Cuando él la hubo secado, dejándole a Paula las rodillas temblorosas, la condujo a su dormitorio.
—Esta vez —dijo él—, vamos a hacer el amor de verdad. Despacio.
Paula abrió los brazos y Pedro se acercó a ella y recibió el abrazo. Hasta aquel momento Paula no sabía que la piel pudiera estar tan caliente.
La de Pedro... la suya... la de ambos cada vez que se rozaban.
Pedro se tomó su tiempo con ella, acariciándola, tocándola, hasta que la necesidad que Paula sentía de darle el mismo tipo de placer pudo con ella. Lo empujó sobre los almohadones y comenzó a besarlo por todas partes. Lo habría estado besando durante horas si hubiera tenido la paciencia necesaria, pero había otras cosas que quería hacer. Le pasó la lengua por los pómulos, por la garganta y por el pecho.
Después deslizó la boca hacia abajo, y tomó su erección con una mano, acariciándolo con el pulgar.
Paula quería sentirlo dentro de ella sin la barrera del preservativo. Deseaba estar con él para siempre y tal vez algún día tener hijos suyos. Y haría todo lo posible por conseguirlo.
Cuando guió el miembro de Pedro hacia su boca, él arqueó las caderas hacia arriba. Con sus palabras y cómo le acariciaba la cara, Pedro le hacía saber a Paula cómo lo excitaba lo que le estaba haciendo. Paula se habría quedado en aquella posición hasta que él hubiera conseguido el orgasmo, aceptando con gusto aquella nueva intimidad. Pero él tenía otras ideas.
—No sigas —le dijo—. No voy a durar.
Casi a regañadientes, Paula lo dejó, recorriendo un camino de besos hacia arriba, hasta descansar en su pecho. Él la abrazó y rodó con ella sobre la cama, de manera que Paula quedó debajo de él.
Pedro la besó profundamente antes de apartarse un poco. Paula esperó, con el corazón latiéndole a toda velocidad, mientras él buscaba la protección en un cajón de la mesita de noche.
Se puso el preservativo con movimientos rápidos y seguro, y se situó encima de Paula.
—Necesito estar dentro de ti ahora —dijo Pedro, acompañando las palabras con los movimientos—. ¿Estás preparada, cariño? —su expresión era tan dulce que Paula sintió que se le hacía un nudo en la garganta de la emoción.
—Por siempre —respondió ella, pasándole las manos por los hombros.
Pedro empezó a moverse. Paula recibía sus suaves embestidas, deseando que nunca la dejara y que nunca terminara aquel momento.
Lo urgió a que se moviera más rápido, más fuerte, pero él le sonrió y le dijo que todavía no.
Paula le pasó las piernas por las caderas y levantó su cuerpo para unirse aún más a él, intentando llevarlo al límite.
Pedro se rió.
—Estamos saboreando esto, ¿recuerdas?
A él le resultaba muy fácil decirlo, pero Paula se estaba quedando sin respiración. Estaba al borde de un precipicio increíble, y Pedro no iba a darle el último empujón. Paula le dio un mordisco en el cuello, en el primer lugar al que pudo agarrarse.
—Estás jugando con fuego —le advirtió él, sonriendo.
—¿Y qué vas a hacer? ¿Atarme? —bromeó Paula.
—Esta vez, no. Tal vez después, si eres muy, muy mala.
Paula se rió y volvió a morderlo. No podía recordar haber estado antes tan excitada y, a la vez, divertirse tanto. Para ella, el sexo siempre había sido algo serio, algo que había que hacer bien, como si la estuvieran juzgando. Pero con Pedro, era como si pasarlo bien fuera el principal objetivo. Y le encantaba.
—Dime qué te parece este castigo —dijo Pedro.
Cambió el ángulo ligeramente, añadiendo un delicioso placer donde Paula más lo necesitaba.
—Es horrible —contestó ella—. Horroroso. El peor de los castigos.
Una vez, dos, tres veces más Pedro se hundió en ella. La última se quedó quieto en su interior.
—Dime la verdad —le susurró al oído—, o te daré más de lo mismo.
La verdad que Paula le dio no fue la que él se esperaba, ni lo que ella había planeado. Las palabras salieron de sus labios casi sin darse cuenta y envueltas en júbilo.
—Te quiero.
Pedro dudó un momento y sus miradas se encontraron. Ella vio la sorpresa reflejada en sus ojos, que se volvieron de un azul aún más oscuro.
Finalmente Pedro se movió como Paula quería que lo hiciera, rápido y con tanta fuerza que ella se agarró con una mano al cabecero. De repente el orgasmo la invadió, llenádole el cuerpo de suaves espasmos. Se abrazó a Pedro mientras todo su mundo cambiaba a su alrededor. Un segundo después Pedro gritó su nombre y cayó en sus brazos.
Paula nunca se había sentido tan entera, tan viva.
Algo más tarde, cuando los latidos de su corazón se hubieron normalizado, Paula intentó analizar sus sentimientos. Nunca antes le había dicho a un hombre que lo amaba... lo que era una terrible confesión para alguien que se acercaba peligrosamente a los treinta.
Tal vez nunca antes hubiera estado preparada.
O tal vez su corazón ya sabía que todos los caprichos que había tenido no tenían nada que ver con el amor.
Se giró sobre uno de sus lados y contempló a Pedro, que dormía. No sabía por qué, pero se alegraba de haber esperado hasta aquel momento. Y a aquel hombre.
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