domingo, 4 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 6





Entraron en el salón. Él se quedó de pie mientras esperaba a que Paula volviese de la cocina con el café que había ido a preparar. Mantuvo su mirada en ella hasta que la perdió de vista, y después, dejó escapar todo el aire de los pulmones.


Mientras tanto, Paula no podía dejar de preguntarse cómo un hombre podía parecer tan inocente y tan tentador al mismo tiempo.


Iba cubierta de la cabeza a los pies con una larga bata color melocotón, sencilla y cómoda, como toda la ropa que solía utilizar. Sacudiendo la cabeza, Pedro se propuso concentrarse sólo en los asuntos de trabajo. Tenía la intención de descansar antes de mantener aquella entrevista con ella. Llevaba día y medio sin dormir. Pero, cuando pasó por delante de su puerta, cambió inmediatamente sus planes.


Miró a su alrededor, fijándose con más detalle en la habitación que la noche anterior apenas pudo percibir. Igual que su piso, aquél era pequeño pero Paula había sacado más partido del espacio. Gran cantidad de libros llenaban las estanterías. En una esquina de la habitación, entre un mullido sofá y una sólida butaca, había un gran cesto de mimbre con periódicos, y en el centro, una gran mesa de madera. Una alfombra clara cubría casi por completo el suelo de la habitación.


Parecía una casa agradable y acogedora.



Pero tenía que olvidar todo aquello. Sabía que Paula no era del tipo de mujeres que le gustaban, y la visión de su casa reforzaba aún más aquella idea. Paula vivía sola, pero había muchos detalles en su casa que reflejaban su gusto por la familia y el hogar. Estirando el brazo hacia el centro de la mesa, alcanzó un libro abierto. Levantó las cejas al contemplar la imagen de un cadáver envuelto en sangre que ilustraba la portada. Nunca habría imaginado que a Paula le gustaran aquel tipo de lecturas, aunque tampoco imaginó nunca la belleza de su pelo o de su cuerpo hasta que pudo comprobarlo unas horas antes.


Al ver que su anfitriona se aproximaba por el pasillo, Pedro depositó de nuevo el libro sobre la mesa. Llevaba una bandeja con dos tazas de café humeante, una jarra de leche, un azucarero y un plato de dulces.


-No era necesario que te molestaras –comentó Pedro.


-No es ninguna molestia. Estaba a punto de prepararme el desayuno. Te invito a compartirlo conmigo.


Él se acomodó en el sofá junto a ella, observando cómo se cubría las piernas cuidadosamente con la bata. Se preguntaba si aún llevaría el camisón casi transparente bajo la bata. O quizás no llevase nada. Cualquiera de las dos ideas lo atraía por igual.


-Paula, me gustaría pedirte un favor –dijo después de tomar un trago de café.


Durante un momento estuvo a punto de perder el control y besarla. Se preguntaba cómo reaccionaría Paula, cómo sería su sabor, qué sentiría al atravesar el espacio que los separaba y rozar sus labios.


-Pedro


La voz de Paula lo devolvió a la realidad. Tragó atropelladamente el café y dejó su taza en la bandeja.


-Se trata de lo que sucedió anoche. Casi siempre trabajo de incógnito –explicó.


-Sí, ya me lo habías dicho. Por eso te enmascaras detrás de la imagen de un contable. ¿No es así?


-Normalmente, trato de limitar al máximo el número de personas que saben de mis investigaciones.


-Por motivos de seguridad, me figuro. No querrás que nadie pueda descubrir tu tapadera cuando estés investigando un caso.


-Así es. Aunque no estás obligada por ley a mantener en secreto todo lo que sucedió aquí anoche, te estaría muy agradecido si no hablaras nada con nadie sobre mí.


-Por supuesto –respondió Paula de inmediato-. Cuantas menos personas sepan que eres policía, menos riesgo correrás.


-Me alegro de que lo comprendas. Eso simplificará las cosas en mi trabajo.



-Me pregunto qué sucederá con los otros inquilinos del edificio. Alguien habrá oído el escándalo que se organizó cuando arrestaron a esos hombres.


-Eso no será un problema. Los Sanwchuk están de vacaciones, y Rohan está de guardia en el cementerio esta semana. Así que tú eres la única persona de este descansillo que estaba en casa. El vigilante del edificio piensa que se trató de un simple robo con allanamiento de morada. No sabe que yo también trabajo en la policía.


-Así que soy la única persona que sabe lo que realmente ha sucedido aquí.


-Sí.


-Bien, no tengo intención de decírselo a nadie.


-No sabes cuánto te lo agradezco.


-Comprendo que te preocupes, pero tengo mis propias razones para mantener este secreto. Mi familia puede llegar a ser demasiado protectora, y si alguien descubre la forma en que entraste anoche en mi casa… -se aclaró la garganta-. Bueno, sería mejor para los dos que nadie se entere.


-¿Tan protectores son tus hermanos?


-Más de lo que imaginas.


-La vuestra debe ser una familia muy unida.


-Sí, podría decirse que sí –asintió sin demasiada convicción-. Además de mis padres, tengo seis hermanos, y varios tíos, tías y sobrinos. Diecisiete sobrinos en total.


-¿Incluyendo a Jimmy, el pintor?


-Sí, incluyendo a Jimmy –dijo observando los pantalones cortos que Pedro llevaba puestos-. Tuviste suerte de que no fuese su hermana quien me ayudase a pintar –bromeó.


-Yo, sin embargo, pienso en la mala suerte que me lleva acompañando en todo este caso.


-Mi familia es bastante… especial. No nos vemos mucho y me vuelven loca, pero los quiero de todas formas. Ya sabes cómo son estas cosas.


Pedro sintió que su sonrisa se desvanecía. En realidad, aquélla era una experiencia que no había vivido nunca. No había tenido familia. Una imagen cruzó rápidamente por su mente. Una imagen de una puerta cerrada. Ecos de risas borrachas. El llanto sofocado de un niño que comprende que está completamente solo. Tuvo que esforzarse para hacer memoria, sorprendido al ver que había olvidado casi todo. 


Había enterrado su pasado el día que consiguió su placa, de modo que ya no tenía por qué pensar en ello.


Se dijo que debía ser la fatiga. O quizás aquel lugar acogedor y hogareño, y Paula con su aureola de inocencia, tan diferente de él. Aquél no era su sitio. Ahora que ella estaba de acuerdo en no revelar su identidad, no encontraba ninguna razón para prolongar la visita. Debería volver a casa, descansar y dejar las jóvenes inocentes para los jóvenes inocentes.



-Gracias por el desayuno, pero tengo que marcharme –dijo-. Mi jefe me ha pedido un informe de todo el asunto para mañana.


-Oh –dijo ella, levantándose con rapidez-. Por supuesto. Yo también tengo trabajo. Mi madre va a venir para que preparemos juntas la próxima boda.


Pedro se dirigía hacia la puerta cuando se volvió, sorprendido.


-¿Se va a casar alguien de la familia?


-Oh, no. Aparte de mis sobrinos pequeños, yo soy la única soltera de la familia y no tengo ninguna intención de casarme.


Pedro se quedó sorprendido por la firmeza de su tono.


-Entonces, ¿qué boda es ésa que vas a planificar con tu madre?


-Es nuestro próximo trabajo. Normalmente es mi cuñada Geraldine la que se encarga de confeccionar los menús preliminares, pero ahora está embarazada y últimamente no se encuentra demasiado bien, así que nos encargaremos mi madre y yo.


-¿Menús para bodas? –preguntó Pedro, sorprendido.


-Sí, es uno de nuestros servicios de catering –asintió ella.


-Así que trabajas para una empresa de catering. ¿Qué te hizo elegir una profesión así?


-Bueno, siendo mi padre el propietario de la empresa, la opción era bastante natural. Estoy convencida de que puede parecer un trabajo bastante mediocre comparado con el tuyo, pero todo tiene sus momentos.


-¿Trabajas en muchas bodas?


-Casi siempre en primavera. El contrato para esta boda se ha firmado hace sólo dos días, lo que nos deja muy poco tiempo para los preparativos. Va a ser una locura organizarlo todo para el mes que viene.


Fitzpatrick había elegido la empresa de catering hacía sólo dos días, y la boda de su hija se celebraría el mes próximo. Pedro se apoyó en el marco de la puerta, mirando a Paula con incredulidad.


-¿Cómo se llama la empresa de tu padre?


-Catering Chaves.


De forma impulsiva, Pedro sonrió y deslizó la mano por el cabello de Paula. Varias veces había pensado que ya era hora de encontrarse con un poco de buena suerte, pero nunca habría imaginado que le llegaría de aquella forma. Era como si le tocase la lotería sin haber comprado siquiera el décimo.



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