viernes, 22 de junio de 2018

AT FIRST SIGHT: CAPITULO 17




Jorge le dijo que debía ir lo antes posible porque Spencer se marchaba a Europa a la semana siguiente. El jueves era su día libre. Si no iba a trabajar el viernes a Groves y no iba el sábado a La Boutique, podría ir a Nueva York. Quedó con Jorge en que se marcharía el miércoles por la tarde y volvería el domingo por la noche.


El martes, durante la hora del almuerzo, encontró una gabardina gris de rebajas que era perfecta. Los zapatos grises no estaban de rebajas, pero no le costaron mucho porque los empleados de Groves tenían descuento. Si iba a hablar con Bruno Spencer respecto a lanzar una línea exclusiva de ropa, tenía que parecer una diseñadora de modas. Ahora se alegraba de que Laura la hubiera obligado a cortarse el cabello.


Cuando Jorge la llamó para decirle que el único vuelo a Nueva York el miércoles por la noche salía de San Francisco, Pedro se ofreció para llevarla al aeropuerto.


—Iremos con antelación y cenaremos juntos —añadió él—. Esto se merece que lo celebremos.


Alicia se alegraba de la suerte de su hija y le deseó suerte; sin embargo, por otra parte, no le gustaba que fuera a ausentarse.


—¿Qué voy a hacer si me dan los ataques de tos? —se quejó una vez más.


—Vamos, no te preocupes, el doctor Davison ha dicho que estás bien —le aseguró Paula—. Además, Daphne va a estar contigo todo el tiempo, es una suerte que esté de vacaciones de verano. Y ha prometido ayudar a preparar la partida de bridge el jueves. Y antes de que te des cuenta, estaré de vuelta.


Paula le dio instrucciones a Daphne y también una lista con los números de teléfono en caso de urgencia.


A Paula jamás se le habría ocurrido pensar que el trayecto al aeropuerto de San Francisco pudiera ser romántico; sin embargo, eso era exactamente lo que le pareció. Ignoró el tráfico y sólo era consciente del atractivo hombre que estaba sentado a su lado en el coche, un hombre dinámico que se había convertido en una persona muy especial para ella. El día también era especial, pensó mientras se relajaba bajo el sol y el calor de las colinas de California.


Contempló los barcos de la bahía de San Francisco y se quedó estupefacta al ver la puesta de sol más hermosa que había visto nunca tras las barras plateadas del puente Bay.


Cuando Pedro paró el coche en el estacionamiento del aeropuerto, se sacó algo del bolsillo y se volvió hacia ella.


—Toma, por una ocasión tan especial —le dijo Pedro al darle una caja de joyería.


—¡Oh, Pedro! —Paula se quedó casi sin respiración al ver el corazón de oro que colgaba de una cadena—. Es precioso.


Paula parpadeó para contener las lágrimas.


Acarició su nombre grabado en el centro del corazón.


—¿Te gusta el logo? —le preguntó Pedro.


—¿El logo?


—Tu nombre, el nombre de la línea de ropa que vas a lanzar.


—Sí. Claro que sí. Has sido tú quien ha hecho que esto sea posible.


Durante la cena en el restaurante del aeropuerto, el entusiasmo de Paula no se apagó. Completamente ignorante del transcurso del tiempo, se sorprendió al oírle decir:
—Tu vuelo va a salir ya, será mejor que nos vayamos de aquí.


Lo vio llamar a la camarera para darle la tarjeta para pagar.


Paula bebió un sorbo más de vino mientras esperaban.


La camarera regresó por fin y le susurró algo a Pedro que le dejó evidentemente sorprendido.


—No lo comprendo —dijo él sin molestarse en bajar la voz—. Debe tratarse de un error, inténtelo de nuevo.


—Lo he intentado tres veces, señor, y las tres veces ha sido inútil, la máquina ha rechazado la tarjeta. Lo siento, quizás… —la camarera titubeó—. Quizás haya sobrepasado el límite.


—¿El límite? Pedro la miró como si no comprendiera una palabra de lo que decía—. Oiga, estoy seguro de que se trata de un error. ¿Podría llamar…?


—Imposible, señor, lo siento.


—Está bien, yo mismo llamaré mañana y se van a enterar —Pedro parecía más irritado que avergonzado mientras Paula, nerviosa, jugueteó con el tenedor—. Esto es ridículo. En fin, pagaré con un cheque.


Paula sufrió al observar la frustración de Pedro cuando la camarera le explicó que no aceptaban cheques sin la garantía de una tarjeta de crédito.


—Lo peor es que uno no puede solucionar esto hablando con un maldito ordenador 


Murmuró Pedro mientras se metía la mano en el bolsillo para sacar el dinero que tenía.


Treinta dólares.


—Oh, Pedro, deja que pague yo —le dijo Paula metiendo la mano en el bolso nuevo que se había comprado—. Además, es hora de que te invite yo. 


Paula le dio el dinero de la cena, cincuenta y cinco dólares.


—Gracias, encanto, no me apetece fregar platos. Pero sólo necesito veinticinco, tengo treinta.


—No voy a permitir que vuelvas a Sacramento sin un céntimo en el bolsillo —declaró Paula e insistió en pagar toda la cuenta.


Paula mantuvo la sonrisa en su rostro mientras iban del restaurante hasta la puerta treinta y uno. Quería ahorrarle la vergüenza a Pedro, aunque no parecía avergonzado. ¿Sería que estaba acostumbrado a esas situaciones? La gente que vivía al día…


—Ese tipo con el que vas a reunirte en Nueva York, ¿es… muy amigo tuyo?


—¿Jorge? Sí, muy amigo.


—Ya.


Paula notó la tensión de los músculos de su rostro. Se había equivocado, Pedro se sentía humillado por lo de la tarjeta y estaba tratando de disimularlo. Paula comenzó a hablar rápidamente, quería tranquilizarlo.


—Tengo muchas ganas de volverle a ver. Claro que lo he visto de vez en cuando, pero hace mucho que no veo a Stella. Stella es su madre, es la que me enseñó a coser. Y también quiero conocer al bebé.


—¿Bebé?


—Jorge y Joanne han tenido un niño, tiene seis meses ya.


—Ah, ya. Jorge está casado, ¿eh? Me alegro de que sea buen amigo tuyo, velará por tus intereses.


Pedro sonreía ahora, su humor parecía haber mejorado considerablemente. Cuando llegaron a la puerta de embarque, le dio un beso a Paula.


—Diviértete. Y vuelve pronto conmigo.


«Vuelve pronto conmigo». Aquellas palabras aún le resonaban en el cerebro cuando se sentó en el avión. Estaba muy deprimida. ¿Por el incidente con la tarjeta de crédito?


No, porque se había dado cuenta de que sus sospechas eran fundadas.


Todo era una fachada. Pedro Alfonso, que parecía fuerte, independiente y responsable era, en el fondo, una persona dependiente e irresponsable. Como su padre. Durante unos momentos, recordó los meses tras el fallecimiento de Pablo, el momento cuando se enteró de que estaban en la ruina. En aquel entonces, se sintió perdida y sin apoyo.


Así era como se sentía ahora, como si le hubieran robado algo maravilloso.


Pedro había hecho posible la operación porque sabía lo que eso significaba para ella. Había insistido para que le enviara a Spencer los dibujos, abriéndole una maravillosa oportunidad, un mundo nuevo.


Un sentimiento de tierna compasión se apoderó de ella. ¿Hacía Pedro lo que quería? ¿Era feliz? 


Si pudiera compaginar su filosofía con un poco de sentido práctico, pensar más en él en vez de preocuparse tanto a los demás.


Era tan generoso…


Como su padre, que lo había dado todo.


«Pedro Alfonso, podría amarte. Y había empezado a creer que tú también lo amabas».


Eso, también, era una fachada.


No, jamás le entregaría su corazón a un hombre como Pedro.



AT FIRST SIGHT: CAPITULO 16



—Tengo que volver a los Estados Unidos otros dos meses —le había dicho a su socio cuando el editor le pidió una revisión del escrito—. Allí no me distraerá nadie.


De vuelta a la paz y la tranquilidad de la casa para huéspedes de su hermana. De vuelta a Paula. Quería llegar a comprender sus sentimientos por ella.


Paula estaba sentada en los escalones del porche esperándolo con la raqueta en la mano. 


Cuando detuvo el coche delante de la casa, ella se puso en pie inmediatamente y corrió hacia él con una expresión vital en su rostro.


—Hola, Paula.


Pedro hizo un esfuerzo por mantener la voz neutral.


—¿Uno de tus diseños? —le preguntó a Paula fijándose en su atuendo para jugar al tenis.


—Sí —respondió ella con una sonrisa tímida—. Tenía pensado llevarlo a la tienda de Laura el sábado, pero al llamarme…


—Quédatelo, te sienta muy bien.


Por extraño que pareciese, Pedro echó de menos las gafas de Paula con sus gruesas lentes.


Paula aferró la raqueta con la mano durante el trayecto al club.


«Sólo amigos. Esto sólo es un partido de tenis amistoso, nada más». A Paula le resultó imposible entablar una conversación ligera. 


Quizá, si mencionase el tiempo…


—Ha hecho mucho calor en lo que va de verano —estupendo, le había salido la voz normal.


—En Londres hacía un tiempo muy agradable, aunque ha llovido mucho —comentó Pedro.


Londres. Así que era allí donde había estado. 


¿Por qué? ¿Cuánto tiempo se quedaría en los Estados Unidos esta vez? Pero se negó a preguntar.


Sin embargo, Pedro sí le hizo preguntas sobre su trabajo, sobre Alicia y, por supuesto, sobre las operaciones. Cuando Paula le dijo que ahora se sentía libre, Pedro sonrió y preguntó:
—¿Como si fueses descalza?


Pedro lo sabía, la comprendía. Hasta cierto punto, la camaradería entre ellos volvió, una camaradería que se rompió en el momento en que entraron en el club deportivo y la gente se les acercó… No, se le acercó a él.


Paula se apartó. La sensación de libertad no había conseguido aplacar su innata timidez. Se negó a competir con mujeres que le parecían más atractivas e interesantes que ella.


Sin embargo, esta vez, Paula también atrajo cierta atención. Hubo un joven llamado Ramiro que insistió en invitarla a café y se puso a charlar con ella hasta que uno de sus compañeros de golf fue a decirle que había llegado la hora de tomar el té. También hubo mujeres que le preguntaron dónde había comprado el traje de tenis.


Cuando Paula les contestó que lo había confeccionado ella misma, causó aún más sensación.


—¿Podrías hacerme uno? ¿En azul?


—Lo siento —contestó Paula—, pero no tengo tiempo.


Hacía mucho tiempo se había jurado a sí misma no ser lo que Stella había sido, una modista para varias clientes, mujeres seguras de saber lo que querían hasta que se probaban el producto acabado y con el que nunca se encontraban bien. Pobre Stella.


—No, lo siento, no puedo —continuó diciendo mientras volvía la cabeza para buscar a Pedro con la mirada.


Por fin lo vio, y el corazón le dio un vuelco. 


Estaba sentado en otra mesa a solas con una mujer. La mujer era rubia, hermosa y llevaba uno de esos bañadores franceses que enseñaban más de lo que tapaban. Pedro estaba inclinado sobre ella y la mujer le sonreía con coquetería.


En esta ocasión, Paula sintió algo más que envidia, sintió algo primitivo y profundo. Se le encendieron las mejillas y el pulso le latió sin control. Le dieron ganas de acercarse a la mesa y pegar a la rubia.


¡Estaba terriblemente disgustada consigo misma!


«Somos amigos, sólo somos amigos», se repitió a sí misma en silencio.


Pedro le sorprendió aquella mujer cuando se le aproximó y le dijo: —Doctor Alfonso.


Se llamaba Crystal, pero ¿cuál era su apellido? ¿Cómo sabía quién era él?


—En mi profesión, hay que saber estas cosas —le aseguró ella—. Trabajo en relaciones públicas. Pero no se preocupe, no voy a revelar su identidad; es decir, no hasta que lo lance.


—¿Hasta que me lance?


—Sí, a usted y a su maravilloso libro. ¿No quiere ser rico y famoso? —preguntó coquetamente.


—No.


—¿No quiere que la gente compre su libro?


—Quiero que lo lean.


—Bueno, pues si quiere que lean su libro, tendrá que salir del anonimato —dijo ella.


—Mis editores…


—He trabajado con ellos en algunas ocasiones. Si usted está de acuerdo, me harán un contrato para promocionar su libro. ¿No le ha llamado su editor?


Pedro negó con la cabeza, estaba ligeramente molesto.


—Lo más seguro es que se ponga en contacto con usted mañana.


—¿Cómo sabía que estaría en el club? —preguntó Pedro sospechoso.


—Porque he llamado a su casa y he hablado con su hermana —respondió ella—. No se preocupe, todo está bien. La verdad es que este contrato me vendría muy bien porque vivo en Sacramento e incluso soy socia de este club, así que podremos trabajar juntos sin problemas.


La mujer le tocó la mano y sonrió con expresión de admiración antes de añadir:
—Su libro es maravilloso y, dado el interés que la gente muestra en estos tiempos por mejorarse a sí misma, creo que será todo un éxito… con mi ayuda.


Crystal comenzó a hablar de entrevistas por televisión y radio, de sesiones de firma de autógrafos y de apariciones en público. Pedro se sintió algo confuso, su intención había sido escribir un libro y volver a su trabajo. Empezó a explicarle a esa mujer que no tenía tiempo para todo eso, pero ella lo interrumpió.


—Deme sólo un mes —le dijo Crystal inclinándose sobre él y acariciándole el brazo con gesto seductor—. Le sorprenderá ver lo que yo consigo en poco tiempo: sobre todo, si nos organizamos bien. Pero, por supuesto, necesitaré su consentimiento y su cooperación. Ahora veamos, la fecha en que se va a publicar…


Pedro no le hizo ninguna promesa. En realidad, la escuchaba sólo a medias, pensaba en otra cosa.


Pensaba en Paula. Consumido por una repentina ternura, la buscó con los ojos. Paula estaba hablando con un grupo de gente y, en su opinión, a propósito, evitaba mirarle.


—Lo pensaré —le dijo a la señora Crystal Moráis después de tomar la tarjeta que ella le había ofrecido.


Le dijo que sí, que podía llamarlo para arreglar otra entrevista. Se despidió de ella y se fue junto a Paula.


No jugó tan bien como de costumbre, estaba demasiado ocupado mirando a Paula.


Realizaron el trayecto a casa de Paula en amistoso silencio, agarrados de la mano. La acompañó hasta el interior de la casa, agradeciendo el frescor de su interior después del calor y el sol.


Pedro dejó su raqueta encima de una mesa y luego, con ternura, la abrazó y le rozó los labios con los suyos. La respuesta de ella, derritiéndose en sus brazos, le hizo sentir algo muy profundo, algo que nunca había sentido. La estrechó contra sí devorándola a besos, intoxicado con su dulzura.


—Paula, ¿eres tú, querida? —la voz procedía del piso superior.


—Sí, Alicia.


—¡Estupendo! Me había parecido oírte. Oye, Jorge está al teléfono.


«¡Maldito Jorge!»


—Paula, ha llamado para hablar contigo, parece algo urgente.


—Está bien —murmuró Paula apartándose de Pedro—. Voy al teléfono de la cocina.


¡Maldita mujer! Pensó Pedro paseándose por el vestíbulo. ¡Y malditos teléfonos! De repente, imaginó a Paula en Inglaterra, en su casa, en su dormitorio.


Pedro estaba en el cuarto de estar cuando Paula volvió, su rostro mostraba entusiasmo, un entusiasmo que no tenía nada que ver con él.


—Le gustan. ¡Le gustan! —gritó Paula


—¿A quién? ¿De qué estaba hablando?


—Los diseños del portafolios. Fuiste tú quien me dijo que se los mandase al señor Spencer. ¡Jorge dice que le han encantado!


—Ah.


—Y le ha gustado la idea de lanzarlos como una línea exclusiva de ropas. Me va a enviar un billete de avión para ir a Nueva York a hablar de ello y para hacerme un contrato. El que ha llamado era jorge, él lo está arreglando todo. ¿Puedes creerlo? ¡La diseñadora de modas Paula Chaves! Dios mío, tengo muchas ideas más y muchos más dibujos ahí arriba. Será mejor que los empaquete y me los lleve a Nueva York.


Paula se interrumpió un momento y le miró fijamente a los ojos.


—Has sido tú quien ha hecho esto posible. Me dijiste que hablase con él y le enviase los dibujos. ¡Gracias, gracias, Pedro!


Impulsivamente, le dio un abrazo. Un abrazo que no tenía nada que ver con la pasión o el amor.


jueves, 21 de junio de 2018

AT FIRST SIGHT: CAPITULO 15






Aquella noche, Paula Chaves hizo cosas que iban a cambiar el rumbo de su vida. Se ofreció voluntaria para la operación que Pedro le había sugerido y empaquetó su portafolios para enviárselo a Jorge por correo al día siguiente.


Después de examinarle los ojos, Richard confirmó que sí podía someterse a la cirugía. Le dijo que le operaría primero un ojo y, tres semanas después, el otro. Paula le preguntó por qué tenía que quedarse hospitalizada durante tres días después de la operación, Pedro no se lo había mencionado.


—Para que los estudiantes puedan observar y seguir el proceso de recuperación —le contestó Richard.


No encontró motivo de quejas cuando la iban a operar y a hospitalizar gratis. Arregló en el trabajo los días que iba a ausentarse y contrató a Daphne, una vecina adolescente, para quedarse con Alicia mientras ella estuviera en el hospital.


—Dime, Pedro, ¿por qué quieres que hospitalicemos a Paula? —preguntó Richard a su cuñado mientras Pedro hacía las maletas—. No es necesario, los pacientes, después de esta operación, pueden descansar en casa.


—Esta paciente no —contestó Pedro al tiempo que apartaba un zapato para meter un jersey en la maleta—. Si su madre quisiera una taza de café, se levantaría y se quitaría el parche del ojo para preparársela.


—¿Está enferma su madre?


—Eso es discutible.


—Bueno, en ese caso, hospital. Al fin y al cabo, eres tú quien paga, amigo —Richard miró a su cuñado con el ceño fruncido—. Pareces muy interesado en esta joven.


—No es eso, lo que pasa es que me molesta ver a alguien que no se aprovecha por completo de su talento, alguien que se conforma con mucho menos de lo que se merece —mientras hablaba, Pedro estiró un abrigo con cuidado exagerado, sin mirar a su cuñado.


—Así que lo haces por interés profesional, ¿eh? ¿Uno de tus casos para citar en tu libro?


—No, no, en absoluto. Paula es… jamás la consideraría uno de mis casos.


Pedro hizo una pausa y trató de definirla mentalmente. Una mujer de gran talento y trabajadora. Una mujer tan preocupada por su madre que no se dedicaba ningún tiempo a sí misma. Tenía ganas de vivir, pero no se atrevía.


—No —añadió Pedro reflexivamente—. Paula es diferente a todas las personas que he conocido.


—Entonces, tu interés es personal, ¿no?


—No, no es personal —se apresuró a responder Pedro mirando a Richard, que estaba doblando un jersey de Pedro cuidadosamente—. Sólo somos amigos.


Paula era demasiado inocente, se fiaba de la gente demasiado y era vulnerable. Con ella, no se podía tener una relación pasajera. No tenía experiencia en el amor y Pedro era consciente de que podía sufrir. No, no era la clase de mujer para él y, sin embargo, le había enternecido como nunca lo había conseguido ninguna otra.


Pedro suspiró. Sí, era una suerte haber terminado el libro y volver a su trabajo. En Inglaterra. Lejos de la tentación.


Alicia estaba más entusiasmada que Paula con la operación.


—¡Por fin no tendrás que llevar esas horribles gafas! Y no te preocupes, claro que estaré bien mientras tú estás en el hospital. Sólo serán unos días.


Leonard, uno de los asistentes a las partidas de bridge, la llevó al hospital todas las tardes para ver a Paula y asegurarse de que estuviera bien, no se moviera y siguiera las órdenes del médico.


Laura también visitó a Paula, que también recibió flores de sus compañeras de trabajo.


Entonces, ¿por qué se sentía abandonada? 


¿Por qué le daba un vuelco el corazón cada vez que sonaba el teléfono o cada vez que se abría la puerta? Y luego, ¿por qué esa desilusión?


Al fin y al cabo, sólo lo conocía desde hacía… ¿cuánto, dos meses? ¿Cómo en tan poco tiempo se había convertido en… en un apoyo tan grande, en alguien tan importante?


No, no era verdad. Pedro no era un apoyo, sino un manipulador y autoritario que tenía la mala costumbre de decirle a los demás lo que tenían que hacer.


Le había dicho que hiciera lo que quisiera, que fuese diseñadora y que no se preocupase por el dinero.


«¡Pues no tengo quien pague los recibos por mí, sabelotodo!»


Quizá fuera eso. Quizá su cuñado lo había echado de su casa.


«¡Paula, cómo se te ocurre pensar eso! Podría ser un famoso escritor que utiliza seudónimo». 


No, Pedro había dicho que se trataba de su primera intentona. En fin, no tenía sentido seguir especulando, lo cierto era que Pedro Alfonso era un hombre que jamás hablaba de sí mismo.


«¡Pero sí se interesa por mi vida! Entonces, ¿por qué no está aquí durante este proceso? Ha sido él quien sugirió…»


«No, él te ha hablado de esta oportunidad; por lo tanto, deberías estarle agradecida. Paula, Siempre has querido verte libre de esas gafas». 


Y ahora lo sería, después del período de recuperación.


A pesar de sus miedos, la operación había sido un éxito. Los tres días de reposo en el hospital fueron como unas vacaciones, no tenía nada que hacer excepto oír música, dormir y esperar a que la sirvieran.


Pedro le envió flores. En las dos operaciones. 


Se había acordado de ella. Pero las flores, con sus breves notas, no le levantaron mucho el ánimo. Lo único que leyó en esas notas fue amistad: «Espero que te vaya bien. Te veré cuando vuelva».


Ni siquiera sabía que se hubiera ido, ni adonde. 


La nota decía que volverá, pero… ¿cuándo? ¿Dentro de un mes, un año…?.


Decidió no pensar en él y seguir con su vida, no necesitaba a Pedro Alfonso. No necesitaba ni su apoyo, ni su fuerza, ni nada.


La segunda operación también fue un éxito. Al cabo de un mes, estaba completamente recuperada y sus ojos perfectos y sin molestias.


¡Era maravilloso! Por primera vez en la vida, Paula podía ver sin gafas. Se tocó las mejillas mientras se miraba en el espejo.


¡Lo veía todo! Ya no había nada borroso, todo era nítido y claro. Podía moverse a su antojo sin pensar en las gafas. En realidad, no podía explicar lo que sentía.


—Ir sin gafas es como ir descalza —le dijo a Laura el primer sábado que volvió a La Boutique—. Me da sensación de libertad.


—Una libertad que puede ser ensalzada —le dijo Laura mirándola críticamente—. Sabes que podrías ser bonita, Paula.


Paula se echó a reír. La vanidad era algo extraño para ella, siempre había asociado la belleza con la rubia perfección de su madre, no con la piel color oliva y el cabello negro y rebelde que ella tenía.


Pero Laura la arrastró hasta un salón de belleza donde le cortaron el cabello en una melena a capas a la altura de los hombros. Sin embargo, fue Alicia quien sacó su estuche de cosméticos y sugirió el carmín de labios y la sombra de los ojos.


Paula protestó. No quería sombra de ojos.


—Cielo, ahora que por fin se te pueden ver esos ojos tan bonitos que tienes, ¿por qué no sacar toda la ventaja que se pueda de ellos? —insistió Alicia—. Ya verás lo que un poco de rímel puede hacer con las pestañas. No te preocupes, tendré cuidado. No te muevas. Ya está, ¿lo ves?


Paula se contempló en el espejo con asombro.


Tenía las pestañas más largas y más espesas, y la expresión de los ojos más profunda.


—Eres toda una experta —le dijo a su madre —. Has hecho que parezca casi… casi guapa.


—Muy guapa le corrigió Alicia con una sonrisa de orgullo.


Por primera vez en la vida, Paula empezó a maquillarse. Y algo la impulsó a hacerse un par de vestidos y a comprarse un par de zapatos de tacón alto. Y siguiendo un impulso, también se hizo un traje para jugar al tenis.


A pesar de su nueva libertad, la vida continuó como de costumbre. Poco tiempo después de la cirugía, a Alicia le dio gripe y pasó dos semanas en la cama, incluso canceló las sesiones de bridge.


—Tenemos que tener mucho cuidado con las infecciones en los bronquios por el asma —le dijo Paula a Laura.


De nuevo, contrató a Daphne para que cuidara a su madre mientras ella iba a trabajar. Por fortuna, Alicia ya se encontraba bien el domingo que Paula recibió la llamada telefónica.


—¿Te apetece un partido de tenis? —le preguntó una voz con acento británico.


Paula se quedó sin habla.


—¿Paula? ¿Me oyes?


—Sí. Creía que… Oh, Pedro, has vuelto. No lo sabía.


Pedro tampoco lo sabía. No sabía que fuera posible que una persona le obsesionase de esa manera.