sábado, 9 de junio de 2018

THE GAME SHOW: CAPITULO 11




Ese amago de beso obsesionó a Pedro durante casi toda la mañana, tanto que Arlene tuvo que darle un golpecito en el hombro para recordarle que era la hora del descanso. 


Necesitaba algo más que el café amargo de la máquina para despejarse, pero tuvo que conformarse.


—¿Qué tal es ser padre soltero? —le preguntó Arlene.


Estaba sentada a la mesa enfrente de él, y le sonreía con unos labios de color rubí.


Pedro no podía evitar que le gustara aquella mujer. No merodeaba a su alrededor ni lo trataba como a un rey destronado. Aun así, mientras Joel estuviera al lado con la cámara, no pensaba reconocerle que tenía una adversaria muy dura de pelar.


Se encogió de hombros.


—No tiene una vida fácil, pero la mía tampoco lo es.


Él, sin embargo, sabía muy bien que la vida de Paula era mucho más ajetreada y exigente de lo que se había imaginado. Como excusa para su vanidad, se decía que había entrado poco motivado a sus nuevas circunstancias. 


Acostumbrarse a los grandes cambios como ése llevaba su tiempo. Las niñas no lo conocían ni confiaban en él. Chloe lo miraba fija y desconcertantemente. Macarena, independiente y cabezota como su madre, no estaba dispuesta a concederle ni el beneficio de la duda. Lo criticaba sutil o abiertamente por todo, desde la forma de hacer los sándwiches de queso hasta la forma de limpiar la sartén. 


Pedro no se había podido imaginar que una niña de siete años iba a conseguir minar su confianza en sí mismo. Aparte de sus méritos profesionales y académicos, siempre había pensado que sabía ganarse a la gente, que sabía hacer amigos y vencer a sus adversarios sin demasiado esfuerzo. 


Sin embargo, se había topado con Paula y sus hijas y eran un obstáculo que exigía lo mejor de sí mismo, lo cual le atraía. No por la quisquillosa mujer ni por sus precoces hijas…


Sin embargo, esa madrugada, cuando meció a Chloe y ella, por fin, apoyó su cabecita en su hombro, él había sentido algo que no había sentido jamás. Pensó en la foto de los dos niños sonrientes que llevaba en la cartera. Quizá lo hubiera vivido si Laura y Damian no lo hubieran traicionado.


Le quedó un regusto amargo en la boca y lo atribuyó al café.


—Es hora de volver al trabajo —Pedro se levantó bruscamente.


Arlene lo miró atónita.


—Para el carro. Todavía quedan nueve minutos. Te aseguro que no tengo ninguna prisa.


Pedro tiró a la basura el vaso de papel.


—Nos veremos en la planta.


A mediodía, Paula y Pedro se reunieron con Raul en la sala de reuniones de Danbury's, donde se había preparado un almuerzo ligero. El día anterior, como había sido el primero, habían grabado algunos cortes que mostrarían en el programa piloto de Me pongo en su lugar. Ese día, empezarían oficialmente las reuniones diarias con el presentador del programa para comentar las estrategias y comprobar quién estaba haciéndolo mejor según un jurado invisible que estudiaba el vídeo.


Se miraron impasiblemente con los acontecimientos de esa mañana todavía candentes.


Paula se lamió los labios en un gesto de ansia competitiva. 


El concurso acababa de empezar, pero quería tomar la cabeza y no abandonarla. Una remontada en el último momento sería más teatral y efectista, pero quería sentir la confianza de ser el punto de referencia.


—Todavía es pronto, pero por el momento los dos os habéis adaptado bastante bien a la vida del otro. Os jugáis mucho, evidentemente, hay medio millón de dólares para el ganador —el atractivo presentador se dirigió a Paula—. No está mal la recompensa por un mes de trabajo, ¿eh?


Ella se limitó a sonreír y el presentador se volvió hacia la cámara para que cortara.


Raul era de la edad de Paula, pero parecía mucho más joven con aquella ropa informal pero a la última moda y las carísimas zapatillas de deportes. Tenía un arete de plata en una oreja y una sonrisa encantadora, pero se tomaba muy en serio su papel de presentador.


—¡Pero qué os pasa! Estáis ahí sentados como estatuas. Estamos en la televisión, esto no es la radio. Tenemos que ver alguna expresión en vuestras caras. Tenéis que decir cosas que saquen de quicio al contrario.


—Eso es muy fácil —farfulló Pedro.


—Perfecto, perfecto —Raul sonrió—. Recordad que es una competición, no una velada de té. Estáis jugando para ganar, no para empatar. Ya sabéis, tenéis que ir a la yugular, aquí no se hacen prisioneros.


Hizo que pareciera una batalla campal. Aun así, Paula intentó hacer lo que le dijeron y comprobó que era más fácil de lo que se había imaginado, sobre todo cuando Pedro empezó a dar una versión insulsa de la vida de ella.


Discutieron acaloradamente durante casi una hora. Cuando terminó la reunión, los dos se miraban con furia y Raul parecía encantado de la vida.


Paula entró en casa de Pedro. Vern había guardado la cámara y había dado por terminada la jornada, pero ella sabía que había cámaras instaladas por todos lados.


La casa de Pedro, a medio decorar, no tenía personalidad ni calidez. Le pareció que lo mismo podía decirse de su jefe. 


Aunque si era sincera, tenía que reconocer que tenía más sustancia de la que se había imaginado. Eso la preocupaba. 


No quería que la atracción que sentía por Pedro pasara de ser algo superficial. Podía olvidarse de una cara guapa y un buen cuerpo. Kevin también tenía las dos cosas. Sin embargo, la amabilidad, la paciencia y la inteligencia eran virtudes que no se apreciaban cuando una estaba enamoriscada.


Ya eran más de las nueve. Le quedaban menos de tres horas para poder volver a su apartamento a ver a sus hijas, como si fuera una Cenicienta.


Había estado en una reunión hasta tarde. Luego, fue a un cóctel que daba el alcalde, donde se codeó con lo más granado de la clase empresarial, casi todos hombres. Intentó que no se notara que estaba pendiente del reloj. Se presentó como la sustituta de Pedro y se ahorró todos los detalles más relevantes. Tuvo que ser algo más creativa para explicar la presencia de un equipo de filmación, pero se agarró a lo que se había inventado Sylvia: que la cadena PBS estaba haciendo un documental sobre las mujeres que ascendían en el mundo empresarial.


El teléfono de la cocina sonó y se asustó. Descolgó y vaciló.


—Residencia Alfonso, dígame… —dijo por fin.


—Hola, ¿podría hablar con Pedro?


Era una voz de mujer. El tono cortés y la forma de decir el nombre de Pedro le indicó que era su madre.


—Lo siento, pero no está en este momento.


—¿Con quién hablo?


Paula volvió a vacilar. No sabía si Pedro había explicado la situación a sus familiares y amigos.


—Soy la señorita Chaves —contestó inexpresivamente—. ¿Quiere dejarle algún mensaje?


Paula oyó un profundo suspiro.


—Así que al final mi hijo me ha hecho caso y ha contratado a alguien para la casa… La verdad es que prefiero hablar con una persona que con una máquina. Soy su madre. Sólo quería saber si vendrá al cumpleaños de su padre el mes que viene.


—Le daré el mensaje.


Paula se sentía a la vez divertida y ofendida por que la hubiera tomado por una empleada doméstica. Aun así, cuando colgó, se quedó pensando en el tono resignado de aquella mujer. Era como si supiera perfectamente cuál iba a ser la respuesta de su hijo y lo invitara sólo por cortesía, costumbre y… esperanza.


Se reprendió por hacer conjeturas ridículas. La vida y los problemas de Pedro no eran de su incumbencia. Ella ya tenía bastante como para preocuparse por un hombre que quizá la considerara atractiva, pero que, desde luego, no la consideraba tan capaz y trabajadora como él mismo.


Vio una botella de vino francés en la encimera y decidió servirse una copa. No tenía que conducir y la limusina la dejaría en su casa a la hora convenida. Esa botella no tenía tapón de rosca y se puso a buscar un sacacorchos.


El primer sorbo le confirmó lo que suponía. El vino caro era mucho mejor que el que ella podía permitirse. Cerró los ojos y sonrió. Se le había ocurrido una idea.


Los caprichos no entraban entre las costumbres de una madre soltera. Ya no se acordaba de cuándo había hecho algo para sí misma que no fuera darse una ducha muy rápida y sin dejar de estar pendiente de Chloe y Macarena. Subió las escaleras y fue al dormitorio principal. Era muy lujoso aunque discreto. Tenía una cama cubierta con un edredón muy acogedor de color crema. No tenía cabecero. Tampoco había cuadros en las paredes y en la mesilla sólo se veía, aparte de la lámpara, el mando a distancia de la televisión, que ella supuso que estaría oculta en una cómoda que había enfrente de la cama.


Si Sylvia no hubiera cedido, ella quizá hubiera dormido allí, en la cama de él. Aunque lo más probable era que hubiese dormido en alguno de los dormitorios que daban al vestíbulo. 


Aun así, la puntualización no sirvió para evitar que le pasara por la cabeza una imagen mucho menos casta de lo que habría sido la realidad. 


Lo achacó al estrés, a dos años de abstinencia y a una copa de vino de verdad; dio otro sorbo.


THE GAME SHOW: CAPITULO 10




El cuarto tenía pocos muebles, lo cual era de agradecer porque era bastante pequeño. La cama doble estaba apoyada contra la pared y casi todo el espacio que quedaba libre estaba ocupado por una cómoda con todo tipo de trastos de los que usaban las mujeres. El espejo que había encima tenía unas fotos metidas en el marco: Maca, Chloe y una pareja de personas mayores que Pedro supuso que serían los padres de Paula. La mecedora estaba al lado de la cama con una mesilla en medio. La lámpara que tenía encima estaba encendida y creaba una sensación de intimidad muy perturbadora.


Era el momento de ponerse manos a la obra. 


Alargó los brazos para que le pasara a Chloe.


—Vamos, chiquitina, vamos a la mecedora —dijo Pedro muy animadamente.


La niña se pegó más al pecho de Paula y ella dejó escapar una risa contenida.


—Es una niña pequeña, Pedro, no una empleada díscola. No has tratado con muchos niños, ¿verdad?


Se le apareció la imagen de dos niños con ojos azules y sintió remordimientos. Aunque se recordó que no tenía por qué sentir esos remordimientos.


—No mucho —respondió con cierta brusquedad.


—Bueno, pues no reaccionan mejor al tono amable —Paula arqueó las cejas significativamente—. Es típico de esta edad. ¿Sabes alguna canción?


Pedro se rascó la barbilla. Le gustaban U2 y Los Beatles, pero no creía que se refiriera a eso.


—¿Una nana?


Ella asintió con la cabeza.


—La verdad es que no.


—Me imagino que tampoco importa mucho lo que cantes siempre que sea algo melodioso.


Paula se levantó y le indicó que se sentara en la mecedora. 


Luego, le dejó a la niña en el regazo. Chloe arrugó toda la cara y Pedro se preparó para otro aullido ensordecedor, pero Paula lo contuvo con un chupete que sacó del cajón de la mesilla.


—Podías habérmelo dicho antes… —le reprochó Pedro.


—Estoy intentando que lo deje, pero en situaciones desesperadas…


Paula miró el despertador. Eran las cuatro.


—No hace falta que estemos los dos levantados. ¿Por qué no vas a dormir al sofá el resto de la noche? —le propuso Pedro—. Creo que ya puedo ocuparme yo una vez sacada el arma secreta.


Paula vaciló. Pedro pensó que le costaba delegar sus funciones, sobre todo cuando se trataba de las niñas. Al final, Paula se levantó para aceptar la oferta de Pedro, pero Chloe no pensaba lo mismo. Empezó a gritar otra vez e intentó bajarse del regazo de Pedro.


—Muy bien, cariño, mamá no se va a ningún lado —Paula sonrió con resignación a Pedro y volvió a sentarse en el borde de la cama.


—Puedes ponerte cómoda —le dijo Pedro.


Le parecía increíble que estuviera en el dormitorio de una mujer e intentara convencerla para que se durmiera en vez de intentar convencerla para que se desnudara. Aunque se trataba de Paula Chaves. Él no estaba allí para seducirla sino para ganar. Ella se tumbó y se puso de lado. Dobló las piernas largas y esbeltas y metió las manos debajo de la almohada. Por un segundo, Pedro se replanteó sus prioridades.


Las dos mujeres lo miraron con curiosidad. Pedro no estaba acostumbrado a cantar, pero empezó a tararear Yesterday, de Los Beatles.


Paula esbozó media sonrisa que a él le pareció elogiosa, si no por su talento musical, sí por su sentido de la ironía. Pedro empezó a cantar sobre una época en la que los problemas parecían estar muy lejos y tarareó las frases que no recordaba. Se mecía suavemente y palmeaba la espalda de Chloe al ritmo de la canción.


Pedro le había parecido atractivo llevara traje o vaqueros, pero al verlo con el pecho desnudo y meciendo a Chloe mientras le cantaba en voz baja, notó que algo se le derretía en su interior. 


Paula se recordó que él estaba haciendo todo lo posible por ganar, se recordó que la había debilitado con el beso y que había hecho que ella deseara cosas que hacía mucho tiempo que no deseaba. Todo era una estrategia. Se preguntó si él podría ser tan frío y calculador. 


¿Podía tener en brazos a una niña que lo miraba llena de confianza e inocencia y no sentir la necesidad de protegerla?


Paula cerró los ojos y pensó que era tonta. 


¿Acaso no le había contestado Kevin a esa pregunta? ¿Acaso no le había demostrado que había gente que podía alejarse del amor y del fruto de ese amor? Sin embargo, Kevin nunca había tenido a Macarena en brazos como Pedro tenía a Chloe en ese momento. Tampoco le había cantado para que se durmiera.


Paula se despertó justo antes de que sonara el despertador. 


Se dio la vuelta para mirar el reloj y vio que Pedro seguía en la mecedora con Chloe en brazos; los dos estaban dormidos y a juzgar por la posición del cuello de Pedro, iba a tener tortícolis. Esbozó una sonrisa. Ella había pasado muchas noches dormida en la mecedora y sabía perfectamente cómo iba a sentirse Pedro cuando se despertara.


Pedro separó los párpados como si hubiera adivinado que estaba mirándolo. Él tenía una mirada penetrante incluso en la penumbra.


—Buenos días —susurró Paula mientras se sentaba.


Le habría parecido muy íntimo desearle los buenos días con la cabeza en la almohada.


—Ya puedes dejarla en la cuna —Paula le señaló a Chloe con la cabeza—. Seguramente duerma durante un par de horas más. Si tienes mucha suerte, no volverá a despertarse antes de que llegue la niñera.


Paula frunció el ceño.


—¿Cómo? —preguntó Pedro


—Naturalmente, en ese caso no volverás a verlas hasta esta noche.


—Te fastidia no pasar más tiempo con tus hijas, ¿verdad?


—Creo que le fastidia a casi todas las madres trabajadoras. Tengo un horario disparatado y el programa lo ha hecho más disparatado todavía, ya que no puedo volver hasta medianoche. Sin embargo, no dejo de repetirme que merece la pena. Lo hago por ellas. Algún día, todo será distinto —sonrió con tristeza—. Espero que ese día llegue antes de que ellas hayan terminado el instituto.


Sonó el despertador y Paula lo apagó inmediatamente.


—La batalla empieza otra vez —bromeó él.


A Paula le pareció curiosa la tranquilidad con la que se habían tratado esa mañana. Él tendría que haberse sentido incómodo al despertarse en su dormitorio con Chloe en brazos, pero la escena tenía algo que parecía muy normal.


—Efectivamente. Claro que yo echaré una cabezada en la limusina de camino a tu casa. Además, como soy una ejecutiva, no entro a trabajar hasta una hora más tarde que tú.


—Muy bien… restriégamelo —gruñó él.


Ella le tomó la palabra.


—¿Te había comentado el café que hace Lottie? ¿Y los cruasanes y el melón que me tiene preparados en la oficina?


Paula se levantó y se dio cuenta de que él le miraba las piernas de arriba abajo.


—Eres cruel —susurró Pedro.


Ella tuvo la impresión de que se refería a algo más que a los cruasanes y el melón. Se acercó lentamente a Pedro sin dejar de mirarlo y con el pulso acelerado sólo de pensar lo que estaba a punto de hacer.


—¿Crees que soy cruel, Pedro?


Paula se inclinó sobre la mecedora y apoyó las manos en los brazos. Tenía la cara a muy pocos centímetros de la de él y sabía perfectamente que esa postura le daba a Pedro una generosa visión de su escote. Tuvo la satisfacción de comprobar que Pedro tragaba saliva.


Él no dijo nada, se limitó a mirarla con aquellos ojos de un azul increíble.


—No soy cruel, pero tampoco soy tonta.


Se inclinó más y estuvo a punto de rozarle los labios con los suyos, pero se desvió y dio un beso a Chloe.


Él resopló cuando ella se irguió.


—La primera regla de los negocios, Pedro: nunca bajes la guardia…


Paula le guiñó un ojo por encima del hombro y fue al cuarto de baño. No pudo contenerse y empezó a tararear Yesterday.


viernes, 8 de junio de 2018

THE GAME SHOW: CAPITULO 9





Pedro estaba soñando con beberse una cerveza y poner la televisión cuando llegara a casa, pero entró en el sofocante apartamento y tuvo que preparar la cena, además, tuvo que hacerlo ante una cámara.


Se decidió por algo sencillo que no elevara la temperatura asfixiante. Pensó en mantequilla de cacahuetes y jalea, pero se acordó de que Macarena tenía alergia a los cacahuetes. 


Tomarían sándwiches de queso fundido, hacía unos muy buenos. Macarena, naturalmente, censuraba todos sus movimientos.


—Mamá le quita la corteza. No nos gusta la corteza —le comunicó Maca.


Él satisfizo sus deseos.


—Cuando está en el plato, ella no lo corta por la mitad, lo corta en cuatro triángulos.


Pedro ya lo había cortado por la mitad.


—Éste me lo tomaré yo —concedió Pedro antes de hacer lo que ella decía y apretar los dientes.


Sin embargo, Chloe parecía dispuesta a superar a su hermana.


—Quiero que venga mi mamá —repitió media docena de veces antes de tirar al suelo la mayor parte de su sándwich.


Pedro casi no tuvo tiempo de arreglar todo el desastre antes de que llegara la niñera y tuviera que irse a su primera clase nocturna en la Universidad Northwestern.


Paula no iba a ir a clase durante ese trimestre. Se había resistido un poco, pero él creía que estaría bastante aliviada.


Él llevaba un día en su piel y no podía reprochárselo. No se lo reconocería a nadie, pero la vida de Paula era agotadora.


Pedro no iba a sacar ningún título, pero tenía que prestar atención, tomar apuntes y hacer los exámenes del mes. 


Suponía que sería pan comido. Era vicepresidente y consejero delegado de una cadena de grandes almacenes. 


Sabía llevar un negocio. No se molestó en sacar el papel y el bolígrafo durante la clase de una hora y tuvo que hacer un esfuerzo para mantenerse concentrado y con los ojos abiertos. Joel, que se sentó junto a él con la cámara y sin dejar de bostezar, tampoco le sirvió de mucho.


Cuando volvía en el autobús, se dio cuenta de que se había olvidado de hacer la compra.


Tendría que hacerla al día siguiente.


Paula tenía mucho que hacer, pero contaba los minutos que le faltaban para volver a su apartamento y ver a sus hijas dormidas. Contuvo las ganas de llamar otra vez. Las palabras de Macarena todavía resonaban en su cabeza.


—No quiero ser una niña mayor.


Paula no podía reprochárselo. Macarena tenía siete años y no tenía que comportarse como una persona adulta, aunque muchas veces ella, Macarena, lo esperara.


Se enjugó una lágrima que le cayó por la mejilla y esperó que la cámara no hubiera captado ese rasgo de debilidad.


Agarró el bolígrafo y volvió al montón de papeles que tenía sobre la mesa.


Cuando daban las doce, Paula abrió la puerta de su apartamento y entró de puntillas, ansiosa de ver a sus hijas y con la esperanza de no molestar a Pedro.


¿Qué se pondría para dormir? Se quedó parada un instante. 


Esperaba que se pusiera algo más que los calzoncillos que se ponía su ex marido. Su mente tomó unos derroteros impropios y le presentó la imagen de un hombre desnudo, resplandeciente por el sudor y desparramado sobre el sofá.


Tragó saliva y terminó de entrar. Decidió no mirar, pero giró la cabeza hacia la derecha.


Efectivamente, había un hombre en el sofá y lo más probable era que estuviera sudando abundantemente a juzgar por el pijama de rayas y de manga larga que llevaba puesto. Estaba de espaldas, con una mano en la cabeza y los pies colgando por encima del brazo del sofá. Paula pensó que estaba impresionante. 


Impresionantemente incómodo, se corrigió al instante.


Cerró la puerta, echó el pestillo y puso la silla de seguridad. 


Cuando se dio la vuelta, él estaba sentado en el sofá.


—Lo siento, no quería despertarte.


Él se pasó los dedos por el pelo y se quedó despeinado, lo que hizo que la escena pareciera más íntima.


—No estaba dormido.


—Ah —ella dudó un momento—. ¿Qué tal te ha ido el día?


—Bien. ¿Y a ti?


—También. ¿Te han dado algún problema las niñas?


—Ninguno. ¿Qué tal las reuniones?


—Bien.


Se miraron como dos boxeadores en el cuadrilátero.


—Bueno, es tarde. Buenas noches.


—Buenas noches.


Pedro la miró mientras se alejaba por el pasillo. 


Al cabo de unos minutos oyó el agua que corría en el cuarto de baño. 


Primero en el lavabo y luego en la ducha. Al cabo de unos minutos más, oyó que ella cerraba la puerta de su dormitorio y la imaginación se le disparó, arrastrando con ella a la libido.


Pedro se quitó la chaqueta del pijama que se había puesto por deferencia hacia ella, pero se dejó los pantalones.


Entonces le tocó a él imaginarse lo que llevaría puesto ella.


Lo supo unas horas después, cuando Chloe soltó un alarido de disgusto. A Pedro, ese sonido estridente le recordó a la sirena de una fábrica. 


Saltó desorientado del sofá hasta que recordó dónde estaba y qué hacía allí. Fue tambaleándose hasta el dormitorio de las niñas justo cuando Paula salía del suyo.


Ella se quedó parada. Llevaba unos pantalones cortos de algodón gris y una camiseta sin mangas de color rosa que no le tapaba el ombligo. A juzgar por la reacción de su cuerpo, podía haber llevado la lencería más seductora del mercado. Si no se quedó boquiabierto, fue porque se acordó de la cámara que habían puesto en el pasillo.


—La niña está llorando —balbuceó él, pero ninguno de los dos se movió y Pedro se dio cuenta de que ella tenía la vista clavada en su pecho desnudo—. Mmm… hace mucho calor y me he quitado la chaqueta. ¿Te importa?


Paula no dijo nada, se limitó a negar con la cabeza. Chloe volvió a aullar.


—Yo iré —dijo Pedro—. Teóricamente, es mi tarea. Tú no deberías estar aquí….


Ella asintió con la cabeza y volvió a su dormitorio.


Pedro sacó a la niña de la cuna. Maca estaba profundamente dormida e imperturbable ante los berridos de su hermana, lo que le hizo suponer que sería algo bastante frecuente. Suspiró al pensar que todavía le quedaba un mes.


Salieron a la tenue luz del pasillo, Chloe parpadeó y gritó con más fuerza todavía. Esa noche prometía ser larga.


—Eh… tampoco es para tanto —le susurró Pedro mientras le daba una palmadita.


—Yo suelo mecerla un poco hasta que se tranquiliza.


Pedro se dio la vuelta y vio a Paula.


—Mamá… —dijo Chloe entre sollozos mientras alargaba los bracitos.


—Yo puedo mecerla —se ofreció Paula.


Pedro le entregó a la niña y se quedó con sensación de inútil al ver que la niña se calló en cuanto su madre la tomó en brazos.


Sin embargo, él era un hombre de principios. 


Quería ganar e iba a ganar.


—No. Yo la meceré. ¿Dónde está la mecedora?


Paula señaló la puerta abierta con la cabeza.


—En mi dormitorio.


—Ah…


Pedro la siguió al pequeño dormitorio. Olía como Paula: femenino y a flores. Supuso que sería su perfume. No había entrado en aquel cuarto. No se permitía entrar en el dormitorio de una mujer si ella no lo invitaba. Se recordó que aquella invitación no era de las que despertaban el ardor de un hombre, sobre todo cuando estaban bajo la atenta mirada de una niña pequeña. Aun así, tragó saliva cuando Paula se sentó en el borde de la cama.



THE GAME SHOW: CAPITULO 8





Paula tenía tres reuniones en su despacho y otras dos citas por teléfono antes de la hora de comer, lo que hizo que sospechara que Pedro había cargado la agenda del lunes. 


Sin embargo, las resolvió aceptablemente bien, al menos eso creyó ella. Aunque lo importante era que lo creyeran los jueces del programa.


Llamó dos veces a su casa para ver cómo estaban sus hijas, como hacía también cuando estaba en el almacén. La señora Murphy le aseguró que estaban bien, pero Macarena se puso al teléfono.


—¿Cuándo vas a volver a casa, mamá?


—Ya sabes la respuesta. Iré a casa a medianoche, cuando estéis dormidas.


—Él estará aquí.


—Sí, Pedro os hará la cena y quiero que os portéis bien.


—Pero no me gusta… ¿Y a ti?


A ella tampoco. Que hubiera respondido a su beso no quería decir nada. Estuvo a punto de darle la razón a su hija, pero no habría sido un buen ejemplo como madre.


—Pórtate bien con él, Maca y ayuda con Chloe, por favor. Él no sabe mucho de bebés.


—Vuelve ahora. Yo y Chloe seremos buenas.


—Chloe y yo —la corrigió automáticamente—. Ya sé que seréis buenas. Esto no es un castigo. Sé una niña mayor, por favor.


—Pero un mes es muy largo.


Para una niña, una hora podía ser muy larga, pero en ese caso Paula estaba de acuerdo.


—Lo sé, cariño, pero va a merecer la pena. Te lo prometo.