domingo, 4 de marzo de 2018
EN LA NOCHE: CAPITULO 6
Entraron en el salón. Él se quedó de pie mientras esperaba a que Paula volviese de la cocina con el café que había ido a preparar. Mantuvo su mirada en ella hasta que la perdió de vista, y después, dejó escapar todo el aire de los pulmones.
Mientras tanto, Paula no podía dejar de preguntarse cómo un hombre podía parecer tan inocente y tan tentador al mismo tiempo.
Iba cubierta de la cabeza a los pies con una larga bata color melocotón, sencilla y cómoda, como toda la ropa que solía utilizar. Sacudiendo la cabeza, Pedro se propuso concentrarse sólo en los asuntos de trabajo. Tenía la intención de descansar antes de mantener aquella entrevista con ella. Llevaba día y medio sin dormir. Pero, cuando pasó por delante de su puerta, cambió inmediatamente sus planes.
Miró a su alrededor, fijándose con más detalle en la habitación que la noche anterior apenas pudo percibir. Igual que su piso, aquél era pequeño pero Paula había sacado más partido del espacio. Gran cantidad de libros llenaban las estanterías. En una esquina de la habitación, entre un mullido sofá y una sólida butaca, había un gran cesto de mimbre con periódicos, y en el centro, una gran mesa de madera. Una alfombra clara cubría casi por completo el suelo de la habitación.
Parecía una casa agradable y acogedora.
Pero tenía que olvidar todo aquello. Sabía que Paula no era del tipo de mujeres que le gustaban, y la visión de su casa reforzaba aún más aquella idea. Paula vivía sola, pero había muchos detalles en su casa que reflejaban su gusto por la familia y el hogar. Estirando el brazo hacia el centro de la mesa, alcanzó un libro abierto. Levantó las cejas al contemplar la imagen de un cadáver envuelto en sangre que ilustraba la portada. Nunca habría imaginado que a Paula le gustaran aquel tipo de lecturas, aunque tampoco imaginó nunca la belleza de su pelo o de su cuerpo hasta que pudo comprobarlo unas horas antes.
Al ver que su anfitriona se aproximaba por el pasillo, Pedro depositó de nuevo el libro sobre la mesa. Llevaba una bandeja con dos tazas de café humeante, una jarra de leche, un azucarero y un plato de dulces.
-No era necesario que te molestaras –comentó Pedro.
-No es ninguna molestia. Estaba a punto de prepararme el desayuno. Te invito a compartirlo conmigo.
Él se acomodó en el sofá junto a ella, observando cómo se cubría las piernas cuidadosamente con la bata. Se preguntaba si aún llevaría el camisón casi transparente bajo la bata. O quizás no llevase nada. Cualquiera de las dos ideas lo atraía por igual.
-Paula, me gustaría pedirte un favor –dijo después de tomar un trago de café.
Durante un momento estuvo a punto de perder el control y besarla. Se preguntaba cómo reaccionaría Paula, cómo sería su sabor, qué sentiría al atravesar el espacio que los separaba y rozar sus labios.
-Pedro…
La voz de Paula lo devolvió a la realidad. Tragó atropelladamente el café y dejó su taza en la bandeja.
-Se trata de lo que sucedió anoche. Casi siempre trabajo de incógnito –explicó.
-Sí, ya me lo habías dicho. Por eso te enmascaras detrás de la imagen de un contable. ¿No es así?
-Normalmente, trato de limitar al máximo el número de personas que saben de mis investigaciones.
-Por motivos de seguridad, me figuro. No querrás que nadie pueda descubrir tu tapadera cuando estés investigando un caso.
-Así es. Aunque no estás obligada por ley a mantener en secreto todo lo que sucedió aquí anoche, te estaría muy agradecido si no hablaras nada con nadie sobre mí.
-Por supuesto –respondió Paula de inmediato-. Cuantas menos personas sepan que eres policía, menos riesgo correrás.
-Me alegro de que lo comprendas. Eso simplificará las cosas en mi trabajo.
-Me pregunto qué sucederá con los otros inquilinos del edificio. Alguien habrá oído el escándalo que se organizó cuando arrestaron a esos hombres.
-Eso no será un problema. Los Sanwchuk están de vacaciones, y Rohan está de guardia en el cementerio esta semana. Así que tú eres la única persona de este descansillo que estaba en casa. El vigilante del edificio piensa que se trató de un simple robo con allanamiento de morada. No sabe que yo también trabajo en la policía.
-Así que soy la única persona que sabe lo que realmente ha sucedido aquí.
-Sí.
-Bien, no tengo intención de decírselo a nadie.
-No sabes cuánto te lo agradezco.
-Comprendo que te preocupes, pero tengo mis propias razones para mantener este secreto. Mi familia puede llegar a ser demasiado protectora, y si alguien descubre la forma en que entraste anoche en mi casa… -se aclaró la garganta-. Bueno, sería mejor para los dos que nadie se entere.
-¿Tan protectores son tus hermanos?
-Más de lo que imaginas.
-La vuestra debe ser una familia muy unida.
-Sí, podría decirse que sí –asintió sin demasiada convicción-. Además de mis padres, tengo seis hermanos, y varios tíos, tías y sobrinos. Diecisiete sobrinos en total.
-¿Incluyendo a Jimmy, el pintor?
-Sí, incluyendo a Jimmy –dijo observando los pantalones cortos que Pedro llevaba puestos-. Tuviste suerte de que no fuese su hermana quien me ayudase a pintar –bromeó.
-Yo, sin embargo, pienso en la mala suerte que me lleva acompañando en todo este caso.
-Mi familia es bastante… especial. No nos vemos mucho y me vuelven loca, pero los quiero de todas formas. Ya sabes cómo son estas cosas.
Pedro sintió que su sonrisa se desvanecía. En realidad, aquélla era una experiencia que no había vivido nunca. No había tenido familia. Una imagen cruzó rápidamente por su mente. Una imagen de una puerta cerrada. Ecos de risas borrachas. El llanto sofocado de un niño que comprende que está completamente solo. Tuvo que esforzarse para hacer memoria, sorprendido al ver que había olvidado casi todo.
Había enterrado su pasado el día que consiguió su placa, de modo que ya no tenía por qué pensar en ello.
Se dijo que debía ser la fatiga. O quizás aquel lugar acogedor y hogareño, y Paula con su aureola de inocencia, tan diferente de él. Aquél no era su sitio. Ahora que ella estaba de acuerdo en no revelar su identidad, no encontraba ninguna razón para prolongar la visita. Debería volver a casa, descansar y dejar las jóvenes inocentes para los jóvenes inocentes.
-Gracias por el desayuno, pero tengo que marcharme –dijo-. Mi jefe me ha pedido un informe de todo el asunto para mañana.
-Oh –dijo ella, levantándose con rapidez-. Por supuesto. Yo también tengo trabajo. Mi madre va a venir para que preparemos juntas la próxima boda.
Pedro se dirigía hacia la puerta cuando se volvió, sorprendido.
-¿Se va a casar alguien de la familia?
-Oh, no. Aparte de mis sobrinos pequeños, yo soy la única soltera de la familia y no tengo ninguna intención de casarme.
Pedro se quedó sorprendido por la firmeza de su tono.
-Entonces, ¿qué boda es ésa que vas a planificar con tu madre?
-Es nuestro próximo trabajo. Normalmente es mi cuñada Geraldine la que se encarga de confeccionar los menús preliminares, pero ahora está embarazada y últimamente no se encuentra demasiado bien, así que nos encargaremos mi madre y yo.
-¿Menús para bodas? –preguntó Pedro, sorprendido.
-Sí, es uno de nuestros servicios de catering –asintió ella.
-Así que trabajas para una empresa de catering. ¿Qué te hizo elegir una profesión así?
-Bueno, siendo mi padre el propietario de la empresa, la opción era bastante natural. Estoy convencida de que puede parecer un trabajo bastante mediocre comparado con el tuyo, pero todo tiene sus momentos.
-¿Trabajas en muchas bodas?
-Casi siempre en primavera. El contrato para esta boda se ha firmado hace sólo dos días, lo que nos deja muy poco tiempo para los preparativos. Va a ser una locura organizarlo todo para el mes que viene.
Fitzpatrick había elegido la empresa de catering hacía sólo dos días, y la boda de su hija se celebraría el mes próximo. Pedro se apoyó en el marco de la puerta, mirando a Paula con incredulidad.
-¿Cómo se llama la empresa de tu padre?
-Catering Chaves.
De forma impulsiva, Pedro sonrió y deslizó la mano por el cabello de Paula. Varias veces había pensado que ya era hora de encontrarse con un poco de buena suerte, pero nunca habría imaginado que le llegaría de aquella forma. Era como si le tocase la lotería sin haber comprado siquiera el décimo.
sábado, 3 de marzo de 2018
EN LA NOCHE: CAPITULO 5
-Parece que éste va a ser otro domingo ardiente, queridos radioyentes. Pongan en marcha sus viejos aparatos de aire acondicionado y metan otra lata de cerveza en la nevera para mí –decía la voz del locutor por el aparato de radio.
Paula bostezó mientras se servía otra taza de café. Después se levantó para ajustar el ventilador, que hacía un ruido metálico. Por un lado, la noche anterior le había parecido interminable, y por otro, parecía que nada hubiese sucedido antes de que los primeros rayos de otro sofocante y húmedo amanecer se colasen a través de su ventana.
-Las predicciones meteóricas para el día de hoy hablan de un noventa y siete, casi un noventa y ocho por ciento de humedad ambiental –continuó el locutor.
Cerrando los ojos, Paula apagó el aparato de radio. Nunca se dedicaba a escuchar programas tan aburridos por la mañana, pero en aquella ocasión quería oír las noticias. No le sorprendió que no se hiciese ninguna mención al arresto de los dos hombres que habían sorprendido en el apartamento de Pedro. Aparte de la puerta hecha astillas, todo había transcurrido de forma tan discreta que la noticia no ofrecía ningún interés para los medios de comunicación.
Ya lo había predicho Pedro al irse por la mañana, hacía ya cinco horas.
Paula escogió un sillón cómodo y mullido para colocarse delante del ventilador. Dejó la taza en la mesa de la cocina y se relajó. Si no fuese por las señales que seguía teniendo en la espalda, que le recordaban que había rodado por el suelo con Pedro encima, sería difícil creer que todo lo de la noche anterior había sucedido en realidad y no pertenecía a su imaginación. Aquéllas eran las cosas que sucedían en algunas novelas, pero que nunca podrían suceder a Paula Chaves. Nunca había pasado nada extraordinario en su rutina diaria, a excepción del día que ardieron las cortinas de la casa del señor Stead.
Aquel encargo de la empresa de catering le había dado problemas desde el primer momento. Con su madre y tres de sus sobrinos enfermos con gripe y Jeronimo y Geraldine de viaje, Paula advirtió a su padre que no podían llevar adelante el trabajo y que habría que contratar a alguien más de forma provisional hasta que los demás pudiesen reincorporarse al trabajo. Pero su padre insistía en que no iba a contratar a nadie que no fuera de su familia. Así, Catering Chaves vio reducida su plantilla para la fiesta del señor Stead.
De repente, durante la fiesta, un fuerte viento abrió las ventanas. Unido al exceso de coñac que acompañaba las cerezas y a una colilla descuidada, originó un pequeño incendio que en pocos instantes envolvió las cortinas del salón. Actuando rápidamente, Paula se las arregló para arrancar las cortinas y sacarlas por una puerta lateral hasta la piscina, antes de que el desastre pasara a mayores. La rapidez de su intervención salvó la fiesta y la bonificación que les habían prometido.
Paula se preguntaba qué había sucedido con su capacidad de reacción la noche anterior. Si las circunstancias hubiesen sido diferentes, si no hubiese sido Pedro quien había irrumpido aquella noche por la ventana de su habitación, podría haber ocurrido algo terrible. Prefirió no seguir pensando en ello. Ahora estaba bien. Al menos, parecía que todo había terminado ya. Tenía muchas cosas que hacer aquel día, como planificar el próximo trabajo de catering, probar la última salsa para postres y ponerse en contacto con los proveedores. Los detalles que ocupaban sus horas cada día. Debería dejar de preocuparse por lo que podría haber sucedido si el hombre que entró en su habitación hubiese sido otro en vez de Pedro.
Si su familia estuviese al tanto de lo que había sucedido allí la noche anterior, insistirían en que volviese a casa con ellos.
No considerarían que en parte ella había sido culpable, pues, de haber actuado como una persona normal y prudente, nunca habría dejado abierta la ventana de su piso.
No, la familia Chaves no le reprocharía que no hubiese pensado antes en lo que podría suceder si alguien, desplazándose sobre el alféizar, entrase en su habitación por la ventana en mitad de la noche. Sólo le dirían que no era normal que una mujer quisiera vivir sola, sin la protección de un hombre fuerte a su lado. No darían ninguna importancia al hecho de que ya se las arreglaba perfectamente sola desde hacía más de cinco años.
Paula levantó la vista hacia el ventilador. Era demasiado temprano y hacía ya demasiado calor para seguir pensando en lo ocurrido. Lo único que le importaba era que, a pesar de lo que los demás pensasen, a ella le gustaba vivir así, luchando por conseguir lo que quería. Sus ahorros aumentaban en el banco y, en cuanto cobrase el cheque por su último trabajo, estaría muy cerca de poder cumplir su sueño de abrir su propio restaurante.
Aquello no significaba que no quisiese a su familia. A pesar de su actitud excesivamente protectora, eran buenas personas. El problema era que no podían entender sus deseos de independencia, de conseguir una vida distinta de la que habían planeado para ella. Su padre quería que continuase con el negocio familiar. Su madre prefería que hiciese lo mismo que ella había hecho: conseguir un buen hombre que la cuidase, casarse con él y pasar los siguientes veinte años descalza, embarazada y en la cocina.
Paula disfrutaba cocinando, pero el resto no le interesaba en absoluto. Una vez, hacía tiempo, cuando estaba enamorada de Ruben, podía haberse decidido por aquel tipo de vida, pero aquello habría sucedido cuando aún no había descubierto la terrible fragilidad que provocaba el amor.
Su familia insistía ahora en que ya era hora de que lo intentara de nuevo. Todos parecían tan satisfechos con la estabilidad de sus matrimonios que no podían comprender su deseo de independencia. Pero, si Paula había aprendido algo de sus años junto a Ruben, era que no necesitaba ningún hombre que la cuidara para llevar una vida completa.
Estaba muy feliz sin nadie. Además, a pesar de la insistencia de su madre y de su cuñada en presentarle gente nueva, no había vuelto a encontrar ningún otro hombre que despertase algún interés en ella.
De repente, la imagen de Pedro Alfonso pasó por su mente.
Recordó en concreto la figura de Pedro cuando de pie junto a la ventana, con la piel iluminada por la luz de la luna.
Paula dejó la taza de café en la mesa con un ruido sordo.
Era cierto que, desde el momento en que fue consciente de que Pedro no iba a hacerle ningún daño, se había despertado en ella un creciente interés por él. Todo ello no tenía tampoco nada de extraño, considerando su aspecto físico. Sus anchos hombros y sus extremidades musculosas resultarían atractivas para cualquier mujer. Por otro lado, tampoco Pedro tenía nada nuevo que ella no hubiese vista ya antes. Había crecido junto a seis hermanos, y las formas masculinas habían perdido para ella todo el misterio hacía mucho tiempo. Aunque era evidente que existía una gran diferencia entre un niño y un adulto.
Paula se mordió el labio superior, reviviendo las imágenes.
Nunca habría sospechado lo que realmente había bajo el aspecto externo de aquel aburrido contable al que conocía, o al menos creía conocer, desde hacía dos meses. Estaba segura de que, si Pedro se cansase alguna vez de su trabajo en la policía, podría ganarse la vida como bailarín de striptis, después de lo que había podido ver aquella noche. Paula se reprendió a sí misma por encontrarse de nuevo pensando en la desnudez de Pedro como si fuese una tímida virgen.
Por tal y como le había explicado Pedro que se habían desarrollado los hechos la noche anterior, su desnudez era inevitable. En ningún momento parecía preocupado por el hecho de encontrarse desnudo, aunque luego le había pedido algo de ropa para cubrirse ante la llegada de la patrulla. Incluso en aquel momento había definido su falta de ropa como un inconveniente sin demasiada importancia y, por supuesto, nada de lo que tuviera que avergonzarse. Se diría que para Pedro el irrumpir desnudo por la ventana en la habitación de una mujer fuese algo habitual.
Aquélla era otra razón por la que no debería profundizar en sus relaciones con Pedro. La experiencia le decía que eran demasiado diferentes. Un hombre como Pedro, un policía que estaba en contacto cada día con el peligro y la muerte, seguramente buscaría para sus relaciones personales una mujer también muy activa y valiente. Por otro lado, si ella suspiraba con el simple hecho de verlo hablar por teléfono, trataba de imaginar qué sería teniéndolo como amante.
Se puso de pie, exasperada, y oyó el sonido de unos nudillos que llamaban a la puerta de su piso. Miró el reloj. Su madre había dicho que se pasaría a verla por la mañana para planificar juntas el próximo trabajo de catering, pero sólo eran las siete. Suspirando, Paula se recompuso la bata y se dirigió a la puerta.
-Buenos días –dijo deslizando la cadena y abriendo la puerta-. Llegas demasiado… Oh, pero si eres tú.
-Buenos días, Paula. ¿Esperabas a alguien?
Paula se recompuso instintivamente. Era obvio que Pedro no había podido dormir mucho más que ella. Aún llevaba puestos los pantalones cortos, las zapatillas de tenis y la camiseta hawaiana de su sobrino. La sombra de su creciente barba oscurecía su rostro, y sus ojos reflejaban la fatiga acumulada durante toda la noche. Pero, con todo ello, resultaba un hombre desconcertante y muy atractivo.
Aunque estuviera vestido.
-Sí, estoy esperando a mi madre –respondió.
Él dirigió una mirada a la bata y luego al pasillo que se abría delante de él.
-Deberías comprobar quién llama a la puerta antes de abrir.
El gesto irritado de Paula ante el comentario fue automático.
-Esperaba a mi madre, pero parece que ha venido uno de mis hermanos, con el mismo afán protector –espetó.
-Por mi tipo de trabajo, considero que la precaución es un buen hábito –dijo Pedro, dejando escapar una sonrisa irónica-. Por otra parte, me estremezco al pensar que podrías ser una persona cautelosa como la mayoría y dormir con la ventana cerrada. Me habría visto en un gran compromiso ante esos dos tipos que entraron en mi casa.
-¿Se ha resuelto ya todo respecto a esos hombres que te perseguían?
-Sí, ya está todo bajo control. Simplemente venía para darte las gracias de nuevo por tu ayuda –aclaró.
-De nada.
La irritación producida en Paula por la sonrisa irónica de Pedro se desvaneció. De repente, tenía la impresión de que Pedro se comportaba como un muchacho tímido, y por otro lado, su amplia sonrisa y sus ojos brillantes lo hacían parecer mucho más interesante que la noche anterior.
Aunque la pasada noche había visto ya todo lo que él tenía por ver.
-Me figuro entonces que ya no queda nada más que hacer por mi parte, salvo que me citen a declarar como testigo.
-No te preocupes. No será necesario. Quiero disculparme otra vez por haberte asustado anoche.
-No pasa nada, de verdad.
-Aunque creo que no será necesario que vayas a declarar como testigo, hay algunos detalles del caso que me gustaría poder aclarar contigo. ¿Tienes unos minutos para hablar ahora sobre ello? –preguntó Pedro.
-Sí, supongo que sí.
-Si no te importa, preferiría que hablásemos dentro.
Tras una breve vacilación, Paula abrió la puerta y lo invitó a pasar.
EN LA NOCHE: CAPITULO 4
-Estas pruebas rayan el límite entre lo aceptable y lo inaceptable, pero son más o menos lo que esperaba de ti –dijo Javier mientras tecleaba en el ordenador-. En cualquier caso, le daré el disquete al fiscal en cuanto llegue. Buen trabajo –añadió con además brusco.
Sorprendido por la felicitación, Pedro se apoyó en el quicio de la puerta y observó a su superior. javier Jones no tenía el aspecto de alguien que llevase toda la noche despierto. El nudo de su corbata permanecía intacto. Tenía la espalda erguida, casi en actitud militar bajo su camisa blanca. Y ni uno sólo de sus cabellos grises como el acero se había movido de su sitio, aunque nada de ello sorprendió a Pedro.
Desde que lo conocía, hacía diecisiete años, incluyendo los cuatro años que había trabajado con él en una fuerza especial contra el crimen organizado, nunca había visto a Javier perder la compostura. Aquel hombre era el prototipo de policía entregado a su deber: sus decisiones eran rápidas, su instinto era certero y su energía parecía inagotable.
El ser destinado a una fuerza especial era algo que no todo el mundo podía aguantar. Varios de sus compañeros habían terminado quemados o habían abandonado. No pudieron soportar los estragos que el trabajo de incógnito puede originar en la vida privada de un agente. A Epstein y a O’Hara los destinaron a la brigada de homicidios, y Prentice desapareció sin dejar rastro en algún pueblecito de Maine.
Pero aquel tipo de trabajo se ajustaba perfectamente a Pedro. A él le gustaba correr riesgos y tomar decisiones importantes en fracciones de segundo. Aunque en muchas ocasiones, como en aquélla, una llamada de teléfono le bastaba para conseguir ayuda, por lo general trabajaba solo.
Aquélla era otra razón por la que le gustaba su trabajo. Le gustaba vivir solo. En teoría había vivido solo desde que tenía dieciséis años, aunque realmente ya estaba solo varios años antes. No tenía a nadie a quien responder, a quien preocupar o a quien dejar en la cuneta. Así era como hacía su trabajo y sabía que aquélla era la forma en que quería vivir su vida.
Paula también vivía sola. Durante los dos meses que Pedro llevaba viviendo en la casa contigua a la suya, nunca había visto que recibiera visitas. Ni siquiera últimamente, con la ola de calor que hacía que todas las ventanas estuvieran siempre abiertas, había oído ningún sonido procedente de su piso. Sin embargo, a veces sabía que Paula estaba en casa por los aromas que llegaban de su cocina, a veces caseros como de pastel recién hecho y otras más exóticos, que lo transportaban a lejanos lugares.
El reclamo de su estómago le hizo recordar que no tenía a mano más que el espeso café de la máquina de la comisaría. Necesitaba una ducha y un buen afeitado, pero antes se echaría una profunda cabezada durante una hora.
Esperaba que así mejorase su concentración y sus pensamientos no girasen en torno a Paula Chaves y al aroma de su cocina, a su suave cabello, sus enormes ojos azules y la sensación imborrable de haberla sentido junto a sí.
Tenía la sensación de que también Paula parecía encontrarse bien junto a él. Todo aquello lo había impresionado tan profundamente que le hacía olvidar todos los acontecimientos tan importantes que habían sucedido en las últimas horas.
Sería difícil que una situación como aquélla se repitiera. Él estaba en medio de una investigación. Tenía que conseguir pruebas suficientes para atrapar a Fitzpatrick. No tenía tiempo para distracciones. Además, Paula tampoco le había propuesto otro encuentro y, aunque lo hubiese hecho, seguro que no habría sido para una cita personal.
A pesar del impresionante cuerpo que había visto la noche anterior a través del camisón, a juzgar por su apariencia y su comportamiento, Paula disfrutaba con la soledad tanto como él.
-¿Qué vamos a hacer ahora? –preguntó, volviendo a concentrarse en la conversación.
-Cerraremos el almacén hoy mismo –respondió Javier con la mirada fija en el ordenador.
-¿Y luego?
Javier Jones hizo una pausa mientras leía la relación de direcciones que tenía delante.
-Llevas sesenta y un días dedicado a fondo a esta investigación. Espero tu informe mañana a primera hora.
Pedro frunció el ceño, pensando en las horas que le llevaría hacer el informe. Aquélla era la parte de su trabajo que menos le gustaba. Por mucho que costase reconocerlo, tal y como estaban las cosas, lo mejor que podía hacer sería intentar sacar el mejor provecho de la pruebas sobre Fitzpatrick que tenían en sus manos y esperar que la próxima vez hubiese más suerte.
Se cruzó de brazos y se instaló en su mesa, junto a la puerta. Echó un vistazo a la foto de Fitzpatrick que se encontraba sujeta a la pared del pequeño despacho de Javier. El rostro redondo del hombre de negocios, de mediana edad que sonreía desde el tablón parecía el de un bondadoso y pelirrojo Papá Noel.
-Tiene que haber un método mejor para sorprender a Fitzpatrick. Aún no tenemos ninguna prueba que lo implique directamente para poder llevarlo a los tribunales.
-Soy consciente de ello.
-Está actuando de manera muy inteligente al mantenerse al margen del lado oscuro de sus negocios. Necesitamos investigar más, recoger más datos.
-Ya tenemos datos –dijo javier, aproximándose al monitor.
-Tendríamos más si ese tipo del montacargas no me hubiese visto meterme el disquete en el bolsillo.
-Te habrían descubierto antes o después. Tu tapadera no era lo suficientemente sólida.
-La próxima vez me aseguraré de que sea hermética.
La silla de Javier chirrió cuando se giró hacia Pedro.
-¿Qué tienes en mente?
“Buena pregunta”, pensó Pedro. La razón por la que estaban investigando una sucursal del almacén era porque Fitzpatrick era increíblemente cauteloso a la hora de elegir al personal y había que dar muchos rodeos para poder aproximarse a él. Podía llegar a la paranoia en lo concerniente a su seguridad personal.
-Tiene que haber algún detalle que se nos escapa.
-Hacia finales de mes incrementaremos la vigilancia –añadió Javier.
-Eso será dos semanas antes de la boda de su hija. ¿No es así?
-Cierto.
-¿Crees que va a descuidar su seguridad precisamente entonces? –preguntó Pedro.
-A juzgar por su trayectoria, no creo que eso suceda. Pero estaremos vigilándolo de todas formas. Si se presenta una oportunidad, la aprovecharemos.
Pedro ahogó un juramento. La primera vez que habían oído hablar de la inminente boda de Marion, la hija única de Fitzpatrick, pensaron que sería una oportunidad para intentar atravesar su cordón de seguridad, pero hasta el momento no habían tenido ningún éxito. Fitzpatrick podría dar lecciones de seguridad al Servicio Secreto.
-¡Lo que daría por poder echar un vistazo a la lista de invitados!
Javier apretó los labios con gesto de frustración antes de regresar a su ordenador.
-Tenemos que trabajar dentro de la ley, Alfonso. Sabremos quiénes son los invitados cuando estén allí.
-Ya lo sé, pero sospecho que la mayoría de los invitados no asistirá precisamente para ver la boda de esa chica. Muchos negocios se harán allí. No hay nada como las bodas y los funerales para reunir al clan –observó Pedro.
-Es evidente que, si pudiésemos tener un hombre dentro, sería una enorme ventaja pero, de momento, es imposible.
-¿No has podido infiltrar ninguno? –preguntó Pedro.
-Aún no lo he conseguido. Dudo que alguien pueda llevar la furgoneta de la floristería sin que se le exija ninguna acreditación para pasar.
-Pero con el tráfico que habrá debido a la boda y alguna ayuda externa podríamos tener alguna posibilidad.
-En estos momentos estamos investigando a todas las personas que se están contratando para la boda, pero hasta ahora no hemos encontrado ningún dato interesante. Fitzpatrick actúa de forma tan cautelosa como siempre. No firma ningún contrato hasta la víspera. No sabíamos aún quiénes serían los encargados del banquete hasta hace dos días –se detuvo un momento, pensativo-. ¡Un momento! Ya está. Tu vecina.
-¿Qué pasa con ella?
-Me dijiste que se apellida Chaves, ¿verdad?
Pedro no respondió. No era necesario contestar a las preguntas de Javier. Aquel hombre tenía tan buena memoria para los detalles como su ordenador.
-¿Qué pasa con ella? –insistió Pedro.
Javier estaba sentado delante de su ordenador, hasta que vio aparecer en la pantalla la siguiente lista.
-¡Aquí está! –exclamó.
Sabía que había visto aquel nombre recientemente en algún sitio. Catering Chaves era la empresa que habían contratado para servir el banquete en la boda de Fitzpatrick. Su propietario era un individuo llamado Joel Chaves.
-Debe de haber centenares de Chaves en la ciudad. Las posibilidades de que Paula tenga relación con él son muy remotas –afirmó Pedro.
-Como ya te he dicho, el contrato se firmó hace tan sólo dos días y no hemos tenido aún mucho tiempo para investigarlos. Te informaré si descubro que existe alguna conexión con tu vecina.
Pedro se frotó el mentón mientras obligaba a su cerebro a pensar sobre ello. Paula parecía demasiado inocente para estar involucrada en algún asunto de Fitzpatrick. Por otra parte, uno de los motivos por los que Fitzpatrick conseguía siempre escapar a la justicia era que se aseguraba de que las empresas que trataban directamente con él fuesen intachables.
Siempre se mantenía alejado de los aspectos turbios de sus negocios. Y cuando se trataba, como en aquella ocasión, de algo tan importante como la boda de su hija, estaba seguro de que sería más cuidadoso que nunca para elegir a una empresa de catering cuya reputación estuviese fuera de toda duda.
Poniéndose de pie, Pedro se dirigió hacia la puerta. No tenía mucho sentido dar más vueltas al asunto en aquel momento.
Por supuesto que sería muy interesante tener ya algún contacto establecido con alguien relacionado con la boda de Fitzpatrick, pero el hecho de que Paula se apellidase Chaves no pasaba de ser una casualidad. Teniendo en cuenta la poca suerte que estaban teniendo con aquel caso hasta el momento, sería absurdo hacerse ilusiones.
-De acuerdo –respondió Pedro-. Voy a ver si Bergstrom ha hecho algún progreso.
-Déjalo en paz –ordenó Javier-. Los dos sabemos de sobra que se asegurará bien de no dejar ningún cabo suelto. Tienes que hacerme el informe.
-Sí, ya lo sé –respondió Pedro, quejumbroso.
-Y una última cosa, Alfonso.
-¿Sí? –respondió Pedro, deteniéndose ante la puerta.
Javier alisó una arruga imaginaria en su corbata y se inclinó de nuevo hacia el ordenador.
-Ya sé que estamos padeciendo una ola de calor, pero la próxima vez que vengas, preséntate correctamente vestido. Esto es una comisaría, no una playa.
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