lunes, 19 de marzo de 2018

CAMBIOS DE HABITOS: CAPITULO 11





Paula pudo preparar el almuerzo sin pensar en Pedro, hasta el miércoles por la mañana. Cuando abrió el armario y se dio cuenta de que no tenía qué ponerse.


O al menos nada apropiado para pasar la noche en un club nocturno.


¿Cómo serían sus amigos?, se preguntó.


¿Se sentaría al lado de alguna rubia explosiva llena de silicona?


¿Tendría que soportar a algún viejo verde productor de cine invitándola a un casting privado?


No era justo. No tenía que estereotipar a gente que no conocía.


Al fin y al cabo, si a ella le hubieran hablado del dueño de un club nocturno, nunca se hubiera imaginado a un hombre como Pedro. Tan agradable y… dulce.


Así que tal vez las cosas no fueran como parecían. Al menos, en relación a Pedro.


Pero no podía decirle la verdad. Porque tal vez entonces no se interesara por ella, ni quisiera compartir su tiempo con ella.


A ella le gustaba estar con él, y tener la oportunidad de poder volver a verlo.


Se estremecía al pensar que había estado con él tan íntimamente, aunque sólo fuera físicamente.


Pero esperaba conocerlo más a otro nivel.


Lo que quería decir que tenía que ir nuevamente a la boutique a comprar algo apropiado para ir a la fiesta.


Fue a la tienda directamente del trabajo y pasó dos horas probándose vestidos de fiesta de todos los colores. Cuando salió del probador por centésima vez, la dueña de la boutique la aplaudió y le dijo:
—Oh, muy guapa. Ése es.


Latifa, la mujer negra que la había ayudado a escoger el atuendo de la noche del club y algunas otras prendas, se acercó a Paula y le alisó el vestido.


Era un vestido rojo, con la falda hasta medio muslo, que marcaba sus formas, y no tenía tirantes. El cuerpo tenía un trabajo de filigrana. Una chaqueta corta de manga larga hacía juego con él.


Se miró al espejo y pensó que se parecía a una modelo de catálogo. No recordaba haber usado nada tan femenino en su vida.


El precio que tenía la etiqueta casi la hace caer redonda, pero respiró profundamente e intentó calcular mentalmente si podía comprárselo o no.


Tal vez si trabajaba algunas horas extras en la biblioteca y comía bocadillos de mantequilla de cacahuete a la hora del almuerzo…


—¿Está segura de que el color es el adecuado para una fiesta de noche? —preguntó Paula.


Latifa sonrió y se apartó, poniendo los brazos en jarras.


—Los hombres podrían ir al infierno por sus malos pensamientos al verte, pero eso no es problema tuyo.


El tono hacía resaltar el color de sus ojos y su cabello. Y además realzaba sus curvas, pensó Paula.


Daba la impresión de tener un tamaño de pechos normal por una vez en su vida.


Por un lado el atuendo le parecía demasiado atrevido. 


Pero… ¿No era lo que buscaba? El día que había estado con Pedro también había llevado ropa demasiado atrevida y había aparecido él sin ni siquiera proponérselo.


Además, la mujer del vestido rojo que veía en el espejo, era exactamente la que Pedro esperaba.


—Espero que tenga razón —dijo Paula.


—Oh, querida, tengo razón. En cuanto te vea ese hombre tuyo, va a tener que hacer un esfuerzo para no decirte nada.


—Él no es mi hombre —la corrigió Paula, bajando la mirada.


—Todavía, no, quieres decir. Pero ven mañana y dile a la señorita Latifa si no ha cambiado eso.


La sonrisa de la mujer era contagiosa, ¡y estaba tan segura de que aquél era «el vestido»!


—De acuerdo —dijo Paula—. Pero también necesitaré zapatos y accesorios… Acepta tarjeta de crédito, ¿verdad?



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