lunes, 19 de marzo de 2018
CAMBIOS DE HABITOS: CAPITULO 10
Sentado en un banco, Pedro observó a Marcos, su mejor amigo, levantar un peso de cincuenta kilos.
—No puedo creer que me lo estés haciendo pasar tan mal. ¿Qué problema hay en meter a Lucia en el coche y llevarla al club?
—¡Eh, oye! ¡Hablas de mi esposa como si se tratase de una cabeza de ganado! No es tan grande, y además, a mí me parece que está muy bien…
—No lo he dicho en ese sentido. Por supuesto que está muy bien. Parece que se hubiera tragado una pelota de baloncesto, pero eso es mejor que haberse tragado varias.
Con un gruñido, Marcos levantó las pesas una vez más, y luego Pedro lo ayudó a ponerlas en su sitio.
—No te entiendo —dijo Marcos luego—. Te burlas del embarazo de Lucia, y de vernos juntos tan felices, pero luego vienes a pedirme un favor para impresionar a una mujer. Una mujer que, si no me equivoco, te ha hecho pensar en el matrimonio y la familia.
—He estado casado —respondió Pedro—. Y no funcionó.
—Eso fue porque Susana era una lagarta y quería tu dinero. Ahora eres mayor y tienes más experiencia —su amigo lo miró con ironía—. O así debería ser. Aunque no se nota teniendo en cuenta a los pimpollos de cabeza hueca que te llevas a tu casa.
Pedro apretó los puños. Si Marcos no hubiera sido su mejor amigo, le habría dado un puñetazo.
—¿Qué quieres decir?
—Que es la primera vez que nos invitas a cenar a Lucia y a mí para que conozcamos a una de tus chicas. De hecho, salvo cuando te haces el playboy y alardeas de tu última conquista de una noche, casi nunca sueles hablar de las mujeres que te interesan.
Marcos achicó los ojos y siguió:
—Y ahora, de repente, quieres preparar esta cena en el Hot Spot, y que Lucia y yo estemos contigo. ¿Por qué? ¿Tanto te gusta esta chica? ¿O quieres quitártela de encima y necesitas a mi esposa para que la exprima? —Marcos sonrió.
Y Pedro no pudo evitar sonreír en respuesta.
—No quiero quitarme a ésta de encima. Y quisiera que mantuvieras controlada a Lucia, si puedes.
—¡Eh! Lucia tiene ideas propias. Yo sólo la acompaño —dijo encogiéndose de hombros—. Entonces, supongo que ésta te gusta, ¿eh?
Pedro sintió una punzada de temor en el estómago. No, todavía no estaba preparado para admitirlo. Pero había algo en Paula…
Recordó el aspecto que tenía cuando la había dejado en la acera el día anterior. Le había dicho docenas de veces que no tenía que molestarse en buscar un aparcamiento o acompañarla hasta su apartamento.
Él había comprendido la indirecta. Pero la había observado alejarse. Habría tenido que ser un santo para no fijarse en sus vaqueros blancos apretados contra su trasero. Y él no era un santo.
También se había dado cuenta de cómo se había dado la vuelta varias veces, como si esperase que él ya no estuviera allí.
—Yo no diría tanto —le dijo a su amigo—. Pero me gustaría conocerla mejor, que es por lo que necesito que Lucia y tú vengáis el miércoles por la noche. Le caeréis bien. Y estoy seguro de que a vosotros os gustará ella también. No tendrás que preocuparte por nada. Ya he pedido un servicio de catering. Está todo arreglado.
Marcos se puso de pie y se dirigió a la ducha.
—Hablaré con Lucia, pero no te prometo nada.
—Genial. Gracias. Dile a Lucia que se lo agradeceré siempre. Y que le debo una, si acepta. Quizás pueda cuidar al gato la próxima vez que os vayáis fuera.
—Quizás puedas cuidar al niño.
Pedro puso cara de incomodidad. Le costaba imaginarse con un niño chillón, rodeado de pañales y biberones, y los hombros cubiertos de las babitas del niño.
—Si ése es el precio, supongo que tendré que hacerlo, a condición de que confiéis en mí para que cuide de vuestro hijo.
Marcos se detuvo a medio camino de las duchas y miró a Pedro.
—Sí, tienes razón. Ya lo pensaremos. Seguro que encontramos algo que puedas hacer. Ah, y si vamos el miércoles por la noche, prepara un poco de remolacha casera.
—¿Remolacha?
—Es el último antojo de Lucia. Si no hay, es capaz de morderte.
—Remolacha… —pensó Pedro en voz alta, y se rascó la mejilla—. De acuerdo. Le diré al servicio de catering que traiga remolacha.
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