martes, 20 de marzo de 2018

CAMBIOS DE HABITOS: CAPITULO 13




Paula estaba tomando un sorbo de vino y casi se atraganta.


—He estado con ganas de conocer detalles desde que Marcos me dijo que Pedro nos había invitado a cenar para que conociéramos a su nueva amiga —Lucia se puso un mechón de pelo detrás de la oreja.


Cuando Paula pudo respirar otra vez, tosió delicadamente detrás de la servilleta y dijo:
—No hay nada que contar. No soy la nueva amiga de PedroY la relación entre Pedro y yo no es ardiente.


Hasta que se había acostado con Pedro, no había sabido siquiera el significado de aquella frase. Ahora sabía lo que quería decir. Pero la realidad era que su relación no era ardiente.


Lucia puso los ojos en blanco, y se pasó las manos por el vientre distraídamente.


—Oh, venga. Que yo sepa, Pedro nunca ha hecho algo como esto. De hecho, creo que nunca se molestó en presentarnos a ninguna mujer con la que haya salido, ni siquiera Marcos, que es su mejor amigo, ha conocido a alguna de ellas. Y te aseguro que empleo la palabra «mujer» en una interpretación muy libre, por lo que yo he podido saber de alguna de ellas.


Paula se encogió, pensando que ella podría ser una de esas mujeres de las que estaba hablando Lucia. Después de todo, Pedro la había llevado a su casa y le había hecho el amor la primera vez que se habían visto… Que era lo que ella había pretendido aquella vez. Entonces, en cierto modo, su estilo de vida de playboy la había beneficiado.


Si hubiera tenido una relación seria con Pedro, le habría preocupado la cantidad de mujeres con las que se había acostado, y si era o no fiel. Pero, lamentablemente, se daba cuenta de que un hombre como Pedro jamás podría estar interesado seriamente en una mujer como ella.


No comprendía muy bien por qué había seguido su rastro, ni por qué la había invitado a comer. Pero no quería engañarse pensando que él estaba intentando construir una relación con ella.


Probablemente estuviera tratando de impresionar a sus amigos con su habilidad para organizar una cena. O quizás la hubiera invitado para que sus amigos no le reprochasen el que no tuviera una relación estable.


Cuanto más lo pensaba, más sospechaba esto último. Si su familia y sus amigos empezaban a insistirle en que ya era hora de que sentara la cabeza, era lógico que quisiera demostrarles que había una mujer en su vida.


De pronto pensó que tal vez había metido la pata diciéndole a Lucia que Pedro y ella no tenían ninguna relación «ardiente». Pensó en cómo podría arreglarlo. A ella no le importaba representar un papel para Pedro. En realidad, estaba fingiendo ser una persona que no era. Entonces, ¿por qué no ampliar la representación y fingir ser un poco más mundana y estar algo más involucrada en la relación con Pedro?


—¿Qué…? Mmmm —Paula carraspeó. Jugó con el pie de la copa sin mirar a Lucia—. ¿Qué os ha contado Pedro acerca de nuestra relación?


—Casi nada. Marcos vino del gimnasio un día diciendo que Pedro quería que viniéramos a cenar al club, y que iba a traer a una mujer que quería presentarnos. Bueno, yo no iba a dejar pasar una oportunidad como ésa. La única mujer relacionada con Pedro que conocí fue una rubia de pechos grandes que abrió la puerta de su piso con un conjunto de sujetador y tanga —Lucia puso los ojos en blanco, horrorizada—. Créeme, jamás volveré a cometer el error de pasar por su casa sin avisarle primero.


Lucia levantó la copa, pero sonrió con complicidad antes de beber.


—Sufrí un ataque de histeria durante la siguiente semana. Nosotras, las mujeres decentes, no deberíamos vernos asaltadas por vampiresas como ésas. Realmente hiere la sensibilidad.


Paula se rio. Y luego no pudo evitar decir:
—Todavía no me conoces. ¿Qué te hace pensar que no soy una de las típicas mujeres de cabeza hueca de Pedro?


—Para empezar, eres morena, lo que quiere decir que no te has molestado en echarte un montón de decolorante durante años. Y luego que, aunque tu vestido es sexy, y bastante atrevido… Por cierto, me encanta, así que vas a tener que dar me la dirección de la tienda donde lo has comprado, no es exageradamente escotado como para que se te vea el pecho, ni tan corto que andes mostrando el trasero. Pero, al margen de tu aspecto, el solo hecho de que Pedro haya organizado todo esto…


Lucia hizo un gesto señalando la mesa, las velas encendidas, y luego continuó hablando:
—Y nos haya pedido que vengamos a cenar para conocerte, es suficiente para convencerme de que eres especial. Nunca lo ha hecho antes, porque generalmente no quiere que conozcamos al tipo de mujeres que frecuenta. Y por último, si fueras una de las típicas vampiresas de Pedro, no estarías sentada aquí, manteniendo una conversación inteligente conmigo. Estarías con Pedro, colgada de su brazo, restregándote contra él como una gata en celo. Eso es lo que hacen, quizás para conseguir llevárselo a la cama más rápidamente, o para que él les haga regalos caros, porque saben que tiene dinero.


Paula no sabía qué decir, así que se mordió el labio inferior y se quedó callada.


—¿Te ha regalado algo, una pulsera, un collar?


Paula estuvo a punto de decirle que ella no estaba utilizando a Pedro por su dinero ni por nada, pero si se suponía que Pedro estaba interesado en ella, era posible que le hubiera hecho un regalo.


Pero no pudo mentir.


—No creo que hayamos llegado a ese punto todavía —contestó sinceramente—. Fuimos a almorzar juntos una vez. Y él quiso pagar la cuenta, pero no nos hemos estado viendo muy a menudo como para hacernos regalos.


Lucia pareció reflexionar acerca de su respuesta un momento.


—No sé muy bien qué significa eso, si te soy sincera —dijo Lucia, y bebió agua—. ¿Puedo preguntarte una cosa? ¿Te ha hablado de Susana?


—¿Su exesposa? —Paula asintió—. Oh, sí, me ha contado algo.


—Interesante —dijo Lucia—. ¿Qué te ha contado?


—Sólo que estuvieron casados casi cinco años, y que ella lo dejó cuando él decidió abrir el Hot Spot sin la ayuda económica de sus padres.


Paula no veía la importancia que podía tener aquella información. Pero Lucia, al parecer, sí la veía. Porque abrió mucho los ojos y sonrió.


—¿Y qué le dijiste?


Paula intentó recordar la conversación que habían mantenido en la Taberna de Martin.


—Le dije que debía estar contento de haberse deshecho de su exmujer, si lo único que le interesaba era su dinero.


—¿A ti te interesa su dinero? —preguntó Lucia.


Paula se sintió incómoda. ¿Por qué todo el mundo pensaba que ella quería encontrar un hombre con una sólida cuenta bancaria? ¿Tenía aspecto de necesitada? ¿Tenía aspecto de no poder mantenerse sola?


Era cierto que el sueldo de una bibliotecaria no era muy alto, pero ella se arreglaba bien.


Paula respiró profundamente y contó hasta diez antes de contestar a Lucia, por temor a decirle algo a la amiga de Pedro que éste no quisiera.


—No, no me interesa. No necesito un hombre… Ni a nadie, que me mantenga. El dinero, al parecer, causa más problemas de los que resuelve. Creo que Pedro puede atestiguarlo —dijo.


Lucia la miró durante varios minutos.


Luego relajó el gesto y sonrió.


—No quiero que te hagas ilusiones por lo que te diga, por si Pedro tiene una reacción típicamente masculina y se enfría… —murmuró Lucia como conspirando con Paula—. Pero es posible que tú seas la chica, Paula.


¿Qué quería decir con eso?, pensó Paula.


Pero antes de que pudiera averiguarlo, se abrió una puerta al fondo del club, y se oyeron los pasos de Marcos y de Pedro aproximándose a ellas.


Estaban riéndose relajadamente cuando aparecieron en escena.


—Aquí los tienes —bromeó Lucia—. Creíamos que habíais ido a algún restaurante de comida rápida y nos habíais dejado aquí muertas de hambre.


—¿Crees que yo haría eso? —preguntó Marcos, acercándose a Lucia y dándole un beso en los labios.


—Eres capaz, sobre todo si te enteras de que sirven remolachas —respondió Lucia.


Marcos se estremeció y se sentó al lado de su esposa.


—Tengo noticias para ti, cariño. A pesar de que ya no puedo ni ver las remolachas, le he dicho a Pedro cuál es tu último antojo, así que tendrás remolachas esta noche…


Pedro rodeó la mesa y se sentó al lado de Paula.


—Marcos y yo acabamos de comprobar el pedido. Hay remolachas para un regimiento.


—Bien, me alegro. Porque tengo un hambre terrible.


—Cosas del embarazo… —comentó Pedro al oído de Paula.


Al sentir la mano de Pedro en su brazo, un calor se extendió por su cuerpo. Paula se movió en la silla, con la esperanza de no tener siempre aquella reacción con Pedro.


—La cena estará en unos minutos —dijo Pedro, sirviendo dos copas de vino para Marcos y para él.


—Oh, me alegro —dijo Lucia, apoyando los codos en la mesa y la cara encima de sus manos entrelazadas—. Paula me estaba contando cosas sobre vosotros, la ardiente relación que tenéis…


Paula se quedó con la boca abierta. Dejó escapar una exhalación involuntaria. Luego miró a Pedro. Esperaba verlo achicar los ojos, fruncir el ceño. Pero en cambio, Pedro se rio.


—¿De verdad? Espero que no te haya contado lo que hicimos con la cama elástica y la crema de chocolate. Es un poco subido de tono, y me parece que es mejor no contarlo —comentó Pedro.


Lucia se rio como una muchacha mientras Peter alzaba las cejas.


Paula se puso roja.


Aquella noche no podía ir peor.


Primero había tenido que comprarse ropa para fingir ser la misma mujer del día de su cumpleaños, aunque esa mujer fuera un fraude. Luego la amiga de Pedro la había acorralado y le había insinuado que posiblemente fuera la chica de Pedro, aunque ella sabía que todo era una farsa para que sus amigos lo creyeran así.


Y ahora estaban sentados allí, hablando de juegos sexuales que no habían existido.


—En realidad, estaba bromeando —dijo Lucia—. Pero si queréis obsequiarnos con la historia de la cama elástica y la crema de chocolate, me encantaría. Marcos y yo siempre estamos buscando técnicas creativas para practicar en el dormitorio.


—Vale, vale… —la interrumpió Marcos, tapándose la cara, como si quisiera defenderse de más revelaciones sexuales—. Ya está bien. No quiero oír más historias de juegos sexuales mientras estoy cenando con mi esposa embarazada y otra encantadora joven.


Paula hubiera querido besarlo. Y luego levantarse y besar al personal del servicio de catering, que apareció segundos más tarde con cuatro platos de ensalada y un cóctel de mariscos para empezar la cena.


Después de desplegar las servilletas y de dar un plato con remolachas a Lucia, empezaron a comer. Paula incluso empezó a relajarse. La comida había sido muy oportuna para distraer la atención del tema del que estaban hablando anteriormente.


—Lo siento, si te hemos incomodado, Paula —dijo Lucia, rompiendo el silencio y sonriendo—. Sólo estábamos bromeando, como buenos amigos que somos. Pero no debimos hacerlo a tu costa. Evidentemente, no nos conoces lo suficiente como para saber que no estamos hablando en serio.


—Está bien —dijo ella—. No me he ofendido.


Se había sentido incómoda, pero sólo porque se sentía insegura. No estaba acostumbrada a compartir sus experiencias sexuales con las bibliotecarias de mediana edad con las que trabajaba. En su trabajo más bien solían comentar qué libros estaban en la lista de los más vendidos.


—No obstante, cambiemos de tema —dijo Lucia.


«Sí, por favor», pensó Paula.


—Hoy hemos venido aquí a conocerte y no a incomodarte. Así que cuéntanos cosas sobre ti.


Paula sintió un nudo en la garganta.


—¿Dónde trabajas?


Oh, ¿qué debía hacer?


Paula tenía que inventar una respuesta rápidamente.


—Yo… Mmm… Soy compradora.


¿Era ésa una profesión?, se preguntó.


—¿Sí? ¡Es fascinante! —respondió Lucia, pinchando la lechuga de su ensalada.


—¿Qué compras? —preguntó Marcos.


Pedro, notó Paula, permaneció en silencio con curiosidad. Por el rabillo del ojo, ella vio que la miraba fijamente.


No debía sorprenderse. Aquello era una novedad para él. 


Probablemente tuviera tantas ganas como los demás de saber de qué se trataba el trabajo que llamaba «compradora». Por supuesto que no podía preguntar delante de sus amigos, porque se suponía que él ya sabía todos aquellos datos sobre ella.


—Ropa. Compro moda para unos grandes almacenes y algunas boutiques de la zona.


—Oh, eso explica tu fabuloso vestido —dijo Lucia con entusiasmo.


Paula se miró el vestido.


—Sí. Compré varios de éstos para una pequeña boutique de la ciudad y terminé quedándome con uno.


—Tal vez podríamos ir de compras algún día. Pero tendrá que ser después de que nazca el pequeño maleante —agregó Lucia, palmeándose el vientre—. Porque no pienso aumentar mi vestuario hasta que no pueda ponerme mi ropa nuevamente.


Paula sonrió, relajándose un poco al ver que la conversación cambiaba de rumbo.


—¿Para cuándo esperas el bebé?


Lucia suspiró.


—Para dentro de dos meses. No veo la hora —extendió la mano y agarró la de su esposo.


Luego intercambiaron una mirada que apretó el corazón de Paula, que nunca había experimentado algo ni parecido a aquel sentimiento que había entre Lucia y Marcos.


—Marcos está muy nervioso, aunque intenta disimularlo. Pero yo tengo ganas de ser madre, al igual que de recuperar la figura.


—Nervioso es poco decir… Estoy que me subo por las paredes —dijo Marcos, antes de probar el cóctel de marisco.


Lucia lo abrazó, y le dijo que no tenía de qué preocuparse. Que sería un buen padre.


Pedro puso los ojos en blanco. Había presenciado aquella escena varias veces, y decidió tomarles un poco el pelo.


Se inclinó hacia Paula en el momento en que les llevaron el segundo plato.


—Siento esto —le susurró—. Debí invitar a otra gente en lugar de a esta vieja pareja de casados para que nos acompañasen.


—¡Eh! —exclamó Marcos—. Espera a que te toque a ti, el día que estés nervioso por el nacimiento de tu primer hijo, te lo recordaré. Aunque sé que es casi imposible que eso ocurra pronto.


—Nunca se sabe —dijo Pedro, rozando suavemente la oreja de Paula con la nariz—. He estado haciendo varias encuestas en la familia últimamente, para saber quién estaría dispuesto a tener los próximos descendientes de los Alfonso.


No sabía por qué había dicho aquello. Por el rabillo del ojo, vio a Lucia y a Marcos mirarse con curiosidad, pero él estaba más interesado en la reacción de Paula.


No se sintió defraudado. Paula se puso colorada. Le gustó aquello. Le gustaba su aire de inocencia.


Tal vez la timidez de aquella noche fuera debido a la presencia de sus amigos, algo que podía respetar… Y si era así, probablemente no debería tomarle el pelo… Al menos, delante de sus amigos.


Los camareros se llevaron la entrada y sirvieron el primer plato: finas lonchas de carne con patatas nuevas y judías verdes al vapor, con salsa de mantequilla y almendras.


—Esto tiene muy buen aspecto, Pedro —comentó Lucia—. El servicio de catering tiene mucho talento.


—Gracias. Los he contratado yo mismo.


Marcos le dio un codazo a su mujer y dijo:
—¿No te he dicho que es más inteligente de lo que parece?


—Sois terribles. No los escuches, Paula —dijo Pedro acomodándose en la silla—. Yo sé cocinar, pero nada como esto… Pero quería impresionarte… —miró a sus amigos con gesto de reproche.


Paula terminó de comer una patata y dijo:
—Oh, estoy muy impresionada. Debió de llevarte un gran trabajo llamar por teléfono y contratarlos.


—¡Ja, ja! —se rio Marcos—. Ten cuidado, Pedro, que ya te ha calado.


—Lo siento —dijo Paula bajando la mirada, y poniendo una mano en el muslo de Pedro—. No he sido muy atenta contigo —estaba colorada.


El calor de su mano se extendió desde la punta de los dedos de Paula hasta el sexo de Pedro. Pero él no dejaría pasar una oportunidad como aquélla.


Antes de que ella pudiera quitar la mano, puso la suya encima.


—No, no ha sido mucho trabajo. Veo que te has dejado llevar por el sentido del humor de mis amigos, así que me parece que el que ha cometido el error de invitarlos he sido yo. No te reprocho nada. Además, tienes razón. No he hecho mucho más que llamar por teléfono y pedir la comida. Tendrás que esperar a ver mis habilidades culinarias en otra oportunidad —desvió la mirada un momento y la dirigió a Marcos y Lucia—. En mi casa. A solas. Sin arriesgarme a los comentarios de otros.


Ella flexionó los dedos para quitar la mano del muslo de Pedro, pero él no la dejó.


Se dio por vencida y suspiró. Luego agarró su tenedor con la otra mano.


Pedro se concentró en comer para no dejar escapar la sonrisa que amenazaba con salir al exterior.


Comieron en silencio unos minutos, hasta que Lucia empezó a hablar del tiempo y de eventos locales de Georgetown.


Paula le dio las gracias a Lucia internamente. Había salvado la cena.


Pedro asentía ocasionalmente y contestaba algo de vez en cuando. Pero por lo demás, se concentró en hacerle saber a Paula lo que tenía en mente… Para cuando los camareros hubieran recogido todo, y ellos se hubieran despedido de Lucia y de Marcos.


Acarició suavemente la piel de Paula, sus dedos delgados y el hueso de la muñeca. Al ver que Paula tardaba en apartar la mano, deslizó la mano hacia el brazo haciendo movimientos circulares.


Después de llegar al codo, la deslizó hacia el muslo, hasta donde su falda se arrugaba al sentarse.


Paula tosió, luego quitó su mano del muslo de Pedro. Pero no intentó quitar la mano que tenía en su pierna.


Estaban sentados muy cerca el uno del otro, de forma que se rozaban en cualquier movimiento que hacían. 


Afortunadamente, la altura de la mesa y su proximidad no permitían que Lucia y Marcos se dieran cuenta de su juego.


Pedro intentó seguir la conversación, mientras apretaba su rodilla contra la de Paula, y deslizaba la mano hasta el borde de su vestido. Sus dedos hurgaron un momento allí, sintiendo la diferencia de textura entre la sobrefalda de encaje del vestido y la sedosa suavidad de su lencería.


En aquel momento volvieron los camareros a quitar los platos de la cena. Entonces, Pedro quitó, reacio, la mano del regazo de Paula.


Los camareros sirvieron los platos del postre y volvieron a desaparecer. Pedro hubiera querido pedir tiramisú de postre, su postre favorito, pero tuvo miedo de que tuviera alcohol y que Lucia no pudiera comerlo en su estado. Así que había pedido una tarta helada.


Lucia la devoraba como si no hubiera comido una cena de tres platos, además de una ensalada de remolacha.


Pedro sonrió al verla probar la tarta con cara de satisfacción.


—Mmm… ¡Magnífica! —exclamó Lucia—. Tenemos que encargar la comida a esta gente la próxima vez que tengamos una fiesta.


Marcos asintió.


Pedro estaba a punto de probar su tarta cuando sintió un suave movimiento en la pierna. La sensación se repitió. Indudablemente era una caricia de Paula.


Él sintió un calor de los pies a la cabeza, y una excitación que se acumuló en su sexo, amenazando con romper la cremallera de su pantalón. Tosió y dejó que el helado se derritiera en su garganta mientras miraba a Paula con ojos de sorpresa.


Por la expresión de su cara mientras saboreaba la tarta, no le parecía que estuviera equivocado.


Aquella mujer que se ponía colorada al menor comentario, y que parecía haber tenido ganas de hincarle el tenedor en la mano cuando él la había deslizado por debajo del borde de la falda, sabía lo que estaba haciendo.


Y de pronto se había vuelto una vampiresa.



CAMBIOS DE HABITOS: CAPITULO 12





Paula estaba lista cuando apareció Pedro aquella noche. No había querido retrasarse, para no tener que hacerlo pasar a su casa. Y arriesgarse a que Pedro se pusiera a mirar sus cosas.


Además del vestido rojo, llevaba unas medias con costura y zapatos rojos de satén. Lucía unos pendientes de oro, una cadena en el cuello y una pulsera a juego. El cabello le caía suelto sobre los hombros, y a un lado tenía unos mechones recogidos sujetos con unas peinetas casi invisibles. La mujer de la boutique la había convencido para que llevase un pequeño bolso para completar el conjunto.


Paula había puesto una barra de labios, el maquillaje, y la llave de su apartamento dentro. Y luego había esperado en la cocina, con el corazón latiéndole aceleradamente, ante la perspectiva de ver a Pedro.


Aunque había estado esperándolo casi media hora, cuando él tocó el timbre se sobresaltó.


Respiró profundamente y trató de serenarse.


Cuando se recompuso, fue a abrir la puerta.


El solo verlo le quitó el aliento durante un segundo.


Pedro se quedó de pie en el pasillo. Le sonrió. 


Su sonrisa era sexy, encantadora, y el brillo de sus ojos, muy pícaro.


Llevaba un traje oscuro con una camisa verde debajo.


Pero ella también estaba sexy, aquella noche al menos, se dijo Paula.


Paula sonrió, se colgó el bolso del hombro y cerró la puerta.


—Hola —dijo ella.


—Hola —dijo él, mirándola de arriba abajo—. Guau… Espero que no te ofendas… —agregó—. Pero es lo único que puedo hacer con la poca sangre que me sube al cerebro. Guau…


Ella se estremeció y bajó la mirada.


—Estás impresionante. Y créeme si te lo digo, porque he visto a muchas mujeres vestidas a la moda —sonrió pícaramente—. Es un efecto secundario por tener un club nocturno, ya sabes. Pero eso me da autoridad en la materia. Y puedo decirte con sinceridad que tienes un aspecto muy seductor esta noche.


Ella se rio suavemente y se puso roja.


—Gracias. Tú también estás muy guapo.


—Gracias —Pedro se tiró de la chaqueta y se enderezó el cuello de la camisa—. ¿Estás lista para que nos marchemos?


Paula comprobó que la puerta de su piso había quedado cerrada y luego lo miró.


—Estoy lista —dijo.


Pedro le tomó la mano y caminó con ella por el corredor.


—Gracias por permitirme recogerte temprano. No quería que tomases un taxi, pero también he pensado que tenía que estar en el bar cuando llegasen Marcos y su esposa.


Las seis le parecería temprano a Pedro. Pero ella normalmente a esa hora habría cenado y se habría acostado con un buen libro. Pero él le había explicado que para la hora en que abría al público, las diez de la noche, la reunión tendría que haber terminado. Y que todo tendría que estar recogido para entonces.


—No hay problema. Tengo ganas de conocer a tus amigos.


—Te gustarán —dijo él.


Paula bajó las escaleras por delante de él.


—Estoy segura de que será así. ¿Sólo estarán ellos?


Pedro abrió la puerta del edificio para que saliera ella primero y luego contestó:
—Es una pequeña fiesta. Cuatro personas son suficientes para ello, ¿no crees?


Ella se sorprendió.


—Supongo. No suelo organizar muchas fiestas —respondió Paula


—¿De verdad?


Pedro le abrió la puerta del coche y la ayudó a sentarse. 


Luego le soltó la mano, rodeó el coche y se puso al volante.


—Creí que habrías pasado mucho tiempo divirtiéndote. Pareces una chica a la que le gusta divertirse.


Su comentario fue como un cubo de agua fría para Paula.


Tenía razón Pedro. «Parecía» una chica a la que le gustaba divertirse. ¿Cómo era posible que hubiera sido tan descuidada como para admitir que no salía a menudo?


Era una estúpida. Tendría que tener más cuidado.


—Y me gusta —dijo con toda la firmeza que pudo—. Lo que pasa es que suelo salir más que invitar gente a casa.


—Lo he notado.


¿Quería decir eso que le creía?


—He estado dos veces en tu casa y todavía no me has invitado a pasar.


—¿Quieres entrar? —preguntó de repente.


—Sí. Tú has visto mi piso. Es justo que yo conozca el tuyo.


Oh, Dios. ¿Esperaría algo parecido a su dormitorio Pedro?


A ella no le importaría volver a hacer el amor con él. La sola idea la excitaba.


Pero eso no cambiaba el hecho de que ella no pudiera invitarlo.


Si lo invitaba, Pedro se daría cuenta de que vivía como una bibliotecaria aburrida, o peor aún, como una solterona de treinta y un años.


—Lo pensaré… —dijo ella.


Diez minutos más tarde aparcaron en el Hot Spot. Pedro la hizo pasar por una entrada trasera.


Sin las luces y los atuendos coloridos de la gente, el club no se parecía en nada al que ella recordaba.


Había una mesa ovalada cubierta con un mantel blanco en medio del salón de baile, con dos sillas a cada lado.


La decoración era romántica, pensó Paula por un momento. Le sorprendió un poco, teniendo en cuenta su estilo de vida de playboy.


—Está todo muy bonito —comentó ella. Pedro se detuvo a su lado. Le rodeó la cintura con un brazo.


—No es mérito mío, para serte sincero. Le he dicho al servicio de catering qué era lo que quería, y ellos se han encargado del resto.


—En ese caso, has contratado a buenos profesionales.


—Gracias.


Pedro se inclinó y tomó una botella de vino de la mesa.


—Toma —dijo Pedro después de abrirla y servirle una copa—. Siéntate y saborea el vino mientras compruebo que todo está bien. Enseguida vuelvo.


Pedro desapareció antes de que ella pudiera protestar.


Ella se quedó mirando el amplio espacio del club, bebiendo vino.


Mmm. Lo saboreó. Si seguía bebiendo aquel vino tal vez lograse sobrevivir a aquella noche.


Se abrió la puerta del club y se oyeron voces mientras Paula bebía un segundo sorbo. Luego se aquietaron las voces y sólo se oyeron pasos y voces en la distancia.


Paula respiró profundamente y dejó el vino en la mesa. Se alisó el vestido nerviosamente y se aseguró de que todo estaba en su sitio antes de que apareciera Pedro con sus amigos.


Una atractiva pareja apareció por detrás de la partición que separaba el bar de la pista de baile. Se detuvieron y sonrieron amistosamente.


La mujer era alta, con el cabello negro y liso. Su barra de labios realzaba su tono de piel. Llevaba un vestido negro que le llegaba hasta las pantorrillas, con unos tulipanes que adornaban la parte derecha de la tela lisa. Tenía tirantes y un escote amplio que dejaba sus hombros al descubierto. Una cadena con un diamante en forma de corazón adornaba su cuello. Llevaba unos zapatos de tacón bastante bajo. Por razones de seguridad, sospechaba Paula, teniendo en cuenta el volumen de su vientre.


El hombre era igualmente alto, de pelo rubio. Y parecía incómodo con aquel traje gris y aquella corbata de rayas.


Paula sabía que debía decir algo, hacer algo, pero no podía hacer otra cosa que entrelazar los dedos de sus manos nerviosamente.


Afortunadamente, la otra mujer no estaba tan nerviosa como Paula.


Lucia dio un paso adelante y con los ojos azules brillantes le dio la mano.


—Hola. Tú debes de ser Paula. Yo soy Lucia, y éste es mi marido, Marcos —se giró levemente y tiró de la manga del hombre.


—Mucho gusto en conocerte —murmuró Marcos, dándole la mano.


—Encantada de conoceros —dijo Paula.


Paula miró en la dirección en que había desaparecido Pedro.


Pedro ha ido a supervisar la cena. Volverá en cualquier momento.


—Oh, no te preocupes por él —dijo Lucia—. Vendrá enseguida. Mientras tanto, sentémonos y charlemos un poco para conocernos mejor.


Marcos acercó una silla a su esposa. Y hubiera hecho lo mismo para Paula si ésta no hubiera acercado la silla que estaba junto a su copa.


En lugar de unirse a ellas, Marcos dio un paso atrás y le acarició el brazo a Lucia.


—Creo que voy a ayudar a Pedro. ¿Os importa?


—Creo que sobreviviremos. Pero dile a Pedro que no tarde mucho. Yo ahora como por dos. Y el bebé está muerto de hambre.


En cuanto Marcos desapareció, Lucia se inclinó hacia Paula y le dijo:
—Es un poco sobreprotector. A veces se pone un poco pesado. Pero generalmente lo dejo. Se siente más involucrado si me trae leche caliente y galletas a las tres de la mañana.


—Evidentemente, te quiere y te cuida mucho.


Paula no sabía qué más decir, y ocultó su inseguridad tomando un sorbo de vino.


—Es verdad —contestó Lucia con las mejillas sonrosadas de felicidad. Se sirvió una copa de agua y bebió un sorbo. Luego continuó—: Pero no sigamos hablando de Marcos y de mí. Lo que realmente quiero saber es si tu relación con Pedro es muy ardiente.



lunes, 19 de marzo de 2018

CAMBIOS DE HABITOS: CAPITULO 11





Paula pudo preparar el almuerzo sin pensar en Pedro, hasta el miércoles por la mañana. Cuando abrió el armario y se dio cuenta de que no tenía qué ponerse.


O al menos nada apropiado para pasar la noche en un club nocturno.


¿Cómo serían sus amigos?, se preguntó.


¿Se sentaría al lado de alguna rubia explosiva llena de silicona?


¿Tendría que soportar a algún viejo verde productor de cine invitándola a un casting privado?


No era justo. No tenía que estereotipar a gente que no conocía.


Al fin y al cabo, si a ella le hubieran hablado del dueño de un club nocturno, nunca se hubiera imaginado a un hombre como Pedro. Tan agradable y… dulce.


Así que tal vez las cosas no fueran como parecían. Al menos, en relación a Pedro.


Pero no podía decirle la verdad. Porque tal vez entonces no se interesara por ella, ni quisiera compartir su tiempo con ella.


A ella le gustaba estar con él, y tener la oportunidad de poder volver a verlo.


Se estremecía al pensar que había estado con él tan íntimamente, aunque sólo fuera físicamente.


Pero esperaba conocerlo más a otro nivel.


Lo que quería decir que tenía que ir nuevamente a la boutique a comprar algo apropiado para ir a la fiesta.


Fue a la tienda directamente del trabajo y pasó dos horas probándose vestidos de fiesta de todos los colores. Cuando salió del probador por centésima vez, la dueña de la boutique la aplaudió y le dijo:
—Oh, muy guapa. Ése es.


Latifa, la mujer negra que la había ayudado a escoger el atuendo de la noche del club y algunas otras prendas, se acercó a Paula y le alisó el vestido.


Era un vestido rojo, con la falda hasta medio muslo, que marcaba sus formas, y no tenía tirantes. El cuerpo tenía un trabajo de filigrana. Una chaqueta corta de manga larga hacía juego con él.


Se miró al espejo y pensó que se parecía a una modelo de catálogo. No recordaba haber usado nada tan femenino en su vida.


El precio que tenía la etiqueta casi la hace caer redonda, pero respiró profundamente e intentó calcular mentalmente si podía comprárselo o no.


Tal vez si trabajaba algunas horas extras en la biblioteca y comía bocadillos de mantequilla de cacahuete a la hora del almuerzo…


—¿Está segura de que el color es el adecuado para una fiesta de noche? —preguntó Paula.


Latifa sonrió y se apartó, poniendo los brazos en jarras.


—Los hombres podrían ir al infierno por sus malos pensamientos al verte, pero eso no es problema tuyo.


El tono hacía resaltar el color de sus ojos y su cabello. Y además realzaba sus curvas, pensó Paula.


Daba la impresión de tener un tamaño de pechos normal por una vez en su vida.


Por un lado el atuendo le parecía demasiado atrevido. 


Pero… ¿No era lo que buscaba? El día que había estado con Pedro también había llevado ropa demasiado atrevida y había aparecido él sin ni siquiera proponérselo.


Además, la mujer del vestido rojo que veía en el espejo, era exactamente la que Pedro esperaba.


—Espero que tenga razón —dijo Paula.


—Oh, querida, tengo razón. En cuanto te vea ese hombre tuyo, va a tener que hacer un esfuerzo para no decirte nada.


—Él no es mi hombre —la corrigió Paula, bajando la mirada.


—Todavía, no, quieres decir. Pero ven mañana y dile a la señorita Latifa si no ha cambiado eso.


La sonrisa de la mujer era contagiosa, ¡y estaba tan segura de que aquél era «el vestido»!


—De acuerdo —dijo Paula—. Pero también necesitaré zapatos y accesorios… Acepta tarjeta de crédito, ¿verdad?



CAMBIOS DE HABITOS: CAPITULO 10




Sentado en un banco, Pedro observó a Marcos, su mejor amigo, levantar un peso de cincuenta kilos.


—No puedo creer que me lo estés haciendo pasar tan mal. ¿Qué problema hay en meter a Lucia en el coche y llevarla al club?


—¡Eh, oye! ¡Hablas de mi esposa como si se tratase de una cabeza de ganado! No es tan grande, y además, a mí me parece que está muy bien…


—No lo he dicho en ese sentido. Por supuesto que está muy bien. Parece que se hubiera tragado una pelota de baloncesto, pero eso es mejor que haberse tragado varias.


Con un gruñido, Marcos levantó las pesas una vez más, y luego Pedro lo ayudó a ponerlas en su sitio.


—No te entiendo —dijo Marcos luego—. Te burlas del embarazo de Lucia, y de vernos juntos tan felices, pero luego vienes a pedirme un favor para impresionar a una mujer. Una mujer que, si no me equivoco, te ha hecho pensar en el matrimonio y la familia.


—He estado casado —respondió Pedro—. Y no funcionó.


—Eso fue porque Susana era una lagarta y quería tu dinero. Ahora eres mayor y tienes más experiencia —su amigo lo miró con ironía—. O así debería ser. Aunque no se nota teniendo en cuenta a los pimpollos de cabeza hueca que te llevas a tu casa.


Pedro apretó los puños. Si Marcos no hubiera sido su mejor amigo, le habría dado un puñetazo.


—¿Qué quieres decir?


—Que es la primera vez que nos invitas a cenar a Lucia y a mí para que conozcamos a una de tus chicas. De hecho, salvo cuando te haces el playboy y alardeas de tu última conquista de una noche, casi nunca sueles hablar de las mujeres que te interesan.


Marcos achicó los ojos y siguió:
—Y ahora, de repente, quieres preparar esta cena en el Hot Spot, y que Lucia y yo estemos contigo. ¿Por qué? ¿Tanto te gusta esta chica? ¿O quieres quitártela de encima y necesitas a mi esposa para que la exprima? —Marcos sonrió.


Pedro no pudo evitar sonreír en respuesta.


—No quiero quitarme a ésta de encima. Y quisiera que mantuvieras controlada a Lucia, si puedes.


—¡Eh! Lucia tiene ideas propias. Yo sólo la acompaño —dijo encogiéndose de hombros—. Entonces, supongo que ésta te gusta, ¿eh?


Pedro sintió una punzada de temor en el estómago. No, todavía no estaba preparado para admitirlo. Pero había algo en Paula…


Recordó el aspecto que tenía cuando la había dejado en la acera el día anterior. Le había dicho docenas de veces que no tenía que molestarse en buscar un aparcamiento o acompañarla hasta su apartamento.


Él había comprendido la indirecta. Pero la había observado alejarse. Habría tenido que ser un santo para no fijarse en sus vaqueros blancos apretados contra su trasero. Y él no era un santo.


También se había dado cuenta de cómo se había dado la vuelta varias veces, como si esperase que él ya no estuviera allí.


—Yo no diría tanto —le dijo a su amigo—. Pero me gustaría conocerla mejor, que es por lo que necesito que Lucia y tú vengáis el miércoles por la noche. Le caeréis bien. Y estoy seguro de que a vosotros os gustará ella también. No tendrás que preocuparte por nada. Ya he pedido un servicio de catering. Está todo arreglado.


Marcos se puso de pie y se dirigió a la ducha.


—Hablaré con Lucia, pero no te prometo nada.


—Genial. Gracias. Dile a Lucia que se lo agradeceré siempre. Y que le debo una, si acepta. Quizás pueda cuidar al gato la próxima vez que os vayáis fuera.


—Quizás puedas cuidar al niño.


Pedro puso cara de incomodidad. Le costaba imaginarse con un niño chillón, rodeado de pañales y biberones, y los hombros cubiertos de las babitas del niño.


—Si ése es el precio, supongo que tendré que hacerlo, a condición de que confiéis en mí para que cuide de vuestro hijo.


Marcos se detuvo a medio camino de las duchas y miró a Pedro.


—Sí, tienes razón. Ya lo pensaremos. Seguro que encontramos algo que puedas hacer. Ah, y si vamos el miércoles por la noche, prepara un poco de remolacha casera.


—¿Remolacha?


—Es el último antojo de Lucia. Si no hay, es capaz de morderte.


—Remolacha… —pensó Pedro en voz alta, y se rascó la mejilla—. De acuerdo. Le diré al servicio de catering que traiga remolacha.