sábado, 3 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 5





-Parece que éste va a ser otro domingo ardiente, queridos radioyentes. Pongan en marcha sus viejos aparatos de aire acondicionado y metan otra lata de cerveza en la nevera para mí –decía la voz del locutor por el aparato de radio.


Paula bostezó mientras se servía otra taza de café. Después se levantó para ajustar el ventilador, que hacía un ruido metálico. Por un lado, la noche anterior le había parecido interminable, y por otro, parecía que nada hubiese sucedido antes de que los primeros rayos de otro sofocante y húmedo amanecer se colasen a través de su ventana.


-Las predicciones meteóricas para el día de hoy hablan de un noventa y siete, casi un noventa y ocho por ciento de humedad ambiental –continuó el locutor.


Cerrando los ojos, Paula apagó el aparato de radio. Nunca se dedicaba a escuchar programas tan aburridos por la mañana, pero en aquella ocasión quería oír las noticias. No le sorprendió que no se hiciese ninguna mención al arresto de los dos hombres que habían sorprendido en el apartamento de Pedro. Aparte de la puerta hecha astillas, todo había transcurrido de forma tan discreta que la noticia no ofrecía ningún interés para los medios de comunicación. 


Ya lo había predicho Pedro al irse por la mañana, hacía ya cinco horas.



Paula escogió un sillón cómodo y mullido para colocarse delante del ventilador. Dejó la taza en la mesa de la cocina y se relajó. Si no fuese por las señales que seguía teniendo en la espalda, que le recordaban que había rodado por el suelo con Pedro encima, sería difícil creer que todo lo de la noche anterior había sucedido en realidad y no pertenecía a su imaginación. Aquéllas eran las cosas que sucedían en algunas novelas, pero que nunca podrían suceder a Paula Chaves. Nunca había pasado nada extraordinario en su rutina diaria, a excepción del día que ardieron las cortinas de la casa del señor Stead.


Aquel encargo de la empresa de catering le había dado problemas desde el primer momento. Con su madre y tres de sus sobrinos enfermos con gripe y Jeronimo y Geraldine de viaje, Paula advirtió a su padre que no podían llevar adelante el trabajo y que habría que contratar a alguien más de forma provisional hasta que los demás pudiesen reincorporarse al trabajo. Pero su padre insistía en que no iba a contratar a nadie que no fuera de su familia. Así, Catering Chaves vio reducida su plantilla para la fiesta del señor Stead.


De repente, durante la fiesta, un fuerte viento abrió las ventanas. Unido al exceso de coñac que acompañaba las cerezas y a una colilla descuidada, originó un pequeño incendio que en pocos instantes envolvió las cortinas del salón. Actuando rápidamente, Paula se las arregló para arrancar las cortinas y sacarlas por una puerta lateral hasta la piscina, antes de que el desastre pasara a mayores. La rapidez de su intervención salvó la fiesta y la bonificación que les habían prometido.


Paula se preguntaba qué había sucedido con su capacidad de reacción la noche anterior. Si las circunstancias hubiesen sido diferentes, si no hubiese sido Pedro quien había irrumpido aquella noche por la ventana de su habitación, podría haber ocurrido algo terrible. Prefirió no seguir pensando en ello. Ahora estaba bien. Al menos, parecía que todo había terminado ya. Tenía muchas cosas que hacer aquel día, como planificar el próximo trabajo de catering, probar la última salsa para postres y ponerse en contacto con los proveedores. Los detalles que ocupaban sus horas cada día. Debería dejar de preocuparse por lo que podría haber sucedido si el hombre que entró en su habitación hubiese sido otro en vez de Pedro.


Si su familia estuviese al tanto de lo que había sucedido allí la noche anterior, insistirían en que volviese a casa con ellos. 


No considerarían que en parte ella había sido culpable, pues, de haber actuado como una persona normal y prudente, nunca habría dejado abierta la ventana de su piso.


No, la familia Chaves no le reprocharía que no hubiese pensado antes en lo que podría suceder si alguien, desplazándose sobre el alféizar, entrase en su habitación por la ventana en mitad de la noche. Sólo le dirían que no era normal que una mujer quisiera vivir sola, sin la protección de un hombre fuerte a su lado. No darían ninguna importancia al hecho de que ya se las arreglaba perfectamente sola desde hacía más de cinco años.


Paula levantó la vista hacia el ventilador. Era demasiado temprano y hacía ya demasiado calor para seguir pensando en lo ocurrido. Lo único que le importaba era que, a pesar de lo que los demás pensasen, a ella le gustaba vivir así, luchando por conseguir lo que quería. Sus ahorros aumentaban en el banco y, en cuanto cobrase el cheque por su último trabajo, estaría muy cerca de poder cumplir su sueño de abrir su propio restaurante.


Aquello no significaba que no quisiese a su familia. A pesar de su actitud excesivamente protectora, eran buenas personas. El problema era que no podían entender sus deseos de independencia, de conseguir una vida distinta de la que habían planeado para ella. Su padre quería que continuase con el negocio familiar. Su madre prefería que hiciese lo mismo que ella había hecho: conseguir un buen hombre que la cuidase, casarse con él y pasar los siguientes veinte años descalza, embarazada y en la cocina.


Paula disfrutaba cocinando, pero el resto no le interesaba en absoluto. Una vez, hacía tiempo, cuando estaba enamorada de Ruben, podía haberse decidido por aquel tipo de vida, pero aquello habría sucedido cuando aún no había descubierto la terrible fragilidad que provocaba el amor.


Su familia insistía ahora en que ya era hora de que lo intentara de nuevo. Todos parecían tan satisfechos con la estabilidad de sus matrimonios que no podían comprender su deseo de independencia. Pero, si Paula había aprendido algo de sus años junto a Ruben, era que no necesitaba ningún hombre que la cuidara para llevar una vida completa. 


Estaba muy feliz sin nadie. Además, a pesar de la insistencia de su madre y de su cuñada en presentarle gente nueva, no había vuelto a encontrar ningún otro hombre que despertase algún interés en ella.


De repente, la imagen de Pedro Alfonso pasó por su mente. 


Recordó en concreto la figura de Pedro cuando de pie junto a la ventana, con la piel iluminada por la luz de la luna. 


Paula dejó la taza de café en la mesa con un ruido sordo. 


Era cierto que, desde el momento en que fue consciente de que Pedro no iba a hacerle ningún daño, se había despertado en ella un creciente interés por él. Todo ello no tenía tampoco nada de extraño, considerando su aspecto físico. Sus anchos hombros y sus extremidades musculosas resultarían atractivas para cualquier mujer. Por otro lado, tampoco Pedro tenía nada nuevo que ella no hubiese vista ya antes. Había crecido junto a seis hermanos, y las formas masculinas habían perdido para ella todo el misterio hacía mucho tiempo. Aunque era evidente que existía una gran diferencia entre un niño y un adulto.


Paula se mordió el labio superior, reviviendo las imágenes. 


Nunca habría sospechado lo que realmente había bajo el aspecto externo de aquel aburrido contable al que conocía, o al menos creía conocer, desde hacía dos meses. Estaba segura de que, si Pedro se cansase alguna vez de su trabajo en la policía, podría ganarse la vida como bailarín de striptis, después de lo que había podido ver aquella noche. Paula se reprendió a sí misma por encontrarse de nuevo pensando en la desnudez de Pedro como si fuese una tímida virgen.


Por tal y como le había explicado Pedro que se habían desarrollado los hechos la noche anterior, su desnudez era inevitable. En ningún momento parecía preocupado por el hecho de encontrarse desnudo, aunque luego le había pedido algo de ropa para cubrirse ante la llegada de la patrulla. Incluso en aquel momento había definido su falta de ropa como un inconveniente sin demasiada importancia y, por supuesto, nada de lo que tuviera que avergonzarse. Se diría que para Pedro el irrumpir desnudo por la ventana en la habitación de una mujer fuese algo habitual.


Aquélla era otra razón por la que no debería profundizar en sus relaciones con Pedro. La experiencia le decía que eran demasiado diferentes. Un hombre como Pedro, un policía que estaba en contacto cada día con el peligro y la muerte, seguramente buscaría para sus relaciones personales una mujer también muy activa y valiente. Por otro lado, si ella suspiraba con el simple hecho de verlo hablar por teléfono, trataba de imaginar qué sería teniéndolo como amante.


Se puso de pie, exasperada, y oyó el sonido de unos nudillos que llamaban a la puerta de su piso. Miró el reloj. Su madre había dicho que se pasaría a verla por la mañana para planificar juntas el próximo trabajo de catering, pero sólo eran las siete. Suspirando, Paula se recompuso la bata y se dirigió a la puerta.


-Buenos días –dijo deslizando la cadena y abriendo la puerta-. Llegas demasiado… Oh, pero si eres tú.


-Buenos días, Paula. ¿Esperabas a alguien?


Paula se recompuso instintivamente. Era obvio que Pedro no había podido dormir mucho más que ella. Aún llevaba puestos los pantalones cortos, las zapatillas de tenis y la camiseta hawaiana de su sobrino. La sombra de su creciente barba oscurecía su rostro, y sus ojos reflejaban la fatiga acumulada durante toda la noche. Pero, con todo ello, resultaba un hombre desconcertante y muy atractivo. 


Aunque estuviera vestido.


-Sí, estoy esperando a mi madre –respondió.


Él dirigió una mirada a la bata y luego al pasillo que se abría delante de él.


-Deberías comprobar quién llama a la puerta antes de abrir.


El gesto irritado de Paula ante el comentario fue automático.


-Esperaba a mi madre, pero parece que ha venido uno de mis hermanos, con el mismo afán protector –espetó.


-Por mi tipo de trabajo, considero que la precaución es un buen hábito –dijo Pedro, dejando escapar una sonrisa irónica-. Por otra parte, me estremezco al pensar que podrías ser una persona cautelosa como la mayoría y dormir con la ventana cerrada. Me habría visto en un gran compromiso ante esos dos tipos que entraron en mi casa.


-¿Se ha resuelto ya todo respecto a esos hombres que te perseguían?


-Sí, ya está todo bajo control. Simplemente venía para darte las gracias de nuevo por tu ayuda –aclaró.


-De nada.


La irritación producida en Paula por la sonrisa irónica de Pedro se desvaneció. De repente, tenía la impresión de que Pedro se comportaba como un muchacho tímido, y por otro lado, su amplia sonrisa y sus ojos brillantes lo hacían parecer mucho más interesante que la noche anterior. 


Aunque la pasada noche había visto ya todo lo que él tenía por ver.


-Me figuro entonces que ya no queda nada más que hacer por mi parte, salvo que me citen a declarar como testigo.


-No te preocupes. No será necesario. Quiero disculparme otra vez por haberte asustado anoche.


-No pasa nada, de verdad.


-Aunque creo que no será necesario que vayas a declarar como testigo, hay algunos detalles del caso que me gustaría poder aclarar contigo. ¿Tienes unos minutos para hablar ahora sobre ello? –preguntó Pedro.


-Sí, supongo que sí.


-Si no te importa, preferiría que hablásemos dentro.


Tras una breve vacilación, Paula abrió la puerta y lo invitó a pasar.




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