martes, 20 de marzo de 2018

CAMBIOS DE HABITOS: CAPITULO 12





Paula estaba lista cuando apareció Pedro aquella noche. No había querido retrasarse, para no tener que hacerlo pasar a su casa. Y arriesgarse a que Pedro se pusiera a mirar sus cosas.


Además del vestido rojo, llevaba unas medias con costura y zapatos rojos de satén. Lucía unos pendientes de oro, una cadena en el cuello y una pulsera a juego. El cabello le caía suelto sobre los hombros, y a un lado tenía unos mechones recogidos sujetos con unas peinetas casi invisibles. La mujer de la boutique la había convencido para que llevase un pequeño bolso para completar el conjunto.


Paula había puesto una barra de labios, el maquillaje, y la llave de su apartamento dentro. Y luego había esperado en la cocina, con el corazón latiéndole aceleradamente, ante la perspectiva de ver a Pedro.


Aunque había estado esperándolo casi media hora, cuando él tocó el timbre se sobresaltó.


Respiró profundamente y trató de serenarse.


Cuando se recompuso, fue a abrir la puerta.


El solo verlo le quitó el aliento durante un segundo.


Pedro se quedó de pie en el pasillo. Le sonrió. 


Su sonrisa era sexy, encantadora, y el brillo de sus ojos, muy pícaro.


Llevaba un traje oscuro con una camisa verde debajo.


Pero ella también estaba sexy, aquella noche al menos, se dijo Paula.


Paula sonrió, se colgó el bolso del hombro y cerró la puerta.


—Hola —dijo ella.


—Hola —dijo él, mirándola de arriba abajo—. Guau… Espero que no te ofendas… —agregó—. Pero es lo único que puedo hacer con la poca sangre que me sube al cerebro. Guau…


Ella se estremeció y bajó la mirada.


—Estás impresionante. Y créeme si te lo digo, porque he visto a muchas mujeres vestidas a la moda —sonrió pícaramente—. Es un efecto secundario por tener un club nocturno, ya sabes. Pero eso me da autoridad en la materia. Y puedo decirte con sinceridad que tienes un aspecto muy seductor esta noche.


Ella se rio suavemente y se puso roja.


—Gracias. Tú también estás muy guapo.


—Gracias —Pedro se tiró de la chaqueta y se enderezó el cuello de la camisa—. ¿Estás lista para que nos marchemos?


Paula comprobó que la puerta de su piso había quedado cerrada y luego lo miró.


—Estoy lista —dijo.


Pedro le tomó la mano y caminó con ella por el corredor.


—Gracias por permitirme recogerte temprano. No quería que tomases un taxi, pero también he pensado que tenía que estar en el bar cuando llegasen Marcos y su esposa.


Las seis le parecería temprano a Pedro. Pero ella normalmente a esa hora habría cenado y se habría acostado con un buen libro. Pero él le había explicado que para la hora en que abría al público, las diez de la noche, la reunión tendría que haber terminado. Y que todo tendría que estar recogido para entonces.


—No hay problema. Tengo ganas de conocer a tus amigos.


—Te gustarán —dijo él.


Paula bajó las escaleras por delante de él.


—Estoy segura de que será así. ¿Sólo estarán ellos?


Pedro abrió la puerta del edificio para que saliera ella primero y luego contestó:
—Es una pequeña fiesta. Cuatro personas son suficientes para ello, ¿no crees?


Ella se sorprendió.


—Supongo. No suelo organizar muchas fiestas —respondió Paula


—¿De verdad?


Pedro le abrió la puerta del coche y la ayudó a sentarse. 


Luego le soltó la mano, rodeó el coche y se puso al volante.


—Creí que habrías pasado mucho tiempo divirtiéndote. Pareces una chica a la que le gusta divertirse.


Su comentario fue como un cubo de agua fría para Paula.


Tenía razón Pedro. «Parecía» una chica a la que le gustaba divertirse. ¿Cómo era posible que hubiera sido tan descuidada como para admitir que no salía a menudo?


Era una estúpida. Tendría que tener más cuidado.


—Y me gusta —dijo con toda la firmeza que pudo—. Lo que pasa es que suelo salir más que invitar gente a casa.


—Lo he notado.


¿Quería decir eso que le creía?


—He estado dos veces en tu casa y todavía no me has invitado a pasar.


—¿Quieres entrar? —preguntó de repente.


—Sí. Tú has visto mi piso. Es justo que yo conozca el tuyo.


Oh, Dios. ¿Esperaría algo parecido a su dormitorio Pedro?


A ella no le importaría volver a hacer el amor con él. La sola idea la excitaba.


Pero eso no cambiaba el hecho de que ella no pudiera invitarlo.


Si lo invitaba, Pedro se daría cuenta de que vivía como una bibliotecaria aburrida, o peor aún, como una solterona de treinta y un años.


—Lo pensaré… —dijo ella.


Diez minutos más tarde aparcaron en el Hot Spot. Pedro la hizo pasar por una entrada trasera.


Sin las luces y los atuendos coloridos de la gente, el club no se parecía en nada al que ella recordaba.


Había una mesa ovalada cubierta con un mantel blanco en medio del salón de baile, con dos sillas a cada lado.


La decoración era romántica, pensó Paula por un momento. Le sorprendió un poco, teniendo en cuenta su estilo de vida de playboy.


—Está todo muy bonito —comentó ella. Pedro se detuvo a su lado. Le rodeó la cintura con un brazo.


—No es mérito mío, para serte sincero. Le he dicho al servicio de catering qué era lo que quería, y ellos se han encargado del resto.


—En ese caso, has contratado a buenos profesionales.


—Gracias.


Pedro se inclinó y tomó una botella de vino de la mesa.


—Toma —dijo Pedro después de abrirla y servirle una copa—. Siéntate y saborea el vino mientras compruebo que todo está bien. Enseguida vuelvo.


Pedro desapareció antes de que ella pudiera protestar.


Ella se quedó mirando el amplio espacio del club, bebiendo vino.


Mmm. Lo saboreó. Si seguía bebiendo aquel vino tal vez lograse sobrevivir a aquella noche.


Se abrió la puerta del club y se oyeron voces mientras Paula bebía un segundo sorbo. Luego se aquietaron las voces y sólo se oyeron pasos y voces en la distancia.


Paula respiró profundamente y dejó el vino en la mesa. Se alisó el vestido nerviosamente y se aseguró de que todo estaba en su sitio antes de que apareciera Pedro con sus amigos.


Una atractiva pareja apareció por detrás de la partición que separaba el bar de la pista de baile. Se detuvieron y sonrieron amistosamente.


La mujer era alta, con el cabello negro y liso. Su barra de labios realzaba su tono de piel. Llevaba un vestido negro que le llegaba hasta las pantorrillas, con unos tulipanes que adornaban la parte derecha de la tela lisa. Tenía tirantes y un escote amplio que dejaba sus hombros al descubierto. Una cadena con un diamante en forma de corazón adornaba su cuello. Llevaba unos zapatos de tacón bastante bajo. Por razones de seguridad, sospechaba Paula, teniendo en cuenta el volumen de su vientre.


El hombre era igualmente alto, de pelo rubio. Y parecía incómodo con aquel traje gris y aquella corbata de rayas.


Paula sabía que debía decir algo, hacer algo, pero no podía hacer otra cosa que entrelazar los dedos de sus manos nerviosamente.


Afortunadamente, la otra mujer no estaba tan nerviosa como Paula.


Lucia dio un paso adelante y con los ojos azules brillantes le dio la mano.


—Hola. Tú debes de ser Paula. Yo soy Lucia, y éste es mi marido, Marcos —se giró levemente y tiró de la manga del hombre.


—Mucho gusto en conocerte —murmuró Marcos, dándole la mano.


—Encantada de conoceros —dijo Paula.


Paula miró en la dirección en que había desaparecido Pedro.


Pedro ha ido a supervisar la cena. Volverá en cualquier momento.


—Oh, no te preocupes por él —dijo Lucia—. Vendrá enseguida. Mientras tanto, sentémonos y charlemos un poco para conocernos mejor.


Marcos acercó una silla a su esposa. Y hubiera hecho lo mismo para Paula si ésta no hubiera acercado la silla que estaba junto a su copa.


En lugar de unirse a ellas, Marcos dio un paso atrás y le acarició el brazo a Lucia.


—Creo que voy a ayudar a Pedro. ¿Os importa?


—Creo que sobreviviremos. Pero dile a Pedro que no tarde mucho. Yo ahora como por dos. Y el bebé está muerto de hambre.


En cuanto Marcos desapareció, Lucia se inclinó hacia Paula y le dijo:
—Es un poco sobreprotector. A veces se pone un poco pesado. Pero generalmente lo dejo. Se siente más involucrado si me trae leche caliente y galletas a las tres de la mañana.


—Evidentemente, te quiere y te cuida mucho.


Paula no sabía qué más decir, y ocultó su inseguridad tomando un sorbo de vino.


—Es verdad —contestó Lucia con las mejillas sonrosadas de felicidad. Se sirvió una copa de agua y bebió un sorbo. Luego continuó—: Pero no sigamos hablando de Marcos y de mí. Lo que realmente quiero saber es si tu relación con Pedro es muy ardiente.



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