jueves, 21 de junio de 2018
AT FIRST SIGHT: CAPITULO 15
Aquella noche, Paula Chaves hizo cosas que iban a cambiar el rumbo de su vida. Se ofreció voluntaria para la operación que Pedro le había sugerido y empaquetó su portafolios para enviárselo a Jorge por correo al día siguiente.
Después de examinarle los ojos, Richard confirmó que sí podía someterse a la cirugía. Le dijo que le operaría primero un ojo y, tres semanas después, el otro. Paula le preguntó por qué tenía que quedarse hospitalizada durante tres días después de la operación, Pedro no se lo había mencionado.
—Para que los estudiantes puedan observar y seguir el proceso de recuperación —le contestó Richard.
No encontró motivo de quejas cuando la iban a operar y a hospitalizar gratis. Arregló en el trabajo los días que iba a ausentarse y contrató a Daphne, una vecina adolescente, para quedarse con Alicia mientras ella estuviera en el hospital.
—Dime, Pedro, ¿por qué quieres que hospitalicemos a Paula? —preguntó Richard a su cuñado mientras Pedro hacía las maletas—. No es necesario, los pacientes, después de esta operación, pueden descansar en casa.
—Esta paciente no —contestó Pedro al tiempo que apartaba un zapato para meter un jersey en la maleta—. Si su madre quisiera una taza de café, se levantaría y se quitaría el parche del ojo para preparársela.
—¿Está enferma su madre?
—Eso es discutible.
—Bueno, en ese caso, hospital. Al fin y al cabo, eres tú quien paga, amigo —Richard miró a su cuñado con el ceño fruncido—. Pareces muy interesado en esta joven.
—No es eso, lo que pasa es que me molesta ver a alguien que no se aprovecha por completo de su talento, alguien que se conforma con mucho menos de lo que se merece —mientras hablaba, Pedro estiró un abrigo con cuidado exagerado, sin mirar a su cuñado.
—Así que lo haces por interés profesional, ¿eh? ¿Uno de tus casos para citar en tu libro?
—No, no, en absoluto. Paula es… jamás la consideraría uno de mis casos.
Pedro hizo una pausa y trató de definirla mentalmente. Una mujer de gran talento y trabajadora. Una mujer tan preocupada por su madre que no se dedicaba ningún tiempo a sí misma. Tenía ganas de vivir, pero no se atrevía.
—No —añadió Pedro reflexivamente—. Paula es diferente a todas las personas que he conocido.
—Entonces, tu interés es personal, ¿no?
—No, no es personal —se apresuró a responder Pedro mirando a Richard, que estaba doblando un jersey de Pedro cuidadosamente—. Sólo somos amigos.
Paula era demasiado inocente, se fiaba de la gente demasiado y era vulnerable. Con ella, no se podía tener una relación pasajera. No tenía experiencia en el amor y Pedro era consciente de que podía sufrir. No, no era la clase de mujer para él y, sin embargo, le había enternecido como nunca lo había conseguido ninguna otra.
Pedro suspiró. Sí, era una suerte haber terminado el libro y volver a su trabajo. En Inglaterra. Lejos de la tentación.
Alicia estaba más entusiasmada que Paula con la operación.
—¡Por fin no tendrás que llevar esas horribles gafas! Y no te preocupes, claro que estaré bien mientras tú estás en el hospital. Sólo serán unos días.
Leonard, uno de los asistentes a las partidas de bridge, la llevó al hospital todas las tardes para ver a Paula y asegurarse de que estuviera bien, no se moviera y siguiera las órdenes del médico.
Laura también visitó a Paula, que también recibió flores de sus compañeras de trabajo.
Entonces, ¿por qué se sentía abandonada?
¿Por qué le daba un vuelco el corazón cada vez que sonaba el teléfono o cada vez que se abría la puerta? Y luego, ¿por qué esa desilusión?
Al fin y al cabo, sólo lo conocía desde hacía… ¿cuánto, dos meses? ¿Cómo en tan poco tiempo se había convertido en… en un apoyo tan grande, en alguien tan importante?
No, no era verdad. Pedro no era un apoyo, sino un manipulador y autoritario que tenía la mala costumbre de decirle a los demás lo que tenían que hacer.
Le había dicho que hiciera lo que quisiera, que fuese diseñadora y que no se preocupase por el dinero.
«¡Pues no tengo quien pague los recibos por mí, sabelotodo!»
Quizá fuera eso. Quizá su cuñado lo había echado de su casa.
«¡Paula, cómo se te ocurre pensar eso! Podría ser un famoso escritor que utiliza seudónimo».
No, Pedro había dicho que se trataba de su primera intentona. En fin, no tenía sentido seguir especulando, lo cierto era que Pedro Alfonso era un hombre que jamás hablaba de sí mismo.
«¡Pero sí se interesa por mi vida! Entonces, ¿por qué no está aquí durante este proceso? Ha sido él quien sugirió…»
«No, él te ha hablado de esta oportunidad; por lo tanto, deberías estarle agradecida. Paula, Siempre has querido verte libre de esas gafas».
Y ahora lo sería, después del período de recuperación.
A pesar de sus miedos, la operación había sido un éxito. Los tres días de reposo en el hospital fueron como unas vacaciones, no tenía nada que hacer excepto oír música, dormir y esperar a que la sirvieran.
Y Pedro le envió flores. En las dos operaciones.
Se había acordado de ella. Pero las flores, con sus breves notas, no le levantaron mucho el ánimo. Lo único que leyó en esas notas fue amistad: «Espero que te vaya bien. Te veré cuando vuelva».
Ni siquiera sabía que se hubiera ido, ni adonde.
La nota decía que volverá, pero… ¿cuándo? ¿Dentro de un mes, un año…?.
Decidió no pensar en él y seguir con su vida, no necesitaba a Pedro Alfonso. No necesitaba ni su apoyo, ni su fuerza, ni nada.
La segunda operación también fue un éxito. Al cabo de un mes, estaba completamente recuperada y sus ojos perfectos y sin molestias.
¡Era maravilloso! Por primera vez en la vida, Paula podía ver sin gafas. Se tocó las mejillas mientras se miraba en el espejo.
¡Lo veía todo! Ya no había nada borroso, todo era nítido y claro. Podía moverse a su antojo sin pensar en las gafas. En realidad, no podía explicar lo que sentía.
—Ir sin gafas es como ir descalza —le dijo a Laura el primer sábado que volvió a La Boutique—. Me da sensación de libertad.
—Una libertad que puede ser ensalzada —le dijo Laura mirándola críticamente—. Sabes que podrías ser bonita, Paula.
Paula se echó a reír. La vanidad era algo extraño para ella, siempre había asociado la belleza con la rubia perfección de su madre, no con la piel color oliva y el cabello negro y rebelde que ella tenía.
Pero Laura la arrastró hasta un salón de belleza donde le cortaron el cabello en una melena a capas a la altura de los hombros. Sin embargo, fue Alicia quien sacó su estuche de cosméticos y sugirió el carmín de labios y la sombra de los ojos.
Paula protestó. No quería sombra de ojos.
—Cielo, ahora que por fin se te pueden ver esos ojos tan bonitos que tienes, ¿por qué no sacar toda la ventaja que se pueda de ellos? —insistió Alicia—. Ya verás lo que un poco de rímel puede hacer con las pestañas. No te preocupes, tendré cuidado. No te muevas. Ya está, ¿lo ves?
Paula se contempló en el espejo con asombro.
Tenía las pestañas más largas y más espesas, y la expresión de los ojos más profunda.
—Eres toda una experta —le dijo a su madre —. Has hecho que parezca casi… casi guapa.
—Muy guapa le corrigió Alicia con una sonrisa de orgullo.
Por primera vez en la vida, Paula empezó a maquillarse. Y algo la impulsó a hacerse un par de vestidos y a comprarse un par de zapatos de tacón alto. Y siguiendo un impulso, también se hizo un traje para jugar al tenis.
A pesar de su nueva libertad, la vida continuó como de costumbre. Poco tiempo después de la cirugía, a Alicia le dio gripe y pasó dos semanas en la cama, incluso canceló las sesiones de bridge.
—Tenemos que tener mucho cuidado con las infecciones en los bronquios por el asma —le dijo Paula a Laura.
De nuevo, contrató a Daphne para que cuidara a su madre mientras ella iba a trabajar. Por fortuna, Alicia ya se encontraba bien el domingo que Paula recibió la llamada telefónica.
—¿Te apetece un partido de tenis? —le preguntó una voz con acento británico.
Paula se quedó sin habla.
—¿Paula? ¿Me oyes?
—Sí. Creía que… Oh, Pedro, has vuelto. No lo sabía.
Pedro tampoco lo sabía. No sabía que fuera posible que una persona le obsesionase de esa manera.
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Ayyyyyyyyyyyy qué lindos caps.
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