sábado, 3 de marzo de 2018
EN LA NOCHE: CAPITULO 4
-Estas pruebas rayan el límite entre lo aceptable y lo inaceptable, pero son más o menos lo que esperaba de ti –dijo Javier mientras tecleaba en el ordenador-. En cualquier caso, le daré el disquete al fiscal en cuanto llegue. Buen trabajo –añadió con además brusco.
Sorprendido por la felicitación, Pedro se apoyó en el quicio de la puerta y observó a su superior. javier Jones no tenía el aspecto de alguien que llevase toda la noche despierto. El nudo de su corbata permanecía intacto. Tenía la espalda erguida, casi en actitud militar bajo su camisa blanca. Y ni uno sólo de sus cabellos grises como el acero se había movido de su sitio, aunque nada de ello sorprendió a Pedro.
Desde que lo conocía, hacía diecisiete años, incluyendo los cuatro años que había trabajado con él en una fuerza especial contra el crimen organizado, nunca había visto a Javier perder la compostura. Aquel hombre era el prototipo de policía entregado a su deber: sus decisiones eran rápidas, su instinto era certero y su energía parecía inagotable.
El ser destinado a una fuerza especial era algo que no todo el mundo podía aguantar. Varios de sus compañeros habían terminado quemados o habían abandonado. No pudieron soportar los estragos que el trabajo de incógnito puede originar en la vida privada de un agente. A Epstein y a O’Hara los destinaron a la brigada de homicidios, y Prentice desapareció sin dejar rastro en algún pueblecito de Maine.
Pero aquel tipo de trabajo se ajustaba perfectamente a Pedro. A él le gustaba correr riesgos y tomar decisiones importantes en fracciones de segundo. Aunque en muchas ocasiones, como en aquélla, una llamada de teléfono le bastaba para conseguir ayuda, por lo general trabajaba solo.
Aquélla era otra razón por la que le gustaba su trabajo. Le gustaba vivir solo. En teoría había vivido solo desde que tenía dieciséis años, aunque realmente ya estaba solo varios años antes. No tenía a nadie a quien responder, a quien preocupar o a quien dejar en la cuneta. Así era como hacía su trabajo y sabía que aquélla era la forma en que quería vivir su vida.
Paula también vivía sola. Durante los dos meses que Pedro llevaba viviendo en la casa contigua a la suya, nunca había visto que recibiera visitas. Ni siquiera últimamente, con la ola de calor que hacía que todas las ventanas estuvieran siempre abiertas, había oído ningún sonido procedente de su piso. Sin embargo, a veces sabía que Paula estaba en casa por los aromas que llegaban de su cocina, a veces caseros como de pastel recién hecho y otras más exóticos, que lo transportaban a lejanos lugares.
El reclamo de su estómago le hizo recordar que no tenía a mano más que el espeso café de la máquina de la comisaría. Necesitaba una ducha y un buen afeitado, pero antes se echaría una profunda cabezada durante una hora.
Esperaba que así mejorase su concentración y sus pensamientos no girasen en torno a Paula Chaves y al aroma de su cocina, a su suave cabello, sus enormes ojos azules y la sensación imborrable de haberla sentido junto a sí.
Tenía la sensación de que también Paula parecía encontrarse bien junto a él. Todo aquello lo había impresionado tan profundamente que le hacía olvidar todos los acontecimientos tan importantes que habían sucedido en las últimas horas.
Sería difícil que una situación como aquélla se repitiera. Él estaba en medio de una investigación. Tenía que conseguir pruebas suficientes para atrapar a Fitzpatrick. No tenía tiempo para distracciones. Además, Paula tampoco le había propuesto otro encuentro y, aunque lo hubiese hecho, seguro que no habría sido para una cita personal.
A pesar del impresionante cuerpo que había visto la noche anterior a través del camisón, a juzgar por su apariencia y su comportamiento, Paula disfrutaba con la soledad tanto como él.
-¿Qué vamos a hacer ahora? –preguntó, volviendo a concentrarse en la conversación.
-Cerraremos el almacén hoy mismo –respondió Javier con la mirada fija en el ordenador.
-¿Y luego?
Javier Jones hizo una pausa mientras leía la relación de direcciones que tenía delante.
-Llevas sesenta y un días dedicado a fondo a esta investigación. Espero tu informe mañana a primera hora.
Pedro frunció el ceño, pensando en las horas que le llevaría hacer el informe. Aquélla era la parte de su trabajo que menos le gustaba. Por mucho que costase reconocerlo, tal y como estaban las cosas, lo mejor que podía hacer sería intentar sacar el mejor provecho de la pruebas sobre Fitzpatrick que tenían en sus manos y esperar que la próxima vez hubiese más suerte.
Se cruzó de brazos y se instaló en su mesa, junto a la puerta. Echó un vistazo a la foto de Fitzpatrick que se encontraba sujeta a la pared del pequeño despacho de Javier. El rostro redondo del hombre de negocios, de mediana edad que sonreía desde el tablón parecía el de un bondadoso y pelirrojo Papá Noel.
-Tiene que haber un método mejor para sorprender a Fitzpatrick. Aún no tenemos ninguna prueba que lo implique directamente para poder llevarlo a los tribunales.
-Soy consciente de ello.
-Está actuando de manera muy inteligente al mantenerse al margen del lado oscuro de sus negocios. Necesitamos investigar más, recoger más datos.
-Ya tenemos datos –dijo javier, aproximándose al monitor.
-Tendríamos más si ese tipo del montacargas no me hubiese visto meterme el disquete en el bolsillo.
-Te habrían descubierto antes o después. Tu tapadera no era lo suficientemente sólida.
-La próxima vez me aseguraré de que sea hermética.
La silla de Javier chirrió cuando se giró hacia Pedro.
-¿Qué tienes en mente?
“Buena pregunta”, pensó Pedro. La razón por la que estaban investigando una sucursal del almacén era porque Fitzpatrick era increíblemente cauteloso a la hora de elegir al personal y había que dar muchos rodeos para poder aproximarse a él. Podía llegar a la paranoia en lo concerniente a su seguridad personal.
-Tiene que haber algún detalle que se nos escapa.
-Hacia finales de mes incrementaremos la vigilancia –añadió Javier.
-Eso será dos semanas antes de la boda de su hija. ¿No es así?
-Cierto.
-¿Crees que va a descuidar su seguridad precisamente entonces? –preguntó Pedro.
-A juzgar por su trayectoria, no creo que eso suceda. Pero estaremos vigilándolo de todas formas. Si se presenta una oportunidad, la aprovecharemos.
Pedro ahogó un juramento. La primera vez que habían oído hablar de la inminente boda de Marion, la hija única de Fitzpatrick, pensaron que sería una oportunidad para intentar atravesar su cordón de seguridad, pero hasta el momento no habían tenido ningún éxito. Fitzpatrick podría dar lecciones de seguridad al Servicio Secreto.
-¡Lo que daría por poder echar un vistazo a la lista de invitados!
Javier apretó los labios con gesto de frustración antes de regresar a su ordenador.
-Tenemos que trabajar dentro de la ley, Alfonso. Sabremos quiénes son los invitados cuando estén allí.
-Ya lo sé, pero sospecho que la mayoría de los invitados no asistirá precisamente para ver la boda de esa chica. Muchos negocios se harán allí. No hay nada como las bodas y los funerales para reunir al clan –observó Pedro.
-Es evidente que, si pudiésemos tener un hombre dentro, sería una enorme ventaja pero, de momento, es imposible.
-¿No has podido infiltrar ninguno? –preguntó Pedro.
-Aún no lo he conseguido. Dudo que alguien pueda llevar la furgoneta de la floristería sin que se le exija ninguna acreditación para pasar.
-Pero con el tráfico que habrá debido a la boda y alguna ayuda externa podríamos tener alguna posibilidad.
-En estos momentos estamos investigando a todas las personas que se están contratando para la boda, pero hasta ahora no hemos encontrado ningún dato interesante. Fitzpatrick actúa de forma tan cautelosa como siempre. No firma ningún contrato hasta la víspera. No sabíamos aún quiénes serían los encargados del banquete hasta hace dos días –se detuvo un momento, pensativo-. ¡Un momento! Ya está. Tu vecina.
-¿Qué pasa con ella?
-Me dijiste que se apellida Chaves, ¿verdad?
Pedro no respondió. No era necesario contestar a las preguntas de Javier. Aquel hombre tenía tan buena memoria para los detalles como su ordenador.
-¿Qué pasa con ella? –insistió Pedro.
Javier estaba sentado delante de su ordenador, hasta que vio aparecer en la pantalla la siguiente lista.
-¡Aquí está! –exclamó.
Sabía que había visto aquel nombre recientemente en algún sitio. Catering Chaves era la empresa que habían contratado para servir el banquete en la boda de Fitzpatrick. Su propietario era un individuo llamado Joel Chaves.
-Debe de haber centenares de Chaves en la ciudad. Las posibilidades de que Paula tenga relación con él son muy remotas –afirmó Pedro.
-Como ya te he dicho, el contrato se firmó hace tan sólo dos días y no hemos tenido aún mucho tiempo para investigarlos. Te informaré si descubro que existe alguna conexión con tu vecina.
Pedro se frotó el mentón mientras obligaba a su cerebro a pensar sobre ello. Paula parecía demasiado inocente para estar involucrada en algún asunto de Fitzpatrick. Por otra parte, uno de los motivos por los que Fitzpatrick conseguía siempre escapar a la justicia era que se aseguraba de que las empresas que trataban directamente con él fuesen intachables.
Siempre se mantenía alejado de los aspectos turbios de sus negocios. Y cuando se trataba, como en aquella ocasión, de algo tan importante como la boda de su hija, estaba seguro de que sería más cuidadoso que nunca para elegir a una empresa de catering cuya reputación estuviese fuera de toda duda.
Poniéndose de pie, Pedro se dirigió hacia la puerta. No tenía mucho sentido dar más vueltas al asunto en aquel momento.
Por supuesto que sería muy interesante tener ya algún contacto establecido con alguien relacionado con la boda de Fitzpatrick, pero el hecho de que Paula se apellidase Chaves no pasaba de ser una casualidad. Teniendo en cuenta la poca suerte que estaban teniendo con aquel caso hasta el momento, sería absurdo hacerse ilusiones.
-De acuerdo –respondió Pedro-. Voy a ver si Bergstrom ha hecho algún progreso.
-Déjalo en paz –ordenó Javier-. Los dos sabemos de sobra que se asegurará bien de no dejar ningún cabo suelto. Tienes que hacerme el informe.
-Sí, ya lo sé –respondió Pedro, quejumbroso.
-Y una última cosa, Alfonso.
-¿Sí? –respondió Pedro, deteniéndose ante la puerta.
Javier alisó una arruga imaginaria en su corbata y se inclinó de nuevo hacia el ordenador.
-Ya sé que estamos padeciendo una ola de calor, pero la próxima vez que vengas, preséntate correctamente vestido. Esto es una comisaría, no una playa.
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