miércoles, 4 de julio de 2018
LA TENTACION: CAPITULO 32
Paula se despertó después del atardecer. Se estiró hacia la mesita de noche, encendió la luz y miró el reloj. Casi las diez... Tenía algo más de dos horas antes de que Pedro regresara a casa.
Se levantó y se estiró, disfrutando del suave dolor de los músculos, después de haber hecho el amor.
Se duchó, se peinó y se puso una camiseta de Pedro en lugar del pijama. Fue a la cocina y se tomó el yogur de vainilla que había comprado al principio de la semana a la señora Hawkins, junto con algunos cereales de Pedro. Por lo menos no eran con azúcar añadido.
Cuando hubo terminado de comer no sintió ganas de volver a la cama. Pensó leer un poco del libro que había empezado, pero al no encontrar la tarjeta de su empresa que había usado como marcapáginas, decidió que no estaba demasiado interesada en leer. La televisión tampoco le proporcionó mucha distracción.
Se dirigió al ordenador. Después de dudar mucho, entró en el correo de la compañía para comprobar sus mensajes. Y el corazón le dio un vuelco.
El remitente de uno de los mensajes era HotRox. Roxana. Sobre su mesa en Coconut Grove, Roxana tenía una pequeña muñeca que le había hecho una amiga. Y el nombre de la muñeca era Hot Rox.
Paula pasó el ratón sobre el mensaje y lo abrió.
Esperaba encontrar un link a alguna otra página, pero se encontró con un mensaje de verdad:
Vuelve a casa. Estarás más segura cuando me des lo que necesito. De todas formas, saben dónde estás.
Paula minimizó el mensaje, que se quedó en el borde inferior de la pantalla, pero el impacto que le había causado siguió siendo el mismo. Se sentía como si alguien le estuviera poniendo un cuchillo en la garganta.
Salió del despacho de Pedro y empezó a caminar en círculos por la casa. Después se dirigió a la cocina para tomar un vaso de agua helada, pero le temblaban tanto las manos que no pudo echar los cubitos en el vaso. Dejando el fregadero hecho un desastre, sacó una silla de debajo de la mesa y se sentó.
No la estaban amenazando, se recordó.
Simplemente, había tomado el peor sentido de la nota, y eso era probablemente lo que pretendía el remitente.
¿Cómo podía tener ella lo que necesitaba Roxana... asumiendo que era Roxana quien le había escrito? Paula sabía que era fácil simular la identidad de otra persona en Internet. Paula debía tener en cuenta todas las posibilidades.
Fue al salón y encendió la lámpara que había junto al sofá. En algún lugar del maletín tenía los datos de contacto que Claudio le había dado la primera vez que habían hablado. Estaba casi segura de que él había incluido una dirección de correo electrónico. Encontró el papel en el bolsillo frontal y sintió una oleada de alivio al saber que podía contactar con él, aunque fuera demasiado tarde para llamar. No importaba que seguramente no leería el mensaje hasta la mañana siguiente.
Paula volvió rápidamente al ordenador. En cuanto le hubo reenviado el mensaje a Claudio, lo borró. Ya había hecho todo lo que podía para exorcizar a ese demonio, pero no se sentía más tranquila.
¿Qué podía estar pidiéndole Roxana en ese email? Paula volvió a revisar su maletín, por si hubiera pasado algo por alto entre sus papeles, pero no encontró nada. O tal vez Roxana hubiera vuelto a la oficina, había descubierto que habían intercambiado los PDA y eso era lo que quería. Si fuera así, tal vez hubiera alguna entrada en él que le pudiera dar una pista. Paula sacó el PDA de Roxana y se sentó en el sofá.
Primero abrió la agenda. Afortunadamente, las citas sólo llegaban hasta diciembre, pero entre todas las anotaciones tampoco vio nada que le llamara la atención.
Frustrada y sin ocurrírsele más ideas, regresó a la cocina, puso más hielo en el vaso de antes y empezó a buscar por los armarios el whisky que le había visto tomar a Pedro el primer día que se habían besado. Se sirvió una copa y, con el vaso en la mano, regresó al estudio, donde se puso a buscar en Internet información sobre títulos al portador.
El hielo se había derretido en el vaso y los ojos se le cerraban de sueño cuando decidió que ya había visto suficiente. Por lo menos ahora entendía a lo que se enfrentaba. Exhausta, dejó el ordenador y se fue directa a la cama de Pedro.
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