viernes, 8 de junio de 2018

THE GAME SHOW: CAPITULO 9





Pedro estaba soñando con beberse una cerveza y poner la televisión cuando llegara a casa, pero entró en el sofocante apartamento y tuvo que preparar la cena, además, tuvo que hacerlo ante una cámara.


Se decidió por algo sencillo que no elevara la temperatura asfixiante. Pensó en mantequilla de cacahuetes y jalea, pero se acordó de que Macarena tenía alergia a los cacahuetes. 


Tomarían sándwiches de queso fundido, hacía unos muy buenos. Macarena, naturalmente, censuraba todos sus movimientos.


—Mamá le quita la corteza. No nos gusta la corteza —le comunicó Maca.


Él satisfizo sus deseos.


—Cuando está en el plato, ella no lo corta por la mitad, lo corta en cuatro triángulos.


Pedro ya lo había cortado por la mitad.


—Éste me lo tomaré yo —concedió Pedro antes de hacer lo que ella decía y apretar los dientes.


Sin embargo, Chloe parecía dispuesta a superar a su hermana.


—Quiero que venga mi mamá —repitió media docena de veces antes de tirar al suelo la mayor parte de su sándwich.


Pedro casi no tuvo tiempo de arreglar todo el desastre antes de que llegara la niñera y tuviera que irse a su primera clase nocturna en la Universidad Northwestern.


Paula no iba a ir a clase durante ese trimestre. Se había resistido un poco, pero él creía que estaría bastante aliviada.


Él llevaba un día en su piel y no podía reprochárselo. No se lo reconocería a nadie, pero la vida de Paula era agotadora.


Pedro no iba a sacar ningún título, pero tenía que prestar atención, tomar apuntes y hacer los exámenes del mes. 


Suponía que sería pan comido. Era vicepresidente y consejero delegado de una cadena de grandes almacenes. 


Sabía llevar un negocio. No se molestó en sacar el papel y el bolígrafo durante la clase de una hora y tuvo que hacer un esfuerzo para mantenerse concentrado y con los ojos abiertos. Joel, que se sentó junto a él con la cámara y sin dejar de bostezar, tampoco le sirvió de mucho.


Cuando volvía en el autobús, se dio cuenta de que se había olvidado de hacer la compra.


Tendría que hacerla al día siguiente.


Paula tenía mucho que hacer, pero contaba los minutos que le faltaban para volver a su apartamento y ver a sus hijas dormidas. Contuvo las ganas de llamar otra vez. Las palabras de Macarena todavía resonaban en su cabeza.


—No quiero ser una niña mayor.


Paula no podía reprochárselo. Macarena tenía siete años y no tenía que comportarse como una persona adulta, aunque muchas veces ella, Macarena, lo esperara.


Se enjugó una lágrima que le cayó por la mejilla y esperó que la cámara no hubiera captado ese rasgo de debilidad.


Agarró el bolígrafo y volvió al montón de papeles que tenía sobre la mesa.


Cuando daban las doce, Paula abrió la puerta de su apartamento y entró de puntillas, ansiosa de ver a sus hijas y con la esperanza de no molestar a Pedro.


¿Qué se pondría para dormir? Se quedó parada un instante. 


Esperaba que se pusiera algo más que los calzoncillos que se ponía su ex marido. Su mente tomó unos derroteros impropios y le presentó la imagen de un hombre desnudo, resplandeciente por el sudor y desparramado sobre el sofá.


Tragó saliva y terminó de entrar. Decidió no mirar, pero giró la cabeza hacia la derecha.


Efectivamente, había un hombre en el sofá y lo más probable era que estuviera sudando abundantemente a juzgar por el pijama de rayas y de manga larga que llevaba puesto. Estaba de espaldas, con una mano en la cabeza y los pies colgando por encima del brazo del sofá. Paula pensó que estaba impresionante. 


Impresionantemente incómodo, se corrigió al instante.


Cerró la puerta, echó el pestillo y puso la silla de seguridad. 


Cuando se dio la vuelta, él estaba sentado en el sofá.


—Lo siento, no quería despertarte.


Él se pasó los dedos por el pelo y se quedó despeinado, lo que hizo que la escena pareciera más íntima.


—No estaba dormido.


—Ah —ella dudó un momento—. ¿Qué tal te ha ido el día?


—Bien. ¿Y a ti?


—También. ¿Te han dado algún problema las niñas?


—Ninguno. ¿Qué tal las reuniones?


—Bien.


Se miraron como dos boxeadores en el cuadrilátero.


—Bueno, es tarde. Buenas noches.


—Buenas noches.


Pedro la miró mientras se alejaba por el pasillo. 


Al cabo de unos minutos oyó el agua que corría en el cuarto de baño. 


Primero en el lavabo y luego en la ducha. Al cabo de unos minutos más, oyó que ella cerraba la puerta de su dormitorio y la imaginación se le disparó, arrastrando con ella a la libido.


Pedro se quitó la chaqueta del pijama que se había puesto por deferencia hacia ella, pero se dejó los pantalones.


Entonces le tocó a él imaginarse lo que llevaría puesto ella.


Lo supo unas horas después, cuando Chloe soltó un alarido de disgusto. A Pedro, ese sonido estridente le recordó a la sirena de una fábrica. 


Saltó desorientado del sofá hasta que recordó dónde estaba y qué hacía allí. Fue tambaleándose hasta el dormitorio de las niñas justo cuando Paula salía del suyo.


Ella se quedó parada. Llevaba unos pantalones cortos de algodón gris y una camiseta sin mangas de color rosa que no le tapaba el ombligo. A juzgar por la reacción de su cuerpo, podía haber llevado la lencería más seductora del mercado. Si no se quedó boquiabierto, fue porque se acordó de la cámara que habían puesto en el pasillo.


—La niña está llorando —balbuceó él, pero ninguno de los dos se movió y Pedro se dio cuenta de que ella tenía la vista clavada en su pecho desnudo—. Mmm… hace mucho calor y me he quitado la chaqueta. ¿Te importa?


Paula no dijo nada, se limitó a negar con la cabeza. Chloe volvió a aullar.


—Yo iré —dijo Pedro—. Teóricamente, es mi tarea. Tú no deberías estar aquí….


Ella asintió con la cabeza y volvió a su dormitorio.


Pedro sacó a la niña de la cuna. Maca estaba profundamente dormida e imperturbable ante los berridos de su hermana, lo que le hizo suponer que sería algo bastante frecuente. Suspiró al pensar que todavía le quedaba un mes.


Salieron a la tenue luz del pasillo, Chloe parpadeó y gritó con más fuerza todavía. Esa noche prometía ser larga.


—Eh… tampoco es para tanto —le susurró Pedro mientras le daba una palmadita.


—Yo suelo mecerla un poco hasta que se tranquiliza.


Pedro se dio la vuelta y vio a Paula.


—Mamá… —dijo Chloe entre sollozos mientras alargaba los bracitos.


—Yo puedo mecerla —se ofreció Paula.


Pedro le entregó a la niña y se quedó con sensación de inútil al ver que la niña se calló en cuanto su madre la tomó en brazos.


Sin embargo, él era un hombre de principios. 


Quería ganar e iba a ganar.


—No. Yo la meceré. ¿Dónde está la mecedora?


Paula señaló la puerta abierta con la cabeza.


—En mi dormitorio.


—Ah…


Pedro la siguió al pequeño dormitorio. Olía como Paula: femenino y a flores. Supuso que sería su perfume. No había entrado en aquel cuarto. No se permitía entrar en el dormitorio de una mujer si ella no lo invitaba. Se recordó que aquella invitación no era de las que despertaban el ardor de un hombre, sobre todo cuando estaban bajo la atenta mirada de una niña pequeña. Aun así, tragó saliva cuando Paula se sentó en el borde de la cama.



1 comentario:

  1. Qué linda historia. No me lo imagino a Pedro haciendo todo lo que hace Pau jaja.

    ResponderBorrar