martes, 12 de junio de 2018

THE GAME SHOW: CAPITULO 22




Era medianoche muy pasada y Pedro y Paula deberían haberse acostado, pero la media hora de charla se había convertido en más de una hora y ninguno de los dos parecía tener prisa. 


Estaban sentados en el sofá con la cabeza apoyada en el respaldo y los pies sobre la mesa. 


Paula se había quitado el traje de seda y la blusa y se había puesto una camiseta y unos pantalones cortos de algodón. Pedro también llevaba una camiseta y los vaqueros desteñidos que Paula recordaba de la primera vez que había ido a su casa.


Por fin había refrescado un poco, sobre todo por la noche. 


Paula rascó la etiqueta de la botella de cerveza con la uña del dedo gordo del pie. Pedro le había dicho que echaba de menos la cerveza cuando veía la televisión y ella le había llevado un paquete de seis cervezas de importación.


—¿Quieres otra? —le preguntó Pedro mientras se levantaba y se estiraba.


—¿Por qué no? —contestó ella, aunque el reloj marcaba la una y veinte.


Pedro volvió de la cocina con dos botellas marrones, abrió una y se la dio a Paula, luego se sentó y chocó el cuello de su botella con el de la de Paula.


—Por la buena cerveza.


—Y por los buenos amigos.


—Ah, ¿somos amigos? —preguntó Pedro.


—¿Qué quieres ser?


Ella esperó la respuesta y se sorprendió al notar cómo le latía el corazón. ¿Qué esperaba que contestara él? No estaba segura, pero sintió una punzada de decepción.


—Creía que éramos adversarios —replicó Pedro—. Es una competición, como ya sabes. Una competición que estoy dispuesto a ganar.


Paula se rió.


—Vives en un mundo de fantasía, pero al final del día somos amigos.


—Sí. Nunca me lo habría imaginado al empezar.


—Ya lo sé. No te caía muy bien.


—Estás de broma —replicó Pedro con tono inexpresivo.


—Vamos, reconócelo. Tú tampoco me caías muy bien.


—Siento disentir. Te encontraba incordiante como un tábano, pero tenías algo que…


Pedro no terminó la frase.


—Termina.


—No pienso halagar tu vanidad. Ya sabes que tienes unas buenas piernas.



Lo que vio el primer día en el almacén, lo que hacía que deseara que llegara la noche para charlar con ella, lo que hacía que deseara que Me pongo en su lugar durara mucho más que un mes, era algo distinto a sus piernas..


—Chloe se ha metido un guisante en la nariz —comentó Pedro para cambiar de tema.


—Por favor, dime que se lo has sacado.


—Me ha costado un poco, pero sí.


No le dijo nada de los momentos de pánico que había pasado antes de que expulsara la maldita legumbre.


—Te lo he contado sólo porque sé que Macarena te ha llamado después de cenar.


—No me ha contado nada del guisante.


—Ah, entonces me habrá puesto verde por quemar la cena… En mi defensa te diré que el horno está estropeado.


—Tampoco me ha dicho nada de la cena.


—Ah…


—Sabes dónde está el extintor, ¿verdad?


—Muy graciosa. Entonces, ¿para qué te ha llamado?


Paula decidió guardar silencio.


—¿Vas a decírmelo o tendré que adivinarlo?


—Me ha dicho que te has ofrecido para llevarla al baile a finales de mes. Me pongo en su lugar ya habrá terminado entonces. Ya lo sabes, ¿verdad?


—Perfectamente.


—¿Por qué has consentido en llevarla?


—¿Hace falta que lo preguntes?


Paula no dijo nada y Pedro siguió.


—Es una chica maravillosa, Paula. Las dos lo son. Ella fingió que no le importaba mucho, pero se notaba que sí le importaba. Quiero hacerlo por ella. No tiene nada que ver con el programa.


—Gracias. Ojalá…


—¿Qué?


Ojalá ella pudiera proteger a Macarena de ese tipo de sufrimientos. Ojalá ella, como madre soltera, pudiera ser todo lo que sus hijas necesitaban. Sobre todo, se dio cuenta, ojalá Pedro fuera algo más que una presencia circunstancial en sus vidas. Sin embargo, no podía decírselo. Casi no podía reconocerse a sí misma que lo que sentía por él era algo más que mera atracción. Le gustaba y lo respetaba. Le hacía reír, algo que no había hecho desde hacía mucho tiempo. Era bueno con sus hijas y estaba segura de que no lo era por el programa sino porque era equilibrado, paciente, considerado y participativo.


—¿Vas a decirme ojalá qué?


Ojalá la amara, se dijo ella.


—Ojalá el colegio no organizara ese baile. Lo hacen todos los años y tengo que explicarle a Maca por qué ya no tiene padre. Aunque Kevin tampoco lo fue mucho cuando estaba aquí. Casi no me dedicaba nada de tiempo a mí, así que imagínate a Maca…


—Entonces, ¿no tiene ninguna relación con Macarena y Chloe?


—No. No ha hablado con Maca desde que se fue y a Chloe no la ha conocido. Nos separamos cuando estaba embarazada.


—Lo siento, Paula —le pasó un brazo por los hombros y le dio un abrazo de consuelo.


—Yo también. Es difícil explicárselo a las niñas. Ellas dan por supuesto que hicieron algo mal.


Pedro no se había propuesto sacar ese tema, pero en vista de cómo se desarrollaba la conversación, decidió contarle todo lo que le había dicho Maca.


—Maca me ha dicho que una vez oyó a Kevin decir que le habría gustado no tener hijos.


—Dios mío —gruñó Paula—. Se habrá sentido destrozada. Tengo que hablar con ella. ¿Qué le has dicho?


—Le he dicho que a veces, cuando estamos alterados, los adultos decimos cosas que no pensamos.


—Es verdad, ¿no? —Paula notaba el dedo de Pedro que le hacía círculos en el hombro—. A veces nos apartamos de personas a las que hemos empezado a tener cariño cuando, en realidad, queremos conservarlas cerca.


El dedo de Pedro se quedó parado.


Paula se levantó.


—Es tarde, creo que debería dormir por lo menos un par de horas.


—Paula…


Ella no le dejó que dijera lo que iba a decir. Esa noche ya había oído demasiadas cosas y tenía que pensar.


—Me alegro de que estuvieras aquí con ella, Pedro. Algún día serás un buen padre.


Paula se fue



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