sábado, 9 de junio de 2018

THE GAME SHOW: CAPITULO 10




El cuarto tenía pocos muebles, lo cual era de agradecer porque era bastante pequeño. La cama doble estaba apoyada contra la pared y casi todo el espacio que quedaba libre estaba ocupado por una cómoda con todo tipo de trastos de los que usaban las mujeres. El espejo que había encima tenía unas fotos metidas en el marco: Maca, Chloe y una pareja de personas mayores que Pedro supuso que serían los padres de Paula. La mecedora estaba al lado de la cama con una mesilla en medio. La lámpara que tenía encima estaba encendida y creaba una sensación de intimidad muy perturbadora.


Era el momento de ponerse manos a la obra. 


Alargó los brazos para que le pasara a Chloe.


—Vamos, chiquitina, vamos a la mecedora —dijo Pedro muy animadamente.


La niña se pegó más al pecho de Paula y ella dejó escapar una risa contenida.


—Es una niña pequeña, Pedro, no una empleada díscola. No has tratado con muchos niños, ¿verdad?


Se le apareció la imagen de dos niños con ojos azules y sintió remordimientos. Aunque se recordó que no tenía por qué sentir esos remordimientos.


—No mucho —respondió con cierta brusquedad.


—Bueno, pues no reaccionan mejor al tono amable —Paula arqueó las cejas significativamente—. Es típico de esta edad. ¿Sabes alguna canción?


Pedro se rascó la barbilla. Le gustaban U2 y Los Beatles, pero no creía que se refiriera a eso.


—¿Una nana?


Ella asintió con la cabeza.


—La verdad es que no.


—Me imagino que tampoco importa mucho lo que cantes siempre que sea algo melodioso.


Paula se levantó y le indicó que se sentara en la mecedora. 


Luego, le dejó a la niña en el regazo. Chloe arrugó toda la cara y Pedro se preparó para otro aullido ensordecedor, pero Paula lo contuvo con un chupete que sacó del cajón de la mesilla.


—Podías habérmelo dicho antes… —le reprochó Pedro.


—Estoy intentando que lo deje, pero en situaciones desesperadas…


Paula miró el despertador. Eran las cuatro.


—No hace falta que estemos los dos levantados. ¿Por qué no vas a dormir al sofá el resto de la noche? —le propuso Pedro—. Creo que ya puedo ocuparme yo una vez sacada el arma secreta.


Paula vaciló. Pedro pensó que le costaba delegar sus funciones, sobre todo cuando se trataba de las niñas. Al final, Paula se levantó para aceptar la oferta de Pedro, pero Chloe no pensaba lo mismo. Empezó a gritar otra vez e intentó bajarse del regazo de Pedro.


—Muy bien, cariño, mamá no se va a ningún lado —Paula sonrió con resignación a Pedro y volvió a sentarse en el borde de la cama.


—Puedes ponerte cómoda —le dijo Pedro.


Le parecía increíble que estuviera en el dormitorio de una mujer e intentara convencerla para que se durmiera en vez de intentar convencerla para que se desnudara. Aunque se trataba de Paula Chaves. Él no estaba allí para seducirla sino para ganar. Ella se tumbó y se puso de lado. Dobló las piernas largas y esbeltas y metió las manos debajo de la almohada. Por un segundo, Pedro se replanteó sus prioridades.


Las dos mujeres lo miraron con curiosidad. Pedro no estaba acostumbrado a cantar, pero empezó a tararear Yesterday, de Los Beatles.


Paula esbozó media sonrisa que a él le pareció elogiosa, si no por su talento musical, sí por su sentido de la ironía. Pedro empezó a cantar sobre una época en la que los problemas parecían estar muy lejos y tarareó las frases que no recordaba. Se mecía suavemente y palmeaba la espalda de Chloe al ritmo de la canción.


Pedro le había parecido atractivo llevara traje o vaqueros, pero al verlo con el pecho desnudo y meciendo a Chloe mientras le cantaba en voz baja, notó que algo se le derretía en su interior. 


Paula se recordó que él estaba haciendo todo lo posible por ganar, se recordó que la había debilitado con el beso y que había hecho que ella deseara cosas que hacía mucho tiempo que no deseaba. Todo era una estrategia. Se preguntó si él podría ser tan frío y calculador. 


¿Podía tener en brazos a una niña que lo miraba llena de confianza e inocencia y no sentir la necesidad de protegerla?


Paula cerró los ojos y pensó que era tonta. 


¿Acaso no le había contestado Kevin a esa pregunta? ¿Acaso no le había demostrado que había gente que podía alejarse del amor y del fruto de ese amor? Sin embargo, Kevin nunca había tenido a Macarena en brazos como Pedro tenía a Chloe en ese momento. Tampoco le había cantado para que se durmiera.


Paula se despertó justo antes de que sonara el despertador. 


Se dio la vuelta para mirar el reloj y vio que Pedro seguía en la mecedora con Chloe en brazos; los dos estaban dormidos y a juzgar por la posición del cuello de Pedro, iba a tener tortícolis. Esbozó una sonrisa. Ella había pasado muchas noches dormida en la mecedora y sabía perfectamente cómo iba a sentirse Pedro cuando se despertara.


Pedro separó los párpados como si hubiera adivinado que estaba mirándolo. Él tenía una mirada penetrante incluso en la penumbra.


—Buenos días —susurró Paula mientras se sentaba.


Le habría parecido muy íntimo desearle los buenos días con la cabeza en la almohada.


—Ya puedes dejarla en la cuna —Paula le señaló a Chloe con la cabeza—. Seguramente duerma durante un par de horas más. Si tienes mucha suerte, no volverá a despertarse antes de que llegue la niñera.


Paula frunció el ceño.


—¿Cómo? —preguntó Pedro


—Naturalmente, en ese caso no volverás a verlas hasta esta noche.


—Te fastidia no pasar más tiempo con tus hijas, ¿verdad?


—Creo que le fastidia a casi todas las madres trabajadoras. Tengo un horario disparatado y el programa lo ha hecho más disparatado todavía, ya que no puedo volver hasta medianoche. Sin embargo, no dejo de repetirme que merece la pena. Lo hago por ellas. Algún día, todo será distinto —sonrió con tristeza—. Espero que ese día llegue antes de que ellas hayan terminado el instituto.


Sonó el despertador y Paula lo apagó inmediatamente.


—La batalla empieza otra vez —bromeó él.


A Paula le pareció curiosa la tranquilidad con la que se habían tratado esa mañana. Él tendría que haberse sentido incómodo al despertarse en su dormitorio con Chloe en brazos, pero la escena tenía algo que parecía muy normal.


—Efectivamente. Claro que yo echaré una cabezada en la limusina de camino a tu casa. Además, como soy una ejecutiva, no entro a trabajar hasta una hora más tarde que tú.


—Muy bien… restriégamelo —gruñó él.


Ella le tomó la palabra.


—¿Te había comentado el café que hace Lottie? ¿Y los cruasanes y el melón que me tiene preparados en la oficina?


Paula se levantó y se dio cuenta de que él le miraba las piernas de arriba abajo.


—Eres cruel —susurró Pedro.


Ella tuvo la impresión de que se refería a algo más que a los cruasanes y el melón. Se acercó lentamente a Pedro sin dejar de mirarlo y con el pulso acelerado sólo de pensar lo que estaba a punto de hacer.


—¿Crees que soy cruel, Pedro?


Paula se inclinó sobre la mecedora y apoyó las manos en los brazos. Tenía la cara a muy pocos centímetros de la de él y sabía perfectamente que esa postura le daba a Pedro una generosa visión de su escote. Tuvo la satisfacción de comprobar que Pedro tragaba saliva.


Él no dijo nada, se limitó a mirarla con aquellos ojos de un azul increíble.


—No soy cruel, pero tampoco soy tonta.


Se inclinó más y estuvo a punto de rozarle los labios con los suyos, pero se desvió y dio un beso a Chloe.


Él resopló cuando ella se irguió.


—La primera regla de los negocios, Pedro: nunca bajes la guardia…


Paula le guiñó un ojo por encima del hombro y fue al cuarto de baño. No pudo contenerse y empezó a tararear Yesterday.


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