miércoles, 13 de junio de 2018

THE GAME SHOW: CAPITULO 24




El flequillo de Macarena seguía teniendo algunos trasquilones y en vez de trenzas hasta los hombros tenía lo que en el mejor de los casos podía llamarse una melena corta. Pedro había hecho todo lo posible por remediar el desastre que ella se había hecho en su preciosa mata de pelo.


—¿Crees que mamá lo notará? —le preguntó Maca.


—Bueno, es bastante observadora.


—Podría llevar sombrero hasta que volviera a crecerme el pelo.


—No —Pedro le dio un golpecito con el dedo en la punta de la nariz—. Creo que lo mejor es que seas sincera y le digas que querías parecerte a la niña del anuncio de Barbie.


—También podrías decírselo tú…


Maca sonrió y desplegó todo el encanto de una adorable niña de siete años.


—De acuerdo, pero me debes una muy grande.


—Puedo hacer la cena —se ofreció ella—. Sé hacer espaguetis.


—No. Estaba pensando en algo más parecido a un abrazo.


Ella parpadeó por la sorpresa y titubeó.


—¿Un abrazo?


—Ya sabes, me rodeas con los brazos y aprietas. Un abrazo —ella lo miraba con cierto recelo—. ¿Qué te pasa, Maca? ¿Te doy miedo?


—No tengo miedo de nada.


Macarena levantó la barbilla como Paula y Pedro pensó que quizá tanto la niña como su madre tuvieran miedo de él. No un miedo físico sino afectivo. No querían confiar en ningún hombre.


—¿Prefieres chocar las manos? Podemos tener una manera propia de chocar las manos.


—De acuerdo.


Cinco minutos más tarde, Macarena se reía como una loca mientras se inventaban una forma muy complicada de chocar las manos.


Paula tuvo cinco reuniones antes de mediodía. 


Tendría que haberse concentrado en lo que le decía el asesor de marketing sobre una línea de productos, pero no podía olvidarse de aquella mañana. Se había despertado en brazos de Pedro y había notado su cálido aliento en la mejilla. Le habría encantado quedarse allí todo el día y sentirse querida y segura.


Él abrió los ojos cuando ella se sentó.


—Supongo que nos hemos quedado dormidos —farfulló Pedro.


—Eso parece —Paula se apartó el pelo de la cara y miró el reloj—. Será mejor que me vaya.


Pedro le puso la mano en el brazo.


—Paula.


Ella puso su mano encima de la de él.


—Es hora de que Cenicienta se convierta en princesa.


—Ya. Hasta esta noche.


Pedro esperó hasta que las niñas estuvieron viendo un vídeo de Disney para llamar a Celina. 


Su relación no llevaba a ninguna parte y mantenerla no era justo para ella. 


Naturalmente, ella sabía desde el principio que no estaba dispuesto a comprometerse. No lo había querido hacer desde que Laura le comunicó que quería casarse con su hermano. 


Celina le había dicho que a ella le parecía bien tener una relación informal. Sin embargo, él conocía lo suficiente a las mujeres como para saber cuándo aparecían los celos. Celos que habían aparecido desde que él vivía en casa de Paula.


—Qué sorpresa tan agradable —le saludó ella—. ¿Ya estás cansado de jugar a las mamás?


Estaba agotado, pero también estaba sorprendido de no estar cansado de estar con las hijas de Paula. Era muy estimulante observar que Chloe descubría pequeños placeres que él había dado por supuestos desde hacía mucho tiempo y que Maca se sentara en el sofá con él mientras leía. Todavía no habían llegado a darse un abrazo, pero le parecía que era una cuestión de tiempo.


Dio la espalda a Joel y bajó la voz.


—Me gustaría hablar contigo.


—Parece algo grave.


Pedro pasó por alto el comentario. No era partidario de tratar por teléfono los asuntos personales.


—¿Crees que podríamos quedar para tomar algo?


—¿Puedes ir a un bar con las nenas?


Pedro decidió también pasar por alto el tono hiriente.


—Esta noche tengo clase, así que vendrá la niñera. Puedo pedirle que venga antes y quedar contigo en O'Malley a las seis.


—Creo que podré escaparme.


Pedro no sabía de dónde. Que él supiera, su día consistía en ir de compras, alternar con amigas o ir a la peluquería. En una época, a él le había parecido que esa falta de responsabilidades era divertida. No tenía nada reprochable, pero se había enamorado de un tipo de mujer completamente distinto. Una mujer con las manos curtidas, que podía leer igual un cuento a su hija que un informe financiero. Por eso, sobre todo por eso, tenía que romper con Celina.



—Entonces, hasta luego.


Al ser padre soltero, aunque fuera durante un mes, enseguida se había dado cuenta de que las cosas casi nunca pasaban como las había planeado. Pedro se acordó de la conversación que había tenido con Paula en su despacho antes de intercambiar los papeles. ¿Realmente había creído que ella no tenía capacidad organizativa? ¿Realmente había creído que ocuparse de unas niñas era algo rutinario?


Si lo había creído, ya había escarmentado. La señora Murphy llamó veinte minutos antes de su cita con Celina.


—Lo siento, señor Alfonso, pero esta noche no puedo ir a cuidar a las niñas y no creo que pueda ir la semana que viene. Mi madre se ha roto la cadera. Tiene noventa años y los médicos están muy preocupados. Esta noche me voy a Florida.


—Lo siento mucho. Espero que todo salga bien.


—Paula suele pedirle a Miriam Davies, del apartamento 12B, que las cuide cuando yo no puedo ir. Espero que pueda arreglarlo con tan poca antelación.


—Gracias. No se preocupe. Nos apañaremos.


El optimismo se desvaneció después de pasar por el apartamento 12B. Miriam iba a cenar con la familia de su hija, pero podría ocuparse de las niñas durante el resto de la semana.


Pedro volvió al apartamento a repasar las alternativas. Era demasiado tarde como para llamar a Celina. Aunque pudiera encontrarla en el teléfono móvil, no quería posponer esa cita.


Agarró la bolsa de los pañales y se dirigió hacia el autobús con dos niñas de las manos y Joel pegado a los talones. El cámara, por lo menos, le había garantizado que no se emitiría su conversación privada con Celina.


Cuando llegó a O'Malley, vio a Celina que daba un sorbo de Martini en una mesa muy apartada del fondo del bar. Primero lo miró con los ojos fuera de las órbitas cuando vio a las niñas, pero los entrecerró amenazadoramente cuando vio que Joel también iba con ellos.


—No puedo creérmelo —le dijo entre dientes—. Me parece que no necesitamos público.


—No he podido evitarlo. Ya conoces a Joel de la otra noche…


—Señora… —dijo Joel desde detrás de la cámara.


—Éstas son Macarena y Chloe. Estaban acostadas cuando fuiste al apartamento la otra noche.


—Encantada. Yo me marcho. Avísame cuando dejes de jugar a los papás, Pedro.


Salió del bar como una diosa enfurecida. Algunos hombres lo miraron como si estuviera loco por dejar que se marchara una mujer como aquélla. Pedro se sintió muy aliviado.


—Ha salido muy bien —comentó Joel.


—Sí. Me parece que la conversación que íbamos a tener ya no tiene sentido. Ya que me he saltado la clase, ¿qué os parece si nos vamos todos a tomar un helado de camino a casa?


Chloe aplaudió con sus manitas regordetas.


—Heeeladooo. Papi.


Pedro se quedó paralizado aunque el corazón se le salía del pecho. ¡Papi…!


—La primera vez que lo oyes es como si te dieran un puñetazo en la boca del estómago, ¿verdad? —intervino Joel.


Pedro no contestó porque no pudo, pero sabía que tenía razón.


martes, 12 de junio de 2018

THE GAME SHOW: CAPITULO 23




Pedro se tumbó en el sofá con una mano debajo de la cabeza y la otra sujetando la botella de cerveza. La conversación le daba vueltas en la cabeza.


Los adultos no decían siempre lo que pensaban, pero esa noche Paula se había aproximado bastante y él no sabía cómo sentirse al respecto.


Al final del día siguiente, Pedro se sentía como si hubiera corrido el maratón. Arlene y otras dos personas de su turno se habían quedado en casa enfermas de gripe y había llegado un envío enorme para las vacaciones. Tuvo el tiempo justo para pasar por casa y hacer dos sándwiches antes de irse a clase. Además, comprobó que ser consejero delegado no significaba saber todas las respuestas de un examen muy importante. Pedro no había estudiado y sabía que lo comprobaría en las notas. ¿Por qué les hacían estudiar todas esas cosas si no iban a utilizarlas nunca?


Se lo había dicho a Joel, pero él se había limitado a sonreír y a grabarlo mientras recogía el examen.


Estaba terminando de doblar las últimas prendas de la colada cuando llegó Paula, que se dejó caer junto a él en el sofá y dejó escapar un suspiro de agotamiento.


—¿Un día malo? —le preguntó Pedro.


—He tenido que ir a un cóctel a casa del alcalde.


—Pobrecita.


Paula lo miró con la cabeza ladeada.


—¿Noto cierto sarcasmo en tu tono de voz?


—En absoluto. Sencillamente, no consigo sentir lástima por ti. Brindar con los capitostes de Chicago no es tan extenuante como…


—Adelante, dilo —Paula le dio un codazo en las costillas—. Mi vida no es un camino de rosas, ¿verdad?


—Nunca he dicho que lo fuera.


Ella soltó una carcajada y Pedro le dijo que no hiciera ruido.


—Me ha costado Dios y ayuda dormir a Chloe. Seguía levantada cuando he llegado de clase.


—Tienes suerte, estoy demasiado cansada para alegrarme.


—¿Qué me dices, Paula? ¿Insinúas que mi vida no es la vida padre que te imaginabas?


Paula abrió la boca para replicar, pero bostezó.


—¿Qué te parece si lo dejamos en un empate?


Dicho eso, se quedó dormida.


Pedro estaba demasiado cansado como para llevarla en brazos a su dormitorio o como para ser tan caballeroso de dormir en la butaca o en el suelo. Estaba demasiado agotado como para preguntarse qué diría la gente del programa cuando viera la escena que estaba grabando la cámara. Apagó la luz y se tumbó junto a ella. Lo último que recordaba de antes de quedarse dormido era que le había dado un beso a Paula en la sien y que ella había susurrado su nombre.



THE GAME SHOW: CAPITULO 22




Era medianoche muy pasada y Pedro y Paula deberían haberse acostado, pero la media hora de charla se había convertido en más de una hora y ninguno de los dos parecía tener prisa. 


Estaban sentados en el sofá con la cabeza apoyada en el respaldo y los pies sobre la mesa. 


Paula se había quitado el traje de seda y la blusa y se había puesto una camiseta y unos pantalones cortos de algodón. Pedro también llevaba una camiseta y los vaqueros desteñidos que Paula recordaba de la primera vez que había ido a su casa.


Por fin había refrescado un poco, sobre todo por la noche. 


Paula rascó la etiqueta de la botella de cerveza con la uña del dedo gordo del pie. Pedro le había dicho que echaba de menos la cerveza cuando veía la televisión y ella le había llevado un paquete de seis cervezas de importación.


—¿Quieres otra? —le preguntó Pedro mientras se levantaba y se estiraba.


—¿Por qué no? —contestó ella, aunque el reloj marcaba la una y veinte.


Pedro volvió de la cocina con dos botellas marrones, abrió una y se la dio a Paula, luego se sentó y chocó el cuello de su botella con el de la de Paula.


—Por la buena cerveza.


—Y por los buenos amigos.


—Ah, ¿somos amigos? —preguntó Pedro.


—¿Qué quieres ser?


Ella esperó la respuesta y se sorprendió al notar cómo le latía el corazón. ¿Qué esperaba que contestara él? No estaba segura, pero sintió una punzada de decepción.


—Creía que éramos adversarios —replicó Pedro—. Es una competición, como ya sabes. Una competición que estoy dispuesto a ganar.


Paula se rió.


—Vives en un mundo de fantasía, pero al final del día somos amigos.


—Sí. Nunca me lo habría imaginado al empezar.


—Ya lo sé. No te caía muy bien.


—Estás de broma —replicó Pedro con tono inexpresivo.


—Vamos, reconócelo. Tú tampoco me caías muy bien.


—Siento disentir. Te encontraba incordiante como un tábano, pero tenías algo que…


Pedro no terminó la frase.


—Termina.


—No pienso halagar tu vanidad. Ya sabes que tienes unas buenas piernas.



Lo que vio el primer día en el almacén, lo que hacía que deseara que llegara la noche para charlar con ella, lo que hacía que deseara que Me pongo en su lugar durara mucho más que un mes, era algo distinto a sus piernas..


—Chloe se ha metido un guisante en la nariz —comentó Pedro para cambiar de tema.


—Por favor, dime que se lo has sacado.


—Me ha costado un poco, pero sí.


No le dijo nada de los momentos de pánico que había pasado antes de que expulsara la maldita legumbre.


—Te lo he contado sólo porque sé que Macarena te ha llamado después de cenar.


—No me ha contado nada del guisante.


—Ah, entonces me habrá puesto verde por quemar la cena… En mi defensa te diré que el horno está estropeado.


—Tampoco me ha dicho nada de la cena.


—Ah…


—Sabes dónde está el extintor, ¿verdad?


—Muy graciosa. Entonces, ¿para qué te ha llamado?


Paula decidió guardar silencio.


—¿Vas a decírmelo o tendré que adivinarlo?


—Me ha dicho que te has ofrecido para llevarla al baile a finales de mes. Me pongo en su lugar ya habrá terminado entonces. Ya lo sabes, ¿verdad?


—Perfectamente.


—¿Por qué has consentido en llevarla?


—¿Hace falta que lo preguntes?


Paula no dijo nada y Pedro siguió.


—Es una chica maravillosa, Paula. Las dos lo son. Ella fingió que no le importaba mucho, pero se notaba que sí le importaba. Quiero hacerlo por ella. No tiene nada que ver con el programa.


—Gracias. Ojalá…


—¿Qué?


Ojalá ella pudiera proteger a Macarena de ese tipo de sufrimientos. Ojalá ella, como madre soltera, pudiera ser todo lo que sus hijas necesitaban. Sobre todo, se dio cuenta, ojalá Pedro fuera algo más que una presencia circunstancial en sus vidas. Sin embargo, no podía decírselo. Casi no podía reconocerse a sí misma que lo que sentía por él era algo más que mera atracción. Le gustaba y lo respetaba. Le hacía reír, algo que no había hecho desde hacía mucho tiempo. Era bueno con sus hijas y estaba segura de que no lo era por el programa sino porque era equilibrado, paciente, considerado y participativo.


—¿Vas a decirme ojalá qué?


Ojalá la amara, se dijo ella.


—Ojalá el colegio no organizara ese baile. Lo hacen todos los años y tengo que explicarle a Maca por qué ya no tiene padre. Aunque Kevin tampoco lo fue mucho cuando estaba aquí. Casi no me dedicaba nada de tiempo a mí, así que imagínate a Maca…


—Entonces, ¿no tiene ninguna relación con Macarena y Chloe?


—No. No ha hablado con Maca desde que se fue y a Chloe no la ha conocido. Nos separamos cuando estaba embarazada.


—Lo siento, Paula —le pasó un brazo por los hombros y le dio un abrazo de consuelo.


—Yo también. Es difícil explicárselo a las niñas. Ellas dan por supuesto que hicieron algo mal.


Pedro no se había propuesto sacar ese tema, pero en vista de cómo se desarrollaba la conversación, decidió contarle todo lo que le había dicho Maca.


—Maca me ha dicho que una vez oyó a Kevin decir que le habría gustado no tener hijos.


—Dios mío —gruñó Paula—. Se habrá sentido destrozada. Tengo que hablar con ella. ¿Qué le has dicho?


—Le he dicho que a veces, cuando estamos alterados, los adultos decimos cosas que no pensamos.


—Es verdad, ¿no? —Paula notaba el dedo de Pedro que le hacía círculos en el hombro—. A veces nos apartamos de personas a las que hemos empezado a tener cariño cuando, en realidad, queremos conservarlas cerca.


El dedo de Pedro se quedó parado.


Paula se levantó.


—Es tarde, creo que debería dormir por lo menos un par de horas.


—Paula…


Ella no le dejó que dijera lo que iba a decir. Esa noche ya había oído demasiadas cosas y tenía que pensar.


—Me alegro de que estuvieras aquí con ella, Pedro. Algún día serás un buen padre.


Paula se fue



THE GAME SHOW: CAPITULO 21





Pedro, tenemos que hablar.


Estaba literalmente metido hasta los codos en un pañal cuando Macarena le dijo esa frase tan propia de un adulto. No era la primera vez, desde que se había metido en ese programa, que había pensado que prefería la reunión más aburrida antes que tener que cambiar unos pañales.


—Tendrás que esperar un momento. Estoy bastante ocupado, pequeña.


Macarena asintió con la cabeza y se dio la vuelta para salir del dormitorio, pero se paró en la puerta.


—Mamá me llama Maca.


Cuando se quedaron solos, Pedro sonrió a Chloe.


—Creo que empiezo a caerle bien a tu hermana.


Al cabo de un rato, Pedro fue a la sala con Chloe a cuestas.


Dejó a la niña pequeña delante de un rompecabezas de colores y se dirigió a Maca.


—Muy bien, ¿de qué querías hablar?


—Tengo un dilema.


Pedro se contuvo la risa al oír la palabra. Tenía siete años y medio, ¿qué sabía ella de dilemas? Sin embargo, lo miraba con tanta intensidad que estaba seguro de que ella prefería no saber su opinión al respecto.


—Bueno, dime de qué se trata y a lo mejor puedo ayudarte a resolverlo.


—Hay una cosa en el colegio a finales de mes.


Macarena había empezado a ir al colegio hacía unos días. A Pedro le había sorprendido, quizá sin motivo, comprobar que Paula mandaba a su hija a un colegio católico. Eso quería decir que tenía que pagar la matrícula. Sin embargo, conseguía pagarla a pesar de su escaso presupuesto y de que estaba ayudando a saldar las deudas de la tarjeta de crédito de su ex marido. Tenía que reconocer que admiraba cómo estiraba cada dólar.


—¿Qué cosa?


—Un baile.


—Ah, ¿no sabes bailar? —aventuró Pedro.


—Sí sé bailar.


Parecía tan ofendida que Pedro tuvo que disimular una sonrisa.


—Entonces, ¿cuál es tu dilema?


—No tengo acompañante —lo dijo con tanta tristeza que a Pedro ni se le ocurrió reírse.


—Estoy seguro de que alguien te lo pedirá —Pedro se preguntó si hacían esas cosas a los siete años—. Falta un mes.


Pedro dio gracias al cielo de que en esas fechas él ya no estaría allí. ¿Qué le podría decir a una niña de siete años a quien nadie había invitado a ir al baile del colegio?


—No, no lo entiendes —Maca se recostó en el sofá con un suspiro muy teatral—. Es un baile de padres con hijas.


Ella no tenía padre. Al menos, no tenía un padre para esas ocasiones. A Pedro se le encogió el corazón y volvió a preguntarse cómo era posible que un padre tuviera dos hijas y desapareciera.


Paula volvió a suspirar y se tapó la cara con el brazo. Pedro se sentó junto a ella.


—Entonces, quieres ir, pero necesitas un acompañante…


—Bah… —Macarena se incorporó con la barbilla muy levantada, como solía hacer su madre para demostrar orgullo—. Supongo que no hace falta que vaya. Además, tampoco tengo un vestido bonito.


Pedro le maravilló tanto orgullo con sólo siete años. Era igual que su madre.


—Así que no vas a ir…


—Bah —Macarena se encogió de hombros—. No creo que sea muy divertido.


—Bueno, pues ahora tengo yo un dilema —Pedro suspiró como había hecho Macarena.


—¿Cuál es tu dilema?


—Bueno… a mí me gustaría ir a ese baile e iba a pedirte que me acompañaras, pero tú ya no quieres ir…


—¿Quieres ir conmigo?


Pareció tan ilusionada que Pedro no pudo hacerse de rogar.


—Sí. Para mí sería un honor acompañarte al baile de padres e hijas —Pedro se dio cuenta de que no sólo el tono era sincero.


Ella inclinó la cabeza a un lado y lo miró como había hecho su madre unas cuantas veces.


—¿Por qué?


—Porque no tengo una hija. Ésta podría ser mi única oportunidad.


—Está bien, supongo que puedo ir. Por ti —añadió Maca—. Yo tampoco he ido nunca a un baile de padres e hijas y ésta podría ser también mi única oportunidad. Yo no tengo un padre de verdad.


—Estoy seguro de que te echa de menos —Pedro se vio obligado a intentar consolarla.


—No, no lo hace.


—¿Por qué estás tan segura?


—Una vez le oí decirle a mamá que ojalá no hubiera tenido hijos. Cuando ella estaba embarazada de Chloe, él le dijo que no quería más hijos. Mamá lloró.


Pedro quería liarse a golpes. No era pendenciero, pero si alguna vez se encontraba con Kevin Chaves, iba a enterarse de lo que era bueno. ¿Qué clase de hombre podía decir eso a una mujer que estaba embarazada de su hijo?


—Los adultos decimos cosas muy absurdas cuando estamos enfadados. Eso no quiere decir que sean verdad.


Macarena se encogió de hombros.


—Da igual. No lo necesito. Ni siquiera para el baile —sonrió radiantemente y a Pedro le dio un vuelco el corazón—. Te tengo a ti.


Pedro notó que se le hacía un nudo enorme en la garganta.


—Entonces, decidido —consiguió decir—. Iremos juntos.


—Claro.


Macarena se levantó de un salto y estaba a medio camino de su dormitorio cuando se dio la vuelta.


—Gracias, Pedro.


—De nada, Maca.