viernes, 9 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 21





Paula se abrazó a un cojín y se sentó en la esquina del sofá, acurrucándose. La lluvia golpeaba los cristales, alumbrada por la farola de la esquina. El salón estaba lleno de sombras; la lámpara no conseguía disipar por completo la penumbra.


Por encima del sonido de la lluvia podía oír la voz de Pedro, profunda y firme, que hablaba por teléfono con otro de sus compañeros de la comisaría. Aunque hablaba en voz baja, no podía evitar que Paula oyera todas sus palabras. 


Hospital. Depósito de cadáveres.


Hacía más de dos días que la llamada de Armando había puesto fin a la fiesta de compromiso. Hacía casi tres días que nadie tenía noticias de Jimmy.



Judith estaba destrozada. Sus sonrisas rápidas, su sentido del humor y su forma de ser desenfadada habían desaparecido, sofocados por la preocupación. Siempre que Paula había ido a verla la había encontrado junto al teléfono.


Pero si aquello había afectado a Judith, el efecto sobre Armando había sido peor aún. Tenía los ojos enrojecidos por la falta de sueño, parecía que no se había afeitado en varios días, y le temblaban las manos a causa de todo el café que había bebido. No había hablado mucho sobre la discusión que había empujado a Jimmy a marcharse, pero saltaba a la vista que Armando se consideraba culpable.


Paula cerró los ojos y hundió la cara en el cojín. Conocía perfectamente el calvario que estaba atravesando su hermano, porque ella había vivido la misma angustia con Ruben. Armando estaría haciendo conjeturas, preguntándose una y otra vez qué habría pasado si hubiera actuado de otra forma.


Pedro colgó el teléfono. Unos segundos después, Paula sintió que le acariciaba el pelo.


-Es muy tarde –le dijo-. Seguiré haciendo llamadas desde mi casa, para que puedas dormir un poco.


-No, no te preocupes. ¿Has averiguada algo?


-Por ahora no. Parece que Jimmy no quiere que lo encuentren. Pero he corrido la voz, y lo busca mucha gente.


-Gracias –lo tomó de la mano-. Te agradezco mucho lo que estás haciendo.


Durante un instante, Pedro la miró con una sonrisa, pero después se apartó y se metió las manos en los bolsillos.


-No es para tanto. Sólo he hecho unas cuantas llamadas.


-¿Cómo que no es para tanto? Sé que no querías involucrarte.


Pedro se encogió de hombros.


-Era lo que se esperaba de mí. Se supone que soy tu prometido.


Paula no sabía por qué aquel hombre no quería reconocer que estaba haciendo algo bueno. Desde el momento en que ofreció su ayuda a la familia, no sólo puso sobre aviso a sus compañeros de la policía; también organizó a todos los Chaves para que buscaran ordenadamente, y sobre todo, les devolvió la esperanza.


Los hermanos de Paula estaban dispuestos a meterse en los coches y ponerse a vagar por la ciudad, pero Pedro los había convencido para que elaboraran un plan. Recogieron los restos de comida de la mesa y elaboraron listas de los amigos de Jimmy y los lugares a los que podría ir. Estuvieron observando sus fotografías recientes, para hacer observaciones sobre su forma de vestir y sus hábitos. Esther y Christian hicieron fotocopias, Geraldine y Jeronimo se encargaron del teléfono, y Agustin organizaba la información recopilada.


Durante todo el proceso, Pedro estaba allí, firme como una roca. Todo el mundo pensaba que era Armando el que había involucrado a la policía en la búsqueda, pero Paula sabía que, entre bastidores, Pedro estaba usando todos sus contactos. Para ser alguien que insistía en que sólo desempeñaba un papel, se estaba convirtiendo en un miembro muy importante de la familia.


Por otro lado, cuanto antes apareciera Jimmy, antes volverían a la normalidad los Chaves y su empresa de catering. Quizás sólo estuviera ayudándolos para asegurarse de que todo transcurriera sin problemas en la fiesta de los Fitzpatrick.


Paula se puso a dar vueltas a su anillo de compromiso. 


Sería una estúpida si pensara que entre Pedro y ella podía haber algo más que el caso Fitzpatrick. Estaba muy confundida.


Pedro se sentó en el brazo del sofá y tomó un pastel de la mesa.


-Para empezar, no entiendo por qué querría escaparse Jimmy –comentó.


-Últimamente no se llevaba muy bien con su padre.


Guardaron silencio mientras Pedro se comía el pastel. Cuando terminó, se cruzó de brazos y miró a Paula.


-¿Se ha puesto… violento con él alguna vez?


-¿Cómo? ¡Por supuesto que no!


-No te ofendas. Es una de las primeras preguntas que haría si me hubieran asignado el caso.


Paula sacudió la cabeza con vehemencia.


-Armando jamás ha levantado la mano a sus hijos. Nadie de mi familia lo haría.


-Era lo que me imaginaba, a juzgar por la forma en que trataban a los niños el día de la fiesta, pero tenía que asegurarme.


-Tal vez sea estricto, y a veces puede ser terco como una mula, pero adora a su mujer y a sus hijos. Nunca les haría ningún daño; es más, se pasa por el otro lado.


-¿Qué quieres decir?


-Probablemente se debe a que es el hermano mayor. Siempre ha sido excesivamente protector, y a Jimmy no le gusta que siga tratándolo como a un niño.


-Algunos niños maduran muy pronto.


-Jimmy está muy alto para su edad, y probablemente piensa que, con quince años, está a las puertas de los veinte, pero sigue siendo un crío. Probablemente, estará aterrorizado.


Pedro se levantó del brazo del sofá y se sentó junto a Paula.


-¿Por qué se llevaba mal con su padre?


-Es una discusión que han tenido toda la vida. Jimmy siempre quiso ser pintor. Armando y Judith pensaron que era un capricho de niño y que ya se le pasaría, pero últimamente está descuidando sus estudios para dedicar más tiempo a la pintura. Cuanto más insiste Armando en que debe estudiar, menos estudia.


-A juzgar por el dibujo que vi en la furgoneta de Armando, el chico tiene talento.


-Sí. Esos dos cuadros que hay al lado de la ventana son suyos.


Pedro se levantó para observarlos.


-Desde luego, es muy bueno.


-El problema es que Armando siempre esperó que su hijo se uniera al negocio de la familia –suspiró-. Entiendo que Jimmy se sienta frustrado. Sus padres tienen buena intención, pero el pobre no va a dejar que las buenas intenciones de los demás dicten su vida. Los quiere, pero quiere ser independiente.


-Parece que estás hablando de ti misma.


-En cierto modo, a los dos nos agobia un poco la familia de vez en cuando. Por eso siento cierta debilidad por él.


-No sé por qué, pero no te imagino como una adolescente rebelde.


-Bueno, reconozco que mi rebeldía se retrasó una década. Cuando era más joven no protestaba nunca, siempre hacía lo que se esperaba de mí. Toda mi vida estaba planeada, y no me lo pensé dos veces cuando pasé de la protección de mis padres a la de mi prometido.


-Debías de ser muy joven cuando te comprometiste.


-Ruben y yo nos conocimos el día en que fuimos por primera vez a la guardería, y en el primer año de instituto ya teníamos una relación estable. Celebramos nuestro compromiso el día en que cumplí veintiún años.


-Tu familia debía quererlo mucho.


-Lo adoraban. Cuando éramos jóvenes venía tanto a casa que lo trataban como si fuera uno de mis hermanos. Nadie se sorprendió cuando anunciamos que nos íbamos a casar. Siempre habíamos dado por supuesto que pasaríamos toda la vida juntos.


-Parece que estabais muy compenetrados.


-Sí. Habíamos hecho muchos planes. Un montón de hijos, una casa con un columpio en el jardín y un perro delante de la chimenea. Pero entonces tuvo el accidente… -hizo una pausa-. Y tuve que cambiar de planes.


-Lo siento mucho, Paula.


-No quería que me quedara con él. Te lo dije, ¿verdad?


-Sí.


-Al principio pensé que lo hacía porque me quería demasiado para permitir que lo viera en una silla de ruedas.


-Es comprensible. A nadie le gusta que sientan compasión por él.


-Yo no sentía compasión. Estaba enamorada de él. Pero no le gustaba que lo cuidara, porque eso cambiaba la idea que tenía de mí. Era como mi padre; siempre había dado por supuesto que era él quien tenía que cuidarme. No me había dado cuenta de lo frágil que me consideraba.



-Eres cualquier cosa menos frágil.


Paula suspiró y apoyó la mejilla en la mano de Pedro. Hablar con él le resultaba muy fácil. Era muy directo y comprensivo, la escuchaba y le hacía preguntas sobre cosas que su familia no se atrevía a mencionar delante de ella.


-A veces me pregunto si las cosas habrían sido distintas si no me hubiera quedado con él.


-¿Por qué?


-Tal vez otra persona habría sabido interpretar los símbolos, pero yo no me di cuenta de lo que ocurría.


-¿Qué intentas decir?


-Al principio discutíamos continuamente. Ruben no quería depender de mí, pero yo no concebía la idea de abandonarlo cuando lo necesitaba. Estaba segura de saber qué era lo mejor para él, así que me quedé a su lado, sin darme cuenta de que eso lo estaba matando.


Intentó tragar saliva, pero tenía un nudo en la garganta. 


Normalmente dejaba de hablar al llegar a aquel punto. 


Durante cinco años lo había llevado dentro porque nadie quería oír el resto.


-Sigue –le dijo Pedro en voz baja.


Paula sintió el escozor de las lágrimas. No era de dolor; ya lo había superado mucho tiempo atrás. Lo que la conmovía era la comprensión de Pedro.


-Antes de tener el accidente, Ruben estaba muy orgulloso de su capacidad para los deportes. Le gustaba la competición, ser el mejor, así que no podía concebir la vida sin poder usar las piernas.


-Sería difícil para cualquier persona.


-Intenté convencerlo para que se pusiera en tratamiento psicológico, pero no me hizo caso. Llevé a un par de psicólogos a casa, pero se negó a hablar con ellos, y sólo conseguía que se agitara más. Por fin, el médico se puso a recetarle tranquilizantes, para facilitarle la transición, según dijo. Durante cierto tiempo, pareció funcionar. Su humor y su aspecto mejoraron.


Pedro le apretó la mano, en un gesto mudo de apoyo.


-Pero no se tomaba los tranquilizantes –continuó Paula-. Los guardaba. Siempre fue muy meticuloso. Averiguó cuántos necesitaba para una dosis mortal y esperó hasta acumular el triple. Eligió un momento en el que yo estaba en el trabajo y no esperaba ninguna visita. Llenó la bañera hasta el borde, se metió en ella y se tomó las pastillas. En cuanto perdió el conocimiento se quedó bajo la superficie del agua, así que murió ahogado antes de que las pastillas pudieran matarlo.


-No tenía ni idea. Creía que había muerto por algún efecto secundario del accidente de la piscina.



-Su madre está convencida de que tomó más tranquilizantes de los debidos por error, pero yo sé que se suicidó. Encontré una nota antes de encontrarlo a él, y siempre me he preguntado si lo habría salvado en caso de haber llegado antes. Y si no habría decidido suicidarse en caso de que yo no me hubiera quedado con él.


-No fue culpa tuya.


-Pero no me di cuenta de lo mal que soportaba depender de mí, de lo sofocante que le resultaba mi amor.


-No fue culpa tuya –insistió Pedro con firmeza-. Fue él quien lo decidió.


Paula apoyó la cara en el hombro de Pedro.


-Después del entierro estuve yendo al psicólogo, y me di cuenta de lo complicado que es el suicidio. Sé perfectamente que no tuve la culpa, pero no soy capaz de creérmelo de verdad.


-Te entiendo. Nunca es fácil llegar a aceptar una tragedia así. La muerte ya es bastante difícil de soportar, pero cuando ocurre por elección, es mucho peor.


-Mi familia sigue sin reconocerlo. Son como la madre de Ruben, insisten en que fue un accidente. No son capaces de enfrentarse a la verdad. Así que no dejan de intentar convencerme, como si lo mejor para superar el mal trago fuera tener otra pareja.


-Todos te quieren mucho. Lo vi en la fiesta.


-Y yo los quiero a ellos, pero no me quiero casar nunca. Sé lo destructivo que puede ser el amor, y hasta dónde llegó Ruben por no depender de nadie.


-Por eso quieres estar sola, ¿verdad? Por las consecuencias de la dependencia de Ruben, y no de la tuya.


Paula pensó con incredulidad que Pedro la entendía. La entendía de verdad. En el poco tiempo que hacía que se conocían, había llegado a comprender lo que su familia no comprendería nunca. Si había decidido no tener una relación en la vida no era por su propio dolor, sino por el de Ruben. 


Tenía miedo de acabar estando tan desesperada como él.


Pedro le acarició la espalda lentamente. Después la tomó por la barbilla y la miró a los ojos.


-Para ti debe ser horrible fingir que estamos prometidos. Cuando te lo propuse no sabía nada.


-No te preocupes. No podías saberlo.


-Si hay algo que pueda hacer…


-Ya lo has hecho –susurró.


Pedro le apartó el pelo de la cara. Después, como si fuera la cosa más natural del mundo, se inclinó para besarla.






jueves, 8 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 20




Se acercaron a la familia. Cuando llegaron, todos guardaron silencio.


Durante un segundo, Pedro pensó que alguien había descubierto quién era, que lo iban a acusar de impostor y que lo iban a echar. Pero nadie lo miraba. Todos tenían la atención centrada en la madre de Paula.


-Acaba de llamarme Armando –dijo Constanza, con la voz quebrada-. Judith y él no han venido porque estaban esperando a Jimmy. Habían tenido una discusión con él, así que pensaron que sólo había salido a dar una vuelta para que se le pasara el enfado, pero…


Le tembló la barbilla. Se llevó una mano a la boca y miró a su marido.


-Jimmy ha dejado una nota –continuó Joel-. Se ha fugado.


-Por Dios, sólo tiene quince años –dijo Constanza, conteniendo las lágrimas a duras penas-. Armando está muerto de preocupación.


-Seguro que está bien –intervino Jeronimo, rodeando con el brazo los hombros de su madre-. No lleva tanto tiempo fuera de casa.


-Se ha marchado esta mañana, hace más de doce horas. Pensaba que estaría con alguno de sus amigos, pero a la hora de cenar se han puesto a llamarlos a todos, y nadie sabe dónde está. Cuando pienso en todas las cosas que podrían pasarle…


-Lo encontraremos –dijo Christian, acercándose a su gemelo.


Todos guardaron silencio, hasta que un bebé se puso a llorar. Constanza se enjugó los ojos y miró a Paula.


-Siento haberte estropeado así la fiesta, pero…


-No te preocupes, mamá.


-Pero queríamos que fuera algo especial para ti. Para los dos –añadió, mirando a Pedro-. Oh, Dios mío, no sé qué hacer. Si llamamos a la policía, Jimmy no nos lo perdonará nunca, pero no sé dónde podemos buscar.


Pedro se dijo que no debía interferir. Todos los presentes pensaban que era un informático en paro. Lo único que le importaba era que aceptaran su compromiso con Paula, para poder infiltrarse en la fiesta de Fitzpatrick, pero en realidad no formaba parte de aquella familia. No tenía por qué meterse en sus problemas, mientras no obstaculizara sus planes.



Paula apretó su mano con fuerza y lo miró. Tenía los ojos cargados de lágrimas, y lo miraba con los labios apretados, como si estuviera esforzándose para no hacerle un ruego.


Pedro se dijo que sería una estupidez desarmar una tapadera que tanto le había costado establecer por una tontería. Probablemente, el muchacho sólo tenía una rabieta, y acabaría por volver a casa cuando se le pasara. Ningún adolescente del mundo querría abandonar una familia como aquella.


El recuerdo lo sorprendió. No se lo esperaba. De repente vio con nitidez el frío y sucia callejón detrás del almacén, el colchón enmohecido que se había llevado a una esquina resguardada, las largas noches en la que tenía demasiado miedo para salir, y demasiado hambre para quedarse donde estaba.


Tenía menos de doce años la primera vez que se escapó de casa. Su madre tardó casi una semana en darse cuenta de que se había ido. Aquella vez volvió por sí mismo; no era suficientemente rápido para robar, y no estaba  suficientemente desesperado para aceptar las ofertas de los hombres bien vestidos que recorrían el barrio en coches con cristales tintados.


La segunda vez que se marchó estaba más preparado. 


Tenía un año más y se creía más inteligente, pero al cabo de un mes no pudo más.


Jimmy no sabía a qué se enfrentaba. Era un muchacho inocente, y sería presa fácil de los malhechores que poblaban las calles.


Apretó la mandíbula, respiró profundamente y dio un paso al frente.


-A lo mejor puedo ayudar.


EN LA NOCHE: CAPITULO 19




Pedro se apoyó en un roble que había junto al garaje y observó a la multitud. La fiesta tenía por lo menos una ventaja; con tanta gente a su alrededor, no tenía tiempo para seguir pensando en Paula. La vio de reojo y se volvió a mirarla mejor. Estaba sentada en el borde de una mesa de jardín, con un bebé en la rodilla, mientras reía por algo que le estaba diciendo su cuñada Geraldine.


Aunque al principio Paula no quería quedarse cuando se dio cuenta de lo que ocurría, no tardó mucho tiempo en olvidar sus reparos e integrarse plenamente. Pedro no recordaba haberla visto nunca tan relajada. A pesar del caos que la rodeaba, allí se sentía en su elemento.


Era una familia enorme. Pedro había conocido ya al resto de sus hermanos, además de sus mujeres, y sus hijos. También había varios hermanos de los padres de Paula, y estaba su abuela materna. Había perdido la cuenta media hora después de llegar, pero en aquel jardín había más de treinta personas apellidadas Chaves. Armando y Judith eran los únicos que no habían asistido. Pedro sabía que Armando no había superado la desconfianza inicial, y esperaba que su ausencia no augurara problemas.


-¿Quieres una cerveza?


Pedro se volvió hacia el joven, con una coleta rubia, que le tendía una lata.


-Desde luego. Gracias, Agustin.


-Ya he terminado de meter en el ordenador los libros de cuentas de los últimos cinco años –dijo Agustin, abriendo su cerveza y bebiendo un trago-. He pensado que voy a añadir enlaces al programa de agenda.


-Me parece buena idea.



-Sí. Además, mi madre quiere tener acceso a más archivos desde el portátil, así que vamos a poner un cable para unir los dos ordenadores. Gracias de nuevo por ayudarnos a empezar.


-De nada.


-Por cierto, mi madre ha comentado que vas a ayudar a Paula con la boda de la semana que viene.


-Sí.


-Es uno de los trabajos más importantes que hemos tenido hasta la fecha, así que no nos vendrá mal un poco de ayuda. Tuvimos suerte de que se cancelara la otra boda que teníamos para esa fecha justo un día antes de que Fitzpatrick nos diera el contrato.


Pedro dudaba que hubiera sido una casualidad, pero se abstuvo de comentarlo.


-Ya he estado hablando con la empresa de alquiler de mobiliario con la que trabajáis –le dijo-. Llevarán las mesas, las sillas y las carpas, pero el cliente quiere que lo coloquemos nosotros.


-Será más trabajo, pero también más dinero. Por cierto, no sé si Armando ha hablado contigo de tu sueldo…


-Sólo quiero echaros una mano. No lo hago por dinero.


-¿Así que no tienes problemas económicos?


Pedro abrió la lata de cerveza y bebió un largo trago. A lo largo de la tarde había mantenido conversaciones muy parecidas con otros miembros de la familia.


-En absoluto. En el último trabajo me dieron una buena liquidación, y estoy seguro de que no tardaré mucho en encontrar otro empleo.


Agustin señaló con un gesto el grupo de niños que rodeaba a Paula.


-Siempre se le han dado muy bien los niños.


-Además, parece que le gustan mucho.


-Sí, lo de los niños es curioso. Despiertan mucho el instinto de protección.


-Eso tengo entendido.


-El caso es que siempre ha considerado a Paula mi hermana pequeña. Sólo tiene dos años menos que yo, pero supongo que es porque cuando éramos pequeños la diferencia se notaba bastante, el caso es que tengo la impresión de que debo cuidarla.


-Lo entiendo.


-Hace unos años lo pasó muy mal, y no me gustaría verla sufrir –miró a Pedro a los ojos-. Pareces un tipo decente, pero aunque vayas a casarte con mi hermana, seguiré cuidándola, así que espero que la trates bien.


Ya había oído cinco variaciones de la misma frase. O seis, si contaba el sutil interrogatorio a que lo había sometido el padre de Paula la primera vez que fue a su casa.



No le extrañaba. Sabía que los miembros de una familia se cuidaban entre sí, que celebraban juntos los buenos momentos y se apoyaban mutuamente en los malos. Y se sentían muy protectores ante cualquier desconocido.


-Te doy mi palabra de que la trataré bien.


Agustin levantó la cerveza en un brindis silencioso y se alejó. Pedro lo observó pensativo durante un momento antes de volverse de nuevo para mirar a Paula.


Le había dicho que no quería casarse. Desde el principio, había insistido en que no le apetecía mantener ninguna relación, pero ahora que la veía con su familia, se preguntaba hasta qué punto sería verdad. Como Agustin había dicho, se le daban bien los niños, y si su prometido no hubiera tenido aquel accidente, probablemente tendrían hijos.


Se preguntaba si seguiría enamorada de Ruben. Tal vez aquél fuera el motivo por el que no aceptaba a otro hombre en su lugar. Estaba empeñada en ser independiente y abrir un negocio propio, pero nunca estaría verdaderamente sola, con aquella familia.


Él, sin embargo, sí que estaba solo. Le gustaba estar solo, y allí se sentía fuera de sitio.


Lo había sabido desde el principio. Antes incluso de involucrar a Paula en el caso, sabía que estaban a años luz. 


Por si fuera poco, se sentía un ser inmundo al estar engañando a todas aquellas personas, haciéndoles creer que Paula sería feliz a su lado.


Se enderezó y caminó hacia ella. Al verlo llegar, Paula se levantó de la mesa.


-¿Te has hartado ya? –le preguntó.


-No iremos cuando tú decidas.


De forma automática, rodeó sus caderas con la mano mientras caminaban hacia la casa.


-Bárbara está loca por ti.


-¿Quién?


-Mi sobrina.


-Ah, sí, la que ha perdido un diente.


-¿De qué hablabas con Agustin hace un momento? Parecíais muy serios.


-Cosas de hombres.


Paula le dio un codazo.


-No te atrevas a decir eso. He tenido que soportar esa actitud en mis hermanos toda mi vida, y no estoy dispuesta a tolerar una frase así en mi…


Se detuvo, ruborizada, y lo miró.


-¿En el hombre con el que vas a casarte? Agustin sólo cumplía con su deber de hermano, asegurándose de que te iba a tratar bien.


-¿Cómo dices?


Pedro sonrió y le acarició la mejilla.



-¿De qué os reíais Geraldine y tú hace un rato?


-Cosas de mujeres.


-¿Me lo podrías explicar?


-Por nada del mundo –se detuvo, frunciendo el ceño-. ¿Qué estará pasando?


Se fijó en que algo parecía ocurrir cerca de la casa. 


Constanza estaba hablando con dos de los hermanos de Paula. Parecían preocupados. Joel se acercó a su esposa, escuchó durante un momento y la tomó entre sus brazos.


-Ha pasado algo –dijo Paula, apartándose de Pedro.


EN LA NOCHE: CAPITULO 18




Pedro tenía la mirada fija en la carretera. Sujetaba el volante con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.


No quería ir con Paula a una parrillada en casa de sus padres. No quería charlar amigablemente con ellos y fingir que iba a formar parte de su familia feliz. No sabía cómo podría soportar otra velada desempeñando el papel de prometido feliz cuando en realidad sólo quería dar media vuelta, llevársela a su casa y desnudarla.


Paula cambió de postura, y Pedro apretó los dientes. Lo estaba volviendo loco. Afortunadamente, no era una de aquellas mujeres que se ponían medias hasta en verano. 


Llevaba las piernas desnudas cuando rodeó sus caderas con ellas, en la sala de reuniones de Fitzpatrick.


En aquel momento, fingir que estaban haciendo el amor era la única posibilidad. Pero se alegraba de haber terminado tan deprisa. Treinta segundos más y no estarían fingiendo.


No podía evitar sentirse ridículo. Se había comportado como un adolescente borracho en un coche. No había nada de seductor en la forma en que se había abalanzado sobre Paula sin previo aviso, y las cosas que le había dicho le parecían estúpidas. Probablemente, ella lo había tomado por un imbécil.


Estuvo concentrado en el trabajo durante una semana, con la esperanza de olvidar así a Paula. Dibujó un plano detallado de la casa de Fitzpatrick, hizo una lista con todas sus observaciones sobre el sistema de seguridad y los planes para el día de la boda y se lo entregó todo a Javier, junto con el vídeo del terreno.


A pesar de las continuas reservas del teniente, por el momento estaba complacido con los progresos. No era para menos; la tapadera de Pedro estaba perfectamente establecida, había conseguido infiltrarse en la casa de Fitzpatrick y había recopilado información muy valiosa. 


Muchos presuntos delincuentes, todos ellos ricos empresarios, estaban viajando a Chicago. No cabía duda de que se estaba preparando algo importante; ahora era más importante que nunca que Pedro estuviera dentro.


Así que no podía llevarse a Paula a casa y demostrarle que no era así como hacía el amor realmente, por mucho que le gustara ver sus piernas en el coche.


-¿Te ha llamado Agustin? –preguntó Paula.


-¿Qué?


-Mi hermano. Mi madre me ha dicho que te iba a pedir ayuda para configurar el programa de contabilidad que han instalado en el ordenador.



-Ya lo hicimos ayer.


-Oh. ¿Qué tal?


-Muy bien. Aprende muy deprisa, y ya lo domina.


-¿Así que no has tenido que fingir que eres un experto?


-Soy un experto. Hay mucha diferencia entre lo que se finge y lo que se hace de verdad.


-No pretendía ofenderte.


-Empecé a interesarme por la informática después de ver lo que hace Javier con ella. Reconozco que me da veinte vueltas.


-Por lo que dices, parece un jefe muy exigente.


-Lo es. Ahora está en la oficina casi siempre, pero es un buen policía.


-¿Qué te hizo elegir este trabajo?


Como le había ocurrido tantas veces con Paula, tenía la verdad en la punta de la lengua. Se detuvo en un semáforo y la miró, pero sólo le dio parte de la respuesta.


-Conocí a Javier cuando era un adolescente, y me convenció para que me planteara la posibilidad de dedicarme a hacer que cumpliera la ley.


Paula inclinó la cabeza, y un rizo le cayó por el hombro. 


Aquel día no llevaba el pelo recogido, como de costumbre. 


Lo llevaba suelto, como lo había visto por primera vez sobre la almohada.


-¿Qué te has hecho en el pelo? –le preguntó.


-Me lo he cortado a capas esta tarde. Judith y Geraldine me han convencido.


-Te queda muy bien.


-No sé, me siento rara.


Pedro bajó la mirada hasta el vestido de Paula. Era azul. A menudo se vestía de azul, pero nunca la había visto con un vestido de aquel tono. Era del color del cielo del anochecer, justo antes de que salieran las estrellas, del mismo color que sus ojos. No sabía qué tejido era, pero no era de algodón, como casi todos sus vestidos. Se ajustaba a sus senos, y tenía un escote muy generoso.


-¿Pedro?


Siguió bajando la mirada. La tela se ajustabas a su cintura y sus caderas. La falda terminaba por encima de las rodillas, permitiendo ver aquellas piernas largas y esbeltas que había rodeado sus caderas en la mesa de reuniones.


-Pedro –insistió Paula-, el semáforo está en verde.


Diez minutos después aparcaron en la acera, cerca de la casa de los Chaves. Había varios coches en la calle.


-Parece que alguien celebra una fiesta –comentó.


-Tienes razón. Oh, creo que ésa es la furgoneta de Christian. Mi madre no me dijo que fuera a venir.


-Igual estaba por aquí y se ha acercado.



-Oh, no. Ahí está el todoterreno de Geraldine. Y ésa es la camioneta de Agustin. Espero que no haya pasado nada malo.


-Te habrían llamado, ¿no crees?


-Sí, supongo que sí, pero si no ha pasado nada, ¿por qué…? –se detuvo en seco-. Oh, no.


-¿Qué pasa?


-Debería haberlo imaginado. Por eso se han empeñado en llevarme de compras.


-¿Quiénes?


-Judith y Geraldine. ¿Cómo puedo ser tan ingenua? Ahora entiendo por qué me han hecho prometerles que me pondría este vestido. Pero aún no es demasiado tarde. Tal vez podamos marcharnos antes de que nadie nos vea.


-¿Se puede saber de qué me hablas?


-Espero estar equivocada, pero sospecho que estás a punto de conocer al resto de mi familia.


-¿Qué tiene eso de malo? ¿Crees que no los puedo convencer de que estamos comprometidos?


-Créeme, no pongo en duda tus dotes de actuación.


-Entonces, ¿cuál es el problema?


-Simplemente, esperaba que todos estuvieran demasiado ocupados para hacer algo así. Debí imaginar que no nos libraríamos tan fácilmente. No han organizado una fiesta de compromiso.


-Es una buena señal, ¿no?


-Bueno…


-¡Tía Paula! ¡Tía Paula!


Una niña salió corriendo de la casa de los Chaves y se dirigió a ellos.


-Ven a ver todos los globos que han puesto –dijo, tomando a Paula de la mano.


La puerta volvió a abrirse, y un niño pequeño salió gateando.


-¿Eres tú el tío bueno? –continuó la niña, dirigiéndose a Pedro-. La tía Judith dice que…


-Pedro –murmuró Paula, abrazando a la pequeña para que se callara-, te presento a mi sobrina Bárbara. Es la hija mayor de Christian.


El bebé chocó contra la pierna de Pedro y se agarró a sus pantalones.


-Y ése es J.B., el pequeño –añadió Paula.


Una mujer salió corriendo de la casa, preocupada.


-Bárbara, ¿has visto a…? Hola, Paula.


-Lo tengo yo –dijo Paula, levantando a J.B.-. ¿No te da vergüenza escaparte otra vez?


El niño rió y se puso a balbucear.


Pedro sintió que alguien le tiraba de la mano. Bajó la cabeza y vio que la niña lo miraba sonriente.



-Se me ha caído un diente –le dijo orgullosa.


Dos niños pecosos se acercaban montados en patines.


-¡Guillermo! ¡Pablo! –gritó un hombre desde la entrada-. Volved inmediatamente.


-Yo he hinchado los globos rosas –dijo Bárbara-. J.B. ha roto uno. ¡Abuela! –gritó al ver a Constanza-. ¿Has visto mi diente?


La mujer se agachó para admirar la mella de su nieta y llamó con un gesto a Pedro y Paula.


-¿El circo? –preguntó Pedro a su acompañante.


-Así llamamos a las reuniones de los Chaves, pero no te dejes engañar.


Pedro se agachó justa a tiempo para evitar que un balón de fútbol lo golpeara en la cara.


-¿Por qué?


-Porque los circos son mucho más organizados –sonrió algo incómoda-. Bienvenido a la familia.