martes, 12 de junio de 2018

THE GAME SHOW: CAPITULO 23




Pedro se tumbó en el sofá con una mano debajo de la cabeza y la otra sujetando la botella de cerveza. La conversación le daba vueltas en la cabeza.


Los adultos no decían siempre lo que pensaban, pero esa noche Paula se había aproximado bastante y él no sabía cómo sentirse al respecto.


Al final del día siguiente, Pedro se sentía como si hubiera corrido el maratón. Arlene y otras dos personas de su turno se habían quedado en casa enfermas de gripe y había llegado un envío enorme para las vacaciones. Tuvo el tiempo justo para pasar por casa y hacer dos sándwiches antes de irse a clase. Además, comprobó que ser consejero delegado no significaba saber todas las respuestas de un examen muy importante. Pedro no había estudiado y sabía que lo comprobaría en las notas. ¿Por qué les hacían estudiar todas esas cosas si no iban a utilizarlas nunca?


Se lo había dicho a Joel, pero él se había limitado a sonreír y a grabarlo mientras recogía el examen.


Estaba terminando de doblar las últimas prendas de la colada cuando llegó Paula, que se dejó caer junto a él en el sofá y dejó escapar un suspiro de agotamiento.


—¿Un día malo? —le preguntó Pedro.


—He tenido que ir a un cóctel a casa del alcalde.


—Pobrecita.


Paula lo miró con la cabeza ladeada.


—¿Noto cierto sarcasmo en tu tono de voz?


—En absoluto. Sencillamente, no consigo sentir lástima por ti. Brindar con los capitostes de Chicago no es tan extenuante como…


—Adelante, dilo —Paula le dio un codazo en las costillas—. Mi vida no es un camino de rosas, ¿verdad?


—Nunca he dicho que lo fuera.


Ella soltó una carcajada y Pedro le dijo que no hiciera ruido.


—Me ha costado Dios y ayuda dormir a Chloe. Seguía levantada cuando he llegado de clase.


—Tienes suerte, estoy demasiado cansada para alegrarme.


—¿Qué me dices, Paula? ¿Insinúas que mi vida no es la vida padre que te imaginabas?


Paula abrió la boca para replicar, pero bostezó.


—¿Qué te parece si lo dejamos en un empate?


Dicho eso, se quedó dormida.


Pedro estaba demasiado cansado como para llevarla en brazos a su dormitorio o como para ser tan caballeroso de dormir en la butaca o en el suelo. Estaba demasiado agotado como para preguntarse qué diría la gente del programa cuando viera la escena que estaba grabando la cámara. Apagó la luz y se tumbó junto a ella. Lo último que recordaba de antes de quedarse dormido era que le había dado un beso a Paula en la sien y que ella había susurrado su nombre.



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